El Hanal Pixan es la celebración en la que se ofrenda comida y bebida a las ánimas de los fieles difuntos en Yucatán. Es el rito más importante de esta ceremonia practicada por la mayoría de las familias de la entidad. Es la ceremonia de ceremonias realizada para honrar a nuestros ancestros, para establecer y mantener el vínculo entre vivos y muertos. La heredamos de nuestros padres y abuelos, quienes nos enseñaron la costumbre de respetar y recordar a los que se nos han adelantado en el camino. Al comenzar el otoño, en los días dedicados a celebrar a los difuntos, los yucatecos hermanamos nuestra ceremonia colectiva y, como cada año, realizamos el ritual de la muerte en un ambiente cálido en el que la generosidad, el trabajo en común y la religiosidad popular se unen para reafirmar nuestras raíces.
El Hanal Pixan es celebrado por los yucatecos de todas las posiciones socioeconómicas, preferencias políticas, niveles educativos y credos. En el medio rural es una tradición viviente, los altares están es cada casa, el olor de las ofrendas aromatiza los pueblos, los rezos y las letanías los invaden de murmullos y las velas iluminan el paso de las ánimas. En las ciudades, los altares también están presentes, aunque con variaciones.
Las familias los decoran según sus posibilidades económicas y apetencias culinarias, y así, por ejemplo, las flores silvestres tradicionales son sustituidas por gladiolas, claveles y crisantemos; los dulces, por pasteles y donas glaseadas; el atole y el balché, por vinos y licores. Hay familias que no elaboran sus altares pero no por ello dejan de celebrar estos días con una gran reunión familiar comiendo mucbil pollos y toda la gama de platillos que componen la tradición culinaria del Hanal Pixan. Pocos cocinan enterrando los alimentos ofrendados, la mayoría los cuece en hornos domésticos o los envía a las panaderías. Otros los compran en restaurantes y supermercados. De una u otra forma, mantenemos viva esta tradición y la reafirmamos anualmente, aunque muchos desconozcamos su origen.
Y precisamente por ello, estas páginas, enriquecidas visualmente con el trabajo de nuestros creadores plásticos -vivos y muertos-, persiguen difundir y fomentar el significado que tiene esta celebración. Fortalecerla por ser esencia entrañable de nuestra identidad cultural.
Trabajo de cartonería:
Elaborado en 1996 como un homenaje a los trovadores
y jaraneros sobre una idea de Elvía Rodríguez Cicerol.
El trabajo de cartonería es de Aurora Caro Eng.
Los mayas
La muerte es una constante en el pensamiento humano. Desde los tiempos más remotos, explicar el hecho natural de morir, intrigó y atemorizó a la humanidad. La fe y las teologías de distintas épocas le dieron explicación mediante cosmogonías en las que la muerte perdió su función terminal, de la nada, para convertirse en una esperanza de existir, en un cambio de sustancia con otra vida en un más allá.
Los mayas concebían el tiempo en forma cíclica, concepto fundamentado en el eterno movimiento del sol, la luna y los cuerpos celestes. Lo consideraban un atributo de los dioses, pues ellos lo llevaban a cuestas.
Tenían ciclos cortos, como el Winal, de 20 días, y otros largos, como la llamada Rueda Calendárica, resultado de combinar el calendario sagrado llamado Tsolk'iin de 260 días (13 numerales por 20 nombres), con el Ja'ab o año solar, de 365 (18 meses por 20 días, y un período de 5 días considerados aciagos). En este engranaje, de 52 años en total, las fechas no se repetían sino hasta iniciar un nuevo ciclo.
Ixchel
Diosa de la fertilidad
Esta concepción estaba ligada a un espacio universal en el que tenía lugar el fluir infinito del tiempo. Estaba constituido por la tierra, que era un plano rectangular, con trece planos celestes por arriba y nueve mundos inferiores por abajo. En el centro había una ceiba (Ceiba Pentandral), el Ya'axche', sagrado y primigenio árbol verde de la vida, que atravesaba todos los espacios, uniéndolos entre sí.
Creían en un solo dios llamado Junab K'uj, creador de los cielos, la tierra y de todo lo existente en esta vida. En las esquinas del mundo estaban los Bacabes sosteniéndolo, cada uno con sus características propias: al norte estaba Xaman y su color era el blanco; al sur, Nojol, de color amarillo; al este, Lak'in, con su color rojo; y al oeste Chik'in, al que le correspondía el color negro.
Los trece espacios celestiales eran llamados Óoxlajuntik'uj, y correspondían a las ramas superiores más frondosas de la ceiba, a cuya sombra se gozaba de frescura y descanso eterno. Cada uno estaba regido por una deidad. Las raíces gruesas y profundas del Ya'axche' conducían a los nueve mundos inferiores o Bolontik'uj, cada uno vigilado por su guardián protector.
Ceiba. Arbol sagrado de los mayas.
Tomado de Arqueología Mexicana, Vol. V. Núm.28.
Éste era el lugar en el que los ciclos de los humanos se enlazaban a las secuencias divinas que regían sus destinos. El recorrido del sol, principio de vida y movimiento: asciende del oriente iluminando los cielos hasta ocultarse por el poniente, y penetra en el inframundo convertido en jaguar para luchar contra las fuerzas de la oscuridad durante la noche, y renacer triunfante una vez más, y otra, y otra, y otra. Esta cosmovisión estuvo y está presente en la cultura maya; normó la economía de la vida cotidiana, los saberes, las fiestas y sus rituales, el culto a los dioses, la simbología del arte y la arquitectura.
Para los mayas, la vida humana estaba constituida por el Pixan, regalo que los dioses entregaban al hombre desde el momento en que era engendrado; este fluído vital determinaba el vigor y la energía del individuo, era una fuerza que condicionaba la conducta de cada hombre y las características de su vida futura. El elemento que viajaría al inframundo al sobrevenir la muerte física.
Creían que el mundo de los vivos, el de los muertos y el de los dioses, estaban unidos por caminos en forma de serpientes fantásticas por donde transitaban las ánimas. Estos lazos eran fervorosamente mantenidos mediante ritos propiciatorios, rezos y plegarias. Conducían a los difuntos hasta el cielo correspondiente, y eran también el camino de retorno desde su lugar junto a los dioses hasta su resurrección en el vientre de las mujeres embarazadas. Los guerreros muertos en batalla, las mujeres fallecidas durante el parto, los sacerdotes, los sacrificados y los miembros de la élite social, viajaban al cielo más alto y paradisiaco. El suicidio era una forma segura de pasar a mejor vida; un cielo con muchos deleites, regido por la diosa Ixtab esperaba al tránsfuga de este mundo.
Las ánimas en pena o el ánima sola habitaban en el Mitnal, (Xibalbaj en el Popol Vuh), el plano más profundo del Bolontik'uj; para llegar a él descendían por las raíces del Ya'axche' hasta las aguas de un cenote que las conducía a las entrañas del lugar donde las sombras se desvanecen, territorio custodiado por los dioses Aj Puch, Yuum Kíimil y Kisin.
Los mayas recibían la muerte como un evento natural. Apenas fallecía un individuo se le amortajaba y, para evitar la falta de alimento en su otra vida, se le ponía en la boca masa de maíz molido. En su tumba, se colocaban junto a él ofrendas que mostraran su rango social, oficio y sexo, así como sus pertenencias. Si era guerrero se le ponían sus armas; si era sacerdote, sus libros sagrados, sus cuentas para predecir el futuro; si era mujer, las piedras para moler maíz y sus herramientas para tejer. Además se enterraba a un perro que guiaría al Pixan de su amos en el azaroso viaje a la eternidad. De día, los deudos lloraban al difunto en silencio, y de noche, lo hacían con gritos y lamentos.
El paso de la vida a la muerte era dificil y delicado. Se creía que las almas de los muertos no abandonaban la tierra inmediatamente después del deceso. Permanecían entre sus familiares llevando la vida de costumbre sin darse cuenta de su cambio de estado. La revelación de lo ocurrido tenía lugar días después y hasta entonces el alma emprendía el viaje al lugar que le correspondiera. Este trance se prolongaba con las almas de los adultos, las cuales se resistían a dejar el cuerpo por temor a los Okol Pixan o ladrones de almas, que rondaban en los momentos de agonía; este peligro era sorteado mediante la presencia de un Aj K'iin para auxiliar al moribundo poniéndolo bajo la protección de Junab K'uj. Cuando la agonía se prolongaba demasiado, un familiar le daba al difunto doce azotes suaves con una soga para aligerar la partida del alma que al desprenderse del cuerpo salía de la casa por las pequeñas aberturas de los extremos del jo'olnaj che' o viga mayor.
A los muertos comunes y sin rango se les sepultaba bajo el piso de sus casas o en la parte trasera de éstas, que posteriormente eran abandonadas por los familiares.
Por el contrario, los señores y gobernantes eran enterrados en hermosas tumbas -algunas de ellas de la más exquisita arquitectura en cuyas paredes, la pintura y la escultura contaban las historias de las dinastías y los linajes sagrados. Sus rostros eran cubiertos con máscaras de mosaico de jade, símbolo de abundancia y vida. Los nobles, los guerreros y los sacerdotes prestigiados socialmente, eran incinerados y sus cenizas se depositaban en urnas de barro en forma de ollas o figurillas. 0 bien se les cercenaba la cabeza para reverenciarla. Ésta se cocía, se descoronaba y se partía en dos, aserrándola de lado a lado. La parte frontal se pintaba con betún o era modelada con los rasgos del difunto en los espacios vacíos, decorándola con piedras preciosas. Estos cráneos se custodiaban en los altares familiares cuyo diseño reproducía la forma del Universo.
La mesas de los altares era el plano rectangular que representaba a la tierra; sus soportes -los bacabes- eran cuatro horquetas que se prolongaban por encima de este plano y se amarraban con corteza de árboles, haciéndolas convergir en el centro de la mesa. En ella se depositaba copal, agua, sal, fuego, miel, maíz, cacao, baálche', pozole, semillas, frutas, plumas, piedras preciosas, algodón y cera, ofrendas benditas para propiciar el feliz encuentro de los Pixanes con la Madre Tierra.
Trabajo de cartonería:
Elaborado en 1996 como un homenaje a los trovadores
y jaraneros sobre una idea de Elvía Rodríguez Cicerol.
El trabajo de cartonería es de Aurora Caro Eng.
Los Españoles
En la primera mitad del siglo XVI tuvo lugar el suceso que afectó dramáticamente a todas las culturas mesoamericanas: la Conquista política y espiritual de los antiguos mexicanos.
Las provincias mayas fueron sometidas por los conquistadores europeos que merodeaban estas tierras desde 1517. Las crónicas nativas registran el evento. « ... Así, también, dijeron nuestro gran señor Ah Nahum Pech, Don Francisco de Montejo Pech, y Don Juan Pech, como fueron nombrados cuando les entró el agua en sus cabezas por los padres. Y el Adelantado es el capitán que vino cuando llegaron aquí, a la tierra de Yocol-Petén, que fue nombrada de Yucatán por nuestros primeros amos, los españoles". (Historia y Crónicas de Chac-Xulub-Chen).
Los nuevos señores trajeron esclavitud y persecución imponiendo sus creencias y pesadas cargas tributarias. La religión y los dioses nativos fueron proscritos por los demoniacos. La evangelización fue implacable; tomó los caminos de la cruelad y la violencia, así como las vías más sutiles de la dominación espiritual. Los autos de fe, la horca, la hoguera, las orejas cortadas y los sambenitos fueron insuficientes. Entonces los religiosos aprendieron la lengua y estudiaron la cultura, la historia y la medicina nativas para encontrar la fórmula que acabara para siempre con las idolatrías. Fue inútil, la cosmovisión maya pervivía.
Los rituales se escondieron en las cuevas, se practicaban en la soledad de las milpas, e incluso en los mismos templos cristianos en cuyos cimientos yacían los rnayas. A pesar de la tenacidad de la política de dominación, las creencias nativas nunca desaparecieron, fueron mezclándose con las cristianas.
La sociedad resultante de aquella conquista fue una amalgama de culturas, creencias, saberes y distintos colores de piel. Para el siglo XVIII, la manera en que los mayas concebían el mundo era un producto mestizo, en cuya matriz cultural se amalgamaron las creencias importadas. La ideología de los conquistadores modificó ritos y cosmovisión; los conceptos sobre la muerte, se transformaron al contacto con las ideas que imponían los vencedores.
Los españoles creían en el concepto occidental judeo-cristiano del tiempo lineal. Comenzaba con la Creación Divina, y a partir de ahí todo se sucedía sin retorno ni repetición: los siete días de la Creación; el nacimiento de Cristo, que dividió la historia en un antes y un después; la consumación de los siglos con la segunda venida de Jesucristo y el Juicio Final.
La prolongación católica de la vida en el más allá coincidió con la maya, si bien sustancialmente transformada. Los trece cielos y los nueve infiernos, espacios a los que iban los muertos en la cosmovisión maya, se redujeron a dos: la Gloria y el infierno. El lugar que les correspondía ya no sería determinado por la manera de morir o por el grupo social u oficio, sino por la conducta en vida, es decir, por las buenas y malas acciones que se hubiesen realizado. Las ánimas ya no recorrían un largo y penoso camino para ir a los cielos o a los infiernos; en consecuencia, tampoco se enterraban junto a los difuntos los elementos necesarios para poder llegar a la frondosa ceiba, o librarse del temido Mitnal.
Junab K'uj se convirtió en Dios Padre, los cuatro Bacabes, en Jesucristo, y el dios de los viajeros, Ek'Chua, en el Espíritu Santo. Los sacrificios humanos fueron sustituidos por el de Jesucristo en la Cruz: la herida en el costado, ocasionada por los romanos, fue interpretada como que éstos le arrancaron el corazón en ofrecimiento a los dioses. Las cuatro esquinas del mundo se materializaron en la Cruz de colores: el norte, blanco, era la cabeza de Jesucristo; el este en color rojo, y el oeste en negro, eran sus brazos; el sur en color amarillo, sus pies; y el verde del árbol de la vida, su cuerpo.
El entierro devino en la ceremonia mortuoria para todos. La cremación fue prohibida para no exterminar el cuerpo tan necesario para el Día del Juicio Final. El retorno a la vida se convirtió en un imposible, no había reencarnación. En esta nueva cosmogonía, todas las almas de los difuntos, exceptuando a los que iban al infierno, regresaban en forma esencial a la tierra una vez al año, por un lapso de 8 días, para permanecer con sus familiares y amigos. Esta creencia dio origen a la celebración el día de fieles difuntos.
En cada casa se improvisaba un altar en el que se ponía una cruz verde, simbolizando el Ya'axche'; una vela encendida, cuatro jícaras de atole nuevo, una en cada esquina del altar, y una quinta en el centro, que representaba a los puntos cardinales y a la ceiba. Siete montones de trece tortillas cada uno, que recordaban los numerales del calendario Tsol k'iin; y cuatro recipientes con carne de puerco o pavo guisados en achiote (Bixa Orellana) o en chilmole. Y como en otras ceremonias, en total se procuraba colocar en el altar veintidos ofrendas en honor a los 13 dioses del Óoxlajuntik'uj y a los nueve del Bolontik'uj. La celebración consistía en agasajar con comida, bebida y rezos a las almas de los familiares y amigos fallecidos; el primer día a los niños y el segundo a los adultos.
Las almas infantiles llegaban en la madrugada, por lo que se les encendía una vela en sus tumbas para que vieran bien su camino. Eran recibidas con un de áak' sa' y chakbil-nal. Por la tarde se les ofrendaban platillos especiales como chakbil kaax kaabil k'úum, yuca (Manihot Esculenta) con miel de abeja, atole nuevo, táanchukwa', iswaaj y otras golosinas, que eran repartidas entre los asistentes y compartidas con los vecinos cuando terminaban los rezos.
Los adultos también llegaban por la madrugada y eran agasajados de igual manera que los niños. Sus tumbas eran limpiadas y decoradas con flores chaksi'ink'in (Caesalpinia cherrimal), pero no se les encedían velas por creer que las almas mayores sí veían su camino. Tanto en el día de los niños como en el de los adultos, se llenaba una jícara con un poco de la comida y la bebida ofrendadas para colocarla en un ch'uyub pendiente de la entrada de la casa, destinada al ánima sola que no tiene quien la recuerde.
Al finalizar su estancia en la Tierra, las ánimas eran despedidas con igual fervor y una nueva ofrenda de ricos manjares y golosinas. El séptimo día, a las "almitas", y en la octava u ochavario, a los mayores. Entre los platillos que se ofrendaban en esos dos días estaban incluidos los llamados pibil kaax, pibil k'éek'en y pibil kuuts, grandes tamales píib, es decir, cocidos bajo la tierra, de masa coloreada y condimentada con achiote, rellenos de carne de gallina, puerco o pavo de monte.
La muerte en Yucatán
Trabajo de cartonería:
Elaborado en 1996 como un homenaje a los trovadores
y jaraneros sobre una idea de Elvía Rodríguez Cicerol.
El trabajo de cartonería es de Aurora Caro Eng.
En la cultura yucateca todo es vida y la muerte es parte de ella. No es final, es inicio perpetuo. Ella nos precede y sucede; sin el deceso de nuestros ancestros no tendríamos la vida. En Yucatán, la muerte es vista como continuidad, permanencia y renovación. Todos la cargamos, es nuestra compañera de viaje, nos alerta contra el peligro recordándonos a cada momento nuestra naturaleza mortal y limitada.
El antropólogo José Tec Poot (1949-1985), fundador de la Unidad Regional de Culturas Populares de Yucatán, rescató de la tradición oral este hermoso poema.
Tucul in cah u yahal cab
Tukul in cah u yocol kin
Tech tun in tuculé
Tech can a bis in pool chikin
Pensando estoy cuando amanece,
Pensando estoy cuando cae el sol,
Entonces tú, pensamiento mío,
Has de llevarme hasta la muerte.
Estas palabras ilustran claramente el porqué nos relacionamos con la muerte con naturalidad.
Los yucatecos nos revaloramos en el Hanal Pixan, reconocemos nuestras sólidas raíces mayas y todas las influencias culturales que lo matizan. Recordemos que los españoles trajeron un catolicismo híbrido por el que se infiltraron a América desde las prácticas más antiguas de los pueblos celtas e iberos, hasta las medievales de musulmanes y judíos. Y que la población africana esclavizada también trajo su equipaje de creencias y dioses que acabó entretejido con el de los nativos. Por su ubicación estratégica en el Golfo y el Caribe, Yucatán es, y ha sido, un enclave en la economía internacional al que arribaron, además de europeos y africanos, chinos, coreanos, siriolibaneses, cubanos, mexicanos de todo el país y norteamericanos.
Por ello el Hanal Pixan en estas tierras ya no es una manifestación cultural homogénea sino una práctica llena de matices familiares, étnicos y de grupo. Tiene lugar los días 31 de octubre para las almas infantiles; 1o. de noviembre para las adultas; el 2 para los fieles difuntos y se prolonga por ocho días en algunas comunidades.
Desde unos días antes panaderos, alfareros, comerciantes, carniceros y agricultores seleccionan y preparan para su venta los artículos y productos agrícolas que la tradición exige; las flores en los mercados encienden el ambiente de fiesta, mientras los marchantes los invaden para comprar hojas de plátano, xpéelon o frijol tierno (Phaseolus Vulgaris), masa nueva. Carnes, condimentos, velas, incensarios, frutas, y dulces tradicionales. Las iglesias fortalecen sus actos litúrgicos y sus servicios. Las escuelas y los centros culturales de la capital y los municipios organizan concursos y muestras de altares de Hanal Pixan. Y los centros comerciales, las tiendas de electrodomésticos, las empresas transnacionales y los hoteles adornan sus espacios con globos de colores negro y naranja, brujas, calabazas y búhos, característicos del Halloween, celebración norteamericana que ha adquirido mucha popularidad en Yucatán. Con días de anticipación los familiares de los muertos acuden a los panteones para arreglar las tumbas; las limpian, les encienden velas, arreglan las cruces y las adornan con flores típicas de la temporada, predominando los colores amarillo y morado. Y dan comienzo los preparativos para hacer las ofrendas, cuya esencia nutrirá a los muertos. En mesas de uso cotidiano cubiertas con manteles limpios y bordados se pone la tradicional Cruz Verde, los retratos de los difuntos y la comida y bebidas que más apetecían en vida, acompañándolas con frutas, flores, velas, panes, cigarrillos, sal y un vaso con agua. Esto último es indispensable, pues el ánima viene sedienta de tan largo viaje y deberá ser alimentada para resistir tan duro esfuerzo. Por ello la ofrenda es generosa; además de los mucbil pollos o pibes se ofrecen platillos tradicionales como relleno negro, relleno blanco, finol con puerco, escabeche oriental, mechado, puchero, tamales, chachawajes, chile habanero, naranjas dulces, mandarinas (Citrus nobilis), plátanos, yuca, (Manihot esculenta), camote (Ipomea batatas), jícama (Pachyrhizus erosus), macal (Discorea alata), dulces de coco, de pepita de calabaza (Cucurbita mostacha), de cocoyol (Acrocomia mexicana Karw), ciricote (Cordia dodecandra) en almíbar, calabaza melada, melcochas, arepas, panes dulces y miel.
En algunas comunidades del -sur, centro y oriente del Estado, es costumbre colocar velas en las albarradas para iluminar el trayecto de las ánimas, e impedir que sean molestadas por los demonios. En la víspera de la celebración se cree que cae una ligera llovizna porque los muertos lavan sus ropas para venir a la Tierra. Asimismo, se considera que los cazadores de venado no deben ir a la caceiía, pues corren el peligro de dispararle al alma de algún 'tirador' difunto; y las bordadoras de huipiles no deben trabajar en esos días, pues pueden coser la piel de algún muerto. A los niños recién nacidos se les anudan hilos de color negro en las muñecas para protegerlos de los malos espíritus que rondan en esos días. Las mujeres limpian muy bien las casas, y con agua y hojas de ciricote, lavan los banquillos, las mesas, jícaras y hamacas; los hombres, por su parte, barren los solares para que las ánimas no se encarguen de hacerlo. Para que los Pixanes acudan a recibir las ofrendas es preciso rezarles, quemar incienso, y entregar los alimentos con oraciones y rosarios de cinco a quince misterios, con cantos que se acompañan con música de serafina (armonio).
El Hanal Pixan o Comida de Ánimas es un ritual especial y en su realización interviene toda la familia y las mujeres son las encargadas de elaborar los alimentos y colocar el altar para las ofrendas. Los hombres excavan el agujero y realizan el muuk para hornear los mucbil pollos, platillo especial para esta ocasión.
Se cubre la mesa con un mantel blanco con bordados en color; se pone una cruz e imágenes de santos, flores amarillas de xpujuk (Tageteas Patula), san-diego (Antogonon Leptopus), hojas de ruda (Ruta Chalpensis) y albahaca (Ocimum Basilicum), un vaso con agua, las bebidas y los alimentos que agradan a las ánimas infantiles: pollo con caldo, tamales, panes dulces, mazapanes en forma de animalitos, hojarascas, galletas, chocolate y frutas de la temporada como naranja dulce, mandarina, plátano y jícama. Se complementa la mesa con velas de colores, juguetes tradicionales y un incensario
Altar de Adultos
Para estas ánimas la mesa se cubre con un mantel blanco con bordados en color negro, también se coloca una Cruz e imágenes de santos, así como los retratos de los difuntos. Se ofrendan jícaras con táanchuwa', un vaso con agua, mucbil pollos y el platillo que al difunto apetecía y disfrutaba en la vida, se acompaña con panes, frutas, flores, velas grandes, de preferencia blancas y de cera, incensarios, aguardiente y cigarros.
Altar del Ánima Sola
A un lado del altar familiar se coloca una mesa pequeña cubierta con un mantel blanco, sobre la que se pone una vela grande blanca, un vaso de agua y un plato de comida.
Cómo hacer los Mucbil pollos
Ingredientes**
3 kilos de masa
2 kilos de pollo
1 kilo de carne de puerco
½ kilo de manteca de cerdo
1 cucharadita de pimienta molida
1 cucharadita de orégano molido
1 puñado de granos de achiote
1 paquete de hojas de plátano
1 cabeza mediana de ajo
150 gramos de achiote en pasta
1 ó 2 gajos de epazote
½ kilo de tomates
Sal al gusto
Modo de preparación
Ponga a cocer al fuego las carnes de pollo y puerco cortadas en trozos pequeños, cúbralos con agua, sazone con el orégano, la pimienta, la cabeza de ajo y sal al gusto. Apenas de un herbor, añada el achiote en pasta, diluido con un poco de agua. Cuando las carnes estén cocidas, se retiran de la olla, y al caldo se le agrega un poco menos de un ½ kilo de carne desleída, moviéndolo constantemente hasta que adquiere una consistencia de atole o k'óol. Fría un puñado de granos de achiote en la manteca y retírelos apenas las coloree. Espere a que enfríe, e incorpórela poco a poco a la masa para evitar un consistencia grasienta, y sazónela con sal al gusto.
Prepare una cama de hojas de platano ligeramente saumadas y coloque en ellas algunas tiras de hoja de xa'an(Sabal Mayarum) tierno. Sobre ese lecho tortee la masa formando un pila, redondeada o rectangular si lo prefiere, que será rellenada con las carnes desmenuzadas, abundante k'óol, hojas de epazote y tomate picado. Haga una tortilla grande y resistente que le sirva para tapar todo el mucbil pollo. Una vez cubierto, unte en todas sus paredes el k'óol, cúbralo con hojas de plátano y amárrelo bien, pero sin aplastarlo.También se elaboran pibes de xpéelon o frijol tierno cuya hechura es menos laboriosa. Se mezcla la masa con la manteca, más el frijol ligeramente hervido con poca agua y sal, formando un piim o tortilla gruesa que también se envuelve en hojas de plátano para su cocción.
Cómo enterrar los Pibes
El muuk, entierro y desentierro de los pibes, es tarea de los señores. Excavan un agujero de fornia rectangular de aproxiniadamente un metro y medio de largo por un metro de ancho, y medio de profundidad. Éste también puede ser circular, y de menores dimensiones, dependiendo de la cantidad de alimentos por enterrar, pues además de los pibes algunas familias también entierran el relleno negro, la cochinita pibil, los camotes, la calabaza melada, los tamales, el makal y los elotes.
Primero se apila la leña seca y luego la verde, cuatro o cinco tercios en total. Después se colocan encima pieras planas de un tamaño rectangular, conocidas como si'intun y se prende fuego a la leña. Cuando comienzan a calentarse, se queman algunas hojas de henequén (Agave Sisalana) cuyas fibras, en tiras, amarran amarran las envolturas de hoja de plátano de los pibes.
Toda vez que se consume la leña y las piedras se encuentran al rojo vivo, el homo está listo. Los hombres sacan con palas muy cuidadosamente las si'intunes y esparcen el carbón de manera homogénea por el fondo del agujero. Sobre éste se depositan los alimentos que serán cubiertos con las piedras ardientes. Luego, el agujero se cubre totalmente con hojas de ja'abin (Piscidia Piscipula), después se tapa con costales de yute o láminas de zinc, y por último se cubre todo el horno con tierra.
El tiempo de cocimiento es de una hora y media a dos, compás de espera que los hombres alegran con aguardiente y cervezas, para finalmente inspirar el aroma de los pibes que inunda los pueblos en memoria de las ánimas. Una advertencia: es creencia generalizada que quien tiene las manos frías, llamado en maya síisk'a', no debe intervenir en la elaboración y en el entierro de los pibes, pues éstos no se cocerán.
Manifestaciones culturales asociadas a la Muerte
El concepto de la muerte y sus prácticas rituales fueron reinterpretadas en la conformación de la sociedad mestiza que hoy es México. Las costumbres nativas fueron enriquecidas con las importadas y viceversa. La convivencia de gente de distintos colores de piel, con sus diferentes sentires y quereres, todos sujetos a un esquema dominante de creencias, entretejió el enjambre de tradiciones que caracteriza a nuestra cultura popular.Desde los tiempos coloniales, las costumbres de los grupos étnicos sujetos al dominio de los españoles fueron consideradas como transgresoras de las creencias cristianas. Las danzas, mitotes, jácaras, mojigangas de indios, negros, chinos y mestizos de todos los colores fueron perseguidas por la Inquisición. "... En un corrincho de hombres y mujeres, se cantó a dos voces y con risas de los concurrentes el verso siguiente:
A San Miguel te pareces
en el ombligo
porque tienes debajo
al enemigo
Su contenido de crítica política, sátira religiosa y erotismo atentaba contra las "buenas costumbres".
Eran las diversiones del populacho, que después de las albores diarias se reunía alrededor de fogatas para entonar coplas rimadas que hacían mofa de las autoridades, satirizaban las políticas oficiales, transmitían los acontecimientos del vecindario, los delitos en fin, los sucesos diarios. Entre una población analfabeta en su inmensa mayoría, era el medio más ágil para comunicar los eventos del interés popular. En todo el folklore mexicano están presentes las danzas acompañadas de coplas, de humorísticos duelos verbales hombres, entre dos hombres, entre un hombre y una mujer, un anciano y un joven o entre grupos musicales. De esta tradición popular salieron también las llamadas Calaveras, versos rimados que se escriben para el Día de los Difuntos jugando con las palabras y los aconteceres haciendo pasar a los vivos por muertos. Epitafios satíricos hacen mofa de los acontecimientos y sus protagonistas: los políticos, las autoridades, los chismes del barrio o pueblo, el alza de precios, los servicios públicos, las catástrofes naturales, etc.
Los relatos de aparecidos y almas en pena que narran los mayores en estos días, es otra vieja tradición oral que viene transmitiéndose para mantener vivo en la memoria el retorno de los muertos a este mundo.
"Esto sucedió hace pocos años en una ciudad del interior del Estado. En la víspera del Día de muertos, María pidió permiso a sus padres para asistir con sus amigas a un baile de Halloween. Le concedieron el permiso pero le dijeron que, antiguamente, la gente no acostumbraba salir por las noches y menos asistir a los bailes en esos días, pues estas fiestas son una falta de respeto a las ánimas, que según se cree rondan la comunidad. María no tomó en serio estos comentarios y se fue al Halloween muy contenta. Allí conoció a un joven bien parecido, atento y caballeroso, pero con un aire de misterio que por la luz tenue y el sonido estridente de la música no logró descifrar. Los jóvenes bailaron y bailaron hasta el cansancio. Pasada la medianoche, el muchacho le comentó que venía de un largo viaje e iba a partir, invitándola a acompañarlo . María se olvidó de todo y de todos, y aceptó la invitación. Pidieron un taxi y se dirigieron con rumbo al poniente de la ciudad, hasta llegar a una casona con muros y rejas grandes, donde el ruido y las risas indicaban que también había fiesta. Se bajaron y el misterioso jóven le pagó al chofer... Fue la última vez qe se vio a aquella feliz pareja. Al día siguiente el taxista cayó en la cuenta de dos cosas: el dinero con que le pagaron eran billetes sin valor desde hacía mucho tiempo, y aquella casona era... el Cementerlo General.
Los refranes y dichos revelan con su sabiduría popular que a pesar de la muerte ineludible, la vida continúa:
Entiendo que a veces para soportar la muerte, se necesita calentar la carne con alcohol y distraer el alma con leyendas.
Unos aluden a la valentía de los yucatecos ante la muerte, otros hablan de ella con ironía, con temeridad o con un sentido lúdico:
El que por su gusto muere que lo entierren parado
Cuando entierren a mi suegra, que la entierren boca abajo para cuando se quiera salir, se vaya más pa' abajo.
El arrimado y el muerto a los tres día apestan.
El muerto al pozo y el vivo al gozo.
Nuestros poetas y compositores también han visto en la muerte una fuente de inspiración. Luis Pérez Sabido tiene un poema llamado "A la Muerte", que comienza parafraseando a Elvia Rodríguez Cirerol (1941-1998):
Muerte trovera, jaranera muerte.
Muerte trovera, jaranera muerte, bulliciosa y romántica calaca, tu esbeltez se perfila entre la suerte de botellas y golpes de alpargatas.
Muerte trovera, jaranera muerte, penetrante y sensual voz de guitarras tu profundo cantar rítmico y fuerte tiene acordes de notas descarnadas.
Muerte trovera, jaranera muerte, sólo así, de colores quiero verte junto a mí en la hora convenida.
Muerte trovera, jaranera muerte, un día tomarás mi cuerpo inerte para hacerlo gozar en la otra vida.
Muestra de Altares en la Plaza Grande
Desde hace aproximadamente quince años, los yucatecos hemos testimoniado el fortalecimiento de la celebración del Hanal Pixan Hoy, la Ceremonia de ceremonias es una preocupación de nuestras autoridades gubernamentales, eclesiásticas y civiles.
El Gobierno del Estado, a través de su Instituto de Cultura de Yucatán, viene promoviendo la supervivencia del Día de los Fieles Difuntos para revalorar nuestra cultura mestiza, plural, antigua y nueva a la vez. Comenzó, entre otros eventos, con una Muestra en la Casa de la Cultura del Mayab, que ha crecido exitosamente, año con año, hasta rebasar las paredes de la Institución. Se instó a promover la puesta de altares en las oficinas de los distintos niveles de gobierno y en las escuelas de todo el sistema educativo. Dependencias como la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, la Secretaría de la Reforma Agraria, el Instituto Mexicano del Seguro Social, el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, el Instituto de Seguridad Social para los Trabajadores del Estado de Yucatán, la Secretaría de Educación Pública, Liconsa y Banrural, entre otras, se unieron a la propuesta realizando muestras y concursos de altares en cuya elaboración involucraron al personal, premiándolo por su ingenio, originalidad y apego a la tradición. Las secundarias federales, las escuelas de la Universidad Autónoma de Yucatán y algunas instituciones privadas de educación superior, respondieron de manera muy entusiasta; la elaboración de un altar promueve el trabajo en equipo, la interacción de maestros y alumnnos, la comunión de creencias y la preservación de nuestra cultura.
Desde la primera convocatoria a esta muetra en 1986, en la que el promotor cultural Renán Guillermo Gonzáles, a cargo de ella desde entonces, conjugó el apoyo y la participación del Instituto Nacional para la educación de los adultos; el instituto Nacional de Antropologia e Historia; el Instituto Nacional Indigenista; Desarrollo integral de la Familia; el Programa Cultural de las Fronteras; la Secretaría de Educación Pública; ISSSTE-Cultura; Casa de las Artesanías; el Supremo Consejo Maya; el Museo de Arte Popular; la Normal Superior de Profesores; la Unidad Regional de Culturas Populares de Yucatán; y los municipios de Izamal, Valladolid, Hunucmá, Ticul, Tekax, Oxkutzcab, Tixkokob, Tekal de Venegas, Progreso, Celestún, Dzilam Bravo y Telchac Puerto, hasta la de 1995, la lista de participantes fue paulatinamente en aumento; más escuelas, asociaciones populares, empresas, restaurantes y más municipios. El interés que despertó entre la ciudadanía y las instituciones hizo de la falta de espacio un problema urgente. Se planteó entonces la búsqueda de un sitio alternativo en el que hubiera más amplitud para los altares y los visitantes. Fue elegida la Plaza Grande o Zócalo de la ciudad de Mérida, punto de reunión, cruce y confluencia del diario vivir de los meridanos, un escenario histórico milenario muy apropiado para la más antigua de las celebraciones de estas tierras.
A partir de 1995, la Muestra de Altares se lleva a cabo en este espacio en donde propios y extranjeros pueden disfrutarla. Su inauguración es un evento que reúne a nuestras máximas autoridades: el Gobernador del Estado, el Arzobispo, los alcaldes de los municipios, los representantes de los poderes judicial, legislativo y militar, así como distinguidos empresarios y funcionarios de gobierno. Los participantes exponen sus altares elaborados según las tradiciones de sus entornos familiar y social, con las particularidades de las regiones centro, sur y oriente Yucatán, así como las de la zona metropolitana y la costa. La IV Muestra del año pasado fue de 159 altares, un verdadero escaparate de gastronomía, creencias populares creatividad. Miles de visitantes Yucatecos de todo el ámbito estatal y turistas de todas panes del mundo, la disfrutaron.
El impulso que se le ha dado a esta celebración ha impactado otros órdenes de la vida de los yucatecos. La prensa local de los últimos quince años nos muestra el renovado interés que las administraciones de gobierno y municipales han puesto en los cementerios. Es significativo que, año con año, se haya incrementado, tanto por parte de la población civil como de las autoridades, la preocupación por el mantenimiento y la limpieza de los panteones de la capital y de los municipios. Destacan los casos de Motul, Muxupip, Peto, Hunucmá, Valladolid, Chelem y Telchac Puerto. Asimismo, el incremento de misas oficiadas por el señor Arzobispo en todos los cementerios públicos y privados de la ciudad de Mérida, es revelador de la atención que se le brinda a esta ceremonia.
La Muerte en escena
Parte sustancial de los festejos en la celebración de los Fieles Difuntos es la Puesta en escena de un espectáculo denominado "Delirio Teatral", que se efectúa por las calles de la ciudad de Mérida, entre la Plaza Grande y el parque de Santa Lucía, que fuera cementerio en tiempos coloniales. Los maestros y alumnos del Centro Abreu Gómez" del Instituto Nacional de Bellas Artes, del Centro Estatal de Bellas Artes, y un grupo plural de artistas locales, representan el lado fársico Y festivo de la muerte, también de profunda raigambre en la cultura de los mexicanos. Conjugan la magia de las artes escénicas con la de las creencias. La muerte baila, canta, entabla diálogos, satiriza a los vivos.
La Procesión es encabezada la Muerte con su guadaña, seguida de flagelantes, calacas-rnarionetas, músicos, pirotecnia y un populacho fantasmagórico y lloroso. Personajes como la Calavera Catrina, internacionalmente conocida por la obra del artista grabador José Guadalupe Posada, y la Calavera Mestiza, vienen bailando animados sones; otras calaveras y muertos de renombre representados por conocidos actores y comediantes locales como Aidita "La Chichí" Ayora; William Patrón, "Pichirilo"; Octavio Ayil; Narda Acevedo; Manuel Jesús Herrera, "Ponso", y Celia Acevedo, "Chela"; Madeleine Lizama, "Candita"; Tanicho; Enrique Cascante, José Luis Almeida, vienen en calesas cada uno protagonizando una faceta diferente de la muerte, enamorada, llorona, bailadora, satírica, contestataria y ebria. Esta máscara teatral se detiene en un escenario que simula un panteón abandonado, en donde los actores comienzan el diálogo entre los vivos y los muertos, y entre éstos y la muerte.
Su primera escenificación en 1986, por iniciativa y bajo la dirección del maestro y director de teatro Rubén Chacón (1955-1997) y el comediante Lord Albert, fue muy novedosa.Desde entonces a la fecha el espectáculo goza de gran aceptación y respeto, es un evento esperado por los meridanos, Y por ello año con año ha recibido mayor atención y apoyo institucional para su lucimiento. Es una excelente ocasión para mostrar la creatividad de nuestra comunidad artística que baila, canta, toca y actúa recreando lúdicamente una tradición milenaria.
Por la convivencia del yucateco con la muerte se dice que le teme, a veces que se burla de ella, la reta, juega, y al final la domina para luegoo comérsela. Es un hecho que la vemos como un símbolo dual, inseparable de la vida, con un misticismo que es parte esencial de nuestro ser, y que se ha mantenido a través de los tiempos, materializada en el Hanal Pixan. La celebración que no se pierde, la que el dramaturgo Jorge Esma llama:
La Ceremonia de ceremonias... encuentro entre generaciones y edades, hora del silencio en el ritual de las velas, que se encienden, y las flores que brotan con el amanecer de las ánimas... donde los vivos conversan con los rnuertos, experiencia y aprendizaje de los vivos para caminar hacia la luz de lo eterno... territorio imborrable de la identidad yucateca.
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