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Poder y Autoestima en la Mujer Obrera:
Un Análisis Comparativo

Georgina Rosado Rosado


 

Uno de los deberes de quien escribe y analiza la construcción del género en la mujer que trabaja es, sin duda alguna, advertir sobre las distintas variables que entran en juego en el fenómeno de estudio y la manera cómo el investigador las relaciona entre sí. Esto último resulta relevante porque el abordar temática tan subjetiva como la identidad genérica, obliga a tratar de evitar relaciones causales mecánicas y directas que resultan tan fáciles de establecer como inciertas y falsas.

    Así supuestos descubrimientos en la relación entre el trabajo y la mayor o menor autoestima de la mujer; o bien, entre los ingresos femeninos y el mayor o menor poder masculino, establecen relaciones causales y lineales que no sólo desvirtúan la realidad sino que esconden la gran complejidad de la identidad del género que se construye en un ir y venir de ganancias y pérdidas, rescates y abandonos, construcciones y deconstrucciones, donde intervienen las relaciones de poder, normas, valores y creencias.

    Existen también otros estudios que centran su interés en un caso específico y contemporáneo, lo que permite profundizar en la características genéricas de un grupo de mujeres u hombres en particular, pero que a través de ellos resulta prácticamente imposible conocer que es lo nuevo o permanente, lo propio del grupo de estudio o lo generalizable para otros.

    En otras palabras se obtiene una "fotografía" del género pero se desconocen sus antecedentes históricos o su relación con los contextos, por lo que los supuestos cambios o la reconstrucción genérica se deducen a partir de los mitos o supuestos ideológicos que existen sobre la mujer, generalmente asociados a su papel como víctimas y sujetos ajenos al poder.

    En este sentido para el análisis de la construcción del género en la mujer que trabaja, hay que considerar una diversidad de variables como son: las características sociodemográficas de las trabajadoras, las condiciones en que se incorporan al trabajo, los ambientes que se forman alrededor del trabajo, así como las composiciones de las unidades domésticas de donde proceden y sus contextos históricos y regionales.

    Lo anterior sólo es posible a nuestro ver, a través de dos métodos distintos, los análisis generacionales que nos ofrecen información "del antes y el después" y por lo tanto de como se transforma el género, y los estudios comparativos, de dos o mas casos, que permiten conocer lo específico y lo generalizable, así como el peso de cada variable y la manera en que éstas se relacionan con el género de acuerdo a cada contexto social y cultural.

    En el presente estudio se describirán dos casos de inserción de la mujer al trabajo, con el fin de ilustrar la manera en que la variable trabajo puede afectar de manera distinta a los sujetos de acuerdo al momento histórico y al contexto cultural donde se ubica creando identidades genéricas diferentes. El primer caso se ubica geográficamente en el occidente de México y sólo será descrito con brevedad, dado que servirá únicamente como punto de referencia y comparación; el caso de Yucatán se abordará con mayor profundidad. En ambos casos se describirán las condiciones de la incorporación de la mujer al trabajo y sus efectos a nivel del género, utilizando como variable la autoestima, el poder y la autoridad.

 

El caso de las obreras michoacanas

En el llamado bajío zamorano, ubicado en el estado de Michoacán, durante la década de los sesenta se dio un proceso de transformación agrícola mediante el cual se ampliaron las tierras dedicadas al cultivo de la fresa y se instalaron las primeras empacadoras y congeladoras para el procesamiento de la fruta. Esto dio pie a la contratación de miles de mujeres procedentes de comunidades y ranchos circundantes al valle, así como de las ciudades de Jacona y Zamora.

    La incorporación de la mujer al trabajo en la agroindustria se vio acompañada de la migración masculina a los E.U., fenómeno sumamente generalizado en la región, y que dio como consecuencia que actualmente la mayoría de las unidades domésticas, de donde proceden las obreras, integren hombres que se ausentan por largas temporadas y mujeres que trabajan fuera de sus unidades domésticas. En el siguiente apartado nos ocuparemos de las obreras que proceden de la pequeña ciudad de Jacona, Michoacán, población que en las últimas tres décadas ha sido lugar de asentamiento de familias de inmigrantes procedentes de Jalisco, Guanajuato y de otras regiones de Michoacán.

 

Las condiciones de su incorporación al trabajo

En el caso de las obreras de la fresa de Zamora, Michoacán, la inserción al trabajo tuvo la peculiaridad de darse de manera grupal reproduciéndose, en el proceso las relaciones familiares y comunitarias. Las mujeres de determinadas familias, colonias y comunidades del bajío zamorano se incorporaron al trabajo y en el medio laboral se reprodujo la familia, tanto en lo que se refiere al tipo de relaciones como de normas.

    Este traslado de los lazos familiares y comunitarias al centro de trabajo gradualizó y frenó en buena parte los cambios en las conductas de las mujeres. Sin embargo, a mediano y largo plazo y en una segunda y tercera generación de obreras, la concentración de la fuerza laboral en el espacio comunitario y la incorporación de diversas mujeres de una misma unidad doméstica a la agroindustria permitió una defensa colectiva de su derecho a trabajar y una construcción grupal del significado de "mujer trabajadora" elaborado con un peso importante de variables positivas, aunque polémicas y contradictorias.

    El bajío zamorano se distingue al igual que el resto del occidente de México por una fuerte patrilocalidad acompañada de relaciones patrilineales. Esto es que no sólo se vive en la casa de los padres del esposo sino que el control económico, la herencia y la tradición ocupacional se transmiten por línea paterna. Esta situación va acompañada de un poder femenino fundamentado en la relación de maternidad exclusivamente de los hijos varones, o sea en este caso la suegra tiene un fuerte dominio sobre la parentela del hijo (esposa e hijos), pero la pierde respecto a la descendencia de las hijas.

    En este contexto la autoridad de la mujer originalmente se suscribía al espacio doméstico, sin embargo la fuerte emigración masculina a norteamérica en los años cincuenta permitió que se ampliara a otros ámbitos comunitarios relacionados con la producción y el consumo, aunque en estos la autoridad de la mujer sólo se reconocía como trasmitida por el varón, en resumen funcionaban como portavoces o encomendadas. El poder simbólicamente siguió siendo masculino aunque en la práctica cotidiana fuera femenino.

    Pese a la migración la estructura familiar se mantuvo relativamente estable y la autoridad siguió siendo central y hegemónica, pero el poder circulaba entre las personas de acuerdo al lugar que los individuos ocupaban dentro del grupo. Así la nuera como tal no tenía poder, pero en el momento que se convertía en madre y después suegra de manera inmediata lo adquiría.

    Sin embargo, con la inserción de la mujer al trabajo se presentaron una serie de enfrentamientos entre las mujeres al interior de la unidad familiar que proclamaban distintas fuentes de legitimidad en cuanto a su autoridad y una tendencia a descentralizar el poder. El poder proveniente de la maternidad y de los "sacrificios" y "dolores" que esta conlleva compitió con aquel que se adquiere en el trabajo y con el papel activo en la economía familiar. Los fuertes enfrentamientos entre mujeres, más que entre hombres y mujeres, generó una tendencia a romper la patrilocalidad optándose en muchos casos por neolocalidad y el acercamiento a la familia materna.

    Las mujeres trabajadoras adquieren mayor control de sus ingresos y la organización doméstica de la familia, pero tienen mucho menos injerencia en sus hijos casados y posiblemente la tendrán aún menos en la familia de éstos (nueras y nietos). Las consecuencias graduales, llenas de conflictos y contradicciones, implicaron aparentemente una adquisición de poder femenino, pero visto desde otro ángulo también significó la pérdida de otro tipo de poder, cohesionador e igualmente fuerte. En cuanto a la reacción comunitaria no obstante al rechazo inicial a la incorporación de la mujer a la agroindustria, sobre todo por parte de aquéllas que optaron por no trabajar, las obreras continuaron participando en las actividades (bailes, fiestas religiosas, movimientos urbanos, etc.). Su actuación, aunque no protagónica si resultaba relevante puesto que aportaban dinero y artículos que difícilmente podían conseguir otras mujeres.

 

El caso de las obreras yucatecas

Lo interesante en el caso de las obreras de la pesca es precisamente la profunda relación entre sus características genéricas y los ambientes que se forman en sus centros de trabajo. Sin embargo, paradójicamente, en lo que se refiere a la vinculación industria-relaciones productivas y grupo doméstico, no encontraremos la estrategia empresarial de respetar la estructura y valores familiares para favorecer la incorporación de la mujer al trabajo, aspecto como se ha señalado antes relevante en el caso de las michoacanas. Lo que resalta en las obreras yucatecas son los rompimientos, profundos y encadenados que acompañaron a sus decisiones por trabajar, a las condiciones mismas de su trabajo y a sus respuestas personales ante sus particulares condiciones de vida.

 

Las características de la industria en donde trabajan

La Industria de la pesca en Yucatán tiene aproximadamente 50 años, por lo que de las 25 empacadoras de pescado y marisco que funcionan actualmente, por lo menos cuatro de ellas tienen más de cuarenta años de funcionamiento, aunque dos de ellas han cambiado de dueño y de local.

    El 80% de la producción pesquera del Estado consistente principalmente en pulpo, mero, huachinango y caríto, pasa por las empacadoras, donde sus aproximadamente 600 trabajadores, conformados en un 50% por hombres y en un 50% por mujeres, filetean, empacan y congelan a través de diversos procedimientos técnicos la producción que en un 65% se destina a diferentes puntos de México D.F., Jalisco y Monterrey principalmente y en un 35% se exporta a E.U. y Canadá.

 

El contexto social de donde proceden las mujeres

La mayoría provienen de la llamada "ciénaga de Progreso" lugar de asentamiento en su mayoría irregular, de cientos de migrantes, de nuevos y antiguos pescadores de la zona, empleados de servicios y trabajadoras domésticas que viven en condiciones insalubres en suelos por lo general rellenos de basura, orgánica e inorgánica, en medio de un paisaje de inundaciones y habitaciones mal construidas.

    El triste ámbito de la ciénaga se complejiza con altos índices de alcoholismo y violencia familiar. Sin embargo, es allí mismo en donde se han generado diversas luchas sociales por la regularización de las tierras, mismas que en su mayoría han estado encabezadas por mujeres. Por su fiereza y la audacia de sus tácticas de lucha son conocidas en la región como "Las amazonas". En un porcentaje menor algunas obreras provienen de dos poblaciones rurales: Tamanché y Komchén, que se ubican en el corredor Mérida-Progreso, comunidades que por su cercanía a dos ciudades de importancia mantienen una fuerte relación ocupacional con las urbes, aunque conservan estilos y modos de vida campesinos. Por cuestiones de espacio el análisis de este grupo de obreras se tratará en futuros trabajos.

 

La conformación del grupo de obreras de la ciénaga

La mayoría de más de treinta años, un buen número pisando los cuarenta, en una situación social catalogada por ellas mismas como "difícil" ya que casi todas son divorciadas, abandonadas o madres solteras (aprox. 70%), aunque en un número menor también las hay solteras o casadas. Los grupos laborales (de 15 a 25 obreras por empacadora), se conforman en su generalidad por mujeres de familias desintegradas. Sobre las edades de las obreras es importante señalar que no obstante la mayoría se incorporó joven al trabajo, actualmente un 75% tiene más de 35 años. Esto se relaciona con la sorprendente continuidad de las relaciones laborales, ya que a pesar de que la mayoría trabaja a destajo, permanecen en las empresas 10, 15 y hasta 20 años, por lo que se registra poca rotación de personal.

    La condición de "mujeres solas" que registran las trabajadoras del pescado nos llevó en primera instancia a tratar de averiguar las razones de la misma. Se quería dar respuesta al comentario de una de ellas a la que llamaremos Doña Juana: "Aquí en las empacadoras casi todas somos dejadas...". Resultó que un 70% de ellas provienen de familias desintegradas, de las cuales un 40% son mujeres que al separarse de los padres de sus hijos sufrieron necesidades económicas apremiantes, por lo que optaron por entrar a trabajar en las empacadoras. Una de las constantes entre estas mujeres fue la ausencia de apoyo económico por parte de sus ex-compañeros, por lo que el Seguro Social, la posibilidad de tener trabajo todo el año y un salario relativamente competitivo fueron las causas más objetivas de su incorporación.

    Sin embargo, a todo esto se puede agregar un elemento más, ideológico y subjetivo, que explica el porqué a pesar de ciertas ventajas laborales de la industria no todas las mujeres de la ciénaga con requerimientos económicos solicitan su ingreso a ella. Las condiciones de trabajo que implican pasarse días enteros en el lugar o salir a altas horas de la noche, no se resolvió como en el caso de Michoacán por la vigilancia y acompañamiento familiar. Más bien implicó para las mujeres desprestigio y mala fama, por lo que este trabajo atrajo a mujeres que además de condiciones económicas difíciles "no tenían nada que perder" ni a quien responderle por su conducta, dada su situación de divorciadas, separadas o madres solteras.

    Si bien el trabajo atrajo a mujeres de cierta condición también profundizó sus diferencias. Aproximadamente 30% de las obreras entraron a trabajar en calidad de solteras o casadas y ya instaladas en el trabajo adquirieron su estado civil de divorciadas o madres solteras, de lo anterior se puede deducir que su situación de mujeres solas no fue la motivación principal de su incorporación, mas bien a la inversa y según sus propias declaraciones su independencia económica y su tipo de trabajó influyó en la decisión de no seguir "aguantando" a sus parejas. Circunstancia que bien puede ilustrarse con la declaración de una de ellas.

"Entre obreras hay otro mundo, entre obreras nos insultamos y llega a gustarnos ese relajo, es completamente distinto a la casa y entonces ya no te sientes bien en tu casa, ya no quieres estar y tu marido quiere que estés, ya no sientes ambiente porque ahí (en la empacadora) estás mejor"


La organización del trabajo

Como se puede observar en el apartado anterior las características propias del trabajo asociadas al ambiente social de donde provienen la mayoría de las obreras, dio lugar a la conformación de grupos laborales con características similares en casi todos los centros de trabajo. Ahora bien, la conformación de estos grupos laborales aunada al tipo de organización laboral dio pie a la creación de determinados ambientes, que actúan en la reconstrucción de sus identidades. En un espacio amplio donde se encuentran mesas planas y rectangulares en ocasiones en línea y en otras conformando una gran meseta cuadrada; las mujeres obreras desescaman, filetean, pesan y colocan en cajas o botes el pescado y en los meses de agosto a diciembre limpian el pulpo quitándole manualmente la "uña" y la bolsa de tinta. Para esto permanecen paradas con guantes, un mandil y gorro, interrumpiendo la labor y sentándose únicamente para comer.

    El ambiente es húmedo y frío ya que en cada ocasión que los obreros salen o entran de las cámaras de enfriamiento, se escapa una bruma fría que "cala hasta los huesos" y que propicia que las trabajadoras se enfermen constantemente de catarros, mal que se curan tomando una gran cantidad de aspirinas antes de entrar al trabajo. Las labores se las distribuyen cada mañana, aunque reconocen quien es la más diestra fileteando, quien pesa con más rapidez y quien se cansa más rápido. El trabajo se desarrolla en grupos lo que resulta un aspecto relevante en el análisis del grado de compenetración personal que existe entre ellas. La mayoría tiene un sueldo base pero buena parte de sus ingresos proviene del pago al destajo, el cual no se contabiliza individualmente, sino por mesa de acuerdo a los volúmenes de producción. Es por esto que las trabajadoras requieren de una gran coordinación, ya que si una falla todas salen perjudicadas.

    Las relaciones durante las horas de trabajo son sumamente informales y personalizadas, lo que se refleja en la forma en que se aplican las normas de trabajo y se sancionan las faltas. "Existe el acuerdo de que a la que falle en un aspecto del trabajo se le jale las orejas por el supervisor de producción, "si no llevas la gorra te jala las orejas, si se te olvidan las botas igual". La familiaridad en "los tratos" dentro de la jerarquía laboral se extiende a otros niveles llegando incluso a los dueños y empresarios, en este sentido una de ellas platicó: "Este año que pasó estuvimos vacilando al jefe, le decíamos pobre del jefe no tiene dinero, pero mira sus carros del año, ahí está nuestro esfuerzo y él lo escuchaba, por eso un día contrató un servicio de meseros, pidió un lechón y hubo hasta un conjuntito".

    Si bien durante la jornada laboral se puede observar la conformación del área de trabajo como un espacio familiar, donde abundan las pláticas personales, piropos y continuas bromas de contenido sexual; durante las horas de comida se descubre el verdadero grado de personalización de estas relaciones. Mientras las mujeres a la hora de la comida cocinan el pescado o bien sirven la comida que traen de sus hogares, los obreros se van acercando a ellas para almorzar. La mayoría de éstos son casados, sin embargo, mantienen relaciones afectivas y sexuales con las obreras. No es raro que en estas ocasiones algunos hombres (nunca mujeres) del área de administración bajen a comer con las obreras, momento en que se puede observar como ellas se apuran a atenderlos, y reciben con agrado gestos de cariño como nalgadas, caricias en el pelo o simples miradas. A la hora de la comida algunas de ellas son visitadas por sus hijos que no parecen molestarse por compartir la mesa con los amantes de sus madres. En estos momentos se pueden observar escenas familiares en donde una pareja de obreros almuerza con los hijos de ella.

    Las relaciones de tipo familiar que se forman en el trabajo no implican la ausencia de conflictos sino la personalización del mismo. El origen de los conflictos por lo general obedece a causas objetivas ligadas al enfrentamiento de los intereses de la empresa con los de las trabajadoras. Sin embargo, en las entrevistas lo que las obreras ponderan son las causas personales: "Margarita, la jefa, dejó que despidieran a su prima para que mantuvieran a Juana en su puesto, porque Juana es su amante". Las solicitudes de alguna ayuda especial como sería un préstamo para el caso de una emergencia no se tramitan como un derecho laboral sino como un favor personal. Así, son por lo general los supervisores quienes les proporcionan el préstamo, ya sea que éstos lo gestionen directamente ante la empresa o lo proporcionen de sus propios ingresos.

    El resquebrajamiento de las relaciones familiares y comunitarias aunado a la personalización de las relaciones de trabajo, en donde se obtiene además de un ingreso, aceptación social, diversiones y afectividad, es lo que permite que al centro de trabajo no se traslade la familia, sino que se sustituya a ésta o se reorganice parte de ella en función de convertir al grupo laboral en un una nueva familia. Esta nueva familia opera con normas muy distintas a la consanguínea. En la primera por ejemplo, la mujer puede utilizar cierto tipo de lenguaje, corporal y oral y practicar ciertas conductas, totalmente prohibidas en el medio doméstico y comunitario.

 

La vida de las obreras en el espacio familiar y comunitario

Una característica fundamental en el análisis de los procesos laborales en las empacadoras de pescados y mariscos, ubicadas en Progreso y Yucalpetén, es la elasticidad que presentan las jornadas de trabajo ya que pueden durar desde unas cuantas horas hasta 18, 20 e incluso abarcar las 24 del día de acuerdo con la cantidad de producto que haya llegado en los barcos. Esta característica obliga a que las obreras no tengan un horario fijo a cubrir y por lo tanto no exista una hora fija para que lleguen a sus casas. Esta condición les ofrece la oportunidad de "escapar" de la vigilancia comunitaria y familiar y disponer de su tiempo para realizar actividades personales, tales como "escaparse" con las amigas o los amantes a tomar las cervezas o con el único fin de divertirse. El ambiente predominante en las empacadoras y su condición de mujeres solas (sin pareja) les permite libertad para el uso de su tiempo, la que se refleja de manera notable en el control de su vida. No obstante, la innegable autonomía que esto les confiere se encuentra también vinculadas a conductas que afianzan y refuerzan la marginación social que sufren estas obreras. Prácticas consideradas por ellas como placenteras, vinculadas con su libertad sexual y las relaciones de "noviazgo" que establecen con sus compañeros o inclusive el alcoholismo, enfermedad que algunas de ellas declaran haber adquirido en su vida laboral, van acrecentando esta marginación.

    La misma actitud se refleja en su vida doméstica ya que por lo general establecen relaciones con hombres casados que las visitan como novios, pero sin adquirir deberes ni derechos: no aportan ingresos, sólo gastan en invitaciones, tampoco reciben atenciones ni tienen la autorización para quedarse a dormir. La condición de amantes es aparentemente vivida con agrado por las mujeres quienes declaran no desear volver a casarse, cosa común en la zona de la ciénaga en donde son vistos con naturalidad los segundos y terceros matrimonios. Esta actitud es explicada por las obreras en razón de su miedo a regresar a su vida anterior, la cual en la mayoría de los casos es recordada como una serie de sucesos fatídicos relacionados con violencia, infidelidad y alcoholismo masculino, encierro, tedio e inseguridad económica.

    Sin embargo y paradójicamente, sus diferentes formas de vida adoptadas a partir de su incorporación al trabajo, no son plenamente legitimadas en el discurso. Lo anterior se puede explicar en parte por la falta de una caracterización positiva de la mujer trabajadora articulada grupalmente; ya que si bien en el medio laboral son y se comportan como un grupo con características semejantes que están concientes de compartir con las obreras de otras empresas, en el medio residencial actúan de manera individual y aislada, lo cual les ha impedido imponer sus concepciones y legitimar sus formas de vida sobre otros grupos sociales. En el medio residencial son criticadas constantemente, situación que ellas reconocen y hasta cierto punto justifican como se denota en las lamentaciones de Doña Rosenda quien afirma que por su trabajo ha tenido muchos problemas con sus vecinos y que por eso no se lleva con ninguno. Según ella los vecinos dicen que es prostituta porque vive sola y la traen en la madrugada los empleados de la empacadora:

"Las mujeres que trabajan en las empacadoras tienen por lo general mala fama, quiere saber porqué? en realidad hay quien tiene allá , usted ya sabe, su guardadito y se van a echar las cervezas , creo que por eso tienen mala fama las mujeres de las congeladoras... "Siempre ha pasado que hay muchachas que entran a trabajar ahí y salen embarazadas y no tienen ni marido; hay también mujeres que entran a trabajar allá que teniendo su esposo buscan su otro señor allá y por eso la gente habla y aunque no lo hagas pues te lo achacan".

El desprestigio de las mujeres trabajadoras se acompaña, en estos casos, de una falta de participación en los ya comunes movimientos urbanos de la ciénaga, respecto a este particular señalan: " Eso es para la gente que tiene tiempo, yo sólo puedo contribuir poniendo mi firma en lo que me traigan". "Los que organizan estos movimientos son "mujeres de su casa"; cuando yo era joven y no trabajaba me gustaba participar en este tipo de cosas y pertenencia a grupos de la Iglesia, ya no". Las largas jornadas laborales afectan seriamente su vida familiar, los lazos familiares han sido en consecuencia debilitados por el trabajo. Al respecto señalan como uno de sus problemas fundamentales que en determinadas épocas del año, como la del pulpo, se trabaja hasta 24 horas seguidas, por lo que tienen que dejar a sus hijos en manos de familiares o vecinos y en algunos casos extremos incluso solos: "El niño se quedaba enjaulado en la cama corral mientras los hermanos iban a la escuela y yo al trabajo, a la hora del recreo sus hermanos brincaban la barda y lo cambiaban, lo entalcaban, le daban su biberón y lo volvían a dejar en la cama".

    El trabajo es concebido por ellas mismas como un elemento desestabilizador por el que pierden presencia dentro de la familia ya que la educación de los hijos y la autoridad moral recae en otros elementos de esta familia, como por ejemplo las abuelas, por lo que resulta muy frecuente la queja de que sus hijos sólo exigen dinero y no les dan cariño ni ninguna demostración de afecto. "El (por el hijo) conoció a mis padres como sus padres; él viene besa a mi mamá y yo estoy ahí y para mi no hay nada y eso duele...." "A veces me pregunto si mis hijos me quieren..." En este sentido el trabajo resulta un elemento dual, ya que al mismo tiempo que las aísla y les resta presencia dentro de la familia, les ofrece la ventaja de satisfacer las necesidades de sus familiares y en algunos casos las ha alejado de una extrema pobreza y de una vida rural llena de penurias. "Pienso que a los muchachos les hace falta cariño cuando la mamá trabaja, pero si les voy a demostrar mi cariño matándoles de hambre ...mejor cuando yo esté en casa y me digan mami necesito tanto, pues aquí está" "Ahora comemos lo que no comimos antes"

    Al trabajo deben también su satisfacción personal, porque significa ser libres y decidir sobre su cuerpo y sus relaciones, así como sentirse "alguien" aunque esto represente ser distinta a las demás. "Yo cuanto tiempo he andado sola desde que trabajo y nunca me ha pasado lo que no he querido que me pase, siempre me ha pasado lo que he querido que me pase". "El día que me quede en mi casa me voy a morir""Siempre quise ser alguien por eso me da tanto gusto no ser una simple obrera" (jefa). No obstante el trabajo, como se había señalado, representa simultáneamente un elemento de desestabilización que les impide ser buenas madres y mujeres "aguantadoras", lo que conlleva un gran costo personal. Esta gran complejidad, que raya casi en la contradicción, se puede apreciar con claridad en las siguientes declaraciones:

"Es mejor una mujer la que nunca ha trabajado porque se va a conformar con lo que le den a una. En cambio la que ya ha recibido dinero no le gusta que le tengan que medir el gasto"

"Mis amigas me dicen tu eres feliz porque si quieres ir al baile te vas al baile, si no quieres cocinar compras comida, si no quieres arreglar la casa no la arreglas, en cambio yo no lo puedo hacer, porque viene José y me regaña, pero yo les contesto: sabes lo que vale esa libertad, esa libertad vale muchas lágrimas".

Dado los altos costos que implica la vida como obreras, sobre todo en cuanto desprestigio, ellas prefieren que sus hijos se casen con mujeres que no trabajen y que por lo tanto sean "aguantadoras" y poco exigentes con ellos y aún más, que las hijas no reproduzcan sus estilos de vida. Un importante elemento a señalar es que las obreras consideran poco femenina su actividad y hablan de las otras mujeres como si fueran "más mujeres". El trabajo es concebido por ellas como algo que las aleja de la mítica figura femenina. "A mi me hubiera gustado ser mujer casada, estar en mi casa con mi marido.......mira que bonito se ve esa señora con su marido andando,....hay ves como carga su compra y está andando, en cambio yo ando ahorita, pero con mis hijos..." o bien, "Si tuviera tiempo me gustaría hacer los trabajos de una mujer bordar, costurar... (declaración de una obrera que jamás ha intentado costurar) "Es mejor mujer la que se queda en la casa porque ve más los problemas de sus hijos, los puede atender mejor"

    Sin embargo, si bien mantienen una concepción idealizada de la mujer casada y ama de casa, en los hechos no parecen estar dispuestas a ceder sus condiciones reales de existencia en aras de un ideal. Esto se aprecia en su negativa de casarse o formalizar sus relaciones amorosas, lógico camino a seguir si el objetivo real fuera regresar a la situación de mujer ama de casa. Paradoja y contradicción constante que puede explicarse porqué al sumar ganancias y costos, su vida de obreras es para ellas menos valiosa que la vida idealizada de una familia feliz, pero comparada con sus antecedentes inmediatos, en su propio balance, es mucho mejor. Sin embargo, el alto costo que declaran haber tenido que pagar por el control de su cuerpo, de su sexualidad y de sus decisiones les impide legitimar por completo su estilo de vida. La falta de legitimidad de este poder genera una baja autoestima, esto es una valoración negativa de ellas mismas sobre su ser y deber ser, lo que curiosamente no va acompañado de una intención concreta de trasformar su situación.

 

Algunos puntos de comparación entre los dos casos

Pese a las marcadas diferencias entre las obreras michoacanas y las yucatecas podemos establecer algunas comparaciones que nos ilustran la manera en la que el trabajo actua a nivel del género manifestando efectos diferentes de acuerdo a las condiciones objetivas y subjetivas particulares de cada grupo, retomando para esto las variables autoestima, poder y autoridad. En los casos presentados podemos observar elementos en común como son el origen semiurbano de las mujeres, su vinculación con grupos de inmigrantes, las ausencias masculinas, (aunque por diferentes causas), la personalización de las relaciones laborales y el tipo de organización del trabajo propio de la agroindustria.

    Sin embargo también encontramos diferencias fundamentales, como son la incorporación grupal versus la individual, el traslado de parte de las normas comunitarias al trabajo y su reelaboración gradual frente al rompimiento más drástico y rápido de las mismas por la construcción de nuevas reglas del juego. Las diferencias también se presentan a nivel del espacio doméstico y comunitario, sobre todo a nivel del grado de mantenimiento de los lazos familiar y comunitario. Respecto al poder de la mujer, en principio y fuera de mitos hay que reconocer que éste existe independientemente del factor trabajo y se ejerce aún al interior de una estructura patriarcal. Por lo tanto, el poder a partir del trabajo puede ampliarse o perderse, o las dos cosas, si tomamos en cuenta las transformaciones en su base de legitimidad, en su campo de acción y en su distribución entre las mujeres de un mismo grupo social y familiar.

    Curiosamente en una región como la del occidente de México, famosa por su supuesto machismo, los conflictos entre mujeres fueron más notorios y pronunciados que los enfrentamientos entre géneros, lo que se explica en parte por la fuerte migración de los hombres a los E.U. y por el tipo de poder femenino que se basa originalmente en la maternidad. Este último resulta un aspecto coincidente entre las mujeres de la ciénaga que provenientes de matrimonios destruidos, registran una competencia en el campo del poder principalmente entre las mujeres de un mismo grupo familiar. Entre las mujeres y sus hijos y las mujeres con la comunidad, más que entre individuos de distintos géneros.

    Respecto a las diferencias entre los dos grupos, si definimos poder como control y no sólo como autoridad, que es un control legítimo y aplicado a los demás, las obreras yucatecas han adquirido un mayor control de su tiempo y su cuerpo por lo que, en comparación con las michoacanas, su poder es mayor. Sin embargo en la medida de que su poder no es reconocido como legítimo por su grupo familiar y por su comunidad su autoridad se ha visto debilitada. La falta de autoridad se refleja en sus relaciones familiares, principalmente con los hijos que no obedecen ni acatan sus mandatos y en los movimientos territoriales los cuales, como se ha señalado, no están lidereados por obreras sino por amas de casa.

    En otras palabras las yucatecas tienen más autocontrol de su cuerpo y su tiempo, pero su poder no es legítimo socialmente y entra en contradicción con su propia moral, la cual les señala como falta el disfrute de su cuerpo y la ausencia del sacrificio por los demás (hijos, esposos, etc.). En la medida que las obreras tienen mayor independencia y gozo sensual sufren de una menor autoestima debido a la valoración negativa de ellas mismas. Por el contrario las obreras michoacanas tienen un menor control de su cuerpo y de su tiempo, pero gozan de un mayor estatus, adquirido por su trabajo extradoméstico, por lo que la maternidad y sus sacrificios ya no son la única manera de legitimar su poder. En este caso la gran contradicción aparece entre mujeres con distinto poder y base de legitimidad, ya que el poder de un tipo de mujeres (suegras) se ve disminuido en la medida en que otro tipo de mujeres lo adquiere, descentralizándose la autoridad al interior de un mismo grupo familiar.

    Otra diferencia importante entre los grupos comparados se relaciona con la autoestima, ya que si bien los cambios entre las michoacanas son más graduales, también son más aceptados por la comunidad y por lo tanto han transformado la moral social concediéndole una valoración positiva al trabajo femenino, lo que sin duda afecta de manera directa la autovaloración de las obreras. Sin embargo, el poder de las trabajadoras michoacanas es distinto del que detentan otras mujeres de la región dado los limites de su campo de acción, ya que si bien ejercen más autoridad al interior de la familia nuclear la pierden en la familia extensa. Otra limitante del poder de la mujer trabajadora es que si bien es aceptado y tolerado por la comunidad, el poder que se ejerce por vía materna sigue siendo el más importante y reconocido, prueba de ello es que son las mujeres no obreras quienes liderean los espacios religiosos, festivos y políticos. En base a lo anterior se puede afirmar que el poder no sólo se ejerce de manera distinta descentralizándose y distribuyéndose entre mas personas de un mismo grupo, sino que también amplia sus posibles bases de legitimidad y modifica sus alcances y se ve aumentado y disminuido de acuerdo a quien lo ejerza y al origen de su autoridad.

    En el caso de las obreras yucatecas, si bien en el espacio comunitario y familiar han perdido poder, en el laboral son respetadas y gozan de autoridad, por lo que en este caso más que la pérdida total de poder legítimo se encuentra una experiencia vivencial fraccionada, en donde las normas y reglas del juego que funcionan en un espacio no operan en otros. Esta situación provoca confusión y crisis entre las propias obreras que parecen no poder encontrar una explicación coherente y armónica de su ser y deber ser. Los anteriores ejemplos sobre la problemática del poder femenino y sus vínculos con el trabajo nos indican la gran complejidad de la construcción genérica, que no puede valorarse como una simple ruptura o continuidad de sociedades patriarcales o con pérdidas o ganancias simples de poder y nos ilustra de qué manera aspectos como el autoconcepto, el gozo sensual, el autocontrol, la autoridad y la construcción de discursos de legitimidad no solo se suman o se restan globalmente en cada caso, sino que mediante un proceso complejo cada elemento puede acompañar al otro, apoyarlo o negarlo.

    Por último, es necesario rescatar el concepto de espacio laboral no sólo como el lugar en donde se reflejan y actúan una serie de factores relacionados con el contexto socioeconómico, sino como un espacio donde estos se reestructuran y adquieren nuevas connotaciones. En el trabajo las mujeres no sólo obtienen un ingreso sino transforman su ser y deber ser. El espacio de trabajo redefine identidades en un reflujo de influencias que abarcan lo doméstico y lo laboral, lo que no resulta simple ni armónico sino plagado de rompimientos y contradicciones. Sin embargo, los efectos del trabajo no son fáciles de determinar de manera causal. Por el contrario el elemento trabajo se entrecruza y mezcla con otras variables que compiten en cuanto a importancia con la experiencia laboral. Las transformaciones a nivel del género tampoco son sencillas de definir dada la gran complejidad que implica la formación de la identidad femenina, la cual involucra valores y normas tradicionales junto con nuevas conductas, campos de poder y diferentes fuentes de legitimidad.

    En el caso de la identidad genérica de las obreras, los efectos del trabajo en cada caso pueden incluir un sinnúmero de variantes en donde se mezclan aspectos como el poder, la autoridad y la autoestima. No obstante la gran diversidad de casos se pudo apreciar que en cada rama productiva y contexto regional, existen formas afines de cruces de variables que llevan a establecer algunas generalizaciones sobre las diferentes identidades genéricas construidas en relación al trabajo. Lo anterior permite afirmar que el trabajo no genera los mismos efectos en cada caso, por lo que no es posible hacer generalizaciones que ignoren las clases sociales y los contextos regionales. Por otra parte, si es posible rebasar el estudio de caso tratando de definir la manera en que las variables ligadas al trabajo se vinculan entre sí en cada momento histórico, rama productiva y contexto regional, creando determinadas condiciones objetivas y subjetivas que conllevan a la formación de identidades genéricas diferenciadas.


Georgina Rosado Rosado Regresar
Profesora investigadora de la Unidad de Ciencias Sociales-CIR-UADY

Bibliografía

 




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