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La importancia de la familia en la conservación de las tradiciones

Hilaria Máas Collí

 

Al centro doña Higinia Pech Cetz y sus hijas

En este artículo se pretende hablar de la transmisión de valores en tres épocas que han marcado la vida de las familias de Huhí, 1) la época de las haciendas a principios del siglo XX; 2) fuera de las haciendas y 3) a partir de los proceso de migración.

    La información que se utiliza en este material formó parte de una investigación realizada en Huhí, Yucatán sobre "Religión y los símbolos sagrados en la vida cotidiana de las familias campesinas" 1995.

 

La transmisión de de valores en la época de las haciendas de principios del siglo XX

En ese tiempo los hombres y las mujeres trabajaban juntos en la hacienda, en la casa del patrón, en la milpa y en el plantel bajo las órdenes del dueño de la hacienda. El decidía por las personas, y sancionaba la mala conducta o faltas que cometían los individuos en su trabajo o en su familia.

    Según mi abuela, Doña Higinia Pech Cetz, que en paz descanse, ella vivió en una hacienda henequenera cerca de Hocabá, Yucatán, que se llamaba Buena Vista, de ella recibí la información que a continuación se transcribe.

    "El patrón y la patrona exigían que los padres de familia llevaran a sus hijos e hijas a trabajar con ellos en el plantel y en la milpa, nadie se escapaba de aprender a cortar pencas de henequén. También aprendieron el trabajo del monte, sembrar, deshierbar, cosechar, etc. todo el trabajo lo hacía el hombre juntamente con su esposa, porque así lo quería el patrón".

    Los padres de familia no decidían sobre el matrimonio de sus hijos, era el patrón quien concertaba el matrimonio entre los muchachos y muchachas.

"Yo me casé a los 12 años y mi hermana a los 13, no sabíamos quiénes iban a ser nuestros maridos, el patrón mandó llamar a todas las muchachas y nos dijo": -Mañana domingo, se van a casar todas las muchachas que mandé llamar. -Inmediatamente nos entregaron una muda de ropa. Mi hermana no quería casarse, se lo dijo al patrón y éste ordenó meterla en el corral donde había una mula. El animal comenzó a patear a mi hermana, mientras el patrón le preguntaba si aceptaba casarse, si ella decía no, la acercaba otra vez al animal hasta que ella accedió. Al día siguiente llegó una plataforma trayendo a muchachos de Xocchel y nos designaron nuestros maridos. Inmediatamente se hizo la misa. Todas las muchachas de la hacienda contrajeron nupcias con jóvenes desconocidos".

"Después de la boda, los recién casados pasamos al servicio del patrón y de la patrona, teníamos que trabajar para ellos durante un mes. Todo ese tiempo no vivíamos con el marido, al cumplirse el mes nos dieron casa y empezamos a vivir como marido y mujer, pero con la obligación de acompañar al esposo a la milpa y en el plantel. No había consideración para las mujeres embarazadas ni para las recién paridas. Yo fui a trabajar en el plantel al día siguiente de dar a luz, entre las matas de henequén amarraba la hamaca de mi primer hijo".

Todos aprendieron a vivir de esa forma, los niños se acostumbraron a la vida dura, porque compartían siempre con sus padres el trabajo, los regaños, los castigos del patrón, y participaban juntos en las celebraciones religiosas que se realizaban en la hacienda. Los padres seguían el mismo modelo del patrón durante el proceso de endoculturación de sus hijos.

Loreto Máas Pech hijo de doña Higinia y familia

Fuera de las haciendas 1925

Cuando las familias abandonaron las haciendas hacia 1925 se sintieron, según mi abuela, "liberados de la esclavitud". Fue el comienzo de una vida diferente para el hombre y la mujer, eran dueños de su propiedad y trabajan para ellos. La mujer era ama de su casa y, como esposa, compartía su experiencia con el marido.

    Los padres de familia siguieron transmitiendo los valores a sus hijos como ellos lo habían aprendido de sus padres. Las madres insistían que sus hijas aprendieran las labores domésticas y el trabajo del monte para que al casarse puedan también compartir con el marido y los hijos la cosmovisión del agricultor.

    Como familias extensas se compartía mano de obra entre hombres y mujeres. Por ejemplo, todos trabajaban la milpa, las mujeres se dividían el trabajo doméstico para acabar pronto.

    El padre tenía un papel bien definido, era el jefe de familia y tenía que proporcionar todas las cosas necesarias para el hogar. Compartía sus experiencias con sus hijos, les enseñaba el trabajo de la milpa y la cosmovisión del pueblo y del agricultor; por ejemplo, a amar el monte y tener una íntima relación con los dioses de la naturaleza. El hombre no sólo decía al hijo: has esto, él mismo hacía lo que se le ordenaba y así el niño aprendía viendo cómo sus padres se esforzaban por hacer bien cada actividad y se alegraban por su trabajo.

    La mujer no era aquella que con sus reglas y con su libro ordenaba lo que tenía que hacerse, ella trataba de ser femenina, aun ayudando al marido en la milpa. No era mujer de mucha pintura, ni muchas cosas, sino una mujer que trataba de adquirir las virtudes propias de las mujeres de su época como: la comprensión, la amabilidad, la generosidad, la limpieza, la sencillez, el sacrificio, etc; en otras palabras, una mujer capaz de enfrentar problemas cotidianos en su familia y de buscar una solución y una explicación a cada acontecimiento.

    A nosotras jamás nos enseñaron a ser mujeres cobardes, ni sumisas. Yo provengo de un pueblo y mi abuela, q.d.p, vivió en una hacienda y jamás nos hicieron sentirnos inferiores; por el contrario, la mujer tiene que ser alguien, la mujer no tiene por qué sentirse cobarde, ni sentirse despreciada o apartada. Esa fue la obligación de las madres, enseñar a sus hijas todas las virtudes que ellas practicaban y en especial el amor que por todo lo relacionado con el trabajo doméstico: ser buena lavandera, buenas cocinera, aunque sea lo más tradicional del pueblo. Mi abuela decía: "aprende a cocinar, no importa que sólo sean frijoles, cocínalos de diferentes maneras". Era necesario que también se aprendiera a ser cuidadosa con la ropa. En aquella época, las mujeres enseñaban a sus hijos a zurcir la ropa; sin embargo, actualmente son pocas las que lo hacen, otras las consideran cosas del pasado.

Dola Higinia, acompañada de sus bisnietos,
su nuera Ramona Collí Chí e Hilaria Máas Collí

A partir de la migración en la década de los setenta

Con la desaparición de la actividad henequenera, los pobladores de Huhí tuvieron que migrar en busca de mejores alternativas de subsistencia. Con la migración empieza otra etapa de la transmisión de valores diferente de la que existía en la vida tradicional de la familia.

    La mujer que acostumbraba acompañar al marido en la milpa y lo ayudaba con el trabajo, con la nueva modalidad adoptada por el marido de integrarse al sistema migratorio, ella ya no podía acompañar a su cónyuge como acostumbraba hacerlo porque el trabajo que realizan es diferente de la actividad tradicional del pueblo, además el lugar del trabajo es fuera del pueblo.

    Actualmente todos los varones casados o solteros y las solteras, emigran a otras ciudades a Mérida, Yucatán; Cancún, Quintana Roo y, a los Angeles, California a vender su fuerza de trabajo.

    A partir de 1970 comienzan los cambios en la vida tradicional de la familia, los hombres ya no permanecen todos los días en el hogar, aunque siguen siendo los jefes de familia, pero no comparten su experiencia con sus hijos, ni la responsabilidad de transmitir las tradiciones culturales ni los valores morales. Ellos delegan toda la responsabilidad a sus esposas. Estas son las que llevan todo el peso del hogar, la responsabilidad de enseñar a sus hijos, toman decisiones acerca de los problemas cotidianos más no pueden solucionar problemas que afecten la vida de sus hijos e hijas, estos se tienen que solucionar entre el marido y ella.

    La mujer que era considerada solamente ama de casa y realizaba las labores domésticas como una obligación hacia el marido y los hijos, como mujer soltera o casada no salía fuera de la población, todas sus actividades las efectuaba en el hogar. En la actualidad las cosas han cambiado, desde los 15 años las muchachas emigran a la ciudad de Mérida a vender su fuerza de trabajo. La mayoría se contratan en el servicio doméstico y otras en las industrias maquiladoras o en el sector comercial.

    El trabajo femenino, antes considerado como una labor exclusiva de la esposa, es ahora una actividad productiva, asalariada; el servicio doméstico se ha valorado. Las mujeres que prestan este servicio, no lo consideran una actividad humillante como lo fue en la época de las abuelas.

    En ese tiempo se usaba con desprecio el sustantivo maya xk'òos "la sirvienta" que significa servir a alguien en calidad de esclava. En la actualidad las muchachas lo consideran una actividad profesional, aunque sirvan la casa de una familia, su trabajo no es gratuito, tiene una remuneración económica e, incluso, un aguinaldo, que les permite colaborar con sus familias y comprar ropas. Esto paulatinamente ha ido cambiado la mentalidad de los padres sobre la preferencia que tienen hacia los hijos varones. Ahora es bien recibido el nacimiento de una niña.

    La forma de vida que llevan los habitantes de Huhí ha propiciado cambios en la convivencia familiar, padres e hijos no pueden ahora compartir sus experiencias, el padre no puede orientar a sus hijos ni conocer los problemas que tienen los muchachos y muchachas porque emigran a otras ciudades a trabajar, unos se ausentan del hogar durante tres años, algunos por quince días y otros viajan diariamente. Toda la obligación de transmitir los valores que eran compartidos entre el padre y la madre, se ha quedado bajo la responsabilidad de la esposa. Ella tiene que vigilar el aprendizaje de los hijos, es la transmisora de los valores morales, culturales y religiosos. Pero sólo puede cumplir con sus funciones mientras los hijos son pequeños; además ella no puede ahora enseñar una actividad económica a los varones como lo hace con las hijas porque ya hace años que la mujer no aprende el trabajo de la milpa. Por eso es necesario que los dos intervengan durante el proceso de endoculturación de sus hijos, no se puede excluir a ninguno de una responsabilidad tan grande.

    Los hijos varones necesitan de la presencia del padre, es un modelo para ellos, de él aprenden a afrontar los problemas propios del hombre y a imitar las cualidades del padre. Las hijas, por su parte, asimilan todo lo que las madres les enseñan y les exigen observar las cualidades que consideran apropiadas para las mujeres de su época.

    Actualmente la mujer toma sus propias decisiones, ella decide con quien contrae matrimonio, pero siempre necesita del permiso de los progenitores.

    En las tres etapas, observamos cómo la transmisión de valores se ha adaptado a cada época, pero conservando siempre los valores aceptados en la comunidad y aprenden a afrontar los problemas que surgen por la desintegración familiar.

    Las madres de familia tratan de cumplir con su obligación de educadoras en una época de cambios.

*Antropóloga Social
Egresada de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY
Profesora-investigadora Asociada de la Unidad de Ciencias Sociales
de la Universidad Autónoma de Yucatán





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