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Etnicidad y conurbación:
Lo maya en Chuburná

María Cecilia Lara Cebada.


 

Este trabajo aporta algunos elementos que contribuyen al conocimiento de las formas de articulación de los mayas yucatecos a la vida urbana y la manera como su inserción a la ciudad ha coadyuvado a la conformación de una identidad social específica.

    La alteridad de la sociedad contemporánea, donde existen escasas fronteras culturales por la constante interacción de grupos culturalmente distintos, dificulta la tarea de la definición de la identidad social, más aún cuando el espacio de trabajo se sitúa en la ciudad. El presente estudio se realizó en una zona urbana que hasta hace casi 30 años era considerada como una población indígena rural, cercana a la capital del Estado y ahora se ha convertido en una colonia del norte de la ciudad de Mérida llamada Chuburná, antes conocido como el pueblo de Chuburná de Hidalgo. El análisis de los cambios que han sufrido las formas de vida de los antiguos pobladores del lugar, así como la interacción que se da entre éstos y el contexto urbano el cual se vieron recientemente incorporados, permite por un lado descubrir algunos componentes importantes en la conformación de la identidad del grupo estudiado, y por otra parte recuperar lo específico de la gran diversidad social urbana.

    El tema de la identidad ha sido trabajado por diversos autores nacionales y extranjeros, pero no es objeto de este trabajo discutirlos, sino exponer algunos conceptos que fueron de utilidad para guiar el análisis.

    Partimos del hecho de que el individuo, posee diversas identidades sociales: familiar, comunal, regional, ocupacional, étnica, clasista, etcétera, sin embargo, para ls fines que se persiguen, se utilizará el término de identidad cultural, es decir, una identidad social específica de un grupo de individuos que posee una cultura que lo distingue de otros grupos sociales, como consecuencia de su propio devenir histórico.

    El punto de arranque para conceptualizar este tipo de identidad social, es el concepto que ofrece Lorena Pérez Ruiz (1992:65) para la construcción y reelaboración de las identidades y que de acuerdo con la autora son “... procesos de adscripción y exclusión mediante los cuales los sujetos sociales crean, seleccionan, desechan o afirman marcas o rasgos de identificación que son reelaborados simbólicamente y que les permiten aglutinarse como unidad en torno a un proyecto determinado.”

    El primer elemento a destacar en esta conceptualización, es que la construcción o reelaboración de la identidad es un proceso, no es algo estático sino cambiante, tiene una dimensión temporal que no es algo estático sino cambiante, tiene una dimensión temporal que no se debe soslayar. En consecuencia, existe una coincidencia con otros autores que han trabajado el tema como Barth (1976) y Bonfil (1991) en el sentido de que los contenidos culturales que conforman la identidad se transforman, incluso la misma forma de organización del grupo puede cambiar de acuerdo a las condiciones históricas en las que se encuentra inserto; lo importante es que se mantengan sus límites o diferencias culturales significativas en términos de relaciones sociales.

    Un segundo elemento es el de la adscripción y exclusión, es decir, el grupo social en cuestión determina qué elementos de la cultura resultan significativos para considerar al individuo como parte del grupo o fuera de él (Barth 1976:16). En el campo de la interacción social, la autoadscripción resulta tan importante como la confrontación con el otro (Meed en Giménez 1993:25) pues muchas veces, el grupo aflora más claramente ante la presencia del otro o cuando se siente amenazado por este “otro”. Un criterio complementario a los anteriores es el de la adscripción por el otro, ya que si el entramado de las relaciones que se dan entre grupos excluyentes puede ser conceptualizada como una especie de contrato tácito en el que cada grupo conoce las reglas que debe seguir (lo que está permitido o no) en su trato con el otro, la manera como el grupo en cuestión es clasificado y conceptualizado por el otro, es un elemento importante para comprender el fenómeno de la identidad.

    Un tercer elemento a considerar es el fenómeno de la identidad social que nos ocupa, es que las marcas o rasgos de identificación no se dan en abstracto, sino que constituyen elementos de la cultura que el grupo comparte real o imaginariamente (Bonfil 1991 y Giménez 1993: 25-26). En este sentido existe una estrecha relación entre cultura e identidad.

    Por otra parte, se encuentra la expresión simbólica de estas marcas o rasgos culturales identitarios, es decir, la identidad es una forma ideológica de las representaciones colectivas de un grupo referidas a las relaciones al interior del mismo, a la par que las relaciones sociales que le dieron origen (Cardoso de Oliveira 1992: 45-60 y Rendón 1992: 43-44). Esta representación simbólica permite al grupo aglutinarse como unidad y actuar sobre el conjunto de elementos culturales que considera propios y que lo diferencian de los otros (Pérez Ruiz 1992: 65).

    La identidad más recurrente entre los grupos sociales que viven en sociedades complejas como la que nos ocupa, constituyen lo que se conoce como identidad múltiple y en ocasiones toma el cariz de contradictoria, como consecuencia de la diversidad de situaciones sociales que los grupos experimentan. De tal manera es posible encontrar, que en la conformación de la identidad de un grupo social, confluyen al mismo tiempo toda la gama de procesos identificatorios que experimenta el individuo a lo largo de su vida en su interacción social, aunque existen procesos identificatorios fundamentales, que permean a los demás y que son los que realmente definen al individuo en la sociedad.

    La confluencia de identidades que en este trabajo interesan, son aquellas que emanan de la posición que ocupa el grupo en el sistema de clases sociales y en el sistema étnico (Aguado y Portal 1991: 66), posición que cristaliza por un lado, en un universo cultural que posee y controla el grupo diferenciándolo de otros grupos. Esta confluencia se da de manera tan imbricada en el caso que nos ocupa, que resulta muy difícil establecer los límites entre ellas (Cardoso 1992: 16). Mucho más si pensamos que las relaciones interétnicas en nuestro país han estado signadas por un proceso de dominación y sujeción, en donde los grupos indígenas pasaron a un proceso de dominación y sujeción, en donde los grupos indígenas pasaron a formar parte de las clases dominadas a raíz de la colonización europea y la justificación étnica tuvo un papel importante a nivel ideológico. En algunos casos, la discriminación y marginación que ha sufrido el indígena generó un tipo de identidad estigmatizada (Goffman 1993), sin embargo, no son pocos los grupo étnicos que encuentran espacios importantes para elaborar explicaciones positivas sobre sus diferencias y orientar sus acciones (Molina 1993).

    El material aquí presentado forma parte del proyecto de investigación “La presencia histórica de los mayas en la ciudad de Mérida” que recibió apoyo financiero del Seminario de Estudios de la Cultura. Los datos se obtuvieron de una encuesta aplicada en julio y agosto de 1993 a 52 familias antiguas de Chuburná, así como de entrevistas realizadas posteriormente a los antiguos y nuevos habitantes del lugar, con el fin de indagar sobre las variables de la identidad. La selección de las familias encuestadas y entrevistadas se realizó basándose en datos proporcionados por informantes clave, quienes identificaron sobre todo a los antiguos pobladores del lugar, por lo que la muestra no tiene características de probabilidad estadística. Al mismo tiempo fue de utilidad una parte de la información recopilada para la investigación que realice en Chuburná entre 1987 y 1990 sobre el empleo y la unidad doméstica.

 

Chuburná: de pueblo a colonia urbana

A principios del presente siglo, la sociedad maya de la península yucateca se encontraba dividida en tres grandes sectores: los sirvientes de las haciendas en la región noroeste, los indígenas sublevados en la zona oriente y sur de Yucatán, quienes durante la primera década de este siglo quedaron bajo el dominio del gobierno federal y los indios de los pueblos y ranchos (Bracamonte 1994: 147), entre estos últimos se encontraba la población de Chuburná.

    Pese a que Chuburná se encuentra enclavado en el corazón de la zona henequenera, no sucumbió ante la expansión de la hacienda, mantuvo su categoría de pueblo, conservando sus tierras y su propio gobierno, aunque dependiente del de la ciudad de Mérida. Su dependencia de esta ciudad no sólo era en términos político administrativos sino económicos también, pues la producción agrícola de Chuburná tenía como mercado principal la ciudad de Mérida. Al mismo tiempo, la economía de la población giró en torno del sistema de la hacienda henequenera, en tanto reserva de mano de obra disponible para las épocas de auge productivo. Sin embargo, la actividad económica principal de la población la constituía la producción milpera y hortícola, aunque su economía necesitara complementarse con el jornal recibido en la hacienda.

    De acuerdo con Baños (1989: 96-97), el reparto de tierras incultas que se dio en la década de 1920 en la zona henequenera, revitalizó la vida comunitaria de los pueblos en torno al cultivo de la milpa de autoconsumo, lo que los hizo depender menos de la hacienda y algunos de estos pueblos fueron convirtiéndose en pequeños centros de consumo para los peones que vivían en las haciendas. Las entrevistas realizadas en Chuburná a algunas personas que vivieron en esta época como campesinos libres, refieren su liga estrecha con la tierra a través del cultivo del maíz de temporal y otros productos asociados, así como las representaciones ideológicas de esta práctica productiva que se concretaban en ceremonias y creencias asociadas a dicha actividad económica; lo que entonces acontecía en Chuburná era muy semejante a lo que podemos encontrar ahora en las comunidades milperas del oriente y sur de Yucatán.

    Sin embargo, el reparto de tierras cultivadas de henequén que se llevó a cabo a mediados de la década de los 30, transformó la configuración de los pueblos, en donde la organización ejidal se sobrepuso y dominó la organización comunitaria (Baños 1989: 144-145), a tal punto que el ejido y las actividades asociadas a él, además de constituirse en un factor decisivo en la economía de los pueblos, permearon todos los ámbitos de la vida social de estos pueblos. La resolución presidencial para la dotación de tierras cultivadas de henequén al pueblo de Chuburná se da en 1936 y 1937, Chuburná es uno de los primeros ejidos a los que el Banco de Crédito Ejidal hace entrega de las utilidades obtenidas como beneficiarios del crédito de esa institución en una ceremonia que formaba parte de la promoción del ejido henequenero como proyecto exitoso (Baños 1990: 408-409). No obstante la preeminencia del ejido sobre el pueblo, en Chuburná los ejidatarios continuaron ligados a la cultura del maíz a través del cultivo de la milpa, hasta que el paulatino empobrecimiento de las tierras y el creciente aumento de población llevó a que la producción milpera tuviera un papel cada vez menos importante en la economía familiar. Resulta difícil precisar la fecha en que esto sucedió, pero Baños (1989: 146-147) dice que a partir de 1955 el número de ejidatarios henequeneros creció constantemente hasta alcanzar en 1977 su punto álgido. En buena parte explica el incremento de la cantidad de ejidatarios henequeneros con la decadencia de la agricultura milpera de los pueblos, cuyos habitantes se vuelcan a la actividad henequenera para salir de la crisis.

    El caso de Chuburná es un tanto diferente al de la mayor parte de los pueblos henequeneros, debido a su cercanía con la ciudad de Mérida. El acelerado proceso de expansión espacial de la ciudad de Mérida hacia tierras ejidales y terrenos con la proliferación de los fraccionamientos de interés social, afectó a la población de Chuburná que de pronto encontró su espacio físico, económico y social prácticamente “invadido” por la vivienda urbana.

    En otras palabras, la crisis de la producción de la zona henequenera que comienza a mediados de la década de los 50, coincide con la especulación de terrenos ejidales, por lo que es probable que entre la población estudiada, el cultivo de la milpa no haya llegado a ser tan marginal antes de que esta población se incorporara al mercado de trabajo urbano, como llegó a serlo para la mayoría de las poblaciones henequeneras. Los datos de las entrevistas corroboran la persistencia de la producción milpera y hortícola para estas fechas aunque siempre como una actividad complementaria a la producción henequenera.

    La especulación de terrenos que caracterizó la incorporación de Chuburná a la mancha urbana se explica en parte, porque Chuburná se ubica al norte de la ciudad, zona de residencia privilegiada de los estratos medios y altos de la sociedad meridana, convirtiéndola en un lugar atractivo para la construcción de fraccionamientos destinados a viviendas de la clase media urbana y algunas residencias, provocando con ello grandes transformaciones de índole económica, política, cultural y espacial, que afectaron a sus habitantes originarios. Es decir, los habitantes del pueblo de Chuburná conformaban una población indígena rural que al ser absorbidos por la vida urbana pasaron a formar parte de la clase trabajadora citadina. Actualmente Chuburná es una colonia de la ciudad de Mérida, donde se localizan predominantemente viviendas de la clase media urbana, pero hasta hace algunas décadas, Chuburná de Hidalgo era un pueblo perteneciente al municipio de Mérida.

    Como consecuencia de la incorporación de Chuburná a la ciudad, actualmente conviven en el lugar dos grupos social y culturalmente distintos: el de los nuevos pobladores constituido por un sector de la clase media urbana cuya formas de vida han trastocado la vida cotidiana de quienes integran el otro grupo, los habitantes antiguos del lugar. Este último grupo se encuentra conformado por ex-campesinos para incorporarse a los sectores menos dinámicos del mercado de trabajo urbano. La llegada de los nuevos pobladores al lugar arrastró consigo gran cantidad de comercios y servicios urbanos destinados a su propio consumo y que a los habitantes antiguos del lugar les eran totalmente ajenos. Así, ahora es posible encontrar mayor número de calles pavimentadas y gran cantidad de tránsito en las principales, en la plaza de la población hay un supermercado y un centro comercial, y a lo largo de las calles de mayor circulación una cantidad considerable de establecimientos como videoclubes, un banco, talleres de reparación automotriz, cocinas económicas, pastelerías y hasta una empresa que expende aparatos de clima artificial. Consecuentemente, el entorno espacial se ha transformado en algo extrínseco a la población antigua del lugar.

    Pero no todo ha cambiado, el centro de Chuburná aún conserva su traza original y algunos elementos que nos hablan de ese pasado reciente. en el centro de lo que fue el pueblo se observan la iglesia, el mercado y la oficina del registro civil, a unas calles al norte del centro se encuentra el local de la sociedad ejidal y hacia el sur el cementerio, pero sobre todo, ahí están los antiguo pobladores del lugar, que difícilmente han logrado asimilar algunas de las rápidas transformaciones que ha sufrido su entorno, ellos constituyen la presencia viva de lo que el pueblo indígena de Chuburná cuyas formas de vida son muy distintas a las de los nuevos habitantes quienes ostentan un estilo de vida urbano occidental.

    A pesar de las transformaciones, los antiguos pobladores de Chuburná no fueron totalmente expulsados del lugar, aunque sí ocupan un lugar marginal en el espacio que comparten como lo muestra la existencia de múltiples fraccionamientos con calles privadas y de residencias amuralladas. La población estudiada, ante la demanda y especulación de terrenos ejidales perdió su actividad económica tradicional ligada al cultivo de la tierra, lo que acarreó graves consecuencias en la economía familiar. Una de las alternativas a la que recurrieron las familias antiguas ha sido vender una parte o la totalidad del terreno en el que se encuentra su vivienda, ya que el tipo de poblamiento del Chuburná antiguo era el característico a la sociedad maya yucateca: una gran solar en el que la vivienda ocupa un espacio pequeño, quedando la mayor parte para la siembra de árboles frutales y hortalizas, la cría de animales domésticos, desecho y quema de basura y la eliminación de excretas.

    Otras familias en cambio, quienes quizá tienen necesidades económicas más apremiantes, están vendiendo la totalidad de su terreno, pero por lo general, no se van a vivir a otra colonia, sino que ocupan los terrenos no urbanizados del ejido de Chuburná, situados en la periferia del área residencial. Estos colonos, al construir sus viviendas en las zonas carentes de servicios, inician la urbanización en estas áreas, organizándose para demandar a las autoridades municipales los servicios indispensables.

    En consecuencia, tanto el espacio comunitario como el residencial ha sido redefinido. Sin embargo es fuerte el arraigo al lugar de origen que tienen las familias que han podido permanecer ahí, muchas veces a pesar de las necesidades económicas que requiere afrontar el núcleo familiar y de las tentadoras ofertas que reciben por sus predios. Al mismo tiempo, las relaciones que se dan al interior de la familia y dentro del grupo de pobladores antiguos, han encontrado resquicios en este espacio para resistir en esencia a la acción de la urbanización, ya sea apropiándose de algunos elementos innovadores o bien reorientado otros, pero siempre observando se especificidad cultural.

 

Actividad económica e identidad social

Otro de los ámbitos grandemente afectados por la expansión de la ciudad, ha sido el de la economía. Antes de que su territorio se incorporara a Mérida, los habitantes antiguos de Chuburná laboraban en su mayoría en actividades relacionadas con el cultivo y explotación del henequén, junto con el cultivo de la milpa y hortalizas, o bien desempeñaban otro tipo de empleos en el comercio, servicios y manufactura, pero siempre dentro de los límites de la población. Era relativamente poca la población que viajaba a Mérida para obtener su sustento y en los casos en los que esto sucedía, se trataba de personas que acudían a la capital del Estado a ofrecer sus productos agropecuarios en venta. Tales artículos se producían en ocasiones en pequeñas parcelas o provenían de la economía de traspatio del propio solar doméstico. El núcleo familiar constituía el centro de organización de los recursos para la producción y el consumo.

    Entre las décadas de los 40 y los 60, la población de Chuburná constituyó parte de un sector de la etnia maya yucateca que fue conformándose a raíz de la implantación de la hacienda henequenera en la región noroeste y de la insurrección indígena en la del oriente de la península, que como los otros grupos de la etnia se conformó con características particulares producto de su propio devenir histórico.

    Antes del reparto agrario cardenista, la población de Chuburná se dedicaba al cultivo de la milpa y de hortalizas, aunque para complementar su economía, algunos integrantes de la familia se contrataban eventualmente en las haciendas cercanas como peones libres. Constituyó junto con otros pueblos situados e las cercanías de la hacienda henequenera una gran reserva de mano de obra disponible en el momento en el que el capital la requería. De tal manera la contratación de esta población como peón libre en la hacienda estaba en función de las necesidades de esta última y no tanto de los requerimientos de la economía doméstica campesina; así en períodos de auge la hacienda demandaba de más mano de obra, misma que era expulsada en períodos de crisis. Para tener una idea de la gran reserva de mano de obra que la hacienda disponía en los pueblos, se ha estimado que representaba aproximadamente el 40% de la fuerza de trabajo que se empleaba en las haciendas (Baños 1989: 96).

    En otras palabras, los habitantes de Chuburná al igual que los de los pueblos mencionados, podían ser considerados como campesinos pues permanecían ligados a la tierra, conservaban el control de la producción y la cultura campesina maya y basaban su producción en el trabajo familiar y de la milpa. Sin embargo, su economía dependía en parte del jornal obtenido en las haciendas, lo que los diferenció del campesino clásico. No obstante, constituyeron una categoría distinta tanto de la de jornaleros agrícolas cuya subsistencia dependía exclusivamente del salario, como de la de peones acasillados de las haciendas cuya economía se encontraba supeditada exclusivamente a la hacienda y cuya sujeción al hacendado era casi indisoluble. (Baños 1989: 61-66).

    Otro elemento que diferenciaba a los peones libres de los acasillados era la relativa libertad de que gozaban para contratarse en una u otra hacienda. Los datos de campo refieren una alta movilidad entre este tipo de trabajadores e incluso se puede hablar de la implementación de ciertos patrones estratégicos que regulaban esta rotación. Así, el trabajador que recién se incorporaba a este tipo de trabajo, solía ofrecer sus servicios en aquellas haciendas donde su padre o algún familiar trabajaba, pues le garantizaba de alguna manera su contratación, al mismo tiempo que la cercanía de personas allegadas le permitía compenetrarse con mayor facilidad al proceso y disciplina que el trabajo requería. Sin embargo, a medida de que el trabajador adquiría experiencia, podía aventurarse a buscar empleo en otras haciendas, pero siempre elegía aquellas que eran conocidas por algún familiar o amigo en las que podía encontrar castigos menos duros o mejor paga para sus trabajadores y por supuesto, sin alejarse mucho de su población de origen, pues siempre tenía que pernoctar en ella.

    En Yucatán, en 1937 se realiza por iniciativa del entonces presidente de la República Lázaro Cárdenas, de manera real la reforma agraria, por medio de la cual se afectaron las tierras de todas las haciendas henequeneras y se dotó tanto a los peones acasillados como a los campesinos libres de tierras, entre ellos a los del pueblo de Chuburná, transformándose así en ejidatarios sujetos de crédito. En la zona henequenera el ejido fue de tipo colectivo por resolución presidencial.

    Sin embargo, el sistema ejidal comunitario que se instauró en Yucatán, se alejo de la imagen abstracta del campesino manejada por el agrarismo oficial pues transformó al campesino en un ejidatario sujeto a la tutoría del Estado. Casi de manera paralela al reparto de tierras se hizo evidente la falta de dirección técnica y administrativa que requería el ejido colectivo, por lo que los hacendados crearon una organización para agrupar a los productores privados y ejidales, que estaría bajo la dirección del gobernador del Estado, con lo que se canceló la vía autogestiva de los ejidatarios, creándose un ejidatario cuyos ingresos dependieron del crédito y de la burocracia estatal ante quienes tenían que gestionar un pago que se fijó con base en el trabajo (jornadas) y no en la productividad. Su situación no se modificó, cuando en 1955 desapareció esta organización y el ejidatario henequenero quedó directamente sujeto a la burocracia del banco, pues no se dio ningún paso para favorecer la autogestión ejidal, sino todo lo contrario. Es necesario apuntar que en la economía del ejidatario henequenero la milpa representó un papel importante como complemento a sus ingresos (Baños 1990: 406-412).

    Ante tales circunstancias, los ejidatarios no han permanecido pasivos, ha habido algunos brotes en demanda de autonomía que no obstante haber sido reprimidos, muchas veces han propiciado que las autoridades modifiquen su postura autoritaria respecto a los ejidatarios, a pesar del control político que el Estado ejerció de forma centralizada desde que se dió el reparto agrario (Baños 1990: 412-421).

    De la información de campo se desprende que muchos de los campesinos de Chuburná no estaban familiarizados con el cultivo del henequén al recibir su dotación ejidal, pero su participación activa en la demanda y toma de tierras -sobre todo las cultivadas- fue un factor que influyó para que este grupo generacional se cohesionara en torno de la tarea de sacar adelante la producción henequenera, por dura que ésta les pareciera. En cambio, entre las generaciones que no vivieron estos acontecimientos, se puede notar un sentimiento de rechazo al trabajo que tenían que desarrollar en el ejido. Algunos lo consideraban tan pesado que aprovechaban cualquier oportunidad ya sea para mal hacer sus tareas o concretarse al trabajo mínimo para que vieran que cumplía e incluso a abandonarlo aunque fuera de manera temporal. Su sujeción al Estado y a la burocracia coadyuvaba a hacer más insoportable su trabajo y a fomentar el sentimiento de estar trabajando para un patrón y no para ellos mismos, a diferencia de los de la primera generación.

    Así el ejidatario henequenero devino en un tipo de campesino que al no haber abandonado el trabajo de la milpa y de hortalizas a nivel familiar se encontraba ligado a una situación campesina, pero cuya forma de sujeción al estado le hacía actuar y pensar en cierto sentido como trabajador agrícola. Aunado a esto, tuvo que incorporarse al mercado de trabajo como asalariado del área rural en un primer momento y posteriormente al de las ciudades.

    Esta situación tan compleja del campesino henequenero se ha reflejado en el ámbito de la cultura y de la identidad, pues aunque una parte de su cultura y las relaciones que se dan entre ellos y los representantes de la sociedad occidental, los identifican como los mayas de otras partes del Estado, sin embargo, su poco arraigo al cultivo de la milpa, su experiencia como trabajadores del henequén y el carácter de su sujeción primero a las haciendas y después al Estado, han modificado tanto su cultura como su cosmovisión. En consecuencia aunque en términos generales se sienten parte de la etnia maya, saben que forman un grupo diferenciado.

    Actualmente la población antigua a Chuburná, ha abandonado la actividad agropecuaria debido en parte a la especulación de los terrenos del ejido. Las tierras del ejido de Chuburná rodeaban prácticamente a la ciudad de Mérida y la expansión urbana se llevó a cabo a costa del principal medio de subsistencia de la población indígena de Chuburná. Aunado a ello, la crisis henequenera que inició en la segunda mitad del presente siglo, coadyuvó al abandono paulatino de esta actividad. Ante esta situación, la población campesina de Chuburná se vio en la necesidad de buscar acomodo en el mercado de trabajo de la ciudad de Mérida.

    Como consecuencia de las transformaciones que sufrió la actividad económica de la población estudiada, la estructura organizativa que agrupaba a los residentes del antes pueblo de Chuburná también ha sio transformada. Aunque el pueblo de Chuburná contó con representantes de las autoridades municipales, la organización ejidal logró penetrar todas las esferas de la sociedad, no sólo se erigía como la organización preeminente en las esferas económica, política y social del poblado, sino que se constituyó en un órgano de expresión de la identidad del grupo, en tanto se aglutinaba los intereses de la población como campesinos ejidatarios mayas y era el portavoz de sus demandas ante la sociedad nacional.

    Actualmente, como consecuencia del trastocamiento de las formas de tenencia de la tierra, esta organización ha perdido la importancia que tenía, pero no ha desaparecido. Concretamente, esta organización aún subsiste en función de varios tipos de actividades que lleva a cabo. Se encarga de administrar un negocio de extracción de materiales para construcción que incluye una quebradora de piedras que el ejido adquirió hace más de quince años, el cual proporciona empleo a algunos de los que fueron ejidatarios, entre 15 y 20 personas.

    Además y quizá la función más importante que cumple esta organización en cuanto aglutinadora del grupo de antiguos pobladores del lugar, es que a través de ella los ex-ejidatarios tramitan el pago atrasado de las tierras del ejido de Chuburná que les expropió el Estado en aras del crecimiento espacial de la ciudad de Mérida, entre los que están los terrenos donde se construyeron el aeropuerto, la ciudad industrial, el Instituto Tecnológico de Mérida, la Escuela Normal, la Escuela de Psicología de la UADY, así como terrenos destinados a diferentes dependencias gubernamentales y a la regularización de tenencia de la tierra, entre los que se encuentran los que ocupan las viviendas de los nuevos habitantes del lugar y buena parte de los locales de las empresas, comercios y servicios que la población urbana ha establecido en el lugar. Las expropiaciones de las que fue objeto el ejido de Chuburná comenzaron a darse desde fines de la década de los años 50 y se intensificaron a partir de los 70. En estos últimos veinte años los ex-ejidatarios, por gestiones que realiza la directiva de esta organización han estado percibiendo por partidas un poco de lo que el Estado les debe por la expropiación y este adeudo ha permitido en parte la existencia de una organización ejidal cuando realmente ya no existen campesinos ni el ejido. De tal manera, eligen a sus representantes cada año, se reúnen en asambleas y los presionan para que se entreguen los pagos. Tanto los integrantes de la organización como las familias entrevistadas, opinan que si esta organización desapareciera, perderían una vía importante para hacerse escuchar ante el resto de la sociedad.

    En la presente década, cuando se decretaron las reformas sobre la tenencia de la tierra a nivel nacional y en el estado de Yucatán se liquidó a los ejidatarios henequeneros, los representantes de los ejidatarios de Chuburná hicieron largas antesalas y trámites para que se les incluyera en la liquidación sin resultados satisfactorios pues desde hace algunos años que las tierras del ejido no eran trabajadas. Sin embargo, los antiguos ejidatarios del lugar tuvieron largas reuniones de discusión con sus representantes argumentando a favor de que se les tomará en cuenta para que acudieran a una y otra instancia hasta agotarlas. Aún ahora éste es un tema de plática muy recurrido entre los antiguos pobladores de Chuburná, ya que en cada familia hay uno o varios afectados y todos manifiestan su inconformidad antes estos hechos. Protestas similares se han dado recientemente a través de la organización ejidal con motivo de la especulación de terrenos del ejido de Chuburná en el norte de la ciudad y aledaños a una de las más importantes plazas comerciales de Mérida, en otras palabras, la lucha mítica por la tierra legitima esta organización y es uno de los ejes sobre los que descansa la identidad grupal.

    En cuanto a las actividades económicas que actualmente desempeñan los antiguos pobladores de Chuburná, éstas se encuentran insertas en los sectores del mercado de trabajo urbano menos dinámicos, es decir, los que absorben mano de obra joven, poco calificada y sin la tradición y disciplina que requiere el trabajo de tipo urbano. Aunque la mayoría de la población se contrata como asalariado, las ramas económicas que captan al contingente más numeroso de la población del lugar son la de la industria de la construcción y los servicios, en especial los servicios domésticos. También hay un número relativamente importante de trabajadores por cuenta propia entre los que predominan los vendedores de todo tipo con establecimiento o sin él. Dentro de este último grupo destaca la presencia de gran número de personas que se dedican a la venta al menudeo en su propio domicilio. Se encontró otro grupo de trabajadores que se emplea como ayudante de algún miembro de la familia, ya sea percibiendo algo a cambio o no. Cuando existe retribución, ésta es en especie o en cantidades y periodicidad irregular. Hay también algunas personas que se dedican a la agricultura como actividad principal y también es posible encontrar a algunos especialistas en medicina tradicional como sobadores y yerbateros que atienden al grupo de pobladores antiguos de Chuburná.

    Además, todas las familias encuestadas declararon practicar algún tipo de economía doméstica en el solar de su vivienda, ya sea cultivo de árboles frutales, hortalizas y plantas medicinales o bien, la cría de aves de corral y cerdos; más de la mitad de las familias combina todos los tipos de actividad. La mayor parte de los productos de esta economía está destinada al consumo familiar cotidiano y ritual, pero puede comercializarse en caso de necesidad. Esta es una actividad en la que participan por lo general todos los miembros de la familia, pero es la madre la encargada de repartir el trabajo y de decidir el destino del producto.

    La familia sigue constituyendo la base de la organización de los recursos para la obtención de ingresos y el consumo familiar. La incorporación del padre de familia a los sectores menos dinámicos del mercado de trabajo redunda en un bajo nivel de ingreso, por lo que la familia requiere de echar mano de toda la fuerza de trabajo disponible para nivelar su economía. Esto implica que el empleo de la madre y de los hijos sea uno de los principales recursos a los que se acude. La familia como unidad social, no es un ente pasivo ante las necesidades del mercado laboral en el que se insertan sus miembros sino que tiene cierta autonomía ya qye cuenta con un margen de decisión respecto a cuántos de sus miembros y cuáles de ellos se incorporarán al mercado de trabajo en determinados momentos, en base a sus necesidades cambiantes. Una de las tendencias observadas en esta lógica familiar es que el trabajo de la madre, es el último recurso que utiliza la familia para incrementar sus ingresos pues se otorga un alto valor al papel que desempeña la mujer en el seño del hogar, mismo que es determinante para la reproducción económica y cultural de la familia y el grupo.

    En la encuesta aplicada a las familias antiguas de Chuburná, se encontró que cerca del 40% de ellas son de tipo extenso, es decir, que en la misma vivienda viven y comparten el gasto familiar con la familia nuclear, otros parientes. Además del tipo de familia extensa antes descrito, es frecuente encontrar en el lugar a varias familias nucleares emparentadas que comparten el solar. La presencia de la familia extensa entre esta población implica la necesidad de consolidar vínculos de solidaridad entre personas ligadas por el parentesco, con el fin de hacerle frente a las adversidades. Los parientes que se agregan al núcleo familiar contribuyen con ingresos o con trabajo doméstico a la economía del hogar y la mayor parte de las veces la adición de éstos conlleva relaciones de reciprocidad, es decir, se beneficia tanto la familia receptora como los parientes o familias recibidos. El segundo caso, cuando las familias comparten el solar, se propicia una intensa interacción social entre las personas emparentadas, y permite que se reproduzcan formas de comportamiento que fomentan la lealtad hacia los miembros de la familia, el respeto a los mayores y ancianos y la reproducción de los roles familiares y de la cultura. Esto coadyuva a que se fortalezca el papel de la familia como uno de los ejes de la organización social de este grupo de población.

    En síntesis, se puede decir que pese a que la agricultura ha dejado de ser la que principal fuente de ingresos para la población antigua de Chuburná, quien ha tenido que incorporarse al mercado de trabajo urbano, es posible hablar de espacios de continuidad en la lógica de la economía de traspatio que se erige como un elemento importante en la economía doméstica al ofrecer un cierto margen de seguridad ante lo no previsto. Por otro lado, la familia sigue funcionando como una unidad económica y social que constituye uno de los principales ámbitos donde se da la reproducción biológica, social y cultural del grupo; muchas veces se trata de relaciones de parentesco que rebasan a la familia nuclear.

    Es posible que esta continuidad se deba a que su situación de clase actual sea difícil de percibir, pues su inserción en los sectores menos dinámicos del mercado laboral lleva implícitas determinadas condiciones de trabajo como son: no contar con seguridad laboral, ni con las prestaciones sociales que establece la Ley Federal de Trabajo, estar atenido a salarios que en el mejor de los casos equivalen a un salario mínimo, estar sometido a procesos de trabajo que son muy diferenciados entre sí y alejados de los que experimenta la clase trabajadora fabril; para completar esta imagen hay que agregar la existencia de una gran movilidad laboral. Como consecuencia de dicha situación, se observa entre esta población, gran dispersión, aislamiento y falta de organización como clase trabajadora. Estos elementos hacen difícil que el grupo estudiado pueda visualizarse a sí mismo como parte de la clase trabajadora urbana, aunque sí se identifican con los pobres de la ciudad, pero es más clara su identificación con los campesinos de la zona henequenera, aunque ellos hayan dejado de serlo.

    En base a lo revisado en este apartado, se puede decir que aunque de hecho no son campesinos, su pasado campesino reciente y la forma con se expropiaron sus tierra, conlleva a que pervivan intereses de su situación de clase campesina anterior, entremezclándose tanto con su situación actual como parte de la clase trabajadora, como con su situación étnica.

 

Los marcadores étnicos más visibles

Para algunos grupos de la población del país como el que ahora nos ocupa resulta difícil establecer una frontera clara entre la cultura rural y urbana; de igual manera, para el caso de Yucatán, es difícil establecer límites precisos entre la cultura indígena y la campesina, pues la mayor parte de la población rural es indígena maya. Como se ha señalado arriba, el grupo estudiado forma parte de la etnia maya antes que se diera la incorporación de Chuburná a la mancha urbana, en consecuencia, se consideró que la cultura maya debía aportar elementos importantes en la identidad actual de los antiguos pobladores de Chuburná. Aunque lo étnico está de alguna manera presente en todos los aspectos que se abordan en el trabajo, en esta parte del estudio se tomarán los indicadores con los que tradicionalmente la sociedad occidental ha identificado a la población maya y constatar su presencia entre el grupo estudiado. Al mismo tiempo se discutirá su vigencia como marcadores étnicos en dicho grupo. Los elementos culturales que se tomaron en consideración constituyen los signos externos de la etnia y son: el vestido, la lengua, los apellidos y la vivienda. Además se analizará otra manifestación cultural que aunque no puede decirse que haya sido utilizada a manera de marcador étnico como en el caso de las anteriores, desde los tiempos de la colonización española, fue adoptada por las comunidades étnicas del país como elemento aglutinador y de expresión cultural, se trata de la celebraciones al Santo Patrón del lugar.

    Entre los rasgos culturales de la sociedad indígena, el vestido y la lengua son los que tienden a desaparecer o a ocultarse con mayor rapidez, ya que son los signos más visibles de la subordinación. En la encuesta realizada a familias oriundas del lugar, se registró que el 15.9% de los entrevistados usa vestido indígena de manera cotidiana, siendo personas de 50 años de edad en adelante, tanto del sexo femenino como del masculino. El hecho de que las generaciones jóvenes no continúen vistiendo a la usanza maya puede ser tomado como indicador de una identidad estigmatizada (Goffman, 1993) en donde el vestido maya, uno de los signos más evidentes del estigma, es cambiado por el vestido occidental y como estrategia para ser aceptado por la sociedad urbana.

    Otro de los elementos que tradicionalmente se ha tomado como indicador étnico, son los apellidos de la familia, aunque con este indicador es necesario tener cuidado. Por este motivo, antes de analizar los datos es necesario hacer algunas precisiones, para las cuales se requiere tomar en cuenta el papel histórico que jugó el apellido para asignarle al individuo un lugar en la estructura social y étnica en diferentes épocas.

    Desde los primeros contactos de los españoles con los mayas, se comenzó a dar el mestizaje biológico y con éste los indígenas comenzaron a adoptar apellidos españoles. Para el siglo XIX Hansen (1984: 11-115) menciona varias formas a través de las cuales el indígena podía tomar un apellido español entre las que cita: el matrimonio (poco generalizado después de las primeras décadas posteriores a la Conquista), las uniones no legalizadas, la adopción de niños expósitos (cuantitativamente la más importante para el mismo siglo) y la adquisición del apellido del padrino. La propagación de estas prácticas obedeció a que el apellido maya constituía uno de los principales estigmas que permitían clasificar al individuo como indio y en consecuencia, ubicarlo en la escala más baja de la estratificación social, sin importar si el individuo en cuestión contaba con recursos económicos o poseía otras características, es decir, el cambio de apellido constituyó una de las principales formas de movilidad social ascendente para la sociedad maya hasta fines del siglo XIX; aunque en algunos casos el cambio de apellido iba acompañado de la pérdida de identidad étnica, por lo general esto no sucedía, sobre todo cuando el niño quedaba al cuidado de la madre indígena.

    Hansen menciona que a mediados del siglo XIX, se podía hablar de dos clases sociales: los mestizos y los blancos, había una tendencia a no mencionar a los indios como parte de los grupos que constituían la estructura social de la época (1984: 115). Debe recordarse que esto obedeció fundamentalmente a que la Constitución de Cádiz promulgada en 1812 confería el rango de ciudadano sin diferencias étnicas, a todos los habitantes de la Nueva España, aunque en la práctica no se dio así sino que aun los mestizos quienes anteriormente se distinguían de los indios por poseer apellido español, fueron identificados como indios a no blancos por la sociedad dominante, como hasta la fecha se les concibe.

    En consecuencia el apellido no puede considerarse como un indicador que por sí mismo pueda ser utilizado para la identificación del grupo como parte de la etnia maya, ya que dejó de serlo desde el siglo pasado, sin embargo esto debe ser matizado, pues en la esfera de la ideología dominante y en la práctica cotidiana el tener un apellido maya continúa considerándose como estigmático pues las personas que lo ostentan son identificadas como indios o, en el mejor de los casos, con un pasado indio cercano. Por lo tanto, en este trabajo, el apellido de las familias es empleado como un elemento ideológico que aunado a otros, ofrece indicios sobre la manera como la sociedad dominante percibe al grupo estudiado, en términos de la etnia maya.

    De los datos surge que la gran mayoría de las familias tienen por lo menos un apellido maya (cerca del 80%), en tanto que los que tienen ambos apellidos españoles constituyen poco más del 20%.

    Para los nuevos habitantes de Chuburná, el hecho de que los antiguos habitantes del lugar tengan apellido maya, conlleva a su identificación como indios, y en consecuencia son objeto de discriminación, siempre y cuando su nivel socioeconómico no sea lo suficientemente elevado como para “borrar” el estigma o por lo menos pasarlo por alto.

    En relación con la lengua, resultó que en más del 90% de las familias, por lo menos uno de sus integrantes declaró ser hablante de maya, éstos son personas de 25 años en adelante, algunos jóvenes dijeron comprender el idioma, pues lo escuchan cotidianamente en su hogar, pero se les dificulta hablarlo. La lengua es muchas veces usada en el ámbito familiar o vecinal; también se observó que en las asambleas ejidales buena parte de las discusiones entre los participantes, se hacen en el idioma maya. Debido a lo anterior, considero que la lengua es otro de los indicadores que pueda ayudar a comprender la cultura de este grupo, ya que ésta es uno de los elementos fundamentales de la cultura a través del cual, un individuo ordena, codifica, explica el mundo que lo rodea y se comunica con sus semejantes. Los datos de campo refieren una situación aparentemente contradictoria respecto de la lengua. Por una parte existen un buen número de hablantes del maya, pero por otro lado, es difícil encontrar una familia en la que todos sus integrantes sean hablantes de dicha lengua y algunos hasta lo ocultan. Es decir, los datos de la lengua junto con los del vestido, permiten plantear la existencia de un estigma étnico dentro del grupo, que repercute en la conformación de su identidad.

    La vivienda constituye otro de los elementos culturales que se utiliza como marcador étnico. Las casas de tipo tradicional maya que existen actualmente en Chuburná son muy pocas, la generalidad de las viviendas de la población estudiada son de tipo cajón, con una puerta al frente y otra al fondo de la misma dirección; en su mayoría cuentan con una o dos ventanas que miran al frente de la vivienda. Sin embargo, fue posible encontrar una continuidad respecto de la vivienda maya, en la forma de asentamiento, la concepción del espacio al interior de la casa y el uso de los espacios en el terreno, pese a que actualmente los materiales de construcción de la vivienda se hayan modificado y el tamaño de los lotes sea más reducido.

    Con relación a la forma de asentamiento, se pudo observar que cualquiera que sea el tamaño del lote, la vivienda se construye en un pequeño espacio, de tal manera que queda terreno libre por sus cuatro costados, al cual se le dan diversas utilidades. Es frecuente encontrar en el solar otro tipo de construcciones elaboradas con materiales perecederos, son una especie de cobertizos que sirven para cocinar, lavar la ropa o proteger a los animales domésticos.

    Cerca del 95% de los encuestados declararon ser propietarios de las casas en las que viven, sólo 3 familias viven en la casa de algún pariente que se las otorga en calidad de préstamo; no hay casos de familias que renten casa. Además, la mayoría (cerca del 70%) adquirió la casa por herencia, aclarando que lo que heredaron fue el terreno ya que antes los solares de las casas eran de gran tamaño (el equivalente a una y hasta cuatro manzanas de ahora), así en el solar de la casa del cabeza de familia se construyen las viviendas de los hijos y se limita la propiedad de cada uno para evitar conflictos (legalizando cada parte en ocasiones), pero si están en la misma manzana, no se construyen bardas, se deja libre el paso entre una vivienda y otra y todos pueden hacer uso del solar común para diversas actividades: cocinar, lavar y tender la ropa, alimentar y cuidar a los animales y plantas domésticos, juegos infantiles, desecho y quema de basura y con cierta frecuencia, eliminación de excretas. Cuando se celebra alguna festividad familia, ésta se lleva a cabo en el solar común, ya que el espacio del interior de la vivienda es muy restringido; en muchas ocasiones a los visitantes se les recibe en el patio de la casa colocando una silla a la sombra de algún árbol. en los casos en los que el solar no es compartido por la familia extensa, también se encontró que una buena parte de la vida cotidiana familiar transcurre en este espacio al aire libre. Los entrevistados valoran positivamente el disfrute de dicho espacio; no conciben la vida restringida a las “cuatro paredes” de la vivienda, como transcurre la vida de las nuevas familias habitantes de los fraccionamientos.

    Una vez en posesión del terreno, se procede a la construcción de la vivienda. Esta por lo general se hace por etapas, se inicia con una sola pieza y poco a poco, según las posibilidades y requerimientos familiares, se le van agregando piezas o reconstruyendo las que hay con materiales más perecederos. Aunque cerca de la mitad de los encuestados construyó su vivienda contratando trabajadores 23 familias (45.28%) lo hicieron recurriendo a la autoconstrucción, con mano de obra familiar y ayuda de vecinos y parientes que después es “pagada” con trabajo cuando éstos requieren ampliar o reparar la suya. Sólo tres familias que viven en casas que nos son propias ignoran cómo se dio el proceso de construcción de la vivienda.

    En una misma vivienda se pueden encontrar mezclados diversos materiales de construcción, por lo general la pieza principal tiene paredes de bloques y techo de concreto, pero las demás pueden tener techo o paredes de lámina. Con el fin de tener una idea general de la fisonomía de las viviendas, se registró el tipo de material predominante. Así, en todas las casas predominan las paredes construidas con bloques de concreto rebocados con cemento. Alrededor del 80% de las viviendas tienen techos de concreto, en tanto que en las restantes el material predominante es la lámina. En cerca del 80% de las viviendas los pisos son principalmente de ladrillos, mientras que en las demás prevalecen los de cemento. La totalidad de las viviendas cuenta con energía eléctrica y cerca del 95% con servicios de agua entubada.

    En número de piezas de la vivienda fluctúa entre una y cuatro, la concentración mayor está en las de tres piezas (37.74%), siguiéndole en importancia cuantitativa las de cuatro con el 28.30%. Cerca del 95% de los encuestados declararon contar con servicio sanitario en su vivienda, sólo 4 no lo poseen. El 75% de las viviendas cuenta con una pieza especial para cocina, en tanto que el 25% de las familias prepara sus alimentos en el solar de la casa o cuando el clima no lo permite, en alguna de las piezas de la vivienda. Si se toma en consideración que el promedio de integrantes por familia es de 5.43%, los datos anteriores permiten inferir que el uso de cada pieza de la viviendo no es especializado: la primera pieza además de servir para recibir a los visitantes, se usa como dormitorio, la segunda pieza puede servir de comedor, cocina, hacer las tareas escolares y dormitorio, etcétera. Esto fue corroborado en la encuesta, ya que más de la mitad de los encuestados (54.72%) declaró que la mayor parte de las piezas de su vivienda tienen diversos usos.

    Otra característica de la vivienda es que cuando cuenta con más de una pieza, están distribuidas de tal forma que para entrar a la del fondo hay que pasar por la(s) anterior(es), es decir, no existen áreas vestibulares que permitan que cada parte de la casa sea independiente, lo que lleva a pensar que la privacidad personal no es altamente valorada por los integrantes del grupo, como sucede en la cultura occidental. Al preguntar a los entrevistados sobre esta tema, dijeron que la mayor parte de la actividades que se realizan en la rutina cotidiana, no requieren llevarse a cabo en privado (“encerrados”) y que cuando la ocasión lo amerita (cambiarse de ropa, bañarse, etcétera), se puede crear un espacio privado para tal fin colocando una sábana, cobija, o cualquier otro artículo que haga las veces de cortina.

    Una parte importante de la vida social de los pobladores antiguos de Chuburná transcurre en el ámbito de su propia vivienda (incluyendo los espacios al aire libre), ya que es el área donde se reúne la familia no sólo para descansar, compartir sus alimentos y labores domésticas, sino también para tomar decisiones que atañen a sus integrantes. Los datos de campo refieren una intensa vida familiar que rebasa el ámbito de la vivienda pues algunos grupos parentales comparte el solar, lo que da lugar a una mayor interacción.

    En los usos del solar de la vivienda se pueden encontrar fuertes elementos de la cultura indígena campesina. La economía de traspatio es practicada por la totalidad de las familias encuestadas y constituye una especie de seguro y de ahorro en el cual se apoya la economía familiar en caso de gastos extraordinarios, que pueden ser desde una enfermedad hasta un festejo. En síntesis, se puede decir que la vivienda de los pobladores antiguos de Chuburná contiene elementos de la cultura maya campesina, aunque también se han incorporado otros de tipo occidental. Desde mi punto de vista, la adopción de los elementos occidentales no ha roto con la concepción maya de la vivienda en cuanto a distribución y usos del espacio.

    Otra de las formas de expresión cultural del grupo estudiado, es una forma de manifestación religiosa que en opinión de los actores está asociada a la religión católica, pero que para la iglesia católica como institución es completamente margina, incluso para muchos de los sacerdotes católicos son actividades completamente paganas. La principal forma de organización religiosa de los habitantes antiguos de Chuburná, la constituyen los gremios católicos que se organizan para celebrar la fiesta al Santo Patrón del pueblo que la Virgen de la Asunción. Se sabe de la existencia de tres gremios que se encargas de celebrar al Santo Patrón dos veces al año: durante el mes de agosto y durante los meses de enero y febrero de tal manera que sea una semana anterior a las fiestas del carnaval. Para estas fechas se realizan diversos actos como misas, procesiones, rosarios, mañanitas a la virgen, bailes, vaquería, comidas, etcétera. Cada uno de estos gremios tiene su directiva que en conjunto con los demás pobladores del antiguo Chuburná, se encarga de organizar y dar lucimiento a los actos que durante estas festividades se realizan.

    Los integrantes de la organización gremial y los participantes en los festejos son los habitantes antiguos de Chuburná, es decir, que los nuevos habitantes no se interesan de su existencia y mucho menos participan en sus celebraciones, incluso reside en que con la participación en las actividades asociadas a la fiesta al Santo Patrón, se recrean buena parte de los patrones culturales del grupo por lo menos dos veces al año.

    Estas celebraciones y organizaciones en torno del Santo Patrón continúan practicándose entre la población estudiada, pero también ha sufrido transformaciones. Entre algunas de ellas pueden mencionarse las dificultades que año con año tienen que enfrentar sus integrantes para elegir a la(s) persona(s) que se encargarán de los festejos del siguiente año, pues además de ser personas con un alto prestigio social, deben tener suficientes recursos económicos para afrontar una parte sustancial de los gastos. Además, los entrevistados de más de 60 años de edad manifestaron su tristeza porque antes éstas eran las fiestas del pueblo y todos participaban, en cambio ahora, sólo las familias antiguas lo hacen. Sin embargo, los festejos al Santo Patrón de Chuburná siguen siendo ocasión para la interacción familiar y vecinal entre el grupo estudiado. Los resultados de la encuesta revelan que participan en ellos casi el total de la muestra. Su celebración responde, a decir de los participantes y organizadores, a congratularse con el Santo, para que les vaya bien en todo lo que emprenden y porque esa es “la costumbre” que heredaron de los antiguos. Además la participación no se da de manera individual sino que las personas acuden a las fiestas acompañados de sus familiares y vecinos. Se preocupan por su lucimiento y las sienten como propia, son las fiestas del “pueblo” de Chuburná. Al mismo tiempo, ofrecen un ámbito propicio para la interacción social de los pobladores antiguos de Chuburná que rebasa el espacio privado del hogar y que implica “la toma” del espacio público de este territorio ahora compartido con los nuevos pobladores, ya que las procesiones y muchos de los festejos, se llevan a cabo en la vía pública. Sin embargo, se debe considerar que las modificaciones espaciales que han tenido lugar en Chuburná, han provocado la marginación de algunos de estos eventos en el ámbito territorial, como las corridas de toros y los bailes, que han tenido que adaptarse al espacio que les permite ocupar la infraestructura urbana que ahora hay en la plaza central y áreas aledañas.

    La interacción social que se propicia durante estas celebraciones no sólo se da a nivel familiar, vecinal y de comunidad de antiguos pobladores de Chuburná, pues a las fiestas del Santo también se invita a representantes de gremios de otras poblaciones del interior del Estado quienes envían sus delegaciones para darle mayor lucimiento a las fiestas, para manifestar su solidaridad intercomunitaria y esperando ser retribuidos con la visita de los gremios de Chuburná cuando ellos celebren a su propio Santo. De esta manera cristalizan a nivel social los lazos que las familias antiguas del lugar mantienen con las áreas rurales aledañas.

    También hay otras formas de expresión religiosa que son propias de los pobladores antiguos de Chuburná y que no comparten con los nuevos habitantes del lugar, como son novenas y rosarios a distintos santos y la peregrinación de la Virgen de la Asunción que se realiza de diciembre a enero. Estas actividades, aunque tienen una connotación social y cultural similar a las de los gremios, tienen un ámbito de acción más restringido, el familiar y vecinal, es decir, que no se involucra a toda la población antigua del lugar con en el caso de la Fiesta Patronal.

 

Interacción social e identidad

La vida social de los pobladores antiguos del lugar se desenvuelve en un tejido de relaciones sociales bastante complejo, pero para los fines de este estudio se relevaron dos tipos de interacción social:

 

a) Aquellas relaciones que establecen con individuos que comparten un horizonte cultural y una situación en el sistema de clases sociales muy similar. Tales relaciones son un elemento importante en la cohesión e identificación del grupo, pues a través de ellas se comparten y recrean valores y pautas culturales que los unifican. Estos vínculos se dan tanto al interior del grupo de antiguos pobladores, como entre éstos y los habitantes de áreas rurales. A su vez, es posible identificar al interior de este tipo de interacción social, tres espacios diferenciados en los que dichas relaciones se dan: el espacio familiar y parental, el de los vecinos antiguos del lugar y el de la comunidad rural donde residen parientes y compadres.

b) Por otro lado, están las relaciones que se establecen entre los antiguos pobladores del lugar y la sociedad urbana occidental, representada en Chuburná por el sector de clase media con el que tienen que compartir su territorio. Aquí, aunque la interacción social es más heterogénea, en términos generales se puede hablar de relaciones asimétricas, donde los antiguos pobladores del lugar representan el papel de las clases dominadas y estigmatizadas, tanto en lo político y económico como en lo social y cultural. Este tipo de relaciones se registra principalmente en dos esferas importantes de interacción: las que se dan con los nuevos habitantes del lugar y las que se mantienen con personas que viven en otros espacios del lugar y las que se mantienen con personas que viven en otros espacios territoriales de la ciudad de Mérida. Ambos constituyen elementos innovadores pero al mismo tiempo funcionan como aglutinadores al interior del grupo, ya que por un lado, es a través de estas relaciones como el grupo estudiado entra en contacto con la cultura occidental y adopta elementos de ella, pero por otro lado, implica su confrontación con una cultura distinta a la suya que la cuestiona, discrimina y le impone límites para la interacción social, situación que en algunos casos coadyuva al fortalecimiento del grupo y a la toma de conciencia de su especificidad, aunque en otros, lleva la pérdida de su identidad.

    A nivel del ámbito familiar se encuentran una serie de actividades que realiza la familia en conjunto que se agregan a las de carácter cotidiano asociadas a la reproducción social, como ir de paseo a la plaza de Chuburná, ir de compras, o asistir a eventos sociales o religiosos. En la vida social de esta población las relaciones que mantienen con los vecinos que también son pobladores antiguos de Chuburná constituyen un renglón importante. Estos vínculos pueden darse tanto de familia a familia a través del préstamo de implementos domésticos, ayuda en caso de enfermedad o ayuda en la construcción y reparación de la vivienda, como en el espacio mayor de la comunidad de vecinos, es decir, en la asistencia y participación en las fiestas que se celebran en honor del santo patrón de Chuburná, en otro tipo de actividades religiosas, en las decisiones que se toman en el Comité de Colonos o bien, en el interés y en ocasión de la solidaridad que se manifiesta ante los problemas de los afectados en el ejido. Además, poco más de la mitad de las familias encuestadas declaró mantener vínculos con parientes, compadres y amigos que residen en distintas poblaciones rurales del estado de Yucatán, el tipo de relaciones que con mayor frecuencia se registra para este caso son las de ayuda mutua, sea de tipo económico (en trabajo, especie o dinero) como de tipo afectivo y moral, así como aquellas que se propician en ocasión de algún festejo ritual.

    Uno de los elementos que da cohesión a la vida social de esta población es que su cotidianidad transcurre en el espacio territorial de Chuburná, no sólo en la vivienda en donde se reproducen las relaciones familiares sino también en los vínculos de vecindad y compadrazgo, así como en el hecho de que esta población satisface la mayor parte de sus necesidades en el territorio de Chuburná. Así, la mayoría de las personas encuestadas declaró realizar sus compras, sobre todo de alimentos ahí mismo, igualmente sucede con la contratación de servicios más frecuentes como son la escuela, la reparación de calzado, la adquisición de otro tipo de productos como son medicamentos o alimento para sus animales domésticos. Con esto no se quiere dejar la impresión de que esta población no sale de su territorio, ya que para servicios especializados tiene que acudir a “Mérida”, como ellos mismos dicen, igual sucede con la adquisición de vestido y calzado, aunque suelen comprarlo en ocasiones en l mercado de Chuburná. También tienen relaciones sociales con personas de fuera de Chuburná y parte de sus diversiones rebasan su ámbito territorial, pero una buena parte de su vida social, incluyendo la recreativa, se desarrolla en su interior.

    Por otro lado, la asignación de prestigio social es un valor cultural vigente entre el grupo estudiado ya que rige una parte importante de los vínculos que se dan al interior del grupo. Esta población le asigna un elevado valor social a quienes han realizado un buen desempeño en los cargos de las organizaciones ejidal y religiosa. Así, cuando una familia o un grupo de familias tiene un problema que no puede ser resuelto en el ámbito parental o vecinal, se acude a terceras personas en busca de consejo y ayuda y entre las personas a las que se acude, los informantes mencionaron con frecuencia a los representantes ejidales y gremiales que demostraron honradez y preocupación por la gente de Chuburná cuando ocuparon alguno de estos cargos.

    Como se ha dicho, los antiguos pobladores de Chuburná comparten también el espacio territorial con la población recién llegada al lugar, habitantes de los fraccionamientos y de las grandes residencias, pero los estilos de vida occidentales y de clase media urbana de estos últimos no son compartidos por los primeros, incluso es probable que la presencia cotidiana de estos nuevos pobladores con su propias formas de vida que han trastocado la cotidianidad del lugar, haya propiciado que la población antigua se refugie en aquellos espacios de su cultura que le proporcionan seguridad y que le permiten que su vida social continúe funcionando como un todo coherente, dotada de un sentido. Se tiene conocimiento que aunque las viviendas de los antiguos pobladores estén junto a una residencia o a un fraccionamiento, las relaciones estrechas de vecindad a las que se ha hecho referencia anteriormente no se dan. Los nuevos habitantes no participan de las festividades religiosas ni tienen los mismos intereses que la población antigua, su vida social está orientada hacia el espacio mayor de la ciudad de Mérida y Chuburná es para ellos una colonia urbana donde se ubica su residencia, la mayoría de ellos no se entera de la existencia de las organizaciones y actividades religiosas tradicionales o si accidentalmente se encuentran con ellas las consideran en el mejor de los casos, un detalle pintoresco del lugar, aunque la mayoría los califica como una conducta irracional de “esa gente” que no teniendo los recursos económicos ni para comer, derrocha lo poco que tiene en tales festividades; los problemas que enfrentan los ejidatarios les son totalmente ajenos, al igual que los que atiende la organización de colonos, ya que la infraestructura a la que tienen acceso es responsabilidad de las empresas fraccionadoras.

    A los nuevos pobladores les resulta molesto tener por vecinos a los antiguos pobladores de Chuburná, pues según su opinión viven en hacinamiento, promiscuidad y suciedad. Consideran que tienen formas de vida muy distintas a las propias, donde el alcoholismo, la miseria y la ignorancia prevalecen y en las que la forma de distribuir el ingreso familiar es “ilógico” e “irracional”. Además consideran un peligro latente su cercanía pues piensan que pueden entrar a robar a sus casas o causar disturbios callejeros. Se puede decir que la línea de clase” parece ser la más fuerte en la interacción de estos grupos, sobre todo si se considera que una buena parte de los antiguos pobladores del lugar, se emplea como prestadores de servicios personales en las residencias de los nuevos pobladores. Sin embargo, la “línea étnica” persiste, como lo demuestra el reconocimiento de ambos grupos de ser diferentes y la discriminación de que son objeto los antiguos pobladores, palpable entre otras cosas, en el desprecio a su conducta festiva y ritual y en el ocultamiento de los rasgos más visibles de su matriz cultural maya, entre los que destaca la lengua.

    Por su parte los pobladores antiguos de Chuburná tienen sentimientos encontrados respecto de los nuevos habitantes. Por una parte opinan que han traído el progreso y la modernidad a la población, pero por otro lado tienen que competir con ellos por un espacio que antes era sólo suyo; así ahora en algunas partes hace falta agua, los solares de las viviendas ahora son de menor tamaño, ya no se puede caminar con tranquilidad por las calles del poblado “bajo el riesgo de ser atropellado”, resulta difícil continuar con la costumbre de sentarse por las tardes en la puerta de su casa a “tomar el fresco” pues el ruido y el tránsito lo han vuelto poco agradable y los precios de los terrenos y los productos en el mercado de la población se han elevado por la demanda, entre otras cosas. Se puede decir que los dos grupos constituyen dos mundos separados compartiendo el mismo territorio, ya que los usos sociales que cada sector de la a ese territorio son altamente diferenciados.

    Asimismo, los antiguos pobladores asumen su pobreza en relación a la de sus nuevos vecinos y la racionalizan distribuyéndosela a la ineptitud del gobierno por haber dejado que se “pierda” el henequén y a la ambición de la “gente de Mérida” por acaparar y especular con sus tierras. También reconocen que tiene formas de hacer y decir las cosas que son propias del grupo. Las aprendieron de sus mayores y se las enseñan a sus hijos, aunque no pueden predecir si con éxito y conciben la llegada de la “modernidad” como una amenaza para la reproducción de las costumbres antiguas.

 

Conclusiones

La historia reciente de Chuburná nos habla de un pueblo maya que ha sufrido profundas transformaciones en el transcurso de este siglo. Sobre todo en los últimos 30 años, cuando ha sido violentamente incorporado a la ciudad de Mérida. La absorción de Chuburná por la mancha urbana desencadenó varios fenómenos que aunque afectaron de manera negativa la vida y cultura de sus antiguos habitantes, éstos no los han aceptado de forma pasiva sino que han encontrado espacios para reconstruir su cultura, su identidad grupal y darle sentido a su vida ahora como parte de la población urbana.

    Es así como en este trabajo se han intentado rescatar algunos espacios en la vida del antes pueblo de Chuburná de Hidalgo, en los cuales la urbanización provocó un resquebrajamiento en el orden establecido y al mismo tiempo, mostrar la forma como la población del lugar ha enfrentado esta ruptura.

    En la esfera política, la población perdió su categoría de pueblo y con ello la posibilidad de elegir a sus propios gobernantes que representara sus intereses ante la sociedad más amplia. Aunado a ello, la importancia de la organización ejidal decreció al ser despojados de sus tierras y tener que abandonar su actividad económica tradicional. De esta manera, su representatividad como grupo maya campesino, se ha visto bastante mermada. Ante esta situación, los antiguos vecinos de Chuburná mantienen y han revitalizado su organización ejidal que cumple diversas funciones sociales y que mantienen y han revitalizado su organización ejidal que cumple diversas funciones sociales y que tiene como sustrato su lucha por la tierra.

    En la esfera económica, el pueblo perdió sus tierras que eran su medio de subsistencia principal y este cambio económico no significó una elevación en sus niveles de vida, pues al incorporarse al mercado de trabajo urbano tuvieron que hacerlo no sólo en los sectores menos dinámicos de dicho mercado, sino que buen número de sus integrantes ingresó al ejército de reserva del sistema capitalista, que en el mejor de los casos se refleja en el acceso al empleo en las ramas de los servicios personales o de la construcción, pero en muchas ocasiones no les queda otra alternativa que el autoempleo o el desempleo. Por supuesto que esto redunda en bajos niveles de ingreso que la población ha tenido que enfrentar a través de diversas acciones entre las que destacan el papel de la familia como eje organizador del ingreso y el consumo, el lanzamiento al mercado de trabajo de todos los integrantes posibles en el núcleo familiar y la continuidad en la práctica de la economía de traspatio a manera de seguro contra los gastos imprevistos, entre las principales.

    En el ámbito social, aparentemente no se modificó sustancialmente su situación en relación a la estructura de clases sociales, pues como habitantes del pueblo de Chuburná constituían parte de las clases dominadas del área rural, en tanto que ahora, como habitantes de la ciudad de Mérida, integran una fracción de la clase trabajadora urbana, en los peldaños más bajos de ésta. La diferencia estriba en que como campesinos, sus estilos de vida, su ideología y formas de relacionarse con la sociedad más amplia, ya no tienen cabida en el marco de la ciudad y tuvieron que modificar una cantidad importante de los mismos para mantener un espacio social propio en el medio urbano. Pero al mismo tiempo, la conservación de buena parte de ellos, les ha sido necesario para afrontar la dominación urbana y darle significado a su nueva vida. Así, aunque se autoperciben como los pobres del lugas y se identifican con los demás trabajadores pobres de la ciudad, están anclados en una ideología clasista de campesinos ejidatarios, como se expresa en su lucha y demandas como grupo y en su afinidad con los ejidatarios henequeneros de Yucatán, se sienten parte entrañable de este último grupo más que del de trabajadores urbanos y siguen muy de cerca los acontecimientos de la zona henequenera, pues los consideran un ámbito propio.

    La cultura maya campesina que existía en el pueblo también fue objeto de una fuerte embestida por la sociedad urbana. De tal manera que los signos exteriores con los que la sociedad occidental identifica a los mayas, cuando fue posible, fueron eliminados por la población, como es el caso del vestido indígena, o bien se ocultaron o se “olvidaron”, como la lengua maya, finalmente hay otros, que de acuerdo a las reglas establecidas por la sociedad occidental no resultan tan estigmáticos, como el apellido maya, pues es un rasgo también presente entre otros grupos sociales de la ciudad. Con esto no se quiere dejar la idea de que antes de incorporarse esta población a la ciudad no haya sido objeto de discriminación por poseer dichos rasgos, más bien lo que sucede es que ahora, en su propio territorio y en la cotidianidad de su vida tienen que enfrentarse constantemente con la sociedad occidental, lo que hace más fuerte la discriminación y marginación étnica. Por otro lado, el hecho de que la población antigua de Chuburná haya eliminado o amortiguado los signos más visibles del estigma, no implica que la nueva población del lugar o la sociedad urbana haya dejado de estigmatizarlos étnicamente, continúa haciéndolo, sólo que de otra manera, como lo muestra la concepción de los nuevos pobladores sobre el estilo de vida y valores sociales de la población antigua. Por otro lado, y quizá a consecuencia de este rechazo que les muestra la sociedad urbana, los antiguos pobladores del lugar han logrado reconstruir un estilo de vida propio, donde las acciones de ayuda recíprocas al interior del grupo, la lealtad hacia la familia, parientes y vecinos, la alta estima que se tiene a quienes han mostrado su vocación de servicio a la comunidad de antiguos pobladores, son valores que los cohesionan. Aunado a ello, este grupo comparte una cultura que en gran medida ha sido fruto de su historia reciente y que se nutre de dos fuentes, la indígena maya en su versión henequenera y la de los sectores empobrecidos de la ciudad.

    Todo lo anterior tiene como marco un territorio, que constituye un factor importante en la identidad grupal porque es sentido como propio y opuesto a “Mérida” como categoría espacial distinta a Chuburná, en otras palabras, no sienten que forman parte de la ciudad. Al mismo tiempo es clara la lucha por el espacio que se da entre los antiguos y los nuevos pobladores del lugar, como lo muestra el disgusto de los antiguos habitantes porque les han cambiado el lugar donde realizaban las corridas y los bailes durante las celebraciones al Santo Patrón, o porque han tenido que abandonar algunas costumbres debido al tráfico y ruido que ahora hay en las calles. En contraparte, es impactante la cantidad de grandes espacios amurallados que ahora se encuentran y que protegen tanto a las grandes residencias como a buen número de los fraccionamientos que albergan las viviendas, las calles y jardines privados de los nuevos habitantes del lugar. Ello nos muestra la lucha por un mismo territorio de dos grupos social y culturalmente excluyente.

    Sólo resta agregar que la población estudiada tiene una ventaja sobre los migrantes campesinos que al llegar a la ciudad se dispersan en ella y tienden a perder tarde o temprano su identidad grupal. La diferencia radica en el sentimiento de que tanto su devenir histórico como el territorio que desde antaño comparten, se recrea constantemente debido a la convivencia cotidiana con el grupo de referencia, sus líderes, sus organizaciones, valores y formas de expresión cultural. Es cierto que ha tenido que ceder terreno a la cultura urbana occidental, pero se mantiene en su lucha por sostener una cultura propia.

Profesora Investigadora de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán .


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