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Hamaca y cambio social en Yucatán

 

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Resumen

La vivienda “típica” de los mayas al igual que el hábito de dormir en hamaca son herencias de la colonización española en la península de Yucatán. En este trabajo se explica porqué dicha vivienda rural transita, a gran velocidad, de un espacio compartido colectivo a uno fraccionado y jerarquizado, gobernado por la idea de intimidad. El ámbito doméstico es una construcción cultural a través de la cual las personas organizan sus relaciones con el mundo de los objetos, con su entorno, con la realidad social externa y con los otros. Por ello, la acelerada sustitución de la hamaca por la cama revela una dimensión subjetiva de sus habitantes, una necesidad sentida de adecuar el espacio doméstico a una nueva autoimagen y conforme a los progresos tecnológicos disponibles en el nivel macrorrregional. El cambio de los hábitos de dormir, dejar la hamaca por la cama, es un proceso cultural complejo, acompañado de una paulatina subordinación de algunas tradiciones locales comunitarias a los valores del capitalismo; y de una nueva división del trabajo de la familia nuclear y de la superación personal, propios de la modernidad. Palabras claves: ámbito doméstico, espacio doméstico, vivienda, hamaca, mayas, Yucatán, privacidad, local-global.

 

 

 

 

La vida social no puede ser explicada sociológicamente si no se estudian las formas a través de las cuales esa vida social se recrea a sí misma en la cotidianidad.

Michel Maffesoli (2000)

Introducción

En la actualidad casi en todos los países de Occidente la cama es el objeto más utilizado para dormir, aunque no siempre fue así (Dibie, 1999). Dormir y descansar son actividades vitales para el hombre; para ese propósito diseñó los objetos apropiados según las condiciones del medio ambiente que lo rodeaban. La forma y la costumbre históricas de dormir hablan, pues, de la cultura profunda de un pueblo. Por ejemplo, en algunas comunidades étnicas del planeta, la hamaca no sólo era (o es aún) utilizada para descansar y dormir, sino que tenía (o tiene) un valor simbólico, ya fuera al momento del nacimiento, de la boda o de los rituales funerarios.1

Por lo tanto, un estudio del modo de dormir, ya sea en cama o en hamaca, puede incluir varias dimensiones de la cultura: el estatus social, los avances tecnológicos o los rituales, entre otras, las cuales no serán tocadas sino de manera tangencial.2

Quiero analizar, en concreto, los dos caminos que recorre la hamaca en Yucatán y sus repercusiones en la vida diaria. El de llegada y el de salida —aún inconcluso—. La cotidianidad en los pequeños poblados, tanto como en las ciudades, está intrincadamenterodeada de objetos diversos que simbolizan el pasado o el futuro. No es ninguna casualidad que entre la población rural los objetos domésticos rústicos tiendan a ser reemplazados por otros en teoría más sofisticados y confortables.

El consumo es un indicador indiscutible de una cultura local. ¿Por qué hasta ahora la cama gana terreno a la hamaca? Trato de responder esta pregunta y así explico hasta dónde ha calado la modernidad y sus consecuencias prácticas entre los pobladores de esta región, y lo hago en el entendido de que la modernidad no es el resultado lineal e ineluctable en la cultura de la modernización socioeconómica, sino el entretejido de múltiples temporalidades y mediaciones sociales, técnicas, políticas y culturales.

Es materia de debate, pero por lo general se acepta que en las últimas décadas en México se ha asistido a la desintegración de las comunidades y de las colectividades tradicionales.3 Impera ya entre sus habitantes una idea de tradición muy asociada con lo rústico, lo poco procesado y hasta lo atrasado, mientras que lo moderno está vinculado con lo elaborado, lo nuevo, lo mejor. El consumo de los llamados campesinos, en consecuencia, se ha volcado hacia los productos industrializados.

Claro que dicha desintegración es un proceso complejo que no ocurre ni parejo ni a la misma velocidad en todo el país. De manera concomitante, la construcción de esquemas originales de integración social pasa por la normalmente lenta construcción de identidades alternativas, las cuales constituyen la suma de choques entre viejos y nuevos valores, lealtades tradicionales y novedosas formas de solidaridad grupal, creación de inexistentes campos de acción, de necesidades y hábitos, etcétera.

El ámbito doméstico (vivienda y solar) revela con nitidez el proceso referido. Es uno de esos espacios microscópicos dondepodemos observar el cambio sociocultural complejo que revoluciona la vida de los habitantes rurales o urbanos. Por tal razón centraré el presente análisis en uno de los objetos clave de este lugar de convivencia: la hamaca.

El espacio doméstico es una de las construcciones culturales mediante las cuales las personas, a partir de su propia posición, tienen la posibilidad de organizar sus relaciones con el mundo de los objetos, con la realidad externa y con los otros. Puede entenderse que el ámbito doméstico es una construcción cultural que permite a las personas organizar su relación con el heterogéneo mundo de los objetos y de los otros (Pellegrino, 2000). Por ello, el estudio de uno de los objetos de una vivienda, componente central del espacio doméstico rural, nos revela los delgados hilos que ligan lo local y lo global, lo tradicional y lo moderno.

Pensar el espacio doméstico rural, a partir de la experiencia del sujeto y su subjetividad implica privilegiar la acción social antes que las clásicas ideas de los agregados, con la salvedad de que la referencia a la acción social no es sinónimo de acción racional o instrumental, sino una acción espontánea y cotidiana. Con fines analíticos, aíslo y selecciono dichas acciones, porque son las que rehacen los vínculos sociales en general y porque es por medio de ellas como se mantiene viva una cultura (Berger y Luckmann, 1991).

Sería un lugar común decir que la población de Yucatán ha cambiado su manera de vestir, de comer, de habitar, y que se había resistido a modificar la manera de dormir, si no se intentara una explicación de tal proceso. En las últimas décadas, los hábitos de dormir y descansar de los yucatecos han variado con la misma celeridad que las formas de cocinar (con estufas de gas), de lavar (mediante lavadoras eléctricas), de tomar Coca-cola (en vez de limonada); en fin, con el empleo de objetos provenientes de la industria global. De cara al consumo, el espacio doméstico rural adquiere inusuales dimensiones, funciones y significados, no sólo económicos sino culturales.

En esta entidad federal, cuatro de cada cinco personas viven en ciudad. En el año 2000, de un total de 1 658 210 yucatecos, 42% se concentraba en Mérida, la ciudad capital, y sólo 18.7% habitaba en localidades de 1 a 2 499 personas, o sea, poblados oficialmente conocidos como rurales. No obstante, es difícil establecerde manera rigurosa la frontera urbano-rural, pues los estilos de vida en la ciudad y en el campo no son tan contrastantes como en el pasado.

Al igual que otras colectividades, la de los yucatecos jamás ha permanecido estática; desecha e inventa tradiciones perpetuamente y la tradición de dormir en hamaca es un ejemplo de tantos. Dormir en hamaca es una de las múltiples herencias que dejó la colonización española en la península de Yucatán. La hamaca, tan popular en las tierras del caminante del Mayab, no es prehispánica ni de origen maya; provino del Caribe, y su adopción por parte de la población maya propició una gran revolución en el diseño del espacio interior y la estructura de sus viviendas: el advenimiento de la vivienda maya típica tal como es conocida.

Lo que sin duda es original del presente estudio es que revela hasta dónde ha calado la idea de guardarse de la mirada de los otros miembros de la familia, la necesidad de privacidad, entre quienes durante siglos habían privilegiado el valor comunitario sobre el individuo.

Muchas investigaciones antropológicas, en última instancia, asumen a la modernidad como una amenaza para las tradiciones (Heelas, Lash y Morris, 1996).4 Sin embargo, pienso que la oposición moderno versus tradicional es falsa en esencia, porque lo que es moderno en algún momento se vuelve tradicional, de otro modo no habría historia. Trato, entonces, al seguir a Luke (1996), de no reificar una lucha entre tradicionalidad y modernidad, y me centraré en el análisis de cómo una tradición pierde jerarquía pero no desaparece frente a los embates de la modernidad social.

Coincido con Berman (2001) cuando afirma que los entornos y las experiencias modernos atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que, en este sentido, la modernidad une a toda la humanidad. Además, el mundo de la vida cotidiana no sólo se da por establecido como realidad por los miembros dela sociedad en el comportamiento subjetivamente significativo de sus vidas, también origina pensamientos y acciones sustentados por dicho entorno cultural: la modernidad.

El fenómeno de la modernidad y la globalización (universalización), aunque representa un avance de la humanidad, constituye al mismo tiempo una especie de sutil destrucción de las culturas tradicionales y de lo que algunos autores llaman el núcleo creativo de las grandes culturas, ése sobre el cual se interpreta la vida: el núcleo ético y mítico de la humanidad (Frampton, 1998).

Uno de los valores que de forma velada propagan tanto la modernidad como la globalización económica es el individualismo y, en el ámbito doméstico, éste se expresa como una necesidad de espacios de privacidad. Tal insistencia en la idea de la libertad individual ya recorrió varios siglos de la historia occidental (Béjar, 1988). En México, bien sea en la certidumbre religiosa o en el discurso político del liberalismo (del siglo XIX en adelante), el individuo ha sido la unidad básica, que asegura la preservación y la prosperidad de nuestra sociedad.

Por ende, en teoría, el individuo (y no la colectividad) es quien ha de resolver —frente a Dios o frente al Estado— el enigma de su destino en la sociedad. No obstante, en Yucatán la población rural apenas ha comenzado a regir sus acciones consuetudinarias con base en un criterio de tipo individual5 y, mucho más recientemente todavía, ha descubierto el valor de la privacidad en el seno de su morada. Por ello mantiene una visión ambivalente de la modernidad y sus tradiciones.

Por último, antes de entrar en materia debo añadir una explicación respecto de la metodología seguida para llevar a cabo este estudio. No hubo un proyecto de investigación específico, con preguntas concretas sobre el uso de la hamaca y la cama entre la población yucateca; sin embargo, como corolario de mi trabajo de campo realizado en Yucatán de 1998 a 2002,6 percibí esta nueva tendencia y me interesó ponderar sus alcances en la vida social y cultural de los habitantes rurales del Yucatán de hoy.

 

Primera parte

Habitar y dormir son acciones sociales diferentes, pero íntimamente ligadas entre sí. En este apartado subrayaré algunos de los rasgos más sobresalientes que caracterizaron un modo de habitar y de dormir de la población maya de esta región de México. No conté con fuentes históricas de primera mano, así que revisé el trabajo de varios autores especializados, por ejemplo Wauchope (1938). Pese a que varios investigadores se han preocupado por estudiar el acelerado proceso de alteración que la vivienda maya ha sufrido durante las últimas décadas (Rangel, 1980; Chico Ponce de León, 1995; Tello Peón, 1992, Baños 2001), todavía hace falta un estudio más concienzudo que nos permita entender cómo sobrevivió tantos siglos hasta convertirse en uno de los arquetipos nacionales.

 

La vivienda durante la conquista y la colonia.

Según Quezada, cuando los españoles llegaron a Yucatán, el cuchcabal era la entidad que permitía el control de la vida política del conjunto de los señoríos que lo integraba. Uno de los asentamientos poblacionales era prácticamente la capital y ahí residía el halach huinic, o autoridad suprema. La distribución espacial de la población dentro de un señorío era dispersa, no había límites territoriales nítidos ni precisos entre las esferas de poder y administrativas en el cuchcabal (Quezada, 1993, 81-82).

El cuchcabal, claro está, era un orden social y político (gobierno, normas, jerarquías, rituales, castigos) de una naturaleza cultural incomprensible para los españoles. De abajo hacia arriba, estaba integrado por el cuchtel o unidad básica, que eran caseríos; por el batabil que se componía de un conjunto de estas unidades sujetas a un batab o cacique y el cuchcabal propiamente dicho, sujetas a un halach huinic. Los españoles desarticularon el cuchcabal y aprovecharon la demarcación espacial del batabil como base para la formación de los pueblos coloniales (Quezada, 1993, 38-40).

El proceso de conquista llevado a cabo por los españoles en estas regiones significó la imposición de conceptos sobre la tenenciade la tierra, una nueva forma de tributación e inusuales ritmos de las actividades económicas y sociales, en el contexto de los poblados emergentes. La cultura española, si bien no arribaba aún a la llamada era industrial, impuso sus conceptos de tiempo y espacio, diferentes de los de los mayas, por ejemplo un calendario romano y una idea de espacio urbano y rural.

Así, desde el inicio del régimen colonial, al crear asentamientos humanos, los españoles solían dividir la tierra disponible en solares, ya fuera dentro de la traza o en las áreas llamadas barrios de indios, según el número de encomenderos españoles ahí asentados, con lo cual, simbólicamente, pasaban a formar parte del reino español.

Por desgracia, un trabajo clásico sobre la vivienda maya llevado a cabo a principios de los años treinta no aporta datos sobre la distribución interna de la vivienda maya prehispánica (Wauchope, 1938). Los arqueólogos citados por este autor coinciden en que mucho antes de la llegada de los españoles a Yucatán la vivienda maya tradicional no contenía sitios privados para ninguno de sus miembros. No obstante, parecen soslayar la descripción de Landa en el sentido de que la vivienda que él mismo observó estaba dividida en dos partes: un dormitorio y una estancia. Más adelante regresaremos a este punto.

La vivienda prehispánica solía formar parte de los caseríos en medio del monte cerca de las milpas. Aun cuando sus tiempos migratorios eran prolongados, la vivienda maya, al igual que la milpa, era itinerante,7 y estaba unida por muy delgados hilos al orden político y económico más amplio, el cuchcabal. “Para la mentalidad española este ordenamiento espacial (cuchcabal) de la sociedad maya era una costumbre parecida al modo de vivir de las fieras.” (Quezada, 1993, 82.)

Aunque se erigían viviendas alrededor de los grandes centros ceremoniales, el espacio propiamente urbano no existía (Cook y Borah, 1978, 17). Así, mediante un proceso de reorganización administrativa y religiosa del espacio, los españoles dispusieron el traslado de la vivienda a las llamadas congregaciones o a las juntas o reducciones (Quezada, 1993, 82). Ese traslado fue muy complejo y duró más de un siglo (Bracamonte y Sosa, 2001).

Se puede suponer que aquella vivienda “montuna” no sufrió modificaciones radicales al convertirse en sedentaria. No obstante, la información disponible sobre las viviendas en los años de 1579 a 1581 (Relaciones histórico-geográficas..., 1983), deja ver, de manera reiterada, que en casi todos los poblados no había calles; es decir, los asentamientos eran muy parecidos a los que, se dice, estaban próximos a los centros ceremoniales: dispersos. Entonces, imponer una nueva geometría de calles en los asentamientos mayas, a partir de una traza central, llevó muchos años, porque implicó atacar la creencia maya acerca de la relación de su vivienda con el cosmos, con sus dioses. Cada vivienda debería mirar hacia el oriente, para recibir cada día, de frente, los primeros rayos del sol, que les aseguraban buena salud y vitalidad a sus moradores. Cambiar esa orientación por la del trazado de calles fue una ruptura cultural muy profunda.

 

El espacio en el interior de la vivienda

En el capítulo XX de su Relación de las cosas de Yucatán, Diego de Landa (1973) escribe:

la manera [que los indios tenían] de hacer sus casas era cubrirlas de paja, que tienen muy buena y mucha, o con hojas de palma, que es propia para esto, y que tenían muy grandes corrientes para que no se lluevan, y que después echan una pared de por medio y a lo largo, que divide toda la casa y en esta pared dejan algunas puertas para la mitad que llaman las espaldas de la casa, donde tienen sus camas y la otra mitad blanquean de muy gentil encalado y los señores la tienen pintadas de muchas galanterías; y esta mitad es el recibimiento y aposento de los huéspedes y no tiene puerta sino toda es abierta […]. El pueblo menudo hacía a su costa las casas de los señores [… las cuales] tenían una portecilla atrás para el servicio necesario y unas camas de varillas y encima una esterilla donde dormían cubiertos por su manta de algodón… [cursivas de O.B.R.].

Dibujos de Carlos Escalante López, tomados de la tesis de doctorado en arquitectura de Lucía Tello: “Aproximación al tema integral histórico del crecimiento y evolución de la ciudad de Mérida” (UNAM, 2001).     Dibujos de Carlos Escalante López, tomados de la tesis de doctorado en arquitectura de Lucía Tello: “Aproximación al tema integral histórico del crecimiento y evolución de la ciudad de Mérida” (UNAM, 2001).
Dibujos de Carlos Escalante López, tomados de la tesis de doctorado en arquitectura de Lucía Tello: “Aproximación al tema integral histórico del crecimiento y evolución de la ciudad de Mérida” (UNAM, 2001).

De manera muy clara, Landa escribe que dentro de las viviendas mayas observó una suerte de dormitorio, cuestión que Wauchope (1938) y luego Cook y Borah (1978) eludieron. El proceso de transformación de la vivienda diseñada para los camastros en una vivienda para las hamacas se perdió o simplemente se ignoró. Por desgracia, en la mencionada obra de Relaciones históricogeográficas... sólo se dice de qué materiales estaban hechas las viviendas, pero no hay una descripción de su espacio interior.

El rediseño de la morada maya no ocurrió desde el inicio de la Conquista en 1542; todavía un siglo después las autoridades españolas no registraban en el interior de la casa maya algo parecido a la hamaca, sino una estera, especie de camastro que más tarde fue conocido como barbacoa.8 La evidencia no es contundente; en un documento donde se nombra gobernador del pueblo de Oxkutzcab a don Juan Xiu Cimé (12 de septiembre de 1665), entre sus responsabilidades como cacique se le señala:

[Velará] que cada familia viva en su casa aparte, sin estar mezclados unos con otros aunque sean parientes y la tengan limpia y bien reparada y en ella cruz o imagen de Nuestro Señor y su Santa Madre, rosarios, barbacoas, petates, gallinas y gallos con las demás cosas que por ordenanzas les está mandado [Quezada y Harada, 2001, 90].

Como es bien sabido, mediante este tipo de coerción, el altar ganó un lugar privilegiado, que guarda hasta hoy, dentro de las viviendas rurales. Por el contrario, no sabemos cuál fue la suerte de las barbacoas. Bien dice don Renán Irigoyen, el origen de la hamaca yucateca se esfuma en las nebulosidades del tiempo.

 

La hamaca entre los mayas

Por lo anterior, se puede decir que el modo de habitar y de dormir de la población maya actual resulta de una simbiosis de la cultura española-caribeña-local. Los conquistadores llevaron y trajeron objetos por todo el reino. Irigoyen señala que Juan Francisco Molina Solís, fiel y meticuloso reseñador del pasado yucateco, afirma en su importante historia que la hamaca llegó a nuestra península en el siglo XVII (Irigoyen, 1974, 9).

El mismo Irigoyen advierte que en el Diccionario de Motul, escrito en el último cuarto del siglo XVI, ya hay referencia a la hamaca y menciones de su utilización. Pero la enciclopedia Yucatán en el tiempo, publicada en 1998, acota que la hamaca habría llegado a Yucatán por la parte oriental de la Península (hoy Quintana Roo), más cercanamente conectada al Caribe, y que su uso fue muy limitado. En la Enciclopedia Yucatanense, tomo IV, se lee: “Tras no poder soportar el intenso calor de Yucatán, los residentes hispanos idearon convertir en cama esa ‘suave hamaca’ de Santo Domingo”. Es probable que a partir de la ciudad se haya extendido su uso en los años del gobierno colonial, “siendo que hasta los indios pobres cambiaron sus camas de palo por una hamaca” (Hernández Fajardo, 1977, 888; cursivas de O.B.R.).

En maya se le conoce como hayabil-kaan (cordeles para tenderse), o yaab-kaan, que significaría: muchos cordeles. Se presume, por tanto, que las primeras hamacas para los mayas fueron elaboradas con hilos de henequén (Casares G. Cantón et al., 1998, 219-221).

La palabra hamaca, como la de barbacoa, procede de la región del Caribe. Es una voz taína, dialecto de la lengua arauak, que significa árbol. Tales hamacas eran unas toscas redes tejidas con fibras arbóreas. La palabra en sí no es lo más trascendente, sino el objeto que sin duda revolucionó la distribución del espacio doméstico de la población maya.

En efecto, el hecho de que fueran ligeras y frescas facilitó la bienvenida a esta nueva inquilina de la vivienda de los mayas. Con la grandísima ventaja de que este objeto era mucho más movible que los camastros; con tan sólo descolgar las hamacas el dormitorio se transformaba en un amplio espacio. Así, esta pieza revoluciona el diseño estructural y los espacios interiores de la vivienda maya, pues ya no requería de una división; el dormitorio se esfumaba cuando la gente levantaba sus hamacas.

Todo hace suponer que el uso de la hamaca por parte de la población maya provocó un nuevo diseño estructural, incluidas las medidas, de sus viviendas. La estructura fue reforzada con horcones más fuertes y las medidas se ajustaron a las de la longitud de una hamaca colgada. De modo que el uso generalizado de la hamaca contribuyó al cambio de la forma de convivencia en la vivienda maya.

Sin embargo, quedan muchas preguntas. Por ejemplo, hace falta saber quién o quiénes transmitieron a la población maya la técnica para fabricarlas. Se supone que fueron los frailes franciscanos quienes trajeron el bastidor, las agujas y los hilos y luego enseñaron el urdido de hamaca a los feligreses, como lo hacían con otras materias.

La confección de la hamaca requiere las técnicas de la red o del tejido; se arma un bastidor, que consiste en dos postes de madera con un soporte en la parte inferior y un travesaño siempre de madera en la parte superior. Unas agujas especiales que retengan el hilo que será tejido. Dicho tejido puede variar según el tipo de hilo y tamaño deseado de la hamaca. Hay tamaño individual y matrimonial, pero la longitud siempre es la misma.

La mencionada enciclopedia, Yucatán en el Tiempo, señala que en la exposición agrícola de 1871 se presentaron modelos de hamacas elaboradas con hilo de algodón de procedencia inglesa, que fueron usadas por muchos años. A partir de 1930 comenzó a manejarse el hilo de algodón, de sedalina y de crochet nacionales, más tarde, en 1950 se inició el empleo del nylon.

Los historiadores tendrán que arrojar más luz sobre este proceso de cambio de hábitos de dormir y de la naturalización de la hamaca en Yucatán. La literatura antropológica parece no estar interesada en el pasado, si bien examina el proceso actual de su manufactura artesanal, incluso de la vocación de algunas comunidades en la confección de las variedades de tipos de hamacas (Littlefield,1976).

 

Vivienda y hamaca

De regreso al análisis de la vivienda, diría que del siglo XIX en adelante las descripciones más conocidas de la casa típica maya registran algunas variaciones en cuanto a techos (palma, zacate o guano) y paredes (varas y paja con embarro y mampostería), no así en cuanto a su estructura espacial tipo elipse que es bastante uniforme (Wauchope, 1938). Suele estar compuesta por un espacio para dormir y descansar y otro anexo, para cocinar. La construcción física denominada vivienda es de una sola pieza, de planta rectangular y, la mayoría de las veces, con cabeceras semicirculares, con ejes de cinco a ocho metros. No tiene ventanas y algunas sólo tienen una puerta que ve hacia el oriente, pero por lo general cuenta con dos puertas que se colocan a la mitad de ambos lados, quedando una frente a la otra, y que miden aproximadamente un metro de ancho por dos de alto.

Esta construcción se usa como estancia y dormitorio. De los horcones noh-hocomes y los largueros balos se suspenden las hamacas a la hora de dormir. Una palangana grande y una vasija para agua, colocadas en cualquier lugar, sirven para el baño. En otro sitio, generalmente como anexo de esta construcción, se colocan tres piedras en forma de triángulo isósceles, para usarse como fogón, y esto constituye la cocina (Moya Rubio, 1988, 80). Los mayas suelen comer sentados en un banco alrededor de una mesa pequeña y chaparra ubicada en el área de la cocina9.

La mayor parte de las actividades cotidianas se llevan a cabo en el espacio abierto, o sea en el área de la cocina (al aire libre) y el solar. Este último y la vivienda han sido unidades intrínsecas que atestiguan las experiencias domésticas habituales (Repetto Tió, 1991, 12-17). Una investigadora calcula que 70% del hábitat maya tipo —en proceso de desaparición— eran espacios abiertos, 20% cerrados y 10% semicubiertos (la cocina). Tres lugares que a su vez tenían una función muy concreta: la agrícola, la de habitación y la doméstica, respectivamente (Tello Peón, 1992, 8). Todas interconectadas entre sí.

Esta unidad, compuesta por tres espacios especializados, que duró siglos, hoy tiende a fracturarse a mayor velocidad que en otras épocas10. Tal durabilidad se debió, en parte, a que entre las sociedades mesoamericanas espacio y tiempo adquirían una dimensión correlacionada con la agricultura, que era la actividad de la cual dependían para sobrevivir.

El tamaño y la importancia de los asentamientos mayas creados durante la Colonia variaban por lo general en relación con el número de españoles fundadores o la riqueza potencial de la región. De esa misma manera, promovieron un concepto de espacio doméstico interior confiriendo un alto valor al individualismo por sobre la colectividad. Aunque no lograron cambiar de forma radical el modo de vida maya, los colonizadores impusieron la presencia de objetos, como las imágenes religiosas, un altar, un baúl y la hamaca, entre otros.

En los últimos dos siglos, la regulación y el control de la tenencia de la tierra es fundamental. A mediados de la década de los cincuenta del siglo XX, la extensión del solar entregado a los mayas fluctuaba entre los cuatro y cinco mecates por cada lado, para dar un total de 20 mecates cuadrados11. Según Hanks la palabra maya que se usa en Yucatán para denominar a este tipo de terreno es kahtalill (1990, 96). Casi siempre sus límites eran demarcados por una cerca de piedras, colocadas una sobre otra, llamada albarrada. El dueño del solar era el más anciano del grupo doméstico; con el tiempo, el solar se fragmentaba dependiendo del tamaño del terreno y del número de hijos varones, pues éste es hereditario por la línea paterna. Algunos padres se negaban a dividirlo y, en consecuencia, solía ser el asiento residencial de unidades domésticas complejas, de varias familias nucleares en diferentes etapas del ciclo de reproducción biológico (Hanks, 1990, 95-98).

Gracias a esta relación con el grupo doméstico, el solar era un espacio social complejo y no simplemente un pedazo de tierra para el asentamiento de un domicilio de las familias. Al margen de si pertenecía a una familia nuclear o multigeneracional, se caracterizaba por el uso económico y social que se le daba (Kirk, 1982). “Gran parte de las actividades cotidianas como lavar, cocinar, cuidar las plantas y los animales domésticos, así como los juegos de los niños se llevan a cabo en los espacios comprendidos, entre [las albarradas] que delimitan cada vivienda de las otras.” (Repetto Tió, 1991, 16.)

El solar, al igual que la milpa y la vivienda, al ser un lugar privilegiado del proceso de socialización del grupo doméstico, adquiría un valor simbólico y de poder muy significativo hacia el interior del grupo; y de prestigio en el contexto de otra escala espacial, es decir, el de la comunidad local.

El tiempo y los ritmos de la vida social estaban determinados por el ciclo de la milpa: trabajar, sembrar, cosechar; las jornadas diarias y otras numerosas actividades quedaban enmarcadas dentro de un tiempo que era el de la agricultura del maíz y los cultivos complementarios. Los milperos mayas se levantaban en la madrugada para aprovechar las primeras luces del amanecer y evitar el sol sofocante del medio día. Durante las horas de pleno sol acostumbraban hacer algunas actividades artesanales bajo la protección de la sombra de un árbol frondoso. Por las noches, sin la perturbación de la televisión, lo usual era dormirse temprano, poco después de caer la noche. Milpa, solar y vivienda eran espacios especializados con sus respectivos rituales y significados simbólicos diferenciados.

 

Hamaca y tradición

Hasta aquí llega mi recorrido histórico, incompleto y esquemático, suficiente, no obstante, para señalar cómo la vivienda maya se convirtió en un arquetipo nacional, en función de su estrecha relación con la hamaca. Es probable que durante el siglo XVIII, ante la creciente demanda, haya surgido una actividad artesanal que abrió una ventana a la creación local, a la invención de la hamaca yucateca.

Habrá que trasladarnos al escenario de principios de la década de los setenta para analizar la otra cara del proceso: el de la paulatina extinción de la hamaca como objeto doméstico que establecía parámetros para la construcción de la vivienda.

En su trabajo etnográfico de principios de la década de los treinta, Wauchope afirma que las camas eran muy raras en la península de Yucatán (1938, 122). Con el transcurso del tiempo la situación no se había modificado en esencia pues, entre las actividades artesanales más difundidas y desde el punto de vista comercial más significativas en Yucatán, la fabricación de hamacas era, junto con el bordado de hipiles, la que ocupaba el número uno (Littlefield, 1976, 56).

Como quiera que haya sido el proceso de adaptación, la hamaca yucateca se abrió su propio camino entre las hamacas del Caribe. Es decir, adquirió carta absoluta de naturalidad cultural en esta región del país, por lo que su urdido de hilos de henequén, algodón o de nylon, se hizo para ponerlas al alcance de todas las capas sociales. En tanto que labor artesanal tradicional yucateca, la fabricación de hamacas seguirá, con certeza, sobrellevando los altibajos de los mercados.

 

Segunda parte

Dormir a escondidas, en mi perspectiva, es una expresión concreta en la vida cotidiana de los valores que promueve la modernidad universal ya instalados en las comunidades mayas yucatecas, pues la cultura debe entenderse como el proceso dinámico de la interacción entre hombre/naturaleza y hombre/hombre.

La cultura está marcada por las inevitables relaciones de poder12.

La cultura denota un esquema históricamente transmitido de significaciones representadas en símbolos, un sistema de concepciones heredadas y expresadas en forma simbólica por medios con los cuales los hombres comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento y sus actitudes frente a la vida y adquiere diversas dimensiones [Geertz, 1997, 88].

No hay que olvidar que detrás de los símbolos siempre hay velados intereses de clase que no deben ser soslayados. El modo de habitar yucateco ha sufrido, obviamente, cambios de fondo, no sólo a causa de factores locales sino, sobre todo, por la gran fuerza simbólica creada por intereses poderosos que se ubican fuera de este espacio geográfico.

Dije líneas arriba que el paisaje, las ciudades, las calles, las viviendas, son espacios construidos por el hombre con el objeto de facilitar la convivencia en medio de unas constricciones impuestas por el medio natural, pero también son signos y símbolos de un lenguaje cultural, como las esculturas, pinturas y las obras literarias, por ejemplo, que es el resultado de la simbiosis local-global. El nuevo paisaje cultural rural de Yucatán cede grandes espacios a los símbolos del moderno capitalismo y poco a poco cierra los espacios simbólicos de la cultura local.

 

La vivienda de hoy (Mirada exterior)

De regreso al objeto habitable. Con fines analíticos reduciré a dos los modelos existentes de la vivienda en el paisaje rural yucateco: 1) la vivienda típica, tal como se describió, fabricada a partir de materiales provenientes del entorno natural, la cual se usa en particular para descansar y dormir y eventualmente para actividades societales, como recibir visitas o celebrar rezos, y 2) la vivienda moderna construida a partir de bloques, bovedillas y cemento, la cual suele incluir una sala de estar y recámaras o cuartos. Entre esos dos modelos hay una variedad que con frecuencia revela el proceso de renovación.

Las variantes observadas no son causadas por la topografía. El territorio de esta entidad federal es plano y uniforme —como lo es de hecho toda la península de Yucatán—; en él se pueden reconocer regiones que difieren por el tipo de actividad económica preponderante y por la relación de su población con los centros urbanos dominantes. En un trabajo anterior distinguí cuatro zonas (henequenera, milpera, citrícola-sur y costera), con el objeto de ofrecer una mejor comprensión de los tiempos locales del proceso de transformación del espacio doméstico rural, los cuales, como era de esperar, son más acelerados conforme su inserción en el circuito de los mercados y la influencia de las ciudades (Baños, 2001).

Los datos del Censo de Población y Vivienda del año 2000, sobre vivienda, indican que en Yucatán había 371 242 viviendas particulares habitadas, de ellas sólo 5.5% reportaba piso de tierra, mientras que en 1980, las mismas se elevaban a 26.9%. En el año 2000, las paredes de bloques y cemento sumaban 85%; en contraste, veinte años atrás, únicamente alcanzaban 65.7%. Las otras viviendas en 2000 contaban con una pared de embarro y bajareque (8.3%), de madera (4.7%), y 2% de lámina de cartón de adobe y otros materiales endebles; en cambio, en 1980, las paredes de embarro y bajareque alcanzaban 20% del total (ver anexo 1)13.

Otro indicador de las transformaciones de las viviendas yucatecas son los techos; 51.7% estaban, en 1980, techadas, o bien eran de lámina de cartón, paja o palma; mientras que 31.4% del total de las que fueron registradas en 2000 reportaron ese tipo de techos. Esto quiere decir que tienden a ser sustituidos por techos de bovedillas y concreto. Los techos de las viviendas tradicionales de palma en el año 2000 equivalen a 11.6%, mientras que los de lámina de cartón son 10.2% (anexo 1), lo cual refleja el paulatino proceso de desaparición de ese tipo de vivienda y la precariedad económica de las familias que la habitan. Los techos de lámina de cartón ganan presencia en el paisaje rural porque son más baratos que las láminas de asbesto.

Incluso a simple vista se puede notar que, por todos los rumbos de la entidad, está muy avanzado el progresivo declive de la vivienda maya tradicional como fue descrita14. Ante el deterioro natural de la vivienda, las paredes de bajareque y embarro y los techos de palma son reemplazados por materiales a veces más endebles que los originales o por otros más caros, como el cemento la y varilla.

En algunos casos, en particular en los poblados más pequeños, la vivienda tradicional ha sufrido modificaciones parciales del techo o de las paredes, pero ha conservado la estructura del espacio multifuncional. En otros, este tipo de vivienda no se modifica, simplemente se le deja morir, junto con los recuerdos y las personas que la habitaron. Además, la transformación o construcción de una vivienda no se hace de un día para otro, lleva meses, y en ocasiones años, según las condiciones económicas del grupo familiar.

No obstante, la vivienda rural reciente siempre adopta una planta rectangular y paredes de bloque, ventanas y techos de bovedilla, similares a las casas urbanas yucatecas, aunque en el medio rural ni la “remodelación” de las antiguas ni las nuevas viviendas se construyen bajo la dirección de algún arquitecto y, en la mayoría de los casos, son producto de la autoconstrucción.

Se trata, pues, de acciones sociales espontáneas con un común denominador. Acciones reveladoras de un modelo representado, la copia de un modelo que existe y han visto y que posteriormente se convierte en necesidad representada en el pensamiento de los sujetos sociales.

En la zona henequenera y costera es más notoria la presencia de viviendas recientes, señal clara de que sus habitantes han dejado atrás gran parte de su cultura campesina. Como bien ha señalado una autora:

Cada vivienda ilustra, más allá de las evidencias funcionales, cierto proceso de negociación entre las experiencias y preferencias de los individuos. Armoniosa o conflictivamente, las familias interiorizan las influencias y circunstancias externas para elaborar su espacio de convivencia. Allí se desarrollan los aspectos y tiempos más íntimos de su reproducción, y se explican las mediaciones que introducen entre su desempeño productivo y su consumo [Pepin Lehalleur, 1992, 305].

Ahora veremos que los factores que actuaron en contra de la vivienda tradicional también golpean el uso generalizado de la hamaca. Son varios y de doble naturaleza: económica y cultural. El aspecto económico: la falta de dinero, la pobreza, es importante pues determina los tiempos del proceso de cambio. Pero el elemento cultural, de carácter subjetivo, es todavía más determinante, porque modifica las necesidades de consumo y las expectativas sociales.

La velocidad de los cambios sociales y culturales respecto de otras épocas no se explicaría sin tomar en cuenta la expansión de los servicios públicos15. En efecto, en 1970, de 129 642 viviendas registradas, 68 761 contaban con energía eléctrica y, de ellas, 42 109 se ubicaban en Mérida; es decir, el fluido eléctrico no llegaba a los pequeños poblados y sólo cubría parcialmente a otros. En 1995, en cambio, las redes eléctricas atendían a más de 95% de los hogares: de las 329 598 viviendas censadas, únicamente 18 584 no disfrutaban de ese servicio (INEGI, 1971 y 1995). Para el año 2000 la totalidad de las viviendas yucatecas contaban con fluido eléctrico.

Junto con el consumo de energía eléctrica comenzó el de otros productos e ideas por parte de la población rural yucateca. Casi todas las viviendas principales están dotadas de energía eléctrica y de agua entubada, no así de los servicios sanitarios, que son todavía muy deficientes.

Como se señaló, entre los mayas las actividades domésticas cotidianas se llevaban a cabo en el exterior de la vivienda, en el solar. Por ello era un lugar epicéntrico del espacio doméstico, donde se socializaban los nuevos miembros de la familia. La madre fundadora adquiría el papel central organizador y, desde luego, el rango más alto en la jerarquía de las autoridades conferidas a las mujeres. En la actualidad, las mujeres de las comunidades rurales mantienen ese papel importante y son un eje entre los adultos, agentes de las tradiciones, y los jóvenes (por lo general migrantes) agentes de la modernidad.

El desplazamiento de la centralidad de la agricultura en las estrategias de sobrevivencia (Re Cruz, 1996; Brown, 2002; Lugo y Tzuc, 2002), junto con los recientes hábitos de consumo que surgen a partir de la dotación de servicios públicos, reflejan procesos sociales complejos que han provocado necesidades adicionales y, concomitantemente, nuevas distribuciones del espacio interior de las viviendas.

La crisis aceleró el lento desplazamiento de la centralidad de la agricultura en el proceso de reproducción y organización de las familias rurales y, por otra parte, la penetración de los medios masivos de comunicación propició cambios muy profundos en las expectativas y prácticas culturales de los campesinos. Todo ello ha repercutido en las formas de organización del espacio para la convivencia cotidiana: el solar, la vivienda y los parques; ni qué decir en el significado de los espacios productivos como la milpa y el ejido.

Las actividades cotidianas de los grupos familiares rurales tienden a realizarse en el interior de la vivienda. Hay que subrayar tienden, porque por las mañanas se sigue usando el espacio abierto y, por las tardes, a la hora de las telenovelas, las actividades se llevan a cabo en el interior. Aunque es difícil determinar su peso causal en el proceso de cambio, el manejo de imágenes por la publicidad revoluciona la estructura del consumo tanto básico (granos) como complementario (bienes) de la población rural.

Quiero describir ahora el mobiliario que se observa en las viviendas rurales, sean del modelo tradicional o del moderno. Es realmente austero, no hay muchos detalles decorativos y las paredes casi nunca están pintadas. Un altar y junto a éste un aparato de televisión son dos objetos indispensables, uno simboliza la relación con un ser todopoderoso, a Dios y al pasado; el otro representa estar en el mundo, con la gente de la ciudad, encarna la modernidad: el presente y el futuro. No obstante, la capacidad de la televisión de enviar mensajes es infinitamente más poderosa que la del altar, por ello influye tanto en los cambios de hábitos de consumo de la población.

Otros artículos de la vivienda rural son un ropero, una radiograbadora o un equipo de sonido estereofónico, aunque éste es menos frecuente. Los canceles y cortinas son cada vez más utilizados.

 

La privacidad

A principios del siglo XX prácticamente toda la población yucateca, incluida la de las ciudades, dormía en hamacas. Entre la elite la cama era un objeto imprescindible, pero también tenían la hamaca que usaban para descansar y dormir cuando el calor era agobiante y luego, ya entrada la noche, cuando refrescaba un poco, completaban su sueño en la cama.

La hamaca se caracteriza por su flexibilidad, su fácil adaptación dentro y fuera de la vivienda. Además, hay una gran variedad de tamaños y calidad de los hilos. Las más grandes son las llamadas matrimoniales y las más pequeñas las infantiles. La más barata, pero a la vez la más escasa, es la que se hace a partir de la fibra de henequén, le siguen las de hilo de algodón y las más populares son las de nylon. No sólo se utilizan para dormir, sino para sentarse y platicar. Los niños suelen divertirse en ella meciéndose.

La disminución de su uso no es cuestión de moda sino reflejo de un sentido de necesidad de disponer de un espacio privado. Quienes no pueden darse ese lujo, que son muchos, por la noche miran la televisión desde sus hamacas en el dormitorio común. En un momento dado se apaga la luz y cada persona se queda dormida según su estado de ánimo o su cansancio. Antes de que esto ocurra, por la tarde, la televisión suele atraer la atención de las mujeres y de los niños. De modo tal que los programas de ese medio de comunicación suelen ser motivo de comentarios entre el grupo doméstico y entre la población entera.

Aquel espacio, estancia-dormitorio, común familiar resulta incómodo para la actual convivencia grupal. En Mérida, la capital, así como en las otras grandes ciudades del estado (Valladolid y Tizimín, Kanasín, Umán y Motul), la mayor parte de la población habita en casas de bloque y bovedillas y duerme en la cama y en cuartos por separado, junto con un inseparable ventilador de pedestal o de techo. En esa misma recámara se colocan hamaqueros donde la gente duerme durante los días extremadamente calurosos del verano.

En esos casos, la hamaca se sigue usando pero se ha convertido en un accesorio. Tal es la pauta que siguen las transformaciones de la vivienda y de los hábitos de dormir en el medio rural. No es la hamaca la que tiende a desaparecer, sino el modo de dormir en hamaca, el lugar privilegiado que tenía la hamaca para construir y vivir el espacio doméstico.

En algún momento de la historia, la hamaca en Yucatán cobró una forma propia a partir de los hilos de fibra natural, proveniente de dos tipos de agave local como son el henequén y la “lengua de vaca”. Irigoyen indagó qué escribieron los viajeros europeos sobre este objeto, y observa coincidencias en el sentido de que para la mayoría de la población la hamaca era el único medio para dormir.

A todas luces, los nuevos roles económicos de los miembros de la familia, junto con la penetración sin tregua de los medios masivos de comunicación han contribuido a cambiar por completo el grado de sumisión de los individuos ante el colectivo familiar, revelándose en contra de la jerarquía patriarcal y de las ataduras domésticas, y dejándose llevar por otras formas de poder más abstractas. Esta nueva dinámica redefine las necesidades y los espacios individuales y, a su vez, debilita los mecanismos que le daban vida propia a la comunidad tradicional.

 

Espacio local-global

El espacio planetario se acorta con la globalización, y el ámbito individual se ensancha, aunque esto sea solamente una ilusión y no un hecho real. Además de sus vivencias personales, mediante la radio y la televisión16, se establece con facilidad un vínculo directo, intenso y muy emotivo entre un individuo y la totalidad de la población dispersa (Claval, 1982, 35). El ejidatario, el campesino (maya o mestizo, como se le quiere reconocer), lo mismo que los albañiles, las vendedoras de frutas y hortalizas en los mercados y en las calles, los jóvenes empleados y meseros de Yucatán, todos son parte ya de una masa amorfa de consumidores planetarios de los productos del capitalismo, entre ellos de la idea de un prototipo de distribución del espacio doméstico.

El espacio es uno de los soportes privilegiados de la actividad simbólica: es percibido y valorado de modos diversos por quienes lo habitan, e interviene, según Claval, de múltiples maneras en la vida social y, en consecuencia, en el juego de poder. El espacio tanto doméstico como comunitario o público vive bajo la forma de imágenes mentales que son tan importantes para comprender la configuración de los grupos y las fuerzas que les dan cohesión, así como las cualidades reales del territorio que ocupan (Claval, 1982, 19-24).

Todos los miembros de la familia (esposa, hijas e hijos) se encuentran incorporados al circuito de la economía, de la cultura y el dominio regional y, de este modo, gana terreno la diversidad laboral, acompañada con un nuevo esquema de individualización. Para decirlo en palabras de Bizberg, ocupan espacios que dejan de ser ocupados por el poder (patriarcal), y usan los mismos medios y redes sociales con el propósito de afirmar la identidad individual (Bizberg, 1989, 487).

Junto al tipo de familia nuclear, propio de la sociedad industrial, emergen en el medio rural yucateco formas de convivencia, cada una de las cuales posee su peculiar lógica interna o adaptación al sistema. La familia nuclear coexiste al lado de las familias monoparentales y unipersonales. Cada vez es más elevado el número de niños que pasa una parte de su infancia bajo el cuidado de un solo progenitor, usualmente la madre. Aumentan, asimismo, los núcleos formados por solitarios: personas ancianas (viudos o viudas), pero también separados o divorciados jóvenes que optan por vivir solos.

Por otro lado, la dinámica matrimonial aparece asociada a nuevos modelos de entender y plantear las relaciones familiares. El acto de casarse pierde significado como rito regulador de las relaciones entre las parejas. Matrimonio y unión libre ya no son incompatibles. De igual forma, el divorcio o los nacimientos fuera del matrimonio han dejado de ser desviaciones y son integrados en el proceso de relaciones familiares.

La expansión de la modernidad, o sea el acomodo de la sociedad entera a las necesidades de revolucionar permanentemente las relaciones de producción y del consumo capitalista, alcanza todas las retículas de la vida cotidiana, pero lleva tiempo y es un proceso intrincado y no lineal (Solé, 1998). Las sociedades parciales rurales y sus sistemas de producción constituyen hoy la expresión de una coexistencia, en constante tensión por cierto, entre una modernidad que no termina de madurar y una tradicionalidad que no acaba de irse.

En los países subdesarrollados, como México, las etapas históricas suelen dejar sedimentos que se traslapan formando un complejo cultural híbrido cuyas raíces vienen desde la Colonia. Un orden tradicional, si se quiere, es una categoría que se refiere al conjunto de tradiciones razonadamente articuladas, defendidas y legitimadas frente a otras costumbres de moda. Así, la vigente organización del espacio de la vivienda analizada en este trabajo apenas da cuenta de algunos hechos acerca de algún “grado de desintegración” del orden tradicional y no por fuerza de la “muerte del orden tradicional”.

En efecto, en México las tradiciones no han desaparecido por completo y debido a tal supervivencia ciertos autores se han encargado de mostrar que el orden tradicional está todavía vivo y vigoroso, por nuestra parte, hemos mostrado que ese orden se encuentra “secuestrado” y que es incapaz de darle, como antaño, sentido a la vida diaria rural. Ejemplo de ello son los cambios de actitud y las expectativas de los jóvenes, hombres y mujeres, de cara al mercado laboral, incluso en el terreno de la práctica política local; el rechazo parcial a costumbres, creencias (católicas) y obligaciones ancestrales, en el contexto familiar o de la comunidad; así como en la promoción de otras prácticas culturales como los bailes con música “disco” que eran impensables en la región.

El uso generalizado de la hamaca entre la población maya revolucionó el diseño de sus viviendas y, sobre todo, el modo de dormir. Los mayas hicieron suya la hamaca y la adecuaron a sus necesidades, por ello se naturalizó y fue el único objeto para dormir dentro de la casa por más de dos siglos.

Al inicio de este siglo XXI, la tradición de dormir en hamaca en el medio rural yucateco transita, no hay duda, hacia la cama. Es un proceso lento, pero irreversible, porque primero se suele construir una vivienda de bloques y cemento y después se compra una cama. Es parsimonioso, porque casi toda la población rural de Yucatán vive en condiciones económicas muy precarias y la autoconstrucción de la nueva vivienda puede tardar años, su suerte depende de factores intrafamiliares macrorregionales.

Esta idea de consumo de un espacio privado es un indicador de cómo se abren insospechados espacios para el individuo en los asentamientos poblacionales pequeños y agropecuarios. Los sujetos sociales que están detrás son los nuevos núcleos familiares, los jóvenes que se socializaron y educaron en un contexto invadido por los medios masivos de comunicación, sobre la base de una nueva división del trabajo familiar y de una fuente de ingreso proveniente del trabajo asalariado.

Con la llegada de la electricidad y de los medios masivos de comunicación el horizonte cultural del hombre rural contemporáneo se ha expandido de manera considerable, tanto como el espacio cultural de los hombres que habitan en las ciudades. El espacio cultural abstracto y planetario gana terreno y se le acerca incluso a los más modestos trabajadores de la milpa.

Los llamados padres fundadores de la sociología presentan al individualismo como una suerte de moral característica de la modernidad. Más propio de la societas que de la comunitas, se enmarca dentro del paso de la Gemeinschaft a la Gesellschaft. En realidad el individuo mismo en tanto entidad particular aparece sólo cuando el orden comunitario inicia su declive (Béjar, 1988, 86-87).

La modernidad rural no es de vanguardia, ciertamente, sino una modernidad híbrida y forzada, se recrea en medio de la desesperación, de la crisis económica y de la prolongada actitud de desprecio hacia las formas de vida agrarias. La privacidad apunta hacia una necesidad de demarcar espacios íntimos, dentro del propio espacio doméstico, a una geometría del espacio de convivencia social que es común en las ciudades.

 

Este material apareció publicado en: Revista Mexicana del Caribe. Publicación semestral. Año VIII, Num. 15, 2003. Chetumal, Quintana Roo. ISSN 1465-2962
http://www.recaribe.uqroo.mx/recaribe/sitio/contenidos/15/157hamaca.pdf
Profesor investigador de la Unidad de Ciencias Sociales del Centro de Investigaciones Regionales de la Universidad Autonoma de Yucatán Regresar

 

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