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  Lo maya:
una perspectiva de cambio dentro de la dinámica cultural de Yucatán *
 
Carmen Morales
Juan Ramón Bastarrachea

Introducción

El objetivo de este trabajo es trazar una perspectiva que permita analizar la vigencia de lo maya en el marco de la cultura regional de Yucatán, haciendo énfasis en las contradicciones que ha enfrentando a lo largo de su asimétrica relación con la cultura occidental, que es dominante. Se trata de develar de qué manera lo maya sigue siendo fundamental en el desarrollo de la cultura regional, gracias a su capacidad de resistencia e innovación y pese a las tendencias de "folklorización" de que está siendo objeto por parte de la "industria" turística.

A un nivel más concreto, en este ensayo se caracterizan los momentos de desintegración y reintegración de la etnia maya, que se consideran más importantes para comprender lo que define a este grupo y a su cultura en el Yucatán actual.

        La formulación de un proyecto nacional en el que estén representadas las diferentes culturas que subsisten en condiciones de opresión en nuestro país, es una tarea prioritaria para los profesionistas que inciden en el campo de las ciencias sociales y, más específicamente, en el de la antropología.

        Para ello es necesario sentar las bases de lo que serían nuevos procesos participativos que estimulen la discusión de los diferentes proyectos que se perciben en las regiones culturales de México.

        En esta perspectiva, Yucatán destaca como asiento de una de las culturas regionales con rasgos más acusados y característicos. El objetivo de este trabajo es trazar una perspectiva que nos permita analizar la vigencia de lo maya en el marco de dicha cultura, haciendo énfasis en las contradicciones que ha enfrentado a lo largo de su asimétrica relación con la cultura occidental, que es dominante. Un propósito que subyace en este ensayo es develar de qué manera lo maya sigue siendo fundamental en el desarrollo de la cultura regional, merced a una capacidad de resistencia y de innovación que contrasta con el discurso oficial en el que lo maya se estereotipa y se suplanta para crear una imagen a la medida de los diferentes intereses políticos y económicos de los grupos hegemónicos.

        Entre las contribuciones más importantes que se han dado en torno al análisis de las formas de identificación y autoidentificación de la etnia maya peninsular, generadas a partir del impacto que representa la invasión europea, están la de Alicia Barabas (1979) y la de Miguel Bartolomé (1988). Este último autor llega a proponer que el eje de afirmación más importante de la etnia en la actualidad es el sistema de religión de carácter nativista, que se ha desarrollado a pesar del constante acoso por parte de las diferentes iglesias cristianas y de las políticas antirreligiosas del propio gobierno.

        Por otra parte, como marco de las reflexiones subsiguientes, se encuentran tres de las propuestas que Guillermo Bonfil desarrolla, en su libro México profundo (1988). La primera se refiere a que lo indígena, en este caso lo maya, no es reductible a los "indios", es decir a los que se reconocen como mayas, sino que permea a toda la sociedad peninsular; la segunda es que la idea del mestizaje, ya en el análisis concreto de cómo viven y piensan los integrantes de la etnia, no es la expresión más adecuada para señalar que las fuentes de donde provienen los rasgos de cualquier fenómeno puede ser una fusión de lo maya e hispano. Lo que la etnia realiza es una apropiación y reinterpretación de elementos culturales exógenos, no una asimilación indiferenciada de ellos, en este sentido no se puede hablar de mestizaje; la tercera, y tal vez la más importante, es la proposición de rescatar lo mesoamericano y más concretamente, lo maya, como un proyecto civilizatorio y no como un conjunto aislado de rasgos folklóricos.

        Para entender las complejidades de la cultura regional del Yucatán contemporáneo, cabe mencionar cuales han sido históricamente los elementos que la han hecho singular.

        En primer lugar está la existencia de los mayas y de su cultura. La mayoría numérica de la etnia siempre dio la pauta de la relación con los hispanos quienes nunca ejercieron una dominación total en la península y menos aún pudieron reducirla a cierto territorio. La llamada conquista española se alargó hasta fines del siglo XVIII cuando se dio el sometimiento del Tah Itzá en el norte de Guatemala con la caída del linaje Can Ek; por otra parte la historia de Yucatán en los tres siglos de la Colonia está plagada de rebeliones armadas hasta culminar con el último levantamiento oficial, conocido como "Guerra de Castas", acaecido a mitad del siglo XIX.

        En el aspecto cultural, el bagaje de conocimientos que los mayas tenían resultó más rico y adecuado a las condiciones ambientales de la península, de manera que los españoles tuvieron que echar mano de esa cultura para poder vivir exitosamente en este hábitat. Algunos ejemplos que ilustran esta aseveración son: en el aspecto productivo, el sistema roza-tumba-quema que hasta la actualidad persiste como la forma más eficiente de producir alimentos en la laja que constituye la mayor parte del suelo en la península; la forma de obtención de sal, que fue un elemento decisivo en el pasado prehispánico, y que se ha mantenido hasta el presente, aunque su explotación se ha hecho más intensiva con la incorporación de nuevos elementos técnicos; el conocimiento de las plantas y animales así como sus diferentes usos -alimenticios, medicinales, rituales- es también una herencia maya.

        Por otra parte, la etnia ha mantenido mecanismos de resistencia ante la cultura dominante, algunos de éstos han sido abundantemente documentados, sobre todo cuando se trata de rebeliones armadas. Otros son más sutiles y para ejemplificar se acudirá nuevamente a Bonfil quien señala la apropiación como un proceso de resistencia que permite que un grupo haga suyos elementos culturales que le son ajenos y que generalmente provienen de la cultura impuesta (op. cit. :195). Un ejemplo aparentemente banal es el vestido femenino, el hipil.

        Hasta donde se puede saber por las fuentes escritas y fotográficas, en el hipil se reflejan diversas modas, muchas de ellas por influencia de las modas europeas. Tanto en la Enciclopedia Yucatanense como en diversas fotografías del Archivo Guerra de la Universidad Autónoma de Yucatán, se registran hipiles abombados al estilo del vestido usado con miriñaque que estuvo en boga en Italia y Francia en el siglo XIX. Más recientemente, hacia los años setenta, se registra el movimiento del mini-hipil, y de su complemento el mini-justán, que es adoptado casi eufóricamente por las jóvenes nativas que de esta manera actualizan un elemento de la matriz cultural maya, siguiendo los cánones de la moda mundial.

        Los ejes en que es posible observar una resistencia sistemática hasta la actualidad son: el mantenimiento del idioma y de la religión nativista; las formas de producción y alimentación; las estructuras de parentesco; las creencias mágicas y míticas y las tecnologías correspondientes a la reproducción del universo material en el que se desarrolla la vida cotidiana en las comunidades rurales, entre las cuales se pueden citar el cómo construir las casas tradicionales, cómo elaborar artesanías, cómo fabricar instrumentos de trabajo y también medios de diversión y esparcimiento.

        En segundo lugar, está el proyecto de los hispanos asentados en la península y, más adelante, el de sus descendientes criollos, quienes se propusieron mantener los recursos humanos y del medio natural, existentes en este ámbito, subordinados a sus intereses cuya definición, gruesamente dicha, ha sido la búsqueda de prestigio y dinero con el menor esfuerzo posible.

        En la historia de Yucatán a partir de mediados del siglo XVI hasta esta parte, es posible constatar que en los momentos de auge de la economía peninsular, a la par que se beneficia el grupo hegemónico resurgen con mayor fuerza las formas de opresión de la etnia maya. Así, el ascenso de una burguesía mercantil en la zona de Valladolid ha ido de la mano con una marcada discriminación hacia los mayas, de manera que aquel grupo finca gran parte de su fuerza en el hacer valer su condición de criollo con toda la carga racial, ideológica y social que ello conlleva.

        En el caso del período del auge henequenero (1880-1940) las formas de explotación que se dieron en las haciendas actualizaron la oposición interétnicas. A los mayas se les sometió de varias maneras, una de ellas fue la expansión de las haciendas a costa de las tierras comunales, otra fue el hacer servir al maya para lo cual hacerle sentir su condición de indio fue un elemento fundamental.

        No obstante, en los intersticios de estos períodos de recrudecimiento del dominio criollo, se desarrollaron respuestas vigorosas de apropiación cultural. Una de ellas fue el baile. La jarana, que fue la única manifestación que los españoles permitieron que se conservara como baile público, era presidida por los chi'ik-es, quienes eran los representantes de las antiguas autoridades indígenas. En este baile los mayas revivían algo de su sentido de pertenencia y recuperaban, aunque fuera por un breve tiempo, el control de su universo y de su destino. En uno de los momentos de desarrollo del baile se podía lazar a los asistentes, generalmente gentes connotadas de la localidad, y hacer mofa de ellos en idioma maya. En ocasiones se cantaba el weech, (canto del armadillo) que tiene una letra satírica en contra de los dominadores.

        Finalmente, como parte de los elementos que explican la yucatequidad en tanto cultura regional, está el casi total aislamiento físico y cultural en el que se mantuvo la península hasta mediados de este siglo. Exceptuando las ocasiones en las que el grupo dominante requirió del apoyo de fuerzas externas para mantener su hegemonía, ha habido una fuerte tendencia a recrear un modus vivendi, con todo y sus reajustes necesarios, en un entorno local.

        En perspectiva, para comprender los contenidos actuales de lo étnico maya, hay que considerar varios momentos de desintegración y reintegración en diferentes niveles.

        Se vislumbran los siguientes: a raíz del contacto con los hispanos se profundiza y se acelera la desintegración de los niveles más complejos del conocimiento maya, por ejemplo, los relacionados con el cosmos. Igualmente se elimina o se asimila a los grande dirigentes teócratas de los cacicazgos y se somete el sistema de producción nativo al control de los españoles. Por otra parte, la política de reasentamientos llevada a cabo por las autoridades coloniales modifica las estructuras sociopolíticas de los cacicazgos prehispánicos.

        Tras el largo período colonial, ya en el siglo pasado tienen lugar, por una parte, la desaparición de las repúblicas de indios que constituyeron hasta ese momento una estructura de defensa social y política de lo maya. Por otro lado está la derrota militar de los sublevados en la Guerra de Castas. Estos hechos abren un período en que la capacidad de autogestión de la etnia se ve francamente disminuida al desaparecer virtualmente las autoridades nativas y lo que quedaba de su organización.

        Durante el mismo siglo XIX se observa que desde la época de las explotaciones ganaderas y azucareras, pero más aún con el desarrollo de la hacienda henequenera, se merma la disponibilidad de tierras y bosques indispensables para la reproducción del sistema de milpa, de sus actividades asociadas, la caza y la recolección y en fin, de lo que en conjunto constituye el nicho ecológico. Lo que deja el período de expansión henequenera no es sólo una pérdida de territorio, sino un quebramiento físico, social y moral de las comunidades en las cuales se reclutaron los trabajadores de la hacienda.

        Al respecto, cabe citar que en los años treinta, a cincuenta años de la eclosión henequenera, cuando Robert Redfield (1944) y Siegfried Askinasy (1936) realizan sus respectivos estudios, este último autor encuentra que la población del área henequenera está sometida a un hambre crónica que explica la elevada mortalidad infantil y el deterioro biológico del campesino. En lo moral, se sabe que el alcohol fue una de las armas empleadas por los hacendados para degradar a los trabajadores, además del derecho de pernada y otras prácticas insultantes para la dignidad humana.

        Socialmente, mientras que Redfield a través de su trabajo de campo en comunidades milperas encuentra la vigencia de la comunidad corporativa cerrada de raíces indocoloniales, en las haciendas henequeneras hay una pérdida del sentido de comunidad y de los valores que en ella se recrean.

        Ya entrado este siglo, con la injerencia de las políticas nacionales en materia de reforma agraria y la aparición y/o reorganización de las instituciones y programas que tienen que ver con la educación y la cultura entendida en su sentido restringido; con la presencia de nuevos proyectos productivos que se han expandido a costa de los espacios reservados en otro tiempo para la milpa y con la agilización de los medios de comunicación y de difusión, han tenido lugar nuevos procesos de desintegración.

        Un hilo conductor para abordar lo ocurrido a partir de los años cuarenta, nos lo proporcionan las directrices de la propia política indigenista. La consigna fue asimilar, en palabras del propio maestro Gonzalo Aguirre Beltrán, al indígena en el tipo de desarrollo implantado en México. Esto se logra en una medida exitosa atendiendo al número de escuelas, red de comunicaciones, clínicas de campo, tiendas Conasupo y otros elementos existentes en el medio rural.

        El lado negativo de este proceso es fácilmente constatable: planes educativos y de asistencia que no corresponden a la realidad social a la que están destinados; autoridades ajenas a las situaciones concretas y cotidianas que viven los indígenas; maestros y técnicos que no crean lazos de pertenencia y de arraigo en las comunidades y que en esa medida diluyen sus responsabilidades; albergues para niños indígenas con presupuestos de quinientos pesos por niño para alimentación mensual. En fin, mucho se ha dicho sobre la burocratización de los organismos encargados de atender al llamado problema indígena, haciendo evidentes los vicios que son extensibles a la mayor parte de la burocracia. Quizá una de las ventajas en relación a lo étnico maya es que la fragmentación de las funciones y atribuciones de estos organismos es cada vez más grande, lo cual impide una acción eficaz en algún sentido.

        Para intentar aterrizar en la década de los ochenta, es conveniente citar el auge turístico como un nuevo elemento que incide fuertemente en la cuestión étnica, ya que está convirtiendo algunos de sus símbolos en mercancías folklóricas.

        El fenómeno turístico aparece desde dos frentes, uno es el polo Cancún y lugares afines que ha creado un flujo migratorio permanente de hombres y mujeres originarios de lo que hasta hace diez años era la región más tradicional de Yucatán: el oriente.

        Por otro lado, los renglones de inversión más importantes por parte del gobierno de Yucatán en los últimos cinco años, están encaminados a convertir al estado en un emporio turístico.

        En este contexto, las demandas que se plantean son la creación de una generación de servidores cuyo nivel de desarraigo cultural aún impredecible, por el otro está la necesidad de generar "paquetes folklóricos" en los que la jarana, el traje de gala del mestizo, la cochinita pibil y una que otra leyenda representada teatralmente, sirvan de ambientación a los hoteles de varias estrellas.

        Tras esta aproximación al fenómeno turístico, cabe intentar un recuadre de los procesos que dan vigencia o que propician una pérdida de lo étnico maya en la actualidad.

        Antes de ello, habría dos señalamientos conceptualmente importantes. Uno es sobre los tiempos cortos y largos en los que se desarrollan los fenómenos culturales. Es Vares (1988) quien propone que en la resistencia cultural no es tan importante el mantenimiento de un conjunto de elementos "originales" a través de los siglos, sino la capacidad de un pueblo para incorporar elementos impuestos por la dominación y convertirlos en cultura propia, de manera que en una observación a corto plazo no es posible elaborar afirmaciones categóricas sobre lo que representa un elemento como pérdida o continuidad de lo étnico. Otro es sobre las formas en que se manifiesta la identidad étnica. Al respecto, Bartolomé y Barabas (1986) señalan que la identidad social se hace visible cuando expresa las lealtades fundamentales de sus portadores y en este sentido deviene en una identidad en acción. Sobre esto mismo, pueden coexistir diferentes modalidades de identificación, la lingüística, la comunal, la regional y éstas se manifiestan en distintas ocasiones y contextos.

        Ya entrando en materia diremos que un primer proceso es el resquebrajamiento de lo maya consistente, por un lado, en la sustitución de valores, creencias y rasgos materiales que ya no son adoptados por las nuevas generaciones. En esto juega un papel muy importante la educación oficial, la acción de los medios de difusión y la penetración de las sectas protestantes.

        Por otra parte está la impostura de lo maya que tiene lugar en el ámbito de la promoción turística, para cuyos fines lo étnico se recrea de una manera más o menos arbitraria y a veces falsa.

        En relación a lo político, los grupos de supuesta filiación indígena, formados a la sombra de diferentes corrientes partidistas de carácter nacional y local, no han acertado a deslindar sus propios intereses y formas de lucha, sino que han mediatizado la participación de los mayas en la toma de decisiones que les conciernen como grupo étnico.

        En cuanto a la investigación que se realiza en torno a la cultura maya, ésta se ha dado ajustando las diferentes facetas de dicha cultura a la especialización de los profesionistas, a la temporalidad y características de cada programa e inclusive a las modas intelectuales en boga. No ha habido, en este sentido, la capacidad para integrar una visión de lo maya en su conjunto, que permita proponer un proyecto que interese en primer lugar a la propia etnia.

        En cuanto a los procesos que apuntalan una continuidad de lo maya, se da un conservadurismo en los aspectos religiosos de la fiesta anual de cada comunidad con sus novenarios y misas al Santo Patrono, procesiones, gremios, baile de jarana y corridas de toros al estilo maya en los que el árbol del ya'axche', que simboliza el eje del universo, preside la fiesta.

        Ligado a la cuestión religiosa están las creencias y prácticas mágicas de tradición indocolonial que aún son vigentes. Entre ellas, las que conciernen al concepto de salud-enfermedad y curación.

        Con relación al idioma, éste se da no sólo coloquialmente en las comunidades rurales y entre los sectores populares de los centros urbanos, sino que se utiliza en la vida pública, aun en esferas oficiales y en manifestaciones religiosas tanto de las prácticas nativistas como de las iglesias cristianas.

        El sistema de parentesco aparece también con una gran capacidad de cohesión social que funciona sobre todo en épocas de crisis.

        En cuanto a los sistemas de producción, la vigencia de la milpa, aun con los rasgos de innovación que la caracterizan en este momento, lleva asociados un sistema y una organización del trabajo, un régimen alimenticio y un conjunto de creencias y prácticas religiosas de origen netamente prehispánico.

        En todas estas esferas hay movimientos de apropiación y de innovación cultural, sin embargo es en los signos más externos de lo étnico donde se notan cambios acelerados. Aquí cabe mencionar a guisa de ejemplo las transformaciones que se observan en los jóvenes que emigran a Cancún u otros centros urbanos. Se ha cambiado el sombrero de ala por la cachucha de beisbolista, el sabucán de henequén por la bolsa de plásticos, las alpargatas de cuero por los tenis, el peinado de t'uuch de la mestiza por el permanente o mulix.

        No obstante, estos grupos de migrantes desarrollan en sus centros de trabajo modalidades de identificación, la idiomática en primer lugar, la de pertenencia a una comunidad y la de parentesco. El desarrollo de gustos comunes en torno a la música y a los conjuntos musicales, la convergencia en sitios de reunión y en tipo de esparcimiento, son otros elementos que agrupan a los mayas migrantes de las nuevas generaciones y que refuerzan su identidad ante un medio que les es ajeno y en el que se ven confrontados a sujetos y grupos con otras raíces culturales.

        En conclusión, se diría que las nuevas generaciones que están teniendo que volcarse hacia el exterior para proveerse del sustento cotidiano, no han sido asimiladas, sino que están creando modalidades de identificación y pautas de comportamiento que les permitan seguir siendo ellos mismos en un mundo que en principio no tiene ningún lugar destinado para ellos.



Carmen Morales Valderrama Regresar
Antropóloga Social, egresada de la
Escuela Nacional de Antropología e Historia
Investigadora de la Dirección de Estudios en Antropología Social (DEAS)

Juan Ramón Bastarrachea ManzanoRegresar
Antropólogo Social egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia
Investigador del Centro INAH, Yucatán

Este artículo se publicó en:I'inaj: Semilla de Maíz, Revista de divulgación del patrimonio cultural de Yucatán, agosto de 1994, Conaculta, Instituto Nacional de Antropología e Historia. Regresar
















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