En la Península de Yucatán no hay ríos, ni lagos. Pero sí mucha agua debajo de la tierra, debajo de las rocas y en las cuevas. Es donde los dioses de la lluvia, los cháako'ob, de los mayas antiguos recogen el líquido vital para su trabajo: regar las plantas de los milperos.
En las grutas de Balancanché , cerca de las ruinas de Chichén Itzá, se encontró en 1959 una 'iglesia' o templo maya, con todas las ofrendas e incensarios, dejados intactos por el último sacerdote maya. Ahí hay dos cuevas: en la primera está el Árbol de la Vida , en forma de una estalactita gruesa, que va del techo hacia el suelo, así, uniendo en forma simbólica el cielo con la tierra. La segunda cueva, está al nivel del agua, a más de 25 metros debajo de la superficie, y en medio del agua estaba un incensario en forma de cara, donde pudieron haber ofrendado a los dioses de la lluvia, los cháako'ob, o a los 'Celadores del Agua Subterránea' los Me'etan Sayab.
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