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El Tecolote


      Aquel pueblecillo del cacicazgo de Cupul, lo formaban unas cuantas casuchas que en torno del adoratorio o “Kuh”, parecían vistas de lejos, formar círculos concéntricos.

      Rodeaban al pueblo, campos con árboles corpulentos, al pie de los cuales había varios cenotes, como si con la diafanidad de sus aguas quisieran demostrar a los lugareños lo fácil que sería rodearse de árboles frutales para la vida de sus moradores.

      En general, era un pueblo por excelencia agrícola. Allí vivían Napot y Tukuch; dos amigos sinceros e íntimos, de la clase media o sea de los tributarios; habían sido inseparables desde su niñez y continuaban siéndolo en la adolescencia, sin que las pasiones de la juventud pudieran amenguar el gran afecto que los unía. Casi de la misma edad, crecieron y jugaron juntos y ya grandes, labraban mutuamente.

      Llegaron a los 20 años, edad en que acostumbraban contraer matrimonio los mayas y el padre de Napot, según reglas de la época, concertó el de su hijo con la linda Si’isbik, después de vencer la resistencia del padre de ella, por ciertos escrúpulos que tenía, porque días antes el padre de Eek’che’, le pidió la mano de ella para su hijo, no habiéndole dado contestación categórica.

      Después de haber unido sus destinos legítimamente con los ritos de rigor, vivían muy felices, pero el desdeñado Eek’che’ no conforme con el desaire, se propuso desbaratar el hogar de la dichosa Si’isbik, a la que odiaba mortalmente, así como a Napot, por haber sido afortunado en su amor. Se propuso infiltrar en el corazón de ella los celos y en la mente de Napot, la duda, acerca de la fidelidad de Si’isbik.

      Con discreción estudiada hablaba a sus amigos de los amores de Napot con otra muchacha del pueblo vecino y con la idea de que estas palabras llegaran a oídos de Si’isbik; asimismo hacía correr la versión que ésta, sostenía amores adúlteros con Tukuch, aprovechándose ambos de la confianza que en su amistad ponía Napot.

      Fue insistente el rumor propalado, que el Ah K’ulel, mandó llamar a Napot y le dijo con enfado:

      -¿Ignoras que tu esposa te engaña o no te das por aludido?

      -¿Con quién me engaña mi esposa? No lo creo, respondió.

      Pues nada menos que con tu mejor amigo, con Tukuch, dijo Ah K’ulel, esta revelación asombró a Napot y dudaba de su veracidad.

      Si’isbik, con los cuentos que Napot, enamoraba a otra, tenía pena inmensa la cual no podía ocultar. Imaginando que el corazón de su marido pertenecía a otra mujer, no lo trataba con el mismo cariño ni ilusión anteriores, ni esperaba su llegada con el mismo júbilo de antes.

      -¿Por qué estará cambiada Si’isbik? Se preguntaba. Hace días que está sería conmigo, ¿será que su corazón le ha dado cabida a otro cariño reemplazando el que sentía por mí? Estos pensamientos torturaban su espíritu, martirizándolo.

      Por órdenes del Ah K’ulel que estimaba a Napot, estaba atado Tukuch a un madero y era escarnecido por la multitud que le echaba en cara su felonía, de haber traicionado a su fraternal amigo; le habían cortado los cabellos que era la mayor afrenta y solo esperaban la llegada del marido ultrajado para que le diera la muerte o la libertad, según quisiera.

      Llegó Napot; cuando todos creían que le iba a dar horrible muerte en venganza de su agravio, le desató las manos y las ligaduras diciéndole:

-Estás libre, no quiero mancharme las manos con tu sangre, pues no tengo la evidencia de las imputaciones que te hacen.

      Al ser interrogado por qué se había mostrado tan magnánimo con el que llamándose su amigo lo traicionó respondió:

      -Le di la libertad a mi mujer, la repudié; el tiempo justificará si obré bien o mal, pues de cierto les he dado facilidades para que se junten y si no lo hacen, será mentira cuanto se ha dicho y se dice; entonces no tendré el remordimiento de haber matado a un inocente.

      Si’isbik, repudiada, estaba inconsolable; el desprecio público la humillaba y no hacía más que llorar. No pudiendo probar su inocencia y sin querer soportar tanta humillación y la pérdida de su esposo, amaneció cierta mañana ahorcada con sus cabellos.

      Esto entristeció a Napot y pasaba las noches meditando sobre la fidelidad de si’isbik hasta que determinó averiguarlo con el famoso K’iinkaab, el hechicero quien vivía en un lugar siniestro, oscuro y hediondo; una pestilente caverna era su morada.

      -¿Vienes en busca de ciencia? Ja,ja,ja, le dijo éste, clavándole una mirada felina mientras sonriendo dejaba ver sus encías donde colgaban flácidos algunos carcomidos, afilados y negruzcos.

      K’iin kaab, el hechicero, (Ah pulya’ah), tenía los pómulos salientes y los huesos se le marcaban en el rostro. En su piel seca y apergaminada, los ojos le brillaban como los de un búho: de su cuello y orejas colgaban despojos humanos. A un lado cerca de sus pies, una víbora sacaba su lengua y un gato se desperezaba y arqueaba el lomo.

      -Vengo por tu infalible ciencia, sabio K’iin kaab, -dijo Napot, quiero que me digas si mi Si’isbik, me fue infiel.

      K’íin kaab sacó su sáastun y haciendo en el aire signos cabalísticos comenzó a mirarlo fijamente pronunciando frases ininteligibles por espacio de 20 minutos.

      Después quedó silencioso contemplando por más de dos horas que Napot por su impaciencia juzgó dos siglos, hasta que al fin dijo:

      -Tu esposa te fue fiel y te amaba mucho; no pudo soportar la ofensa que le hiciste al repudiarla y su corazón sensible por tu solo pensamiento al dudar de su honestidad la hacía sufrir.

      El desdén con que era mirada por todos hizo lo demás. Pero murió con un pensamiento de amor para ti y con la idea de que tarde o temprano, la verdad relucirá. En cuanto a Tukuch, está enfermo del alma y un hastío amenaza terminar con su vida; se niega a tomar alimentos, día y noche está ideando la manera de demostrar a todos su inocencia, mas la muerte de Si’isbik, le ha quitado su última esperanza y poco a poco se va familiarizando con la idea de la muerte, la cual en estos últimos días ha constituido su obsesión.

      -Podréis decirme sabio hechicero, quién es el causante de todas mis desgracias? Dijo Napot.

      Con tus propios ojos lo verás ¡mirad aquí! Dijo el hechicero  -Mirad bastante, dijo, entregándole su sáastun; seguid mirando y te explicarás todo. Por espacio de más de una hora permaneció Napot, fijo en el sáastun hasta que de improviso dio un grito mezcla de ira y de asombro. Como en una cinta cinematográfica veía desarrollarse los sucesos desde su origen: la petición de mano de Si’isbik por el padre de Eek’che’ y hasta le pareció percibir sus palabras; luego la despedida de éste sin llegar a nada categórico; vio después a su propio padre en la visita que hizo a casa de Si’isbik, para pedir la mano de ésta para él y el resultado favorable; las intrigas de Eek’ che’, por su fracaso; las lágrimas de la desventurada muchacha del pueblo vecino, todos esos chismes urdidos por Eek’che’, después el repudio de Si’isbik, y por último, el castigo de Tukuch y su perdón. El mismo se miraba y contempló el suicidio de su hermosa mujer; la había visto inconsolable y  notó en su actitud lo que meditaba; al llegar este momento, le dijo a K’iin kaab:

      -“Por favor sabio hechicero, no podrás evitar esta inútil muerte? me he convencido de su inocencia y ahora voy a quererla como jamás haya sido adorada mujer alguna”.

      -Lo siento Napot, no se puede contra los hechos consumados; mi ciencia es impotente para devolver la vida. Si hubieras venido antes, si podíamos conjurar todo; más ahora imposible.

      -¿Así es que el causante de mis penas es Eek’ che’?

      -Tú lo has visto.

              -Sí, si tú así lo deseas.

            -Castigadlo entonces, antes que pague su crimen bajo el filo de mi daga y de mi cólera.

            Entonces el hechicero cogió un gran lek en que derramó unos polvos verdosos, seguramente de alguna hierba y llenándolo con agua lo movió con una hoja arrancada a media noche del tercer día del “wayeyeb” vigésimo pasado, de una planta misteriosa y desconocida, la que por su misma antigüedad se iba despolvoreando sola. Luego pronunció sus conjuros con palabras que parecían salir de ultratumba y que le conferían su poder mágico, terminando con palabras vulgares, pidiendo que Eek’ ché’, se convierta en xooch’ (tecolote) y que no haya poder humano alguno capaz de devolverle su forma primitiva.

            Es por esto que el tecolote es visto con espanto y odio por los naturales y temido por ave agorera que lleva el mal a su paso.

            Y durante mucho tiempo Eek’ che’ convertido en tecolote, estuvo haciendo maldades en su pueblo (tratando de vengar su nueva condición de pájaro del mal). Y como anuncio de muerte precedía de antemano los fallecimientos destinándolos con horribles graznido.

            De allí el dicho vulgar de “cuando el tecolote canta, el Indio muere”. Por eso los indios le tuvieron gran superstición y le temieron.




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