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El cristianismo de los mayas yucatecos

 

Durante el siglo XVIII el cristianismo indígena evolucionó en Yucatán en torno a tres prácticas religiosas y que los mayas manejaron como un solo sistema: el cumplimiento con los sacramentos y con los rituales propios de la ortodoxia católica, organizados por los religiosos españoles como misas y novenas; una religiosidad popular integrada alrededor de los santos patronos y las cofradías de los santos, y, por último los rituales sobrevivientes de la tradición prehispánica.

    Desde el punto de vista indígena se trataba de una sola concepción religiosa, aunque una parte de las ceremonias se tuviera que realizar fuera de la mirada de los españoles. Por su parte, los religiosos siempre consideraron los rituales prehispánicos como paganos, idolátricos y supersticiosos, pero nunca pudieron erradicar esas prácticas profundamente enraizadas en la forma de vida indígena, que con el tiempo se entremezclaron con las enseñanzas cristianas en un dinámico proceso de sincretismo religioso que aún perdura hasta nuestros días.

    La cristianización, en ocasiones indirecta, realizada por los frailes y curas españoles de la provincia Yucatán estuvo condicionada por diversos problemas de largo plazo, y que sólo pudieron enfrentar de manera parcial, entre los que destacan: la recuperación demográfica de la población indígena, sobre todo a mediados del siglo XVIII; el patrón de asentamiento disperso de los pueblos y de los ranchos a que obligaba la producción de maíz con el sistema de roza, tumba y quema; la necesidad de emplear la lengua nativa para el adoctrinamiento de los menores y para la evangelización en general, actividad que se fue perdiendo con el tiempo ya que según el obispo Juan Gómez de Parada, hacia las primeras décadas del siglo XVIII eran escasos los religiosos verdaderamente conocedores de la lengua maya, finalmente, las fugas y la gran movilidad territorial de la población indígena provocada por las frecuentes calamidades como sequías, temporales y plagas de langosta, así como el deseo de escapar de la explotación colonial.

    Hacia 1816 se habían establecido 83 curatos en Yucatán, y la mayor parte de ellos estaba en manos del clero secular, sin embargo, casi todas las cabeceras de curato se concentraron en la parte noroeste de la península y en torno a Campeche y Valladolid, lo que dejó un extenso territorio de ranchos indígenas con poca influencia católica.

    El adoctrinamiento de las nuevas generaciones estaba a cargo de oficiales religiosos nativos “de mucha razón” nombrados de acuerdo con la importancia que tuviera el asentamiento; maestros de doctrina, de capilla o fiscales, comúnmente conocidos como cambesah o maestros por los indígenas. Estos personajes actuaban, virtualmente, por su propia cuenta debido a la lejanía y escasa vigilancia de los religiosos. Sin embargo, el aprendizaje de la doctrina cristianajugaba un papel de vital importancia entre los indígenas; así, todaslas mañanas los menores eran congregados en los atrios de las iglesias o capillas, cerca de la puerta principal, separados en dos grupos, uno de varones y otro de mujeres, para enseñarles los rudimentos de la doctrina cristiana. Se esperaba que a una edad de entre 10 y 12 años, los menores tuvieran comprensión de la doctrina y pudieran comulgar. Lo principal consistía en enseñarles a decir las oraciones del Credo, el Padre Nuestro y el Ave María, así como el que adoptaran ciertas costumbres de uso diario como la bendición en la mesa, dar las gracias después de comer, encomendarse a Dios y persignarse al dormir. Después de la primera comunión, los varones dejaban de acudir a la doctrina para acompañar a sus padres en el trabajo agrícola y, por su parte las menores permanecían en sus casas ocupadas en los diversos trabajos, para resguardo de su honra, hasta contraer matrimonio.

    Los indígenas tenían la obligación de asistir a la misa dominical en donde se hacían explicaciones de la doctrina y los religiosos cobraban las obvenciones de acuerdo con la matrícula de tributarios. Se tenían, además, otras fechas consideradas como importantes, entre las que se cuentas el Jueves Santo, el Corpus Christi, los “finados”, la Navidad y, desde luego, las que correspondían al santo patrono del pueblo, y del barrio. Para los indígenas, la celebración más importante era la dedicada al santo patrono del pueblo, al cual se le ofrecía una fiesta anual financiada por las cofradías y que solía convertirse en una feria, en ella se realizaban comidas comunitarias, corridas de toros y procesiones.

    Como auxiliares de los representantes de la fe católica para el cumplimiento del culto religioso se nombraban sacristanes y cantores, así como músicos, cargo que se heredaba de padres a hijos. Estos cargos eran voluntarios y a diferencia de los maestros de doctrina no recibían pago alguno, por lo que en cada pueblo se nombraba a un grupo numeroso con el fin de que pudieran alternarse en el servicio.

    Sin embargo otra esfera importante de la actividad religiosa se desarrollaba fuera de la vigilancia de los españoles. Los mayas mantuvieron el culto y la creencia en un conjunto de deidades de la naturaleza que habitaban en los montes, a las que se les conoce como yumtzilo’ob, denominación que equivale a “patronos” o “dueños”. Se trata de los protectores de los animales, de las plantas y de los propios hombres. Los más importantes son los que se relacionan directamente con la producción del maíz, los chaaco’ob,a quienes se atribuye el control de las nubes y de las lluvias. La necesidad de atraerse la buena voluntad de estos dioses principales se vierte en un conjunto de ceremonias rituales dirigidas por los h-meno’ob, entre las que destaca el cha-chaac o ceremonia de invocación de la lluvia.

    Algunas costumbres religiosas de tradición prehispánica que sobrevivieron a la vida colonial, y que aún se encuentran presentes entre los mayas actuales de Yucatán, son las ceremonias que se realizaban periódicamente para asegurarse buenas cosechas o u-hanli-col, así como otras menores en diversas actividades de la milpa. También perduraron otros ritos como el encaminado a la obtención de una buena caza y los que corresponden al ámbito familiar, como el hetsmek’, una ceremonia doméstica que se realiza para encauzar la educación de los menores y su adscripción al papel sexual que les corresponde. El acervo de elementos de la antigua religión que trascendieron a los siglos de la dominación colonial incluye la utilización de plantas rituales, así como del saca’ un alimento preparado con base en el maíz y del balche’. Se continuaron la adivinación y la curación de enfermedades mediante el empleo de ensalmos y ofrendas y en todos los casos los rituales y costumbres se mezclaron con oraciones y peticiones a los santos y con el uso de los símbolos del cristianismo, en especial de la cruz.

    En buena medida la continuidad de la tradición prehispánica estuvo sustentada en un conjunto de conocimientos comunes a todos los indígenas, así como a los conocimientos especializados de los rituales que poseían los h-meno’ob y que se trasmitían a sus descendientes de manera selectiva. Los documentos históricos no ofrecen información sobre estos personajes porque su labor era considerada como negativa por los religiosos, pero afortunadamente la moderna etnografía, desde los trabajos de Robert Redfieldy Alfonso Villa Rojas a mediados del presente siglo, atestigua la importancia de su labor como continuadores de la tradición indígena. Por desgracia no hay información clara y suficiente sobre hasta qué punto se mantuvo en la cosmovisión de los mayas la concepción cíclica de la historia y las prácticas de adivinación.

    Durante el transcurso del siglo XVIII, en los pueblos de Yucatán se multiplicaron de manera profusa las cofradías dedicadas a los santos patronos y a otras imágenes cristianas. Las cofradías desempeñaron un papel muy importante en la vida religiosa de los indígenas porque permitieron un espacio de actividad independiente pero aceptada por los religiosos. Contaron con recursos económicos propios y con un sistema de cargos estable vinculado a los u chun t’ano’ob, a los caciques y a las repúblicas. Existieron cofradías en donde participaban indígenas, mestizos, mulatos y españoles, con derechos y deberes diferenciados, como la del Santísimo Cristo de Dzán en donde se cobraba una limosna de cuatro reales a los españoles y mulatos y de dos reales a los indígenas.

    En Yucatán se desarrolló una fuerte para que los mayas tuvieran sus propias cofradías en las cuales no eran bien vistos los habitantes que no fueran mayas. Así lo atestigua la fundación de una estancia por parte de la cofradía de Nuestra Señora la Virgen María del pueblo de Ucú, en el año de 1735, al afirmar que: “ninguna persona tendrá intervención en ello por ser cosa hecha por nosotros los indios, y ni ahora ni en ningún tiempo se lo quitarán a nuestros descendientes por ser cosa nuestra”.

    Las cofradías estaban organizadas como asociaciones de ayuda mutua, de carácter espiritual, cuya motivación principal consistía en asegurar para sus miembros un entierro cristiano y procurar la salvación de sus almas, pero también asumían tareas de cristianización y de vigilancia de la buena conducta de sus integrantes. Para los mayas yucatecos los cargos de las cofradías representaban un espacio para el ejercicio de la autoridad de los u chun t’ano’ob y la fundación de estancias permitía asegurar fracciones de tierra frente a posibles despojos. Sus actividades incluían continuas peticiones por el alma de sus miembros y el brindar auxilio material en los casos de enfermedades. La imagen venerada por la cofradía era asumida como una especie de abogado o intermediario de los indígenas frente a Dios, a la cual se le podían hacer peticiones y ofrecimientos en las épocas difíciles, ya fuera individual o colectivamente. Destacan entre las imágenes veneradas en los pueblos indígenas yucatecos las advocaciones de la Virgen María y el Niño Dios. La pertenencia a la cofradía del santo patrono ayudaba a reforzar la fidelidad del indígena del común a su república original, sobre todo en los casos de migración de largo plazo, cohesionando a sus integrantes independientemente de su lugar de residencia, porque vivir en un lugar lejano no significaba abandonar por completo a la república.

    El sistema de cargos de la cofradía se formaba por un patrón que era la autoridad máxima, un prioste, entre cuatro a seis mayordomos o cargadores, un escribano y de dos a cuatro tupiles.

    Estos funcionarios eran electos en la casa de audiencia en una reunión celebrada entre el cacique, los miembros del cuerpo de república y demás u chun t’ano’ob. Se les dotaba de toda la autoridad para velar por el cumplimiento de las constituciones de la hermandad y para hacer derramas entre los macehuales, pedir limosnas y fomentar los recursos económicos de las imágenes. Se sabe que existieron, asimismo, cofradías de “Las benditas ánimas del Purgatorio” cuya función consistía en realizar peticiones por el perdón y la salvación del alma de los fallecidos, sin estar comprometidas a una imagen o santo patrono en particular. Los mayas de Yucatán, al igual que los indígenas de otras partes, denominan como ánima a las almas penitentes del Purgatorio, que requieren de un auxilio especial. A la cabeza de dichas hermandades estaban los mayordomos y los priostes de ánimas.

Material tomado de: La memoria enclaustrada. Historia de los pueblos indígena de Yucatán, 1750-1915. Bracamonte Pedro, México 1994 ISBN 968-496-262-2 (Volumen) 968-496-259-2 (obra completa)

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