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CAL Y CANTO
Fernando Espejo




PROEMIO

Cal y canto. También se le dice mampostería o puesto por la mano. Así construyeron, piedra por piedra, canto por canto, la casa donde nació. Se comienza por clavar unas estacas, por tirar unas líneas y colgar la plomada para que el muro crezca derecho y sin torcedura. La pared se va levantando al viento y a la luz. Como se va queriendo. Pero las paredes no solamente oyen, como se dice, si no que suelen hablar. Dicen a veces, más cosas de las que uno hubiera querido decir o callar. A veces, las menos, hasta cantan. Ojalá que la trilla, el rastro, de la cal dure menos que el sonido de la piedra. o dicho de otra manera: que sea una de cal por las que van de canto.


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LA SANDIA....­LOTERIA!

El arte, cualquier arte ha sido siempre, para mi, como un espacio llano e infinito; un papel en blanco antes de ser escrito; algo como un vago sonido, sordo y lejano antes de ser sonado; como un color opaco y desvaído apenas insinuado, antes que la luz lo encienda....

Hasta que hace su aparición el receptor sensible, el que ve y mira, el que oye y escucha.Porque ¿cuanto de lo que el arte contiene no es achacable a lo que nosotros mismos le inventamos?

Se ha dicho que una sandía es negra, totalmente negra, hasta el momento en que se abre y se pinta incandescentemente de rojo, de ese rojo al que luego le llaman rojo sandía: -¿No habría que preguntarse si este color rojo fue inventado por la luz o por Rufino Tamayo?-. Esto quiere decir, a fin de cuentas que el arte es cosa nuestra, es un asunto privado. Bueno, cuando menos, quedar  en nuestras frías o tibias manos el percibirlo o no percibirlo, el seguir nuestro camino sin mirarlo, o inventarle la emoción.

Pero hablando de poesía y aprovechándome de esta hermosa blasfemia, querría mencionar en este mismo sentido privado algún ejemplo que ilustrara esta idea, de cómo y porqué, uno es realmente el inventor o no es el inventor de lo que en un principio contiene una pieza de arte que, como la sandía, está  allí para ser vista o ignorada, para ser disfrutada o desperdiciada.

Para empezar quiero decir, como en un aparte, quiénes de entre los poetas nuestros son los que mejor yo "invento" sin ningún orden de aparición: Sor Juana y Salvador Díaz Mirón y Enrique González Martínez y Jaime Sabines y Carlos Pellicer y... Ramón López Velarde (y mejor aquí me planto para no hablar de lo mucho que me emocionan tantos otros).

Pero de todos estos amigos míos de siempre, Ramón López Velarde anda ahora como muy traído y muy llevado, merced de un libro de Guillermo Sheridan publicado por el Fondo de Cultura Económica: "Un corazón adicto" -Este libro le acaba de valer a su autor el codiciado premio Xavier Villaurrutia-. "Un corazón adicto" es una pieza deliciosa para los bibliómanos. Es para mirarlo con calma y mirarlo con placer. Repleto de fotografías evocadoras de un tiempo estacionado en provincia y lleno de sutilezas tipográficas, además tiene un texto por el que los ojos, literalmente, se deslizan. La portada parecería un homenaje al estilo Kitch -que es una manera de llamar a la cursilería que más amamos-, como aquellos retratos coloreados a mano, rodeados de corazones rojos de caramelo y barajas de lotería. Barajas de lotería, con el diablito, la pera, la muerte, la sirena, etc...

Pero, para mis fines, un párrafo cualquiera de este libro cumpliría perfectamente para la ilustraci¢n de mi planteamiento. Yo lo inventaré, -a partir de lo que dice- como si fuera mi propia vida: Mi hermana y yo saliendo del baño a nuestros primeros años- cuando apenas echábamos a correr sobre la tierra- envueltos en batas de toallas blancas, una tarde de sol.

Sheridan dice: "Bañan a un niño en una batea de madera llena de agua espumosa -casi puedo sentir, digo yo, el perfume del jabón de castilla- que brilla bajo el sol del mediodía. Su pilmama, Macedonia, lo saca y lo envuelve en unos trapos blancos. El calor reverbera en el patio de muros caleado -¿no se acuerdan ustedes digo yo, de esta memoria física?-; ya seco el niño corretea desnudo entre la pulcra luminosidad. Una niña de diez años lo atrapa, lo besa y lo llena de carantoñas y lo levanta al sol como una ofrenda. -¿No es verdad, digo yo, que hasta se siente cómo quema el sol?- Pepa le pregunta al niño si la quiere, si la quiere cuánto, si la quiere hasta dónde, si la quiere hasta las torres gemelas, y el niño dice que sí cada vez..." Hasta aquí Sheridan en su inteligente "invención" del poema original de Ramón López Velarde. A su vez, este dice así:

SER UNA CASTA PEQUEÑEZ...

FUERAME DADO REMONTAR EL RIO
DE LOS AÑOS, Y EN UNA RECONQUISTA
FELIZ DE MI IGNORANCIA, SER DE NUEVO
LA FRENTE LIMPIA Y BARBARA DEL NIÑO...

VOLVER A SER EL ARREBOL, Y EL HUMEDO
PETALO, Y LA LLOROSA Y PULCRA INFANCIA
QUE DEJA EL BAÑO POR SECARSE AL SOL...

ENTONCES CON INSTINTO MATERNAL, ME SUBIRIAS AL REGAZO, PARA
INTERROGARME, AMOR, SI ERAS QUERIDA
HASTA EL AGUA INMANENTE DE TU POZO
O HASTA EL PENACHO TORNADIZO Y FRAGIL
DE TU NARANJO EN FLOR.

YO SITUANDOME BIEN EN LA AROMATICA
VECINDAD DE TUS HOMBROS Y EN LA LIMPIA
FRANGANCIA DE TUS BRAZOS
TE DIRIA QUERERTE MAS ALLA
DE LAS TORRES GEMELAS.

DEJARIAS ENTONCES EN LA BARBARA
NOVEDAD DE MI FRENTE
EL BESO INACCESIBLE
A MI EXPERIENCIA LICENCIOSA Y FUNEBRE.

¿PORQUE EN LA TARDE INVALIDA
CUANDO LOS NIÑOS PASAN POR TU REJA,
YO NO SOY UNA CASTA PEQUEÑEZ
EN TUS MANOS ADICTAS
Y JUNTO A LA EFICACIA DE TU BOCA?

 


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LA FAMILIA Y LAS PALABRAS

Las palabras, cuerpo y forma de la poesía, son, como entre las personas y su sangre misma, coexistentes en el  mito de algo inapreciable y extraño que se ha dado en llamar, aire de familia. La familia de las palabras, en la poesía, ha tenido una especie de consanguinidad fincada en el vago espacio del tiempo. Si el tiempo -en este caso- fuera un país, algunas palabras tendrían la posibilidad de llamarse paisanas. Se podría reconocer una palabra como se reconoce el rostro familiar de los miembros de una misma casa con un mismo apellido. Tiene cara de Molina, se dice, o cómo se nota enseguida que es Ponce, o ‚este es definitivamente un Martínez, o tiene el aire de tal o tal, etc.

Me refiero, con este aire de familia, a todo un clan de palabras, que usadas en una determinada época adquieren carta de naturalidad, de nacionalidad, dentro de un estilo. Pareciera que los poetas se las comunicaran entre sí, como si se avisaran de luminosos encuentros del espíritu y la Poesía las prohijara como entenadas o hijas adoptivas de primera, abriéndoles la puerta de su casa con mucho amor, aunque bien fuese sólo temporalmnte. Acudo a Juan Ramón Jiménez -citado por Ermilo Abreu Gómez- para enfatizar la preocupación eterna por el uso de las palabras. "Siempre me ha obsesionado este asunto del estilo. Me deleito en cambiar todas las palabras menos naturales. Estío por verano, gualada por amarillo, albura por blancura, etc." Ambos, Ermilo y Juan Ramón, tenían como necesidad imperiosa la búsqueda de la sencillez. Cómo encontrar el modo de decir "lo que" se quiere decir, sin hacer demasiado lucimiento en "el como" se quiere decir. Pero no siempre fue así en el caso de la poesía-considerada como viajera en el vehículo más elegante de la literatura-, sino todo lo contrario.

Veamos, desde el tiempo de los clásicos, el tiempo de Cervantes y de Lope o del Arciprestre de Hita o Boscán, cuáles eran las palabras de uso preferencial y cómo se agrupaban en familias con aire propio. Palabras tales como: Lares, moza, mesnada, domeñar,clavero, cuitado, luengo, lacerado, etc. Veamos cómo se escribiría -jugando un poco- un soneto de ese tiempo y con su léxico:

No bien los Lares, clavileño mío,
de la raposa al mur fueron cabados,
cuando al mester le plugo, por el frío
questos mis campos fueran sosegados.

No la esquiveza presa en los osados
tiene la luenga majestad del río,
si no este agora y su juglar. Los hados
escurecen doquier, por el umbrío

 mbito en el que yago, dulce Ligia....
que el rescoldo trajistes, de tu fuego,
por do la señalada calipigia.....

Es divertido, ¿verdad? Más acá , los románticos, Duque de Rivas, Núñez de Arce, Zorrilla, Espronceda, etc. gustarán de palabras "elegantes". Expirar en vez de morir, columbrar en vez de mirar, penumbra en vez de oscuridad y amedrentar, torrente, glauco, aposento, tropel,etc. y todo en tono mayor, majestuoso y rimbombante, en octasílabos o endecasílabos, bien en sonetos o en décimas. Por lo general en esos tiempos, uno escribiría así:

Embozado en la penumbra
la faz hirsuta se toca
con una espuela en la boca....
y el canalla se columbra
desde lejos y con un bra-
zuelo corto y otro largo,
con la espada sin embargo
dispuesta para sus fines:
matar de un tiro a Martínez
o morir en el encargo.

Luego de los clásicos y los románticos, por allá aparecieron algunos que podrían considerarse como neoclásicos. Se llamaban parnasianos y gustarían de palabras avaladas por los poetas de la antigüedad griega o latina: plectro, tiorba, ninfa, clámide, quimera, veste numen, crátera, ambrosía, febo, niobe, libar, coturno, etc. Habría naturalmente, que estar en el secreto, para tener acceso a su fórmula elitista y esotérica. Sonaban más o menos así, en versos por lo general -tenía que ser- alejandrinos:

Descalzase el coturno y el numen de su plectro
en la crátera liba el néctar de su miel,
desnudase del peplo y quimera y espectro
resuman de la tiorba, su clámide más fiel...


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CAMPECHE, UNA FECHA PARA UNA ESTELA.

Esta historia no tiene principio conocido. Se pierde en los orígenes del tiempo. Tal vez pudiera hablarse del comienzo, geológico, cuando naciera lentamente del mar el continente. Un día levantó el dedo índice, como diciendo: aquí estoy. Como consciente de su existencia, como con un dedo hacia arriba: La Península de Yucatán. La única península que, como la brújula, apunta hacia el norte; y como que ese gesto erecto ha sellado una especie de modo de ser en sus habitantes. Así es su modo, se dice.

Hacia esta península se fueron decantando, como cayendo hasta el fondo de un saco, las grandes migraciones venidas por el oriente de las montañas, desde el frío. Tal vez buscando el calor, encontraron la magia y el sitio para tener tiempo de estudiar el tiempo en las estrellas.

Ellos no se llamaban nada. Nosotros los llamamos Mayas. Hoy, el testimonio perdurable de sus cosas sigue asombrando al mundo.

Un día, a los mayas, les empezaron a llegar -como esos palos que a veces salen del mar-, unas gentes extrañas. Esos sí se llamaban. Eran "los españoles". Hoy, a casi quinientos años de esas llegadas, todavía nos escuecen, como una comezón en la piel...Y es que "descubrimiento" es palabra que les atañe a ellos. Nada más para los europeos este continente era un "nuevo mundo". Para los indígenas desde luego que no y en el caso de nuestra sangre mestiza, hablar de descubrimiento es como subirnos a sus barcos y abandonar la playa, desde donde la mitad de nuestra sangre vio llegar a la otra mitad a conquistarla, a enamorarla. Es como tomar partido.

Nuestro origen mestizo nacía desde el naufragio, desde el huracán, desde el amor del primer hombre blanco que asumiera el calor de nuestra tierra, para quedarse en ella. Sus hijos -"Mirad mis hijicos, cuán bonicos son"- fueron los primeros mestizos de lo que hoy es nuestra patria. Gonzalo Guerrero y la cacica de Chetumal, los inventaron desde su sueño.

Unos años más tarde, al otro lado de la "casi isla" hace cuatrocientos cincuenta años, cerca de la gran bahía de Laguna de Términos y por ahí por donde "parece que se une" con la Bahía de la Ascención, estos españoles fundaron, sobre el asentamiento maya de Kin-Pech, la Villa de San Francisco de Campeche. -La superposición de nombres y de poblaciones, de alguna manera también es mestizaje. Campeche, desde recién nacida, tuvo como el misterio de la atracción. Primero treinta vecinos -incluidos alcaldes y regidores y representantes del Rey, al estilo de la mejor usanza y maneras- y enseguida trescientos más. Así se hizo puerta de entrada a la conquista de toda la península por la vía de las armas, pero también por la vía espiritual, con la llegada de los frailes franciscanos.

Si por el lado del Caribe se meciera la cuna del mestizaje, por este lado tendría lugar una ilustre vocación criolla. Un día llegó a Campeche, casi recién fundada, el hijo de Hernán Cortéz, don Martín, 2º Marqués del Valle de Oaxaca, con su mujer embarazadísima. Hubieron de hacer escala en el puerto, en urgencias del parto. Ahí nació Jerónimo Cortéz, hijo y nieto de la Historia y criollo campechano. Su padre, reputado el primero y más famosos de los criollos, por su rango, fue aquel que una vez quisiera alzarse con el reino de la Nueva España y hacerlo independiente. Cosas de la juventud. Tal vez, desde esos tiempos, campeche -intramuros- gustó de sentarse en una mecedora a disfrutar su orgullo criollo, al fresco del portal de sus casas. Y es que, como siempre y desde entonces, poseedora de la atracción, hubo de ser amurallada para su defensa. Murallas que, a fin de cuentas, la convirtieron sólo en el fruto más sabroso del cercado ajeno para los piratas y su sangre también ansiosa y enamorada. -Se dice que algunos de ellos tenían la sangre fría, como los peces.

Hoy, todo esto no es más que la historia. Pero es bien sabido que el misterio y su hermana la leyenda se pasean de la Puerta de Tierra a la Puerta de Mar en la incertidumbre, pensando si podría haber en el mundo un mejor lugar para habitar la paz.

Hoy, a los cuatrocientos cincuenta años de aquellos días, estamos como queriendo marcar esta fecha -como lo hubieran querido hacer los mayas de Kin-Pech, en una estela- , porque las fechas se guardan, para memoria de la historia. Y se marcan, por que se desea conseguir -aunque sea-unos cuantos años de eternidad...y porque sabemos muy bien que si nuestra historia no tuvo principio, tampoco conoceremos el final.


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EL VERDE MAR

Yo no recuerdo cuando conocí el mar. Así le sucede a la mayoría de nuestra gente. Sí recuerdo, en cambio, cuando conocí a la primera persona que no conocía el mar. Me pareció imposible. ¨No co-no-ces el mar? le dije con mi más fuerte acento yucateco. Pero, ¿cómo?...Era increible.

Y es que para mí, que no tengo memoria de us ausencia, el mar el mar de todos...Nada más que sucede que no todos son del mar...y por otra parte y para redondear el asunto, tampoco todos los mares son como mi mar. Y esa es la diferencia.
Fuensanta:
¿tú conoces el mar?
Dicen que es menos grande y menos hondo
que el pesar...
En medio de una muy fuerte asociación de ideas, pienso en el mar en el que pensó López Velarde, pero por supuesto que no lo imagino azul, como él, sino verde, naturalmente. Verde.


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