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CHUCHERIAS DE LA HISTORIA DE YUCATAN

Juan Francisco Peón Ancona


PANUCHOS DE ORIENTE

 A los Yucatecos, lo mismo a los judíos, se les puede hallar en los más inospechados rincones del mundo. He oído docenas de cuentos referentes a paisanos radicados en los cinco continentes, dedicados a las más increíbles ocupaciones. Claro, algunas de las noticias hay que tomarlas con la debida reserva, es decir, "más vale creerlas que averiguarlas". Por ejemplo una pareja de Yucatecos, viajeros infatigables por el mundo, aseguran haber experimentado agradable sorpresa el día en que cruzaron el Gran Canal de Venecia, a bordo de una góndola conducida por singular gondolero que cantaba románticamente haciendo honor a su oficio. De pronto, los esposos quedaron mudos de asombro cuando el susodicho barquero, después de una pausa entonó con ritmo y alegría:

"Tunkuruchú, Tunkuruchú
tunkuruchú mi amor
ven a cantar, ven a bailar..."

-¡Ven acá, muchacho!- gritó emocionada la señora-.¡Donde aprendiste eso? El gondollieri Giovanni Pucci (En realidad Juan Puc) que no tenía nada de italiano, resultó ser más yucateco que el "frijol kabax". Oriundo de chuburná (Puerto), "lanchero" de oficio, llevaba en su cayucu "socorrito" a las familias visitantes domingueras que deseaban pasear en barco. Por azares del destino, había ido a parar a Venecia, donde se sentía tan a gusto como en Chuburná, ejerciendo - al fin y al cabo - el mismo oficio. Algo por el estilo sucedió a las Morales - Mica y Chabela - dos hermanas solteronas que en los años veinte viajaban alrededor del mundo en el trasatlántico italiano "Santa Lucía" motivadas por la famosa novela de Blasco Ibáñez "La vuelta al mundo de un novelista", muy leída en aquellos días. Trotando por las callejuelas de Singapur, agotadas por el calor sofocante del verano, se detuvieron brevemente a descansar, muy cerca de un oriental que afanosamente se ocupaba en freir dentro de una gran sartén ciertas golosinas, algo así como tortillas o "hot cakes". - ¡Qué agradable olor! - Dijo Mica a Chabela - ¡Si no estuviéramos tan lejos de casa, yo te diría que son panuchos!. Mira y hasta parecen panuchos. El "oriental" de las fritangas alzó la cabeza y para gran sorpresa de las viajeras les dijo en perfecto español: "¡Claro chulas, es que son panuchos!". Sin reponerse de su asombro las señoritas Morales se hallaron de pronto comiendo panuchos -con cebolla y todo- convidadas por Tomás Aguilar Loría, que de oriental no tenía nada, a excepción de haber nacido en la Yucatequísima Valladolid.


LA SERAFINA

Desde tiempo immemorial en Yucatán llamamos "serafina" a ese instrumento musical religioso, mitad piano, mitad organillo, cuyo nombre oficial es el de armonio y que nunca faltaba en las iglesias y capillas, especialmente en aquellas -la mayoría - que no podían permitirse el lujo de tener un órgano de tubos. Por otra parte la serafina que funcionaba a base de viento, accionada por teclas y pedales, era con frecuencia un instrumento portátil sumamente práctico y muy adecuado a las funciones religiosas al estilo yucateco. Su peculiar sonido acompañado de las típicas voces nasales pueblerinas, ya forma parte insustituible de algo tradicional, pintoresco y muy nuestro. Novenas, rosarios, posadas, oficios de difuntos siempre carecerán de carácter si falta en ellos la presencia melíflua de ese cachivache que desde antaño ha tomado carta de naturalización en Yucatán.

En una residencia de religiosos fundada en Mérida en el siglo pasado, sucedió un incidente o gracioso o equívoco que me relataron hace mucho tiempo: resulta que la comunidad esperaba la llegada de un nuevo señor superior que iba a sustituir al padre que por años había fungido como tal y que por órdenes de la jerarquía mayor debía trasladarse a su nuevo destino. Como es natural, el superior recién llegado de España desconocía en absoluto las costumbres y particulares modismos de los Yucatecos, a tal grado que, durante su período de adaptación hubieron de suscitarse inevitables confusiones y cómicas situaciones, tal como la que tuvo lugar al entrevistarse por vez primera con el hermanito más viejo de la comunidad:

-A ver hermano. ¿En qué puedo servirle? - dijo el superior al viejito -
- ¡Padre!, tan solo quiero pedirle que me permita seguir durmiendo con la serafina en mi cuarto - suplicó el anciano humildemente -
- ¿Dormir con la Serafina?... en su cuarto - exclamó asombrado el superior-
- ¡No le entiendo bien.. explíquese usted!.-

Verá Padre: ya tengo más de 80 años y suelo padecer insomnios. Cuando despierto en las noches me levanto y voy a tocarla. Por eso la tengo muy cerquita de mi hamaca.
-¡Oígame hermano!... Estoy sorprendido de las costumbres que tiene ustedes los yucatecos. Dígame por favor: ¿el anterior superior le permitía dormir con la Serafina...en su propia recámara?
-¡Claro que sí!... a veces también a el le gustaba tocarla. ¡Si viera usted que bien la tocaba!
-¡Rediez... nunca lo hubiera creído! replicó exaltado el español. ¿Y la Serafina se deja tocar por ustedes con tanta facilidad?
-¡Vaya que si se deja!, contestó el hermanito tomando a broma lo que le decía el superior. Debo advertirle - agregó - que aunque viejita todavía está muy buena.
-¡Hermano!... ¡Lléveme a ver inmediatamente a la tal Serafina! - Ordenó firmemente el superior.

Cuando entraron al cuarto del hermanito y le fue mostrada la serafina arrimada en un rincón, el padre español tras observarla un rato se echó a reir estrepitosamente al comprender su equívoco, mientras el inocente hermano no acertaba a entender la inesperada y explosiva hilaridad del superior dotado de agudo sentido del humor que le hizo recordar aquellos sainetes de su tierra escritos por los hermanos Alvarez Quintero.




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