El sistema social colonial implantado en Yucatán al finalizar la
conquista española se basó en la distinción de diferencias
étnicas y en su interacción, por lo que considero que el
análisis del problema de las fronteras o límites étnicos
entre grupos diferenciados es pertinente para comprender este particular
sistema social. Pero la importancia de este análisis de la construcción
de la frontera étnica no se limita a buscar la mejor comprensión
del sistema colonial implantado en Yucatán, sino que debe encaminarse
a elucidar la red de preconcepciones que rigen las relaciones actuales
entre “indios y blancos” al asignar calificativos ideológicos
a categorías étnicas, y que pretenden explicar y avalar
situaciones de injusticia social y económica. Por ello partimos
del hecho de que la implantación del sistema colonial no solamente
requirió del establecimiento de una frontera étnica clara
y definida, sino que el funcionamiento ideal de este sistema asignaba
roles y condiciones a cada grupo y derechos y obligaciones diferenciados
entre sí y con la totalidad. Esta relación entre la interacción
de los distintos grupos sociales y la existencia de límites o fronteras
establecidos entre ellos es delineada por Barth cuando propone que “ciertas
relaciones sociales estables, persistentes, y a menudo importantes, se
mantienen por encima de tales límites y, con frecuencia, están
basados precisamente en los status étnicos en dicotomía”1.
En
la propuesta de Barth, la conservación de un límite o frontera
entre los grupos étnicos es necesaria, debido a que estos grupos
se definen por adscripción y son excluyentes, pero para establecer
esta “frontera” no son las diferencias “objetivas”
las que sirven como diagnósticos de adscripción sino lo
que Barth llama “factores socialmente importantes”2 . Por lo
tanto se tiene que destacar que esta frontera es social y no territorial,
ni tiene un carácter estrictamente racial, aún cuando en
el caso de Yucatán en el período colonial es esencialmente
la frontera que separa a los indios de los blancos.3
Antes
de abordar el análisis del problema de la construcción de
la frontera étnica colonial, es pertinente considerar la discusión
la situación prehispánica en lo que se refiere a la existencia
de fronteras étnicas. Este asunto constituye el centro de atención
de no pocos arqueólogos y etnohistoriadores. En este sentido interesa
destacar que en el Yucatán prehispánico, a diferencia de
otras regiones mesoamericanas, encontramos una mayor homogeneidad cultural,
y esta característica de la sociedad maya no escapó a la
observación y análisis de los españoles y criollos.
Hay múltiples referencias a esta homogeneidad cultural que contrastaba
con la realidad pluriétnica del centro de México e incluso
se registran intentos de encontrarle una explicación. Tal es el
caso del historiador franciscano del siglo XVII Diego López de
Cogolludo, quien en su libro discute las versiones de la historia antigua
sobre la llegada de varios grupos extranjeros “de oriente y otros
de occidente de diversas partes”. Su discurso gira alrededor de
la posible explicación al hecho de que se hable en Yucatán
una “sola y antigua lengua” a pesar de estas invasiones. Dice
que ésto
pudo
ocasionarlo, que habiendo sido los unos más que los otros,
o por guerra, o trato y comunicación, emparentando unos con
otros, prevaleciese el idioma, usos y costumbres de los que eran más,
que se llevaron tras sí a los menos.4
Esta
situación es relativa homogeneidad cultural entre la población
maya yucateca será un condicionante para el establecimiento y funcionamiento
de la frontera étnica colonial.
El
objetivo de estas líneas se centra en el análisis de la
formación de una nueva frontera étnica que se construyó
de manera paralela a la implantación del dominio hispano. Esta
dicotomía, como la implicada en la existencia de cualquier frontera,
se da en una estructura de interacción de relaciones interétnicas
y en el marco de un pacto o convenio social. La sociedad en su conjunto
regula el contacto y la articulación entre grupos, a la vez que
promueve sanciones para impedir selectivamente la interacción refuerza
la estabilidad de los rasgos asociados a los grupos étnicos; de
esta manera el conjunto refuerza las identidades étnicas particulares
a ambos lados de la frontera.
Sin
embargo, para que se acepte una situación de interrelación
étnica en una sociedad jerárquica como la de Yucatán
durante la Colonia, que implica la existencia de lo que Barth llama un
“control diferencial de bienes valorados por igual”, es necesario
que los grupos compartan orientaciones generales de valor para poder elaborar
juicios de jerarquía. Nos encontramos aquí con el problema
de la relación entre ideología e identidad. Cardoso de Oliveira5 nos presenta un “modelo del potencial de integración”,
donde un sistema interétnico formado por dos o más etnias
con estructura y dinámica propias engendran la “cultura del
contacto”6 , que se hace más evidente cuando podemos distinguir
“ideas organizadoras”7 que se encuentran al nivel del inconsciente
colectivo. Nos presenta la cultura como un proceso de ideación
colectiva donde el núcleo más dinámico está
en las representaciones. Y es así porque los hombres se representan
a sí mismos con determinadas características que se seleccionan
entre un repertorio de cualificaciones étnicas que ofrece el propio
sistema interétnico. Aplicándolo a nuestro caso, cuando
un maya se identifica como indio a menudo está dando forma a aquellas
representaciones, sumamente negativas, expresadas en el discurso que producen
los blancos o “civilizados” sobre la población indígena
como un todo. Se trata de una corteza de prejuicios y estereotipos que
existen en forma difusa en esta “cultura del contacto”, producidos
por los “civilizados” y consumidos igualmente por indios y
blancos.
Es
el análisis de la creación de estas representaciones en
el plano ideológico el objetivo de estas líneas, a través
de la revisión de textos escritos por religiosos en España
y en Yucatán, que discuten la idea del indio y le asignan un rol
determinado en el conjunto social. Pero debemos tener presente que esta
idea de Cardoso de representaciones colectivas que trascienden al individuo
y expresan “una realidad más alta”, o sea la propia
sociedad, debe matizarse con las propuestas de Guillermo Bonfil cuando
afirma que las representaciones colectivas siempre forman parte de una
cultura específica y que la identidad étnica, como expresión
ideológica, expresa también esa misma cultura porque se
generan en un universo social delimitado, donde confluyen todos los aspectos
de la vida social. Bonfil considera que el orden colonial español
es por naturaleza excluyente y “descansa en la incompatibilidad
entre la cultura del colonizado y la del colonizador”, por lo que
hay que ajustar la cultura colonizada para que se adapte al orden colonial.
Pero hay que destacar que el objetivo último no es asimilar la
población sometida a la cultura dominante sino lograr la aceptación
del dominio, por tanto, la diferencia se mantiene porque justifica la
dominación colonial.8 En este orden de ideas, no podemos perder
de vista que el ámbito de las representaciones, que constituye
el objetivo de este trabajo, no es más que una parcialidad en la
conformación de la frontera étnica.
Nuestro
análisis se limita al discurso del grupo conformado por los religiosos,
que aún cuando es muy importante por su papel rector en el plano
ideológico, su generación de imágenes sobre los indios
es solamente un aspecto en la creación de representaciones pues
los otros grupos de poder también generan ideas que conformaron
la representación de la imagen del indio en Yucatán. Para
completar el espectro de las representaciones sería necesario también
penetrar en la creación de imágenes al otro lado de la frontera
a partir de las fuentes indígenas que nos brindan la visión
de sí mismos y “del otro en el marco de la situación
colonial.
Visión del indio en la polémica sobre la
conquista
La construcción
de la idea del indio se dio en el marco de las controversias sobre la
irrupción de América en la historia occidental, cuando se
generó un acalorado debate sobre la condición del hombre
o un ser irracional. La difusión del apasionado discurso de Bartolomé
de las Casas magnificó la existencia del indio. En realidad esta
controversia se circunscribió a las disputas que hubo en la isla
Española sobre la capacidad de los indios para regirse por sí
mismos, pero aún cuando la idea de la supuesta animalidad de los
indios se manejó en ciertos sectores, no se han encontrado evidencias
suficientes para afirmar que gente involucrada en la controversia de la
conquista la haya tomado demasiado en serio.9 Y esto no es casual, ya que
si se hubiera determinado que la condición de los indios no era
humana, se hubiera perdido la justificación legal e ideológica
de la conquista, es decir la evangelización, pues no es posible
la conversión de las bestias. De esta manera, una vez que se determinó
que la población americana formaba parte del género humano,
la discusión se centro en la exposición de argumentos relativos
a la existencia de derechos políticos y de propiedad, derivados
del derecho natural, para estos nuevos pueblos y por tanto se cuestionó
el derecho de conquista. Cabe aquí resumir las posiciones de los
principales actores, casi todos religiosos, de este debate ideológico.10
Personaje
central en esta polémica fue el dominico Francisco de Vitoria
(1483-1546)11 , quien al abordar las causas de guerra justa contra los indios
negaba que los pecados contra natura fundamentaran el derecho de conquista
pues en ese caso, afirmaba, habría que empezar con los propios
europeos. Proponía que sólo era justa la guerra por motivos
de sacrificios humanos y canibalismo “como sucede en Yucatán”,12 pero que cesando estos crímenes no debía continuar la ocupación
de territorios ni la usurpación de bienes. Aún entre los
que negaban el estado de pecado como causa de guerra justa, existía
el consenso de rechazar estas expresiones de religiosidad prehispánica.
La posición de Vitoria en lo que respecta a los derechos políticos
y de propiedad partía de considerar que los americanos antes de
la conquista tenían gobierno constituido y eran verdaderos dueños
de sus propiedades, por lo que aducir pecado, infidelidad o demencia para
quitarles posesiones y gobierno no era legítimo. A pesar de esta
consideración, Vitoria introduce una posibilidad para legitimar
el dominio español cuando asevera que “solamente habría
algún fundamento para ejercer sobre los que son bárbaros
una especie de protectorado conveniente”.13
Hay
que destacar esta idea de la necesidad del tutelaje presuponiendo barbarie
en la población americana porque tuvo una gran trascendencia al
servir de aval ideológico para la existencia de la servidumbre
indígena, y se basaba en la propuesta filosófica aristotélica
sobre la esclavitud o servidumbre natural. Vitoria retomó esta
misma idea cuando al final de su exposición de los 7 títulos
ilegítimos de conquista y 7 legítimos, añadió
un octavo título legítimo, del que decía no estar
muy seguro por ser de oídas, que consistiría en la posible
incapacidad de los indios para su justo gobierno. Enfatizaba esta propuesta
agregando que “aquí podría valer lo de que algunos son siervos por naturaleza”. Sin embargo, puntualizaba
que la ocupación de los nuevos territorios por estos títulos
basados en el supuesto de barbarie o servidumbre natural debía
tener un carácter temporal, únicamente mientras se preparaba
a la población americana para una pronta emancipación política,
enseñándolos a gobernarse a sí mismos, salvaguardando
los derechos de la persona entre ellos mismos y con respecto a las otras
razas.
El
campeón de la defensa de los derechos de los indios ante la conquista
fue sin duda Bartolomé de Las Casas (1484-1566). En 1511,
en la Española, fue testigo de la actividad del dominico fray Antón
Montesinos quien denunciaba las injusticias que se cometían contra
los indios. Las Casas fue nombrado protector de la población indígena
y como tal pidió la abolición de la esclavitud14 y un trato
más justo para la población americana. Desplegó una
intensa actividad para presionar la promulgación de las Leyes Nuevas,
y luego en Chiapas y México trabajó intensamente para lograr
su cumplimiento; además, libró una lucha encarnizada contra
la institución de la encomienda.15 La visión lascasiana del
ser humano americano está claramente definida en su participación
en la polémica, que ya no discutía más si los indios
eran racionales sino el grado de su racionalidad, sobre si eran tan bárbaros
que necesitaban ser gobernados por un español. Las Casas defendió
la posición de que eran capaces de gobernarse a sí mismos
por tener un alto nivel racional, que se probaba por el grado de desarrollo
cultural alcanzado en las culturas americanas.
Los
escritos de Las Casas se difundieron mucho en Europa y sus acusaciones
contra los conquistadores y colonos alimentaron la Leyenda Negra contra
el imperio español, pero también construyeron una imagen
del indio que repercutiría más adelante en la generación
de la idea europea de la ilustración sobre el “buen salvaje”.
Su descripción de la población americana es como sigue:
son gentes
las
más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas,
fidelísimas a sus señores naturales y a los cristianos
a quien sirven; más humildes, más pacientes, más
pacíficas y quietas, sin rencillas ni bollicios, no rijosos,
no querellosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas, que
hay en el mundo.16
Completaba
esta imagen de la población americana con una descripción
de su condición física que se encaminaba a justificar sus
demandas en torno a la abolición de la esclavitud y los trabajos
forzados. Decía que los indios americanos son “las gentes
más delicadas, flacas y tiernas en complisión y que menos
pueden sufrir trabajos, y que más fácilmente mueren de cualquier
enfermedad”. Las Casas abogaba por la racionalidad de los indios
al decir que eran “de vivos entendimientos, muy capaces y dóciles
para toda buena doctrina”, y resaltó una característica
especial: su desapego por las cosas materiales pues afirmaba que eran
“gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer
de bienes temporales, y por esto no soberbias, no ambiciosas, no cubdiciosas”.
Esta supuesta pobreza de espíritu como característica de
los indios jugó un importante papel al permitir que se generara
la utopía de la construcción del reino milenario en una
nueva sociedad, basada en la evangelización de la población
de América.
La
detallada idea lascasiana del hombre americano tuvo su contraparte al
otro lado de la frontera en la imagen que presentó a través
de sus denuncias por los atropellos que cometían los españoles
que llegaban a América. Decía que los europeos que entraban
en contacto con los indios irrumpían entre estas ovejas mansas
“como lobos y tigres y leones crudelísimos de muchos días
hambrientos” y que no hacían otra cosa “sino despedazarlas,
atarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas”.17 De esta manera se construyeron dos imágenes estereotipadas y separadas
por una división tajante que alimentó la conformación
de la frontera étnica. También sirvió de sustento
para la segregación colonial al validar la necesidad de separar
a la república de indios de la de españoles, con el argumento
de proteger a las mansas ovejas de los abusos y excesos y preservarlas
de los malos ejemplos de los vicios de la vieja Europa.
El
principal oponente de Las Casas fue sin lugar a dudas Juan Ginés
de Sepúlveda (1489-1573), cronista y capellán de Carlos
V, quien sostuvo posiciones contrarias a casi todas las tesis lascasianas.
Fue defensor de la conquista como medio de evangelización y consideraba
que los indios eran bárbaros por naturaleza y por tanto, destinados
a la esclavitud. En 1550 y 1551 se llevó a cabo en España
la célebre polémica cuyos personajes centrales fueron Las
Casas y el propio Sepúlveda retomó también la idea
aristotélica de la servidumbre natural cuando enumeraba las causas
de justa guerra y añadía que en el caso de las Indias había
otras causas no tan evidentes ni comunes como la “rebeldía
de los menos dotados, que son siervos por naturaleza”. Para él
la servidumbre era la rudeza congénita de algunos y era “algo
natural que el más inteligente mande al que lo es menos”.
Y eso encontraba en la barbarie de los indios, que eran inferiores y por
naturaleza debían servir, y era guerra justa el obligarlos. Opinaba
que si no había otro remedio para lograr la necesaria sujeción
de los americanos se debía recurrir a la guerra.
Vale
la pena extendernos un poco en las propuestas de Sepúlveda por
la repercusión que tuvieron en la conformación del inconsciente
colectivo de las sociedades coloniales españolas, que se refieren
a la asignación de servidumbre natural a la condición de
la población americana y a la idea de la superioridad blanca e
inferioridad india. En varios trabajos Sepúlveda abordó
y argumentó alrededor de esta idea de la servidumbre natural, especialmente
en su Tratado sobres las justas causas de la guerra contra los indios
escrito en forma de diálogo. En este escrito proponía que
era causa de guerra justa “someter con las armas, si por otro camino
no es posible, a aquellos que por condición natural deben obedecer
a otros”. Ante esta aseveración el interlocutor le preguntaba:
Y quién
nace con tan infeliz estrella que la naturaleza le condena a servidumbre?
A
lo que Sepúlveda, en boca de Demócrates, contestaba señalando
primero la diferencia entre lo que los jurisconsultos y los filósofos
consideraban la servidumbre. Para los primeros era cosa nacida de fuerza
mayor por el derecho de gentes o civil, pero para los filósofos
era “la torpeza de entendimiento y las costumbres inhumanas y bárbaras”.
Agregaba que había muchas formas de dominio y potestad como la
del padre a sus hijos, el marido a su mujer, el señor a sus siervos,
el rey a los pueblos de su imperio, y aún cuando fueran potestades
diferentes todas se reducían a un mismo principio”: “que
lo perfecto debe imperar y dominar sobre lo imperfecto, lo excelente sobre
su contrario”.18 Sepúlveda, la servidumbre era una ley natural
a la que sometían tanto los hombres como los animales, y deducía
que:
Por
eso el varón impera sobre la mujer, el hombre adulto sobre
el niño, el padre sobre sus hijos, es decir, los más
poderosos y más perfectos sobre sus hijos, es decir, los más
poderosos y más perfectos sobre los más débiles
e imperfectos. Esto mismo se verifica entre unos y otros hombres habiendo
unos que por naturaleza son señores, otros que por naturaleza
son siervos.19
Argumentaciones
de este tipo sobre la idea de la servidumbre natural se utilizaron profusamente
para justificar lo injustificable: la situación de sujeción,
sometimiento y explotación de la población americana.
En
al ámbito novohispano la polémica se basó, no sólo
en argumentaciones filosóficas, sino en la experiencia directa
que los misioneros tenían debido a sus actividades evangelizadoras
en los pueblos indígenas. Aquí la polémica giró
en torno de cuestiones como el trato que debían recibir los indios,
la manera de evangelizar o la conveniencia de promover la integración
o la segregación de la población indígena. Las distintas
posiciones asumidas por los religiosos en cada uno de los asuntos discutidos
tienen como trasfondo la difusión de las ideas contrapuestas sobre
los indios en extremos que van del “buen salvaje” al siervo
por naturaleza.
Entre
estos religiosos destacó fray Toribio de Benavente o Motolínia (?-1569), franciscano que vino con los primeros doce que llegaron en 1524
y que trató de justificar la esclavitud y la guerra de conquista
como medio de evangelizar. Fue muy contrario a Las Casas y lo denigró
ante Carlos V, imputándole exageración en sus escritos en
su famosa carta al emperador de 1555. En esa misiva justificaba la conquista
por la idolatría generalizada, y por la crueldad y opresión
que los aztecas imponían a los pueblos bajo su dominio. Motolínia
utilizaba como argumento las matanzas de prisioneros que realizaban los
indígenas para avalar que los religiosos se acompañasen
en sus laboras de evangelización de gentes de armas, y no como
Las Casas pedía, en son de paz y tratando de convertir por la persuasión
y el ejemplo. Defendía la institución de la encomienda y
cuestionaba lo que aseguraba Las Casas sobre la imposibilidad de absolver
a los encomenderos que no restituyesen la libertad y bienes a los indios.
Afirmaba que los esclavos que se habían hecho eran por causa justa.
Otro
personaje que contribuyó con sus ideas sobre la población
americana fue Vasco de Quiroga (fines de la década de 1480-1565)
quien llegó como laico, oidor de la Real Audiencia y redactó su Información en Derecho donde presentó sus opiniones
sobre la polémica de la conquista. Fue electo obispo de Michoacán
sin ser sacerdote por su actuación para corregir los entuertos
de la Primera Audiencia. Fray Juan de Zumárraga le dio todas la
órdenes clericales y lo consagró como obispo. Quiroga defendió
los derechos humanos de los indios y llevó a cabo el experimento
social de los hospitales de Santa Fe. Destaca su posición como
partidario del mestizaje racial y cultural; en este sentido opinaba que
los repartimientos y encomiendas debían ser a perpetuidad porque,
ya que indios y españoles eran elementos inseparables de la nueva
sociedad, al abolir esas situaciones se separarían indios de españoles
impidiendo el mestizaje. Planeó su catedral y ciudad diocesana
precisamente para propiciar el mestizaje, pero el virrey Mendoza se opuso
y mandó que hubiera dos ciudades, una para cada raza, reafirmando
el ordenamiento de las repúblicas separadas de indios y españoles.
En un opúsculo que controversialmente se le atribuye a don Vasco,
se planteaba que era una obligación para los españoles dar
a los indios la cultura europea, incluso con la violencia. Se postulaba
la vigencia y necesidad de la jurisdicción temporal del Papa y
el que los pecados del infiel le quitaban el dominio. En realidad la posición
de Quiroga era que los indios no perdían el dominio con la conquista
y sólo se les podía tomar tributos para compensar lo gastado
de la guerra.
Fray
Juan de Zumárraga (1468-1548) también intervino en
la polémica novohispana. Fue franciscano, gran misionero, primer
arzobispo de México y acérrimo defensor de los indios. Negaba
que se pudiese hacer esclavos en la guerra de conquista y aludía
a 7 razones. Defendía de manera doctrinal los derechos humanos
de los indios y opinaba que el dominio de los españoles sobre los
indios debía reducirse al necesario para la evangelización,
y que una vez realizada debían perder el dominio, o sea, postulaba
el tutelaje temporal.
En
este contexto de la discusión, el agustino, Alonso de la Vera
Cruz (1504-?), quien fue maestro de teología, nos presenta
una rara evidencia de tolerancia y una avanzada propuesta de relativismo
cultural, a pesar de que la premisa de la barbarie de los indios está
presente. Cuando planteaba los 8 títulos ilegítimos de conquista
y los 8 legítimos, el 4to. título legítimo que postulaba
era que hubiera un régimen tirano entre los indios pues la guerra
sería contra el tirano, pero él mismo invalida este título
cuando dice que
a
mi no me consta que haya sido así: que gobernaban tiránicamente
y no para el bien de la sociedad. Quizá esto que parece tiránico
desde el punto de vista de una nación, sería conveniente
y adecuado desde el punto de vista de esta gente bárbara, como
si fuera mejor que estuvieran gobernados por sus señores con
temor e imperio y no con amor.20
La
negligencia o pereza ha quedado fijada hasta el presente como característica
impuesta en la ideologización de la categoría de indio.
Pero fray Alonso cuestionaba esta característica y la negligencia
que se achacaba a los indios como argumento para quitarles sus pueblos
y encomendarlos. Decía el agustino que el quitarles el dominio
no
puede ser dicho que [es] por causa de la negligencia del pueblo o
del verdadero o antiguo dueño, antes de la llegada de los españoles,
porque en esto no son negligentes quienes si pudieran descansarían,
clamarían si fueran escuchados por la tiranía y opresión
que padecen, no por parte del emperador, sino de aquellos a quienes
les fue concedida la custodia del pueblo, quienes los devoran como
comida de pan, los explotan, desgarran y destruyen y de ninguna manera
[los] defienden, sino que piensan que ellos ofrecen obsequio a dios
mientras más [los] afligen con tributos y otras exacciones.
Soy testigo ocular.21
Sobre
la encomienda, apuntaba que el rey puede dar un pueblo a alguien, pero
no en propiedad, sino para que lo represente “y lo haga trabajar”
y reciba tributos moderados a cambio de dirigir y proteger a sus encomendados.
Los tributos debían ser para el bien común y no para el
privado, por lo que no se debía exigir cuanto fueran capaces de
pagar. Aceptaba la validez del derecho emanado de la antigua sociedad
prehispánica pues afirmaba que los indios tenían sus leyes
y sus gobernantes legítimos, y por ello no podían ser despojados
de su dominio alegando su infidelidad, pues tendría que devolvérseles
en ese momento que ya se habían convertido en la fe.
La visión del indio en Yucatán
Debido a la conquista tardía de la provincia yucateca, en el ámbito
regional no encontramos polémicas alrededor de los títulos
legítimos para la conquista ni sobre la racionalidad del indio,
porque eran asuntos que se habían sanjado ya. Se había decidido
la calidad inferior de los indios con relación a la “gente
de razón” y se generalizaba la idea de la servidumbre natural
o necesaria, aún cuando temporal. El protectorado conveniente en
palabras de Vitoria. En Yucatán los planteamientos giraron en torno
a la construcción de argumentos para legitimar esa inferioridad
natural y su condición destinada a servidumbre. Otro punto de controversia
fueron las diferencias de opinión sobre el trato, que debieran
recibir los nuevos cristianos, que dependía de las distintas consideraciones
sobre la naturaleza de los indios yucatecos. El trato estaba en relación
directa con la imagen construida del indio, con sus cualidades y defectos
asignados desde el pensamiento colonial. La imagen –lascasiana-
del indígena virtuoso, humilde, desapegado a los bienes materiales
persistió, pero se le sobrepuso la del indio contumaz, holgazán,
pernicioso y necesitado del castigo y el tutelaje. A ambas ideas del indio
se recurrió cuando el objetivo del discurso lo hizo necesario.
En
la capital novohispana ya desde los primeros años de dominio colonial
había surgido la polémica sobre el trato que debían
recibir los indios, en especial en lo que respecta a la evangelización.
La orden franciscana, animada por la utopía milenarista, proponía
en un principio que la conversión debía realizarse únicamente
a través de la palabra y del ejemplo. Pero los escasos resultados
de esta política los llevaron a tomar la decisión de que
cuando el ejemplo y la palabra no bastaran, se les aplicaran a los indios
castigos corporales ante las transgresiones.22 La idea del tutelaje o protectorado
conveniente llegó a sustraer a los indios de la jurisdicción
de la inquisición después de que este tribunal condenara
a muerte al cacique de Texcoco por idólatra. Pero esta misma idea
implicaba considerar a los indios como menores de edad, y como a niños
que debían ser castigados como en España los padres y maestros
lo hacían. Las diferentes posiciones sobre el trato que había
que darles a los indios son el resultado de las diferentes expresiones
ideológicas producidas por la transición de la mentalidad
medieval a la renacentista. Actitudes dogmáticas y conciliatorias,
ortodoxas y críticas, rígidas y flexibles se manifestaron
y entraron en contradicción en estos años, a veces en una
misma persona. El marco temporal ideal para la manifestación de
este choque ideológico fueron los primeros años coloniales,
debido a la posibilidad de crear y recrear una sociedad nueva y diferente
de la europea. El fracaso de la utopía y la estabilización
de la situación colonial, así como la imposición
de la mentalidad de la contrarreforma, provocaron que estas controversias
perdieran vigor después del primer siglo de la Colonia.
Las
diferentes posiciones sobre la concepción del indio y el trato
que debía recibir se hicieron evidentes en Yucatán durante
el conflicto entre fray Diego de Landa como provincial franciscano y fray
Francisco de Toral como primer obispo alrededor del problema de las idolatrías
indígenas en el año de 1562. Uno de los principales ingredientes
que influyeron en el enfrentamiento fue la discrepancia en las concepciones
ideológicas que con respeto a la evangelización mantenían
Landa y Toral. Esta diferencia es patente, aún cuando a los miembros
de la orden franciscana se le atribuye a la mística “milenarista”23 consistente en proponer el nuevo territorio americano como el espacio
ideal para recrear el reino milenario anunciado en el Apocalipsis, que
debía ser construido por frailes e indios. También influían
sobre el ambiente intelectual de la época la profecía de
Joaquín de Fiore sobre la era monástica del Espíritu
Santo y las ideas de Erasmo. Sin embargo, esta homogeneidad intelectual
es más aparente que real, pues la formación ideológica
de los religiosos franciscanos se llevaba al cabo en un ambiente de cambios
significativos durante los siglos XV y XVI, que podemos resumir en el
choque de la concepción medieval con la renacentista, es decir,
un enfrentamiento entre la ortodoxia dogmática y el humanismo.24 En el marco de este antagonismo ideológico podemos ubicar a Landa
encerrado en una concepción medieval y ortodoxa que no admite la
posibilidad de aceptar las diferencias y que opta por el rigor para extirpar
la idolatría indígena. En el otro extremo, los escritos
de Toral nos hablan de una posición más tolerante para aceptar
estas diferencias culturales y que opta por métodos de conversión
basados en la enseñanza y el ejemplo.25
Estas
diferencias de concepción permearon todo el conflicto. Al enfrentarse
con la evidencia abrumadora sobre la persistencia de la idolatría,
los frailes se sintieron defraudados y cambiaron la percepción
positiva que tenían sobre la población indígena.
Landa describe su visión de los indios ante la evidencia de la
continuidad de sus prácticas idolátricas e incluso afirma
que eran peores que en la época de su gentilidad:
con
ser como los desventurados son tan flacos y mudables y tan inclinados
a la idolatría, y con la esperanza de tomarse a sus vicios
y pecados pasados de amancebamientos, repudios y borracheras y hacerse
esclavos unos a otros [...] vinieron a tanto mal [...] que en su infidelidad
no eran tan malos y perdidos.26
Las
posiciones encontradas del obispo y los frailes franciscanos se hicieron
patentes en el problema que se generó a causa de un sermón
que predicó fray Juan de Pizarro en una misa oficiada por el obispo
Toral.27 La misa se celebró un viernes con dos festividades grandes
que ofrecían la oportunidad de predicar: la feria de la Samaritana
y el día del bienaventurado San José. El obispo decidió
que por ser fiesta tan solemne y doble, había necesidad de un sermón
del obispo. Según el propio fray Juan, el obispo dijo que al predicar
ambos en la misa.
haríamos
una ensalada diciendo de la una un poco y de la otra otro poco, con
tal condición que yo pondría el vinagre, pues mis palabras
serían agrias, acedas y desabridas [...] pero que la devoción
de sus caridades [del obispo] sería tanta y tan buena que mezclada
su devoción con mi indevoción sería aceite rosado
y así darían sabor al sermón.28
Los
conceptos vertidos por Fray Juan durante este sermón provocaron
el rechazo decidido del obispo y generaron un problema entre el religioso
y Toral. Con este motivo, fray Juan le escribió a Landa para informarle
de los pormenores de este incidente e incluyó parte de su sermón.
Al hablar de la Samaritana, la posición intransigente y radical
del grupo de Landa con respecto a los inculpados de idolatría se
manifestó en las palabras de fray Juan:
plugiese
a Dios que tanto odio y aborrecimiento tuviesen los cristianos españoles
a estos perros herejes idólatras, enemigos de Dios y de nuestra
santa fe católica, como los judíos a los samaritanos,
porque no habría tantos sacrificios ni tantos idólatras.29
En
su sermón fray Juan acusó directamente al obispo Toral cuando
afirmó que “aquellos que los habían de castigar, aquellos
las defienden30 y en lugar de ponerles temor les dan calor, pues los defienden”.
Además rebatió los argumentos que se oponían a la
aplicación de métodos violentos para erradicar las manifestaciones
de religiosidad indígena. Al argumento de que el castigo causaría
la despoblación pues los indios se irían a los montes, fray
Juan asentó que más vale que se vayan a los montes y no
que los “lobos infernales” se los lleven a los infiernos.
A las quejas sobre las heridas producidas por los castigos extremos y
que incluso dejaban inválidos a los indios, fray Juan contestó
que más vale que la mano “se le manque y le falte que no
el ánima”.
En
su carta dirigida a Landa, fray Juan menciona que el obispo le reclamó
que llamara perros a los indígenas infractores, pero él
se justificó diciendo que si san Pedro llamó perros a los
pecadores, con mayor razón se les puede llamar así a los
indios pues no sólo eran pecadores sino idólatras manifiestos
y porque “hartáronse en las carnicerías de sus idolatrías”.
Para este fraile, le necesidad del castigo riguroso se desprende de la
concepción compartida del tutelaje que considera que los indios
son menores de edad y párvulos y
por
tanto se debe castigar y domar, porque cuando serán mayores
estarán tan obstinados que no habrá quien pueda con
ellos, ni rey ni roque. Mírenlo por los luteranos, que si luego
a los principios les quebraran cabezas y manos no se levantaran.31
Toral
se opuso rotundamente al uso de estos métodos violentos y abogó
por el convencimiento para lograr la conversión de los indígenas.
Opinaba que lo que los reos indios sometidos a interrogatorio por idólatras
confesaron contra sí mismos “había sido por temor
y porque los atormentaban y que muchos de ellos los habían dejado
mancos y de ellos muertos” y
que
Cristo no decía que no comunicasen con los infieles y que para
atraerlos a la fe era necesario comunicación y conversación
cristiana, pues Nuestro Señor los había comunicado y
predicado para enseñarles la carrera de salvación.32
La
reacción del obispo Toral al sermón de fray Juan de Pizarro
fue muy violenta y lo acusó de hereje y de judío, amenazándolo
con someterlo a juicio. Ante el escándalo de los religiosos, Toral
se dirigió a los principales indígenas y a sus justicias
de la manera siguiente:
Mira
que os mando so pena de excomunión mayor que a estos frailes
no les deis de comer ni de beber ni aun tan sólo un jarro de
agua porque ha predicado herejías y os llamó perros
herejes.33
Ante
el repliegue de los franciscanos de sus actividades en los pueblos de
indios como protesta contra el obispo, Toral redactó unas instrucciones
para reglamentar los servicios mínimos en manos de los doctrineros
indígenas de los pueblos. Se nota en estas instrucciones, en primer
término, la convicción de que se debía adoctrinar
por medio del convencimiento y no utilizando métodos coercitivos,
así como la confianza en la capacidad de los propios indígenas
de ocupar cargos religiosos. Pero destaca en este documento la tolerancia
para permitir el ingreso a la iglesia inclusive de los adultos que no
pudieran aprender lo necesario de las cosas de la fe. Reduce los requisitos
al mínimo de asentir correctamente cuando se les interrogara sobre
las enseñanzas necesarias y disentir a ciertos cuestionamientos,
por ejemplo: -¿crees que hay muchos dioses? –No creo tal.
La
posición que propugnaba por un trato duro para relacionarse con
los indios se basó en el Tratado de Ciruelo, quien para apoyar
su opción por el rigor en el castigo a los herejes, se apegó a lo establecido por San Gregorio cuando afirmaba que:
la
experiencia me ha enseñado, que yo imprudentemente amansando
los herejes y supersticiosos, los he hecho peores de lo que eran antes,
y con esta blandura que he usado fuera de tiempo he hecho daño
a la iglesia: porque los hombres malvados no se ablandan con la blandura,
ni se dexan vencer con la humanidad.34
Esta
posición rígida para con los indígenas transgresores
del orden colonial fue ampliamente recibida y aceptada, porque reforzaba
de manera efectiva el control sobre los indios y afianzaba en los hechos
la idea de la superioridad blanca. Pedro Sánchez de Aguilar comparte
esta idea de la necesidad de tener una actitud enérgica con respecto
a los idólatras. Su posición no podía ser más
radical cuando afirmaba que “si se puede combatir a los idólatras
[según la doctrina de Covarrubias], mucho mas se les puede desterrar,
ahorcar, quemar, según dispone el Derecho”.35
Aquellos
que abogaban por no aplicar castigos corporales a los indios consiguieron
la expedición de una serie de cédulas prohibiendo esta práctica.
Por esta razón, los religiosos franciscanos en un memorial enviado
al Real Consejo en 1586 para plantearle diversos asuntos de la provincia,
solicitaban se ponga el remedio al haberles quitado “el poder castigar
y corregir paternalmente a los indios como lo solían hacer”.
Señalan que de esta situación se vienen muchos males.
porque
como estos miserables son de condición servil, quitarles
el templado castigo es destruirlos, porque vienen a tener en poco
los religiosos y por consiguiente a su doctrina.36
De
esta manera, a través de la coerción, los religiosos franciscanos
lograron tener un gran ascendiente y poder sobre la población indígena,
lo que motivó una queja del obispo fray Juan Izquierdo. Este obispo,
en carta al rey de 1598 donde responde a una solicitud de información
de varias cuestiones, hablaba de la pobreza de la iglesia secular y del
gran poder que concentraban los religiosos franciscanos. Describe el dominio
de los frailes sobre los indios de la manera siguiente:
los
frailes de esta provincia están muy enseñoreados de
estos indios y de tal manera tienen imperio y dominio sobre ellos
que apenas los indios conocen y respetan al obispo ni a los gobernadores
sino a los frailes [...] es tanta la superioridad que tienen sobre
los dichos indios en todas las cosas que [...] no conocen otro juez
ni prelado sino a los dichos frailes.37
La
necesidad de someter y controlar a los indígenas avalada por el
constante temor a una posible sublevación, justificaba las continuas
peticiones para que los religiosos pudieran hacer uso de los castigos
corporales con la población indígena que infringiera las
normas. Una solicitud en este sentido se planteaba en una carta al rey
de 1605, donde el obispo Diego Vázquez de Mercado le informaba
de asuntos eclesiásticos y hablaba del constante problema de la
idolatría indígena. Entre las causas que él señala
para la continuidad de las prácticas idolátricas, como son
la deficiencia en el adoctrinamiento y la dispersión de la población,
destacaba que a él le parecía ser
[...]
muy necesario que los indios reconozcan sujeción a los religiosos
y ministros y que entiendan que para ser enseñados puedan ser
apremiados por los dichos religiosos y castigados con castigos de
padres a hijos, y no que estén tan sobre sí [que] porque
un religioso de a un indio cuando convenga cuatro cordonazos con el
cordón que trae ceñido, tenga libertad para venirse
a quejar al gobernador [...] Los religiosos no tienen cárceles
ni cepos ni castigan judicialmente a los indios sino raras veces,
y éstas como digo como padres a hijos.38
El
uso de la fuerza que ejercían los religiosos sobre los indios era
cuestionado en ocasiones por el poder civil. Así ocurrió
cuando en 1605 don Melchor Ná, indio principal y gobernador del
pueblo Cenote Ake de la provincia de Tizimín, se quejó ante
el gobernador don Carlos de Luna y Arellano del padre fray Pedro de Rea
del convento de Mérida porque “le había hecho azotar
públicamente con grande afrenta suya y escándalo del pueblo”,
a pesar de la prohibición real para que los religiosos no tuvieran
cepos, cárceles, ni azotaran a los indios. Don Carlos dio a entender
al indio “para su consuelo y muestra de amparo” que el rey
no quería, antes le ofendía el que los religiosos azotasen
a los indios y ejerciesen en ellos su jurisdicción “no la
teniendo”, y que no se alborotase ni desconsolase, que él
como ministro y en el nombre del rey le ampararía y pondría
remedio al caso. Cogolludo dice que la protección que brindó
el gobernador Luna al principal indígena fue mal interpretada por
éste y que cuando volvió a su pueblo.
lo
que dijo el gobernador, siendo tan justificado, de tal modo lo trocó,
y de tal suerte lo dio a entender a los indios, que perdieron mucho
el respeto a los religiosos, y decían que el gobernador mandaba
que no respetasen ni obedeciesen a los frailes, porque no les podían
hacer castigo alguno.
Sánchez
de Aguilar, en su informe contra los idólatras, al tratar sobre
la potestad de la iglesia para someter y castigar indios idólatras
sin el auxilio del brazo civil, expone a la manera común en los
escritos de este tipo, argumentos en pro y en contra que reflejan las
diversas ideas. Entre los cinco argumentos en contra señala que
los indios recién convertidos “son como plantas sin raíz,
como párvulos en e conocimiento profundo” y por ello deben
ser “tratados como plantas tiernas y párvulos, luego no deben
ser castigados según la gravedad de sus delitos”. Se señala
también que “los indios recién convertidos son incapaces
de dolo, ignorantes, rústicos, bárbaros [... y] sus delitos
por estas causas son excusables”. Refuta especialmente este argumento
“por lo referido consta bastante la audacia e irreverencia de nuestros
indios, que ya no pueden llamarse bárbaros, rústicos, incapaces
y párvulos [... pues] si fueran rústicos y bárbaros,
no hubieran aprendido toda la doctrina Cristiana, la que recitan en su
idioma todos los días festivos.40 Después de hacer una amplia
descripción de la sociedad maya yucateca, reitera:
[...]
todo lo cual refiero por público y notorio en prueba de que
no son hoy tan rústicos, y bárbaros, como lo fueron
sus abuelos y bisabuelos ahora ochenta años [...]. Y presumo,
que los Moriscos que tantos años vivieron en España
repartidos, no eran tan hábiles y capaces, como estos indios
lo son el día de hoy.41
Los
diez argumentos que Sánchez de Aguilar presenta a favor del uso
de la fuerza se basan en la buena disposición con la que los indios
aceptaron la fe y el tiempo de adoctrinamiento que ya tenían con
buenos ministros, el grado de conocimiento que demostraban de la doctrina
y la dificultad para solicitar auxilio al sorprender in fraganti a los idólatras. Refiere las acciones que él mismo llevó
a cabo al descubrir las idolatrías de los indios bajo su cargo:
destrucción de altares, aprehensión y encarcelamiento de
los culpables y formación del proceso. Añade: “si
el obispo de Chiapas Bartolomé de Las Casas, acérrimo defensor
de los indios, hubiera visto esto, no dudo que [se hubiera portado] cual
otro Matatías”.42 Sobre los castigos corporales cita un acta
del concilio de Lima que apunta
que
siendo los indios tan fáciles y nada perspicaces, se debían
abstener el usar de excomuniones y otras censuras con ellos; pero
que para conservar la disciplina eclesiástica y la Religión,
era necesario emplear alguna pena exterior y corporal que desde remotos
tiempos con esta clase de gentes se sabe hacerse practicado.43
Cogolludo,
en su historia de Yucatán, deja ver las ideas contrapuestas de
una buena disposición natural de la población india a la
par de características perniciosas del carácter. Cuando
hace su descripción de la vida de los pueblos indios bajo la custodia
de los franciscanos, destaca la importancia de la educación de
los niños, ya que las plantas nuevas fácilmente se erigen
con rectitud y hermosura agradable a la vista, si la solicitud del que
las planta no desmaya en la asistencia a cultivarlas”. Pero desde
luego que esta educación no podía dejarse en manos de sus
padres naturales, “porque con sus continuos trabajos y natural
descuido, aun para lo temporal peligra lo político de su educación”.44
Estas
ideas sobre la condición de la población indígena
que postulaban los miembros de la iglesia tienen continuidad a lo largo
del período colonial. Estas concepciones, especialmente la necesidad
de mantener el tutelaje, fueron claramente expresadas en un alegato que
hicieron los curas ante el obispo en 1822 para protestar contra el proyecto
acordado de la diputación provincial de sustituir las obvenciones
de los indios con una contribución directa.45 En primer lugar, calificaban
a los partidarios de las nuevas ideas liberales de “fingidos amantes
de la humanidad” y que el gobierno de los pueblos indios, sin el
tutelaje de los religiosos, había caído “en manos
bárbaras o ignorantes” que no podían exigir ningún
pago directo. Se quejaban de la ruina de las instituciones coloniales
a raíz del establecimiento de la Constitución de Cádiz
cuando añadían que
Las
doctrinas han desaparecido; la juventud, que se educaba a las puertas
de nuestros templos, se ha negado a concurrir a pretexto de escuelas, á que tampoco concurren; de suerte, que los indios en cuatro
o cinco años, volverán a su antigua barbarie.46
En
estas líneas llama la atención que las ideas que dieron
sustento para la tutela sobre los indios, que debía ser temporal
únicamente como paso para su emancipación, hayan sido canceladas
puesto que opinaban que después de tres siglos de tutelaje bastarían
4 o 5 años para el retorno al salvajismo. La idea del indio que
estos curas tenían es bastante descriptiva además de contener
una confesión implícita del fracaso de la empresa “civilizatoria”
que el sistema colonial español se comprometió a emprender
en América. Afirman que:
El
indio es una clase de gente desaplicada, que no conoce ninguna obligación
civil ni religiosa. La costumbre o fuerza de la ley son los únicos
agentes que le hacen obrar. Amante de la ociosidad, como todo hombre
en estado de naturaleza, resiste aquello que le pueda traer algún
trabajo. Sin otras necesidades que las naturales, sin otra ambición,
sin amor a la comodidad de la vida [...] carece de los principales
resortes que mueven al hombre en sociedad. Como con poco viven, con
poco se alimentan [...] se abandona a la pereza y al reposo, si al
ansia de embriagarse, a que son tan propensos, no los vuelve a la
faena y al trabajo. ¿Cuándo se habían visto dragones
en los pueblos de provincia auxiliando la exacción de contribuciones?
¿Cuándo se habían resistido a pagarlas por ningún
motivo? Desde que la ignorancia dio a entender a hombres rudos, que
eran libres, sin explicación en lo que consistía su
libertad.47
Una
abierta confesión del fracaso de la idea original del tutelaje
temporal, pues tres siglos de colonialismo no fueron suficientes para
explicarles a los indios que eran hombre libres y la manera de ejercer
su libertad. Lo que había apuntado Vitoria a principios del siglo
XVI quedó en buenos deseos: que la ocupación de España
en América debía tener un carácter temporal, para
preparar a la población americana a una pronta emancipación
política enseñándolos a gobernarse a si mismos, salvaguardando
los derechos de la persona, entre ellos mismos y con respecto a las otras
razas.
La
conformación y persistencia de la frontera étnica a lo largo
de la Colonia fue un proceso que se dio a pesar de la idea “civilizatoria”
y homogeneizadora del orden colonial español. La categoría
del indio, en su carga ideológica, implica desde su origen la condición
de inferioridad natural, inapelable, como designio inescrutable de la
provindencia divina. En palabras de Bonfil, “Ante el pasmo por el
descubrimiento de “el otro”, se discutió primero su
misma condición humana y, una vez admitida, se fueron elaborando
las normas y acumulando las prácticas que convertirían la
presunción de inferioridad del indio, postulada, primero ideológicamente,
en una real inferioridad social dentro del orden colonial”48. Así,
la falacia de la idea de la inferioridad indígena avaló
la dominación colonial a través de la servidumbre natural
y generó una gran injusticia social. Ambos legados coloniales siguen
vigentes en la sociedad yucateca actual.
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