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No hay mal que por bien no venga:
Desastres y virtudes de un huracán  



 
 

El 22 y 23 de septiembre los habitantes del estado de Yucatán vivimos un fenómeno atmosférico que ni remotamente imaginábamos cuales serían las dimensiones de su fuerza. No cabe la menor duda que fuimos muchos quienes por primera vez experimentamos un sentimiento ambivalente de miedo y respeto hacia la naturaleza y su furia. Este día fatídico pocos pudimos dormir con serenidad por lo menos por dos horas consecutivas y a la mañana siguiente seguramente fuimos muchos los que exhalamos un profundo suspiro de alivio al ver que los fuertes vientos ya habían amainado, no obstante del pesar que nos produjo ver nuestro derredor inmediato devastado.

    Sin distingo de clase social, todos los yucatecos perdimos algo: árboles, bardas, cristales, servicios públicos y sobre todo, la tranquilidad y la estabilidad emocional que a duras penas y después de algunas semanas comenzamos a recobrar. Por fortuna y aunque suene como un contrasentido a lo que vamos a decir enseguida, fueron verdaderamente pocas las vidas perdidas si tomamos en cuenta la magnitud y la prontitud con que se nos presentó el fenómeno que vivimos. En el logro de esta buenaventura es necesario reconocer la oportunidad y determinación con la que las autoridades oficiales y civiles actuaron para evacuar a los habitantes de la costa yucateca y aquellas poblaciones más vulnerables.

    Después de la tormenta no vino la calma, como predica el proverbio, porque quienes vivimos en la península yucateca vimos violentada nuestras formas habituales de vida; incluso nuestra capacidad adquisitiva se vio quebrantada pues aún con dinero en los bolsillos, para todos o casi todos, fue difícil conseguir pan, comida y agua. Nos vimos regresados a épocas pretéritas, a tiempos anteriores a la introducción del agua potable, cuando nuestras madres se veían precisadas de recolectar el agua de las lluvias para almacenarla en aljibes o estanques, hervirla y beberla durante la temporada de seca o en caso contrario, sacarla de los pozos que en aquellas épocas abundaban en los patios de la mayoría de las casas. Ahora nos tocó a nosotros hacer lo mismo, tuvimos que ingeniárnosla para colectar el agua de las lluvias que para fortuna de algunos y para infortunio de muchos que ya no tenían techos, no cesaban.

    Nadie escapó de la fuerza de los vientos del huracán y mucho menos de sus efectos posteriores. Sin embargo, quienes han padecido con mayor crudeza los efectos posteriores de este meteoro son, como siempre, los sectores sociales más empobrecidos y marginados del estado yucateco, que constituyen una población bastante significativa en número. Hoy para estos amplios grupos sociales las expectativas para el mañana se les presenta totalmente inciertas y difusas a menos, claro está, que las promesas y declaraciones de los representantes del nuevo gobierno estatal y federal al respecto de que ningún huracán volverá a volarse los techos de los yucatecos y de que los recursos para la reconstrucción fluirán con prontitud, se conviertan en realidad.

    Entre estos amplios grupos sociales del estado de Yucatán, las poblaciones campesinas fueron las más severamente golpeadas, ya que después del paso de huracán sus economías de subsistencia y por ende su reproducción, una vez más, están en serios aprietos. Es importante dejar bien claro que la situación económica de pobreza de las familias campesinas yucatecas, la precariedad de sus condiciones de vida, la desnutrición galopante entre niños y adultos, las necesidades y graves carencias que padecen día con día, no son algo nuevo ni mucho menos resultados del huracán. Han sido condiciones de vida que son productos de muchos sexenios de injusticia, de olvido hacia estos grandes núcleos de población que han venido sobreviviendo, contemplando y anhelando ser partícipes de las bondades del desarrollo económico y de la modernización, pero sólo esto; no obstante que son nombrados, renombrados y vendidos al turismo extranjero como representantes de las raíces que alimentan nuestras tradiciones, nuestra cultura ancestral, del rico mosaico cultural que es México.

    Por supuesto, no todo el campo yucateco es homogéneo. Hay algunas regiones productivas como la citrícola y la de agricultura diversificada del sur del estado o de la zona maicera, en el sur-oriente, en donde la lógica de la economía campesina y la relativa autonomía respecto al destino de los productos han permitido a las unidades productivas familiares tener un poco más de recursos para su reproducción que las familias de la antigua zona henequenera. De hecho, los habitantes de esta región centro del estado desde hace ya varios años que dependen predominantemente del mercado de trabajo de Mérida o cuando mucho de Cancún.

    Uno de los efectos aciagos del huracán fue homogeneizar la pobreza entre la mayoría de los habitantes del campo, pues aquellos que no lo eran tanto perdieron gran parte de la producción de sus milpas o de sus parcelas cuyas cosechas estaban a punto de iniciar, y por lo tanto, también malograron la inversión de trabajo y dinero que habían aplicado a sus actividades agropecuarias.

    Las fotografías, imágenes y notas informativas difundidas a través de la prensa, televisión y radio, fueron muy elocuentes al respecto de los sucedido a estos productores: árboles y frutos en el suelo e inservibles porque con los golpes de los vientos a los pocos días quedaron en completo estado de descomposición; milpas abatidas por los vientos y sumergidas en agua o lodo, animales de traspatio muertos, humildes viviendas derruidas o prácticamente sumergidas en agua, y en fin mucho cuadros de escenas de destrucción y desolación, que ya pronto queremos olvidar pero que no terminamos de hablar de ellos ni mucho menos de salir de nuestro asombro. Así, no hace falta mucha reflexión para imaginar los resultados socioeconómicos para las familias campesinas y las expectativas que tienen sobre el mañana, si el hoy a duras penas pueden sobrevivirlo.

    Para que estas familias de agricultores se recuperen económicamente de lo mucho que perdieron (si es que así se puede calificar a la reactivación de sus prácticas agropecuarias de subsistencia) requieren por lo menos de un ciclo y medio. No debemos olvidar que sus actividades productivas están estrechamente vinculadas con el ciclo de la naturaleza, de la primavera, verano, otoño y del invierno. En esta ocasión, el tiempo de la recolección fue arrasado por el huracán, y en adelante tendrán que esperar el tiempo de la tumba del monte (si a caso quedaron árboles que cortar), de la quema y siembra y de la nueva cosecha, en el caso de los milperos. En el de los citricultores, si acaso no perdieron tantos naranjos, tendrán que emplearse en la limpieza de sus parcelas, en la fertilización y fumigación de sus árboles y esperar a que llegue la etapa de la floración y del inicio de una potencial cosecha, la cual sucede desde finales de enero o principios de febrero.

     En el caso de los habitantes de la ex-zona henequenera que hoy dependen para su reproducción socioeconómica básicamente del trabajo asalariado (formal y sobre todo del informal) la situación no es muy distinta. Muchos de los trabajadores que se desempeñaban en las granjas de cerdos y avícolas de pequeños o medianos empresarios locales, las cuales numerosas fueron socavadas, ahora están viendo amenazadas estas fuentes de ingresos, y precisados de tener que incorporarse al numeroso ejército de trabajadores que todos los días acude a la ciudad de Mérida en busca de cualquier empleo.

    A varias semanas del huracán, la sobrevivencia de la mayoría de estas poblaciones sigue dependiendo de una despensa que, por escasa que sea, en estos momentos es de vital importancia para sus habitantes, y lo más probable es que lo siga siendo durante los siguientes meses. Pende también de la ayuda de todo tipo que nuestros connacionales se han apresurado de enviar al Estado de Yucatán desde la contingencia vivida. Pero sobre todo, la sobrevivencia de estas sociedades está sujeta al apoyo decidido y sin condiciones que los gobiernos estatal y federal brinden a estos grupos sociales, no sólo para ayudarles a paliar esta situación sino en definitiva para salir adelante en sus actividades productivas y en sus condiciones de vida.

     El paso del huracán incluso trastocó los aspectos culturales de la vida de estos pueblo como en el caso de los municipios de Hoctún y Kantunil, ubicados en la ex-zona henequenera, cuyas comunidades católicas estaban por iniciar los festejos en honor a San Miguel Arcángel (del 27 de septiembre al 2 de octubre el primero y a la semana siguiente en el segundo), pero que ante los destrozos del huracán tuvieron que cancelar, Ala fiesta del pueblo" (las corridas, vaquería y bailes, aunque de rigor sí hicieron los servicios religiosos). Probablemente esta situación siga repitiéndose en otros poblados hasta que la situación socioeconómica de sus habitantes no haya mejorado.

    Cómo festejar al principal símbolo de la devoción si las fuentes de los escasos recursos que obtienen se apagaron, se malograron y a duras penas hay para medio comer; si hoy se depende de las colectas que todos los mexicanos solidarios están aportando, o dicho en otros términos, si se depende de la buena voluntad sociedad civil, cuya mayoría también está en lucha permanente por su existencia. De nuevo vale reiterar que la economía campesina no sólo significa producción de alimentos o de materias primas sino también relaciones sociales y culturales, ya que es en función de las necesidades de la unidad familiar y de los compromisos celestiales, de las promesas ofrecidas a los símbolos de su fe, que acostumbran planificar sus actividades productivas. Por consiguiente, lo más probable es que en adelante los festejos serán más austeros, pero también más fervorosos para paliar la angustia y la desolación que provocan las carencias, la agudización de la incertidumbre sobre el mañana, y como un mecanismo de protección contra la pérdida de la esperanza de que vengan mejores días y condiciones de vida.

    De estas breves reflexiones sobre los daños causados por el huracán a los pueblos campesinos yucatecos podemos deducir también otros dos efectos los cuales no fueron precisamente destructores. A saber, además de derribar los árboles de los solares y parcelas, de volarse los endebles y viejos techos de las viviendas y de recrudecer la pobreza de las economías de estas sociedades, dicho esto con todo respeto y sin afán de mofo, este meteoro corrió la cortina de humo y evidenció la pobreza crónica en la que sobreviven la gente del campo yucateco e hizo que los organismos oficiales, Estatal y Federal, y principalmente la sociedad civil nacional, dirigieran la mirada hacia estos pueblos. Es en este sentido que decimos que este fenómeno natural también tuvo algunas virtudes, pues a diferencia de otras regiones del país en donde los campesinos han tenido que hacer escuchar sus penurias y demandas a precio de sangre, como en Chiapas en enero de 1994, en Yucatán un fenómeno atmosférico vino a cumplir esta triste labor sin derramar tanta sangre.

     Otro efecto positivo lo constituyó, sin duda alguna, el resurgimiento de los valores en la sociedad mexicana como la solidaridad, la ayuda al prójimo, la generosidad y bondad, valentía y altruismo y en general, aquellos sentimientos de empatía, de sensibilización, comprensión e identificación con las desventuras de otro, en este caso de los paisanos de otros estados con el nuestro. Es decir, el huracán nos dio la oportunidad de ver reflorecer la capacidad de las personas para situarse en el dolor ajeno, entenderlo y hacer algo para mitigarlo; importante tesoro ésta de la sociedad mexicana que por ratos parecemos olvidar ante las novedades de la vida actual (ante "la magia" de la televisión y su programación enajenante que promueve estilos de vida poco espirituales y por ende efímeros), pero que hoy tenemos la oportunidad de constatar que siguen subyaciendo a nuestras redes de relaciones y modelando nuestros sentimientos y nuestras diversas formas de ser de todos los mexicanos. Así lo ha corroborado la ayuda de diferente índole y las demostraciones de adhesión que han fluido de muchos lugares de la república, tal y como hemos podido observar la mayoría de los ciudadanos yucatecos y que nos ha admirado y conmovido gratamente.

    Para concluir estas breves reflexiones, formulamos las siguientes observaciones:

    - Debemos reconocer y tener presente que, en definitiva, las condiciones de vida y trabajo de la mayoría de los campesinos yucatecos como la de casi todo el país, no están como están por los efectos del huracán que recientemente azotó la península, sino por los efectos de otro fenómeno no precisamente atmosférico que duró muchas décadas.

     -Que las palabras de los gobiernos local y federal, respecto del apoyo decidido que darán a las familias del campo, como también a todos aquellos más necesitados, expresadas con emotividad frente a los cuadros desoladores, no se las lleven los vientos del olvido, de la obviedad o de las simples buenas intenciones, que después de todo son mucho más violentos, devastadores y de efectos más duraderos.

     - Es de suma importancia que toda la ayuda que está llegando sea distribuida efectiva y equitativamente entre la gente que la necesita, sin distingo de credo o filiación política.

     -Que el gobierno estatal y federal, así como las autoridades de las dependencias competentes, ejerzan y gestionen, respectivamente, los recursos necesarios para apoyar la reactivación de las actividades productivas de las familias campesinas afectadas y no sólo la de los pequeños y medianos empresarios.

    -Que los encargados de las dependencias del ramo diseñen y apoyen financieramente un programa de desarrollo de cultivos de ciclo corto y de comercialización de los productos, para todos aquellos campesinos dispuestos y comprometidos a superar sus actividades productivas no sólo por este tiempo sino en adelante.

    -Que se organice un comité de vigilancia autónomo y sin filiación política que se encargue de supervisar que la ayuda y los recursos que el gobierno canalice para reactivar la economía yucateca se distribuyan con la mayor equidad y transparencia, que garantice a la sociedad que las cosas vayan por buen sentido y en caso contrario, que las denuncien a tiempo y no después de los años. Sólo así contribuiremos a conservar la esperanza de nuestros pueblos en un mejor por venir, a que no pierdan las raíces, los símbolos y sobre todo los valores que han distinguido su cultura ancestral.

     - Por último, que la comunidad yucateca en general, sin distinción de clase social ni credo, no desaprovechemos ni olvidemos las lecciones de solidaridad y humanismo que nuestros connacionales nos han impartido y que aprendamos a corresponder con la misma firmeza y desinterés cuando nos lo requieran.



Material publicado en: La Revista de la Univesidad Autónoma de Yucatán, Pag. 88, Cuarto trimestre del 2002, Volumen 17, No. 223, ISNN 0186-0180

Profesor investigador de la Unidad de Ciencias Sociales del Centro de
Investigaciones Regionales "Dr. Hideyo Noguchi" de la UADY ” Regresar






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