Hoy es: Jueves, 18 de Abril de 2024
inicio

La participación femenina en la economía familiar en dos comisarías meridanas: Komchén y San José Tzal



Introducción

La participación de la mujer campesina en la economía de sus unidades domésticas ha jugado un papel importante y también, por que no decirlo, primordial en las diferentes etapas del ciclo de su vida familiar, mismas que están determinadas por las características estructurales por las que atraviesan y que influyen de manera directa en su comportamiento social y económico.

            En este trabajo1 se considera específicamente a aquellas mujeres de la cohorte de 60-65 años en el entendido que ellas participaron activamente en las labores del campo cuando el henequén era una de las principales actividades productivas y también porque fueron testigos, junto con los varones, de los problemas ocupacionales que trajo consigo la crisis del agave de 1970. Con base en lo anterior, se discute brevemente cómo fue el proceso de transformación de la participación femenina en la economía campesina y en la toma de decisiones al interior de las unidades domésticas de las que forman parte, en dos comisarías meridanas: Komchén y San José Tzal.

            Desde antes de la crisis henequenera de 1970, la mujer tenía dos ocupaciones principales: una, estaba relacionada con las labores domésticas, y la segunda, se vinculaba con su participación directa en las labores del campo, principalmente en el cultivo y explotación del agave. A partir de la década de 1970, con la crisis henequenera, la importancia del trabajo femenino se incrementa ya no como apoyo en las labores agrícolas sino principalmente como proveedora de recursos monetarios, los cuales provenían de diferentes fuentes, según las características sociales y económicas de cada una de las comisarías estudiadas, que a su vez estaban determinadas por las políticas agropecuarias desarrolladas en cada una de ellas.

 

Algunas características de las comisarías estudiadas

Komchén y San José Tzal son dos de las once comisarías o pueblos2 con los que cuenta el municipio de Mérida, además de otras treinta y seis subcomisarías. La primera, localizada al norte, y la segunda al sur, distan unos 17km aproximadamente de la capital del Estado. Ambas poblaciones fueron importantes productoras de henequén, al igual que los municipios ubicados alrededor de Mérida, mismos que en la década de 1970 fueron consideradas como “no redituables” por su reducida contribución a la producción total de agave3 en el estado4.

            En la actualidad, las comisarías estudiadas cuentan con diversos servicios: escuelas de educación preescolar, primaria, secundaria y preparatorias (Colegio de Bachilleres de Yucatán), clínicas del IMSS, talleres, teléfono, panaderías, tiendas, carnicerías, transportes colectivos, etcétera. La apertura de diversos giros comerciales se fue incrementando a partir de 1980, cuando se genera una mayor necesidad de mercancías debido a la menor dependencia de los pobladores con respecto de la producción agrícola de subsistencia, como lo es la milpa y los productos cultivados al interior de ella. De igual manera, el desarrollo de los medios de comunicación favoreció, sobre todo a partir de la década de 1980, la creciente migración pendular5 de hombres y mujeres a la ciudad de Mérida, al puerto de Progreso y a las industrias maquiladoras cercanas, localizadas en el Polígono de Industrias no Contaminantes ubicada al norte de la capital.

            La migración pendular fue favorecida principalmente por la construcción de caminos y carreteras durante los primeros años de 1970 y por la introducción del transporte colectivo que unía a las comisarías entre sí y con las principales ciudades como Mérida y el puerto de Progreso. La construcción de las vías de comunicación se iniciaron paralelamente con los programas de desarrollo agropecuario y tenía como objetivo facilitar la comercialización de los diversos productos del campo6.

 

La crisis henequenera y los programas agropecuarios

Las comisarías meridanas, ubicadas en el entonces corazón de la zona henequenera, no quedaron fuera del impacto de la crisis del agave en la década de 1970. La pérdida del precio del henequén en el mercado internacional como resultado de la aparición de la fibra sintética y el surgimiento de otros países productores como Brasil y Tanzania obligaron al gobierno federal y al del estado de Yucatán a plantearse, de manera conjunta, la necesidad de desarrollar diversas actividades agropecuarias, durante la primera mitad de 19707. Para ello, se creó el Programa de Diversificación Agropecuaria y Desarrollo Integral de Yucatán cuyo objetivo era crear fuentes de ocupación para los ejidatarios que hasta ese momento venían desempeñándose en el cultivo y explotación del henequén.

            Como resultado del programa, en las comisarías del norte de Mérida, como Komchén, predominaron las actividades agrícolas: cultivo de frutales y hortalizas, mientras que en el sur, donde se ubica San José Tzal, fueron las pecuarias8. Cabe destacar que en ambas poblaciones se desarrollaron proyectos agrícolas y pecuarios, pero éstos no tuvieron el mismo interés entre los ejidatarios; así, en Komchén predominó la producción de hortalizas, mientras que en San José Tzal fue la ganadería. De ambas actividades productivas la horticultura es la que aún se mantiene como la más importante entre los ejidatarios de la primera población. En lo que concierne a San José Tzal es la ganadería. De ambas actividades productivas la horticultura es la que aún se mantiene como la más importante entre los ejidatarios de la primera población. En lo que concierne a San José Tzal la ganadería ejidal fue abandonada por los socios debido principalmente a que no era una actividad redituable económicamente.

            Los trabajos agropecuarios, de cualquier manera, fueron incapaces de retener a toda la fuerza de trabajo disponible, por lo que a principios de la década de 1980 en las dos comisarías de estudio se presentó una creciente vinculación de hombres y mujeres a las actividades remuneradas fuera de sus poblaciones. En Komchén, donde tuvo mayor importancia el programa agrícola (huertos, hortalizas y flores) se observó que un número considerable de hombres de la muestra estudiada del rango de los 60-65 años, que en el momento de la crisis henequenera contaban con 30-35 años aproximadamente, se dedicaron a la atención de parcelas, mientras que las mujeres del mismo rango de edad mencionado se ocuparon de la comercialización de los productos cultivados por sus cónyuges o los adquiridos a los agricultores locales.

            En San José Tzal, donde se desarrolló la actividad pecuaria cuya característica principal fue utilizar un número reducido de trabajadores, la migración masculina y la femenina en el mismo rango de edad cobró mayor relevancia que en Komchén. Los ejidatarios que no estaban adscritos al programa pecuario continuaron trabajando en los planteles de henequén y en las milpas de subsistencia, sin embargo, los ingresos obtenidos a través de estas actividades productivas, sobre todo a partir de 1980, no eran suficientes para satisfacer las necesidades de subsistencia de sus unidades domésticas, por lo que la migración pendular cobró importancia como parte de las estrategias de supervivencia.

 

La participación femenina en los trabajos del campo
Antes y después de la crisis henequenera de 1970

 Las mujeres de Komchén, del rango de 60-65 años (de una muestra de 37) manifestaron, en un porcentaje elevado de los casos estudiados, no haber ayudado a sus progenitores en las faenas realizadas en los planteles henequeneros, pero algunas sí apoyaron a sus cónyuges en las labores relacionadas con la milpa de subsistencia y las parcelas agrícolas, estas últimas fomentadas en la década de 1970. Por el contrario, las mujeres de San José Tzal correspondientes al mismo rango de edad señalado (de una muestra de 30), se vieron íntimamente involucradas en el trabajo de campo, sobre todo en los planteles henequeneros, apoyando sus progenitores en primera instancia y, posteriormente, después de contraer matrimonio, a sus cónyuges. En este último caso, la ayuda de las mujeres se daba sobre todo en los primeros años de la vida matrimonial hasta que empezaban a criar a sus hijos.

            El trabajo en los planteles era efectuado desde muy temprana hora para aprovechar el tiempo antes de que los rayos del sol hicieran más difícil su realización y concluía hasta las primeras horas de la tarde. Los padres, para agilizar y aumentar el monto del corte de  las hojas del henequén, llevaban a sus hijos y en muchos casos a sus hijas, quienes se encargaban de realizar las tareas menos pesadas como lo eran: “despeinar” las pencas9, reunirlas, atarlas y sacarlas a la orilla del camino para que fueran recogidas por las plataformas o camiones y ser transportadas a las desfibradoras que se encontraban en las haciendas circunvecinas.

            La participación femenina infantil en el trabajo de los planteles henequeneros era igual de importante que la de los varones. Además, las mujeres, madres e hijas, tenían como tareas principales la atención del hogar, que consistía en la preparación de los alimentos, lavado de ropa, el aseo de la casa y el cuidado de los niños. En ambas comisarías, los padres no estaban interesados en enviar a sus hijos –hombres y mujeres– a la escuela, porque no lo consideraban necesario, para que en el futuro aquéllos tuvieran mejores condiciones de vida y empleo; esta idea obedecía a que su “mundo” económico y social se basaba principalmente en el cultivo del henequén y de la milpa de subsistencia; además de otras ocupaciones, como la fabricación de carbón y la cría de ganado.

            Un número considerable de los varones entrevistados correspondientes al rango de 60-65 años, mencionó que sus papás no lo dejaban asistir a la escuela porque éstos consideraban que no les iba a dejar nada de provecho. Para ellos era mejor que sus hijos aprendieran a trabajar en las diversas labores del campo para que en el futuro pudieran mantener a sus respectivas familias. El caso de las mujeres era similar, algunas mencionaron que iban a la escuela de vez en cuando, porque el trabajo del campo y de la casa no les dejaba tiempo para asistir regularmente, asimismo, sus padres les decían “que para qué querían estudiar si al cabo se iban a casar y serían mantenidas por sus esposos”.

            De igual manera, los hijos de estos últimos, que en la actualidad son mayores de 30 años, tampoco tenían como un objetivo asistir a la escuela, su interés se fincaba en apoyar a sus padres en las labores del campo. Bajo esta mentalidad se fue perfilando la personalidad de los pobladores de Komchén y San José Tzal, cuya vida cotidiana giraba en torno al trabajo en el ejido henequenero, en la milpa de subsistencia, en la ganadería de libre pastoreo y la fabricación de carbón vegetal que vendían principalmente en la ciudad de Mérida y en el puerto de Progreso. Sin embargo, a partir de la crisis henequenera, la organización familiar sufre importantes cambios en su estructura, sobre todo en las comunidades en donde el cultivo del agave era la principal fuente de trabajo y de recursos económicos.

            En este sentido, para los pobladores de las comisarías de Komchén y San José Tzal, a partir de 1970 surgen nuevas perspectivas ocupacionales relacionadas con el fomento de actividades agropecuarias con fines de comercialización, además de las ya tradicionales como la producción henequenera y la milpa de subsistencia. La comisaría de Komchén fue objeto de un importante programa agrícola, además de otros pecuarios que también alcanzaron relevancia al inicio, siendo el primero en el que hasta la actualidad un porcentaje considerable de las unidades domésticas estudiadas se abocan como una de sus principales fuentes de trabajo y de ingresos.

            En lo que concierne a la comisaría de San José Tzal, al igual que en las otras poblaciones del sur de Mérida, el principal programa productivo que se desarrolló para dar ocupación a las familias fue la instalación de unidades pecuarias, relacionadas con la ganadería mayor. Además, se sembraron extensiones de cítricos que posteriormente fueron abandonados debido a que hasta los cinco años es cuando se obtiene la primera cosecha, lo que para los ejidatarios adscritos a este programa resultaba poco viable debido a la urgente necesidad de contar con recursos económicos. Los distintos proyectos productivos desarrollados en ambas poblaciones dieron lugar a comportamientos particulares en lo que respecta a la participación de las mujeres en las actividades económicas.

            En Komchén, la comercialización de productos frutícolas, hortícolas y de flores se consolidó principalmente entre las mujeres mayores de 50 años como su principal actividad productiva. Por otra parte, el cultivo de dichos productos agrícolas ha estado a cargo de los cónyuges de las vendedoras, pero también hay casos en que éstas compran la mercancía a otros productores de la localidad. La comercialización de los frutales, hortalizas y flores se efectúa a través de dos vías: una, cuando las mujeres de los propios productores son quienes se desplazan a vender su mercancía principalmente al mercado del vecino puerto de Progreso y en menor medida al de “La casa del pueblo”, este último localizado en la ciudad de Mérida.

            Las vendedoras argumentaron que en el puerto de Progreso tienen más facilidades de ubicarse en el mercado o en las calles aledañas al mismo, pagando al ayuntamiento sus respectivos derechos de mesa y de piso. En el caso de las que acuden a Mérida, el problema se complica porque no todas las vendedoras tienen derecho de mesa y además las autoridades no les permiten instalarse en los alrededores, por lo que para evitarse problemas se ven obligadas a recurrir a los revendedores a quienes les rematan su mercancía. La otra vía de comercialización se realiza al interior de la misma población de Komchén donde los productores agrícolas venden sus frutas, hortalizas y flores a comerciantes, generalmente mujeres, quienes a su vez se encargan de llevarlas al puerto de Progreso a Mérida, como ya se ha dicho.

            En otras palabras, los hombres, cónyuges de las vendedoras, son los que se dedican a las labores del campo y por lo general no contratan jornaleros, lo que les permite maximizar los ingresos obtenidos por sus mujeres y por la venta a las intermediarias locales. Además de las hortalizas, frutales y flores, en algunos casos, las mujeres con la colaboración de sus hijas casadas y pertenecientes a otras unidades domésticas, pueden llevar a vender otros productos elaborados por estas últimas, como tortillas para panuchos10, tortillas hechas a mano, pepita molida11, tamales y manjar blanco o “cremitas”12, entre otros.

            Las hijas se ocupan de elaborar dichos productos, en ocasiones con materia prima, aportada por sus progenitoras, a cambio de recibir alimentos que resultan de mucha ayuda para el sustento de sus familias. En otras palabras, las progenitoras pueden ser las responsables de proporcionar los recursos que se destinan para la alimentación de sus familias y la de sus hijas, o bien, pueden adquirir víveres en los lugares donde van a vender su producción, mismos que distribuyen entre sus respectivas unidades domésticas. Lo anterior significa que pueden darse relaciones de ayuda mutua entre mujeres de diferentes familias que guardan algún tipo de parentesco.

            Estas estrategias productivas que realizan madres e hijas son de primordial importancia, sobre todo para aquellas unidades domésticas cuyos ingresos son limitados. Lo anterior obedece, en algunos casos, a que en dichas unidades domésticas los cónyuges varones no tienen trabajo, o en su defecto sufren de algún tipo de padecimiento físico que les impide involucrarse activamente y de manera estable en alguna actividad productiva, ya sea la interior o al exterior de la comunidad. En el caso de San José Tzal la situación es completamente diferente a la observada en Komchén, esto se debe a que las actividades agrícolas comerciales no se presentan como una alternativa económica para hombres y mujeres mayores de edad y menos en el caso de los jóvenes. En dicha población, las principales actividades productivas que realizan los hombres mayores de 60 años son aquellas relacionadas con la milpa de subsistencia y el cultivo y explotación del henequén en pequeñas extensiones13. En la medida que estas actividades agrícolas no eran redituables, como en el caso de Komchén, un porcentaje considerable de la muestra seleccionada empezó a alternar los trabajos de campo con las labores remuneradas fuera de la población desempeñándose en diversas ocupaciones, como conserjes, en aseo urbano, veladores y jardineros, entre las más importantes.

            En la actualidad un porcentaje reducido de la muestra de individuos mayores de 60 años, que sufren diversos padecimientos físicos (hernias, dolores lumbares, artritis) provocados por varias causas, ya no pueden vincularse al mercado de trabajo, como lo vinieron haciendo en años anteriores, por lo que permanecen en la población donde únicamente cuentan con los ingresos provenientes de su jubilación y, en algunos casos, de la venta de su reducida producción de henequén. Cabe aclarar que esta última actividad ya no la realizan directamente sino que sus parientes quienes se ocupan de estas labores y les dan una parte proporcional por la explotación de los henequenales. Está de por más decir que los beneficios económicos aportados por la explotación henequenera no son suficientes para sufragar las necesidades de las unidades domésticas.

            En la medida que en la comunidad, los programas agropecuarios desarrollados por el Estado a partir de la crisis henequenera no tuvieron el éxito esperado, sino que por el contrario, fueron abandonados a los pocos años de ser implementados, no hubo un impacto económico favorable para las unidades domésticas ni tampoco las proveyeron de fuentes de ocupación estables para hombre y mujeres, en este sentido, la migración pendular14 masculina y femenina se instituyó como un fenómeno social permanente en la población. Como se ha dicho, la agricultura de subsistencia y en especial el cultivo de henequén, que por décadas fueron actividades que proporcionaron trabajo y recursos económicos a los ejidatarios, pasaron a ser secundarias y, por consiguiente, de menor importancia en cuanto fuente de ocupación y de ingresos.

            La vinculación de las mujeres de San José Tzal al mercado de trabajo se dio preferentemente como servidoras domésticas en la ciudad de Mérida. Los ingresos económicos obtenidos por ellas jugaron en ese momento un papel importante en la economía de las unidades domésticas y en ciertos casos resultaron trascendentales pues fueron la base sobre la que se sustentaba la reproducción de las familias, sobre todo en aquellos casos en que los cónyuges de las trabajadoras no pudieron insertarse al mercado de trabajo urbano por diversos motivos. Como se ha podido ver, en Komchén y San José Tzal se presentan dos procesos diferentes, el primero fue propiciado por el desarrollo frutícola y hortícola y, el segundo, por la instalación de unidades pecuarias que emplean poca fuerza de trabajo y donde las mujeres permanecieron al margen. Esto dio lugar a dos tipos de comportamientos, uno, en lo que se refiere a la participación femenina en las actividades económicas, y otro, como proveedoras de ingresos para sus unidades domésticas.

            De igual manera, el desarrollo de las actividades agrícolas comerciales en Komchén también favoreció a que las mujeres que se han dedicado a esta actividad presenten un mayor grado de autoridad y de autonomía en la toma de decisiones ante los problemas cotidianos, así como también han legado a sus descendientes actuales la idea de lo importante y necesario que es el que la mujer trabaje y se supere. Así, las mujeres de Komchén, además de las labores del hogar, tienen que ir a vender sus frutas, hortalizas, flores y otros productos, dejando parte de sus ocupaciones a sus hijas mayores o realizarlas para cuando regresan a la población por la tarde. Esto significa que las mujeres están sometidas a una doble jornada de trabajo, una, como vendedoras, y otra, como amas de casa con todo lo que esto implica. Sin embargo, ellas están convencidas de lo importante que es su trabajo y lo que significa para la subsistencia de sus unidades domésticas.

            En ambas comisarías de estudio se aprecia que las mujeres han estado sujetas a una doble jornada de trabajo; antes de la crisis henequenera, y también después de ésta, aunque a finales de 1970 y principios de 1980 la participación femenina de Komchén y San José Tzal toman sentidos diferentes. Si bien es cierto que en ambas localidades el empleo como servidoras domésticas ha sido una constante, es un hecho que en la primera comisaría la comercialización de productos agrícolas marcó una gran diferencia. En Komchén, las mujeres desempeñan de manera preferente una actividad autónoma en el sentido de que ellas mismas organizan su trabajo y por decirlo de algún modo son sus propias empleadoras. En San José Tzal, las características del trabajo femenino son diferentes porque son las propias mujeres quienes venden su fuerza de trabajo a sus empleadores en la ciudad de Mérida.

            La participación femenina en las actividades económicas ha sido relevante porque no sólo ha contribuido a la aportación de ingresos adicionales a las unidades domésticas, sino que también, en no pocos casos, ha sido la base principal sobre la que recae la subsistencia familiar. Esto significa que algunas mujeres de la muestra han enfrentado los problemas económicos, sobre todo a partir de las crisis henequenera, y también ha contribuido, en algunos casos, a apoyar la educación escolar de sus hijos, principalmente de los varones.

 

Participación de la mujer en la economía familiar

Las mujeres entrevistadas, correspondientes a la cohorte de edad estudiada, afirmaron que antes de casarse estaban, como se ha visto, bajo la autoridad del padre, quien era el responsable de la economía y la toma de decisiones al interior del hogar. Después de contraer matrimonio, las mujeres pasaban a depender de la autoridad de sus cónyuges y su posición al interior de sus unidades domésticas continuaba siendo parecida a la que tenían en el hogar y apoyaban a sus maridos en las faenas del campo.

            Los matrimonios recién conformados permanecían en el hogar paterno del esposo, donde éste, junto con su cónyuge, continuaba apoyando a sus progenitores en las labores del campo a la vez que realizaba sus propias tareas en el ejido, por lo que recibía sus ingresos correspondientes aportados por el Banrural. Por su parte, la posición de la nuera quedaba subordinada a la autoridad de su suegra, quien era la que decidía cómo distribuir las tareas del hogar entre las mujeres de la unidad doméstica. Cabe aclarar que los ingresos obtenidos por los hijos casados eran administrados por la madre, quien era la que se responsabilizaba de los gastos efectuados al interior de la unidad doméstica.

            La organización patrilocal impedía que los matrimonios jóvenes pudieran hacerse responsables del manejo de sus ingresos y por ello se generaban conflictos al interior de las unidades domésticas. En este proceso, las jóvenes esposas jugaban un papel importante pues eran las que pugnaban por organizar sus ocupaciones domésticas y por ser las administradoras de los recursos aportados por sus cónyuges. Los conflictos generados al interior de las unidades domésticas por esta manera de organización patrilocal es lo que daba lugar a que los matrimonios jóvenes decidieran separarse y establecerse de manera independiente.

            Se presentaron algunos casos en los que las entrevistadas afirmaron que antes de casarse estuvieron trabajando como servidoras domésticas en la ciudad de Mérida, sobre todo en lo que se refiere a las mujeres de la comisaría de San José Tzal. Una vez casadas, sus cónyuges les prohibían trabajar fura de la población por diversas razones, una de las principales era evitar “los comentarios de la gente del pueblo” que se generaban en torno a este hecho. A este respecto, se decía que las mujeres que trabajaban fuera era porque sus cónyuges no eran capaces de mantenerlas, lo que disgustaba a los primeros. A pesar de ello, las mujeres después de tener uno o más hijos, debido a lo apremiante de su situación económica como consecuencia de la crisis henequenera de 1970 y la consecuente reducción de las “tareas”15 en los planteles, y aún en contra de la autoridad de sus cónyuges, se desplazaban a Mérida en busca de ocupación para contribuir al sustento familiar.

            En la actualidad, en Komchén, la cuota de autoridad ejercida por las mujeres trabajadoras de la cohorte estudiada es similar a la del hombre, y en algunos casos es superior, hecho que se manifiesta en el respeto que los hijos y los cónyuges tienen hacia ellas por su labor como proveedoras de recursos económicos para la satisfacción de las necesidades de subsistencia de sus unidades domésticas. En el caso de San José Tzal, las mujeres de la cohorte referida que se han desempeñado como servidoras domésticas o que realizan alguna actividad económica al interior de la comunidad también tienen cierta autoridad al interior de sus unidades domésticas.

            La participación de las mujeres en actividades económicas remuneradas les ha permitido tener mayor presencia en cuanto a la administración de los recursos económicos obtenidos por ellas mismas; por otra parte, ha contribuido a generar en la población una nueva percepción en cuanto a la importancia económica de su inserción en el mercado de trabajo. En la actualidad, las jóvenes, solteras y casadas, están más dispuestas a integrarse  a alguna actividad productiva y ya no encuentran tanta resistencia de sus padres y cónyuges. Por el contrario, esta opción la ven como una alternativa que contribuye a mejorar la situación económica de las familias, que se traduce en la adquisición de víveres, en la educación de los hijos y hasta en la reparación o construcción de las viviendas.

 

Conclusiones 

Las mujeres de las comisarías rurales del municipio de Mérida, Komchén y San José Tzal, por décadas desarrollaron las mismas actividades productivas relacionadas con el trabajo de campo, apoyando a sus padres primero y sus esposos después, y también se han ocupado de las tareas referentes al hogar. A partir de 1970, con la crisis henequenera y la puesta en marcha del Programa de Diversificación Agropecuaria, las mujeres de ambas poblaciones manifestaron comportamientos económicos diferentes debido a las características de los proyectos productivos implementados en cada una de las poblaciones mencionadas. En Komchén, donde preferentemente se instalaron parcelas de frutales, hortalizas y flores, las mujeres, en un porcentaje considerable de la muestra estudiada, tomaron parte activa al convertirse en las personas encargadas de la comercialización de los diversos productos agrícolas, ya sea cultivados por sus cónyuges o por otros ejidatarios de la propia población a quienes se los compraban, es decir, las mujeres, aunque sus cónyuges no tuvieran parcelas en producción o no se dedicaran a esta actividad, podían avocarse a la comercialización de productos agrícolas en la ciudad de Mérida y en el puerto de Progreso.

            En el caso de San José Tzal, la crisis henequenera y la consecuente reducción de los ingresos de los ejidatarios, así como la falta de programas productivos en los que se involucraran a las mujeres como en el caso de Komchén, ocasionó que éstas principiaran a incurrir al mercado de trabajo urbano en donde se desempeñaban como empleadas domésticas. Tanto en Komchén como en San José Tzal, las mujeres ganaron cuotas de autoridad, sobre todo en las unidades domésticas en las que los cónyuges varones por padecer algún tipo de enfermedad, incluyendo el alcoholismo, no estaban en condiciones de involucrarse en el mercado de trabajo. Esto significa que el papel de las mujeres campesinas ya no se restringía a apoyar a sus cónyuges en el trabajo agrícola y a ocuparse de las labores domésticas, sino que tomó una nueva vertiente: como proveedoras directas de recursos económicos que en ciertos casos han sido fundamentales para la subsistencia de sus respectivas unidades domésticas.

            En Komchén, la implementación de proyectos agrícolas como parte del Programa de Diversificación Agropecuaria de 1970, a diferencia de San José Tzal, no sólo proporcionó recursos económicos para la subsistencia de las unidades domésticas, sino que también contribuyó, en algunos casos, a conformar un capital con el cual las mujeres pudieron iniciar el fomento de algún tipo de negocio como tiendas, molinos de granos, etcétera. La participación de las mujeres de San José Tzal como servidoras domésticas también ha sido relevante para la obtención de recursos económicos y la satisfacción de las necesidades de subsistencia básicas. Cabe destacar que un porcentaje considerable de la muestra estudiada actualmente ya no está en condiciones, por cuestiones de salud, de continuar trabajando fuera de la población, pero sí de atender a sus nietos por parte de sus hijas, mientras éstas se emplean en Mérida en el servicio doméstico, como dependientas de mostrador, costureras en las maquiladoras de ropa y en la elaboración de piñatas, entre las actividades más importantes.

 

Profesores investigadores de Unidad de Ciencias Sociales del Centro de Investigaciones Regionales de la Universidad Autonoma de Yucatán.




Regresar
  © Universidad Autónoma de Yucatán
Centro de Investigaciones Regionales "Dr. Hideyo Noguchi"
Unidad de Ciencias Sociales
Dirección General de Desarrollo Académico