El desarrollo
de la comunidad con frecuencia trata de sustituir, y aun de eliminar,
a la conciencia de la necesidad de cambio estructural o sea, de la acción
encaminada a establecer para las comunidades marginales un contexto social
distinto del actual. Más grave todavía: ha intentado reemplazar,
con la demanda de reiterados esfuerzos de estos grupos, las obligaciones
incumplidas del estado y de la sociedad hacia ellos.
Ángel
Palerm, "Antropología aplicada y desarrollo de la comunidad"
El objetivo de este trabajo 2 consiste en contribuir al análisis del "fenómeno Isidoro"
desde una perspectiva de las ciencias sociales y, en especial, de la antropología
sociocultural. Esto no significa adherirse a la actual conversión
de todos los habitantes de la región afectada por el huracán
en desastrólogos en general y huracanólogos en particular.
Más bien se trata de adelantar algunas conclusiones preliminares
del proceso pendiente de aprendizaje colectivo, necesitado de la concurrencia
de varias disciplinas y de las experiencias concretas de muchos ciudadanos,
para poder enfrentar en el futuro mejor este tipo de contingencias.
¿Una cultura de huracanes?
Ya en 1989,
antes y después de la devastación del huracán "Gilberto",
se podía escuchar lo que ahora se reitera con cierta frecuencia,
a saber, que en la Península de Yucatán existe una "cultura
del huracán". ¿Qué se quiere decir con esto?
Al parecer, se quiere señalar con la expresión citada que
la existencia de una anual "temporada de huracanes" con sus
secuelas usualmente poco drásticas y la repetida llegada de esta
clase de fenómeno natural a la región ha generado un cierto
conocimiento especializado, una determinada actitud y una conducta particular
en los habitantes de la Península. Una pequeña comparación
permite poner en duda esta afirmación.
Cuando uno viaja por el Altiplano o el Centro-Occidente
del país, uno se da rápidamente cuenta de la existencia
de algo así como una "cultura del sismo": en los hoteles
se ven tablas con instrucciones, al lado de las referentes a posibles
incendios, que indican qué hacer y qué no hacer en caso
de un temblor; en instituciones educativas, empresas y oficinas públicas
se realizan cíclicamente simulacros de temblores; en las universidades
llaman la atención rutas y áreas marcadas para desalojar
las instalaciones y reunirse después; se han decretado nuevas especificaciones
para construcciones proyectadas y han sido reforzado edificios existentes
y se recuerda todavía la amplia discusión pública
sobre un sistema general de alerta (que finalmente no se instaló
por problemas técnicos) – todo esto resultado del devastador
sismo de septiembre de 1985. 3
En Yucatán no se observa nada semejante, a pesar de la larga historia
de huracanes4,
de la que Isidoro solamente fue el más reciente protagonista, provocando,
además, la impresión de que, al decir un yucateco experimentado
en sobrevivir huracanes, "nunca antes habíamos sido víctimas
de la naturaleza en esta dimensión". 5
Esto no deja de extrañar, porque en toda
la Península el huracán parece ser el único desastre
natural previsible, ya que en ella no hay volcanes, terremotos, deslaves
de cerros enteros, diques rompibles, tampoco hay nevadas o tormentas de
arena capaces de paralizar la región y, con excepción de
algunas áreas de Campeche, tampoco existen ríos que pueden
desbordarse. Solamente hay peligro de huracanes y ésto en una temporada
más o menos claramente delimitada del año y acompañada
de una amplia información periodística, ahora también
disponible en el internet6 . ¿No podría uno esperar, entonces, que existiera algún
tipo de preparación para el caso de su llegada por parte del aparato
estatal y en las instituciones públicas, en las empresas de servicios
y abasto básicos y en las instalaciones turísticas?
Parece que una "cultura del huracán"
se expresaría, entre oros, en los siguientes dos aspectos.
El primero sería el de la prevención,
aunque tal vez esta palabra no corresponde exactamente, porque no se puede
prevenir un huracán; sería mejor hablar de previsión.
Uno de los elementos importantes de tal previsión sería
la existencia de lugares habilitables en poco tiempo como albergues,
lo que no es lo mismo que la designación de simples e improvisados refugios para las horas del paso del huracán; más
bien se trataría de instalaciones equipadas o rápidamente
equipables para hospedar durante un cierto tiempo a toda clase de damnificados,
jóvenes y ancianos, familias enteras y personas solas y, cuestión
importante, gente sana y gente con padecimientos crónicos o agudos
e incluso contagiosos (en parte generados éstos últimos
por la situación climática derivada del huracán),
con baños y sanitarios, áreas para comer, dormir y estar
adecuadas y suficientes y con la presencia de personal especializado en
medicina y psicología, nutrición y enfermería.
Otro elemento sería la existencia real
y no solamente de membrete de un Sistema de Protección Civil que disponga de almacenes estratégicamente distribuidos en los
tres estados de la península, con motosierras, gruas, camionetas
de doble tracción, bombas de agua, plantas potabilizadoras, plantas
de luz transportables, un sistema de intercomunicación y una lista
actualizada de peritos que pueden indicar qué es lo que se debe
hacer en cada tipo de situación.7
El tercer elemento que aquí se menciona
a modo de ejemplo de tal "cultura de la previsión de huracanes" se refiere a las instituciones educativas. Como el viernes 20
de septiembre no hubo ningún boletín oficial que advirtiera
de un posible peligro inminente, estudiantes y profesores se fueron a
casa para iniciar el fin de semana, sin siquiera resguardar los equipos
de cómputo o proteger las bibliotecas y los laboratorios. Pero
incluso en caso de haber habido un boletín oportuno de parte del
Gobierno del Estado o de alguna autoridad educativa, ¿en cuál
plantel habría podido recurrirse a instrucciones elaboradas y probadas
con antelación? Una situación paradigmática es la
los veladores. ¿Acaso no es previsible lo que sucede en caso de
un huracán? Se va la luz y el agua y el teléfono, el transporte
público deja de funcionar - ¿qué van a hacer los
veladores? ¿Cuentan con manuales e instructivos, lámparas
de emergencia, un sistema de comunicación? Pensando solamente en
Mérida, ¿no sería adecuado que las diferentes instituciones
y dependencias dispusieran al menos de un vehículo equipado con
motosierra, lámparas de emergencia etc. para que en unas cuantas
horas una brigada prevista para tal efecto pudiera visitar a los planteles,
llevarles agua, comida y pilas a estos trabajadores e informar a sus familiares
de su situación, para que ellos pudieran esperar tranquilamente
sus reemplazos?
Un segundo campo en el cual se expresaría
una "cultura del huracán" sería el de la comunicación.
Isidoro provocó que se fuera la luz, se salieran del aire las estaciones
radiofónicas y de televisión (uno se pregunta que hubiera
sucedido si durante días ninguna estación de radio hubiera
podido transmitir y si el sistema telefónico se hubiera averiado
mucho más de lo que sucedió). En la única estación
radiofónica sobreviviente, como días después también
en las demás, se instaba todo el tiempo a la gente a seguir escuchando
las emisiones para estar informada y recibir instrucciones. Sin embargo,
en primer lugar, no hubo información oficial sistemática,
sino únicamente (con excepción de la Secretaría de
Salud del Estado) entrevistas ocasionales a funcionarios, amén
de comentarios y opiniones (frecuentemente poco precisas, a veces hasta
contradictorias y erróneas) de locutores y radioescuchas8.
En segundo lugar, ¿cuánto duran las pilas de una radio que,
además de escasear en estos días, cuestan un salario mínimo?
¿Por qué no se pudo ni siquiera establecer horarios fijos
para la transmisión de información, instrucciones y sugerencias
sistematizadas provenientes de las diversas dependencias gubernamentales
y de empresas estratégicas (tales como telefonía, transporte
público)? ¿Por qué todavía dos semanas después
del huracán ni siquiera la Junta de Agua Potable y Acantarillado
de Yucatán ni la Comisión Federal de Electricidad han sido
capaces de comunicar a la ciudadanía su diagnóstico de la
situación y su plan de trabajo diario? Es natural, entonces, que
entre la ciudadanía crezcan la impresión de estar a la deriva
y la convicción de que no hay tales planes, sino simple improvisación.9 Por otra parte, ¿no habría que pensar en situaciones y lugares,
donde las telecomunicaciones dejan de funcionar durante días? ¿Por
qué no se ha establecido un sencillo mecanismo, mediante el cual
cada ciudadano sabe que en ciertos horarios y en ciertos lugares públicos
identificados con antelación, a solamente unos cuantos minutos
a pie de su domicilio, funcionarios de Protección Civil, de la
policía o de algún departamento municipal proporcionarán
con altavoces información y darán instrucciones?
En vista de que no parece haber una auténtica
"cultura del huracán" - ¿no sería ahora
el momento para empezar a construirla? Para esto se necesitaría,
evidentemente, de la participación de especialistas de todos los
campos.10 Pero también hay que aprovechar la experiencia y las propuestas
de los ciudadanos. Seguramente, muchos de ellos tienen ideas sobre lo
se debió hacer y lo que se podría hacer antes, durante y
después de un huracán y podrían contar experiencias
positivas y negativas acerca de situaciones y acciones, tanto con respecto
al impacto del huracán en su ámbito doméstico como
con respecto a sus ámbitos vecinales y laborales más amplios.
¿No se podría empezar a formar una especie de ideateca
sobre huracanes? Para ello habría que convocar, una vez que
haya pasado la fase post-huracán más crítica, durante
un tiempo limitado, de modo masivo y con la participación de todos
los medios de información (radio, televisión, periódicos)
y las instituciones gubernamentales, educativas y eclesiásticas
a todos los ciudadanos a que comuniquen sus experiencias, observaciones
y propuestas. Un equipo interdisciplinario compuesto por profesores y
estudiantes de las universidades locales organizarían, clasificarían
y sistematizarían esta información, que podría constituir
una importante base para la tarea pendiente del citado, pero hasta ahora
-al parecer- inexistente Sistema de Protección Civil, las instancias
gubernamentales y el Congreso del Estado para aminorar en el futuro las
consecuencias fatales – que esta vez, afortunadamente, no incluyeron
la pérdida masiva de vidas humanas – del siguiente huracán,
que va a entrar, sin lugar a dudas, a Yucatán, la próximo
semana o dentro de unos años.
El huracán:
¿fenómeno natural o sociocultural?
A primera vista
se trata de una pregunta sin sentido, porque, evidentemente, un huracán
es un fenómeno natural, es decir, independiente de la voluntad
humana, inevitable y, por lo menos hasta ahora, no controlable ni influenciable
e incluso sólo aproximadamente calculable y predictible. Sin embargo,
conocemos bastante bien sus manifestaciones y sus consecuencias que, por
cierto, son diferentes, según el paisaje en que se desarrollan.
Empero, la relación cultura-naturaleza
(o sociedad-medio ambiente) es algo sumamente complejo y a veces es difícil
distinguir dónde termina uno y donde empieza el otro de estos dos
ámbitos. Por ejemplo, el paisaje yucateco es, al mismo tiempo,
"natural" y resultado de la acción humana (acumulada
a lo largo de la historia). 11 El huracán y sus secuelas no afectan de modo abstracto a "los
seres humanos" en el sentido de una especie biológica entre
otras especies biológicas o de un simple agregado de individuos
aislados, sino siempre a una sociedad, o sea a un grupo humano que
cuenta con cierto tipo de organización, de tecnología, de
división social del trabajo, de mecanismos de apropiación
del medio ambiente, de cosmovisión. Algunos de estos elementos
pueden reforzar o mitigar los efectos de determinados fenómenos
naturales, permiten responder mejor o no tan bien a devastaciones repentinas,
protegen adecuadamente la vida y la seguridad personal o tienden a fallar
al respecto.
Por ejemplo, necesariamente el huracán
tumba árboles, esto es "natural". Pero dónde y
cómo se sembraron tales árboles, cómo han sido construidos
y dónde están ubicados los edificios sobre los cuales cayeron
dichos árboles, los trastornos que crearon sus caídas para
la circulación de vehículos, equipos de rescate y mercancías
– todo esto y mucho más es algo que depende principalmente
de las características y de la organización de la sociedad en que se desarrolla el huracán y sólo en segundo lugar
del viento y de la humedad que trajo Isidoro.
Esta observación nos remite de modo inmediato
a las decisiones que en estos campos han sido tomadas en el pasado
y aunque éstas en parte son individuales, en su mayoría
son de carácter colectivo. Se trata realmente de opciones,
porque para la gran mayoría de las formas de tratar estos aspectos,
hay alternativas, aunque no siempre sean del dominio público.
Un buen ejemplo son los postes de luz. La modernidad
se basa en el uso generalizado e intensivo de energía eléctrica
– y los largos días y noches sin iluminación, refrigeración
y música nos han recordado a todos nuestra dependencia de ella.
Aunque resulta muy difícil imaginarse la modernidad sin electricidad,
hay que recordar que existen diversas formas de generar y, en su caso,
transportar energía eléctrica. Si desde hace tiempo se hubiera
optado por un modelo descentralizado de generación de electricidad,
basado fundamentalmente, por ejemplo, en el aprovechamiento de la energía
solar mediante paneles integrados a los techos de los edificios12 , entonces probablemente la afectación de domicilios, comercios
y fábricas por parte de Isidoro hubiera sido mucho menor. Por otra
parte, aunque se empezó hace mucho tiempo en otras partes del mundo
con condiciones climáticas muy diferentes a transportar la energía
eléctrica mediante cables suspendidos en el aire, tal vez ésta
no sea la forma más adecuada en una región donde el único
desastre natural previsible genera vientos destructores. Pero las autoridades
gubernamentales y los diputados, que aprueban los presupuestos públicos,
han tomado y refrendan año con año la decisión de
generar la energía eléctrica en México ante todo
de modo centralizado, en un reducido número de grandes plantas
que queman recursos naturales no renovables y de transportarla mediante
cableado aéreo a los consumidores.13
También aquí, al igual que con
respecto a cualquier tecnología, una opción es una elección
entre alternativas y cada una tiene su costo. Durante un tiempo puede
parecer que esta forma de transportar la energía eléctrica
es una forma más barata que otras, pero ante el cúmulo actual
de quejas de comerciantes y empresarios sobre negocios inactivos, de funcionarios
sobre impuestos no devengados, de profesores sobre clases perdidas, para
no hablar de angustias, incomodidades y pérdidas sufridas por cientos
de miles de personas o de los previsibles accidentes relacionados con
las reparaciones, uno se pregunta cómo saldría una comparación
de costos y beneficios con otros tipos posibles de generación y
transporte de energía eléctrica.
En todo caso, la cuestión de la energía
eléctrica es solamente una de las muchas aristas del problema que
llevan todas a las mismas preguntas: ¿cuál es el modelo
tecnológico básico de nuestra sociedad? ¿quién
suele pagar sus costos? ¿disponen los ciudadanos de la información
suficiente para opinar al respecto? ¿existen los mecanismos de
participación ciudadana efectiva para intervenir en las decisiones
correspondientes? ¿saben los ciudadanos quiénes y con qué
criterios deciden por ellos? ¿están conscientes los funcionarios
y los diputados de la responsabilidad que tienen al respecto? ¿cómo
se expresa esta responsabilidad?
La crisis como develación de la realidad cotidiana
Todo el mundo
siente que nos encontramos en una situación de crisis y lo que
espontáneamente se quiere, es salir cuanto antes de ella para regresar
a la normalidad – y algunos funcionarios no se cansan de señalar
que ésta se halla a la vuelta de la esquina, por más que
es patente que para un porcentaje considerable de habitantes de la Península
las dificultades mayores apenas empezarán cuando termine la actual
etapa de distribución de despensas y láminas y cuando la
milpa arruinada, la semilla faltante, los apiarios destruidos, las embarcaciones
dañadas, las granjas inactivas plantearán de modo cruento
el problema del comer – agudizado en el corto plazo previsiblemente
por los efectos de la pronta supresión, prevista desde hace una
década en el Tratado de Libre Comercio para América del
Norte, del control de precios del maíz importado.
Llama la atención que según algunas
teorías científicas de la sociedad, una crisis no solamente
puede verse como una interrupción pasajera de la normalidad,
sino como una situación que permite ver con más claridad,
acaso con más crueldad, la normalidad. Y ¿no es
cierto que en estas semanas ha aparecido con más nitidez y agudeza
la estratificación socioeconómica polarizada de "los
yucatecos", que tienen un solo nombre, pero que se dividen tajantemente
en sectores, cuyos integrantes viven en condiciones totalmente disímbolas?
Así, por ejemplo, mientras que unos empiezan a quejarse de que
la gran cantidad de baches daña sus vehículos y de que los
molesta el humo de las quemas nocturnas de basura no recogida por los
servicios públicos, otros sobreviven como siempre entre el lodo
y las brechas y permanentemente inmersos en el hedor de las quemas de
los desechos generados por todo tipo de granjas, consentidas por las autoridades
de salubridad.
A veces se da la impresión de que los
científicos sociales son gente en exceso crítica, porque
no se contentan con la apariencia de los fenómenos y buscan revelar
situaciones problemáticas por debajo de la superficie. Pero ¿no
es cierto que en muchos estudios científico-sociales sobre Yucatán
se han mostrado rasgos de la situación general que ahora, que Isidoro
ha roto el velo de la normalidad, están ante los ojos de todo el
mundo? Veamos algunos ejemplos.
Se escucha y lee que algunos comerciantes han aprovechado la situación
de escasez para elevar desmedidamente los precios de las mercancías.
Pero ¿no es esto seguir exactamente y al pie de la letra las supuestas
leyes naturales del mercado, que determina los precios estrictamente
en función de la relación oferta-demanda?14 ¿Acaso antes de Isidoro los precios estaban bien – por ejemplo,
un paquete de cuatro pilas tamaño AA a cambio de un jornal de sol
a sol?
Es cierto que estamos ante una seria amenaza de contaminación del aire y del agua que pone en peligro la salud de muchas personas y,
además, puede desembocar en epidemias. Pero, ¿en cuántos
poblados de la periferia de Mérida y del interior del Estado se
tira "normalmente" la basura en predios baldíos y al
lado de las carreteras? ¿en dónde hay sistemas de recolecta
y procesamiento de deshechos contaminantes de diferente grado de toxicidad,
desde envases de plástico hasta pilas? ¿qué hay de
la "normalidad" de la desnutrición infantil en la región
denunciada desde hace años por los estudios realizados en la Sección
de Ecología Humana de la Unidad Mérida del Centro de Investigaciones
y de Estudios Avanzados?
Es cierto que la información pública disponible
ha sido sumamente deficiente, incoherente, incompleta, sesgada por todo
tipo de intereses – observación que se refiere tanto a las
fuentes gubernamentales, que la generan, como a los medios que la difunden.
La más superficial comparación de los dos principales periódicos
que circulan en la región muestra dos situaciones no solamente
diferentes, sino casi opuestas con respecto a los efectos del huracán
y la respuesta gubernamental. Pero, ¿es esta polarización
informativa tan distinta de la referente a otros temas y situaciones?
Además: la información que generan las dependencias gubernamentales
sobre los resultados de sus acciones, los datos que difunden los bancos
y las empresas sobre sus productos y su situación financiera, las
opiniones vertidas en los medios de difusión – ¿qué
tanto refleja todo esto la realidad tal cual es y qué tanto la
enmascara?
Ha habido reiteradas quejas sobre la distribución de despensas
y otras ayudas por ser utilizada para recompensar o comprar lealtades
políticas y personales y para "crear imagen" a personajes
públicos o a aspirantes de tales15. ¿Pero, ¿no aparece aquí una larga tradición
de cultura política, en la que confluyen la reducida eficiencia
de muchos segmentos de la administración pública –especialmente
en el nivel de los ayuntamientos y las comisarías-, el tradicional
abuso de la desigualdad por parte de los poderosos y la conciencia de
los más pobres de que las relaciones de parentesco y, en su caso,
comunitarias son su único recurso en caso de necesidad? Una cultura
política que contribuye a que las instituciones públicas
muchas veces lo sean muy poco, que la adhesión política
expresada mediante el voto frecuentemente no se base en el análisis
de programas sino en el cálculo del beneficio personal y familiar,
que los poderes público y privado suelan ser impunes y que no haya
instancias efectivas donde especialmente la gente de pocos recursos pueda
quejarse de arbitrariedades y exigir responsabilidades?16
Funcionarios, académicos y ciudadanos en general han criticado
el "pasmo" en que ha caído cierta parte de la población,
especialmente, la más "marginada", porque en vez de desarrollar
iniciativas y emprender acciones, se limita a esperar la llegada de ayuda
de fuera. Pero, ¿desde cuándo las dependencias gubernamentales,
las instituciones educativas en todos sus niveles, los sindicatos, los
partidos, desde cuándo en empresas y oficinas ha habido verdadero
interés en y fomento de la participación creativa,
crítica, innovadora de los ciudadanos? ¿En qué lugar
autoridades, jefes, maestros, colegas aprecian y buscan el comentario
abierto, el análisis independiente, la propuesta alternativa, la
diversidad de opiniones? ¿En cuántas instituciones el control
de la información es una base importante para el ejercicio autoritario
del poder y se entiende por "participación" nada más
que la disposición de los subordinados a "implementar"
medidas ya decididas sobre y por ellos? Más en particular, ¿desde
cuándo la opinión y la iniciativa de los pobres ha contado
algo? ¿Por qué entonces, esperarla ahora?
Dos aspectos más llaman la atención:
Isidoro parece haber paralizado o desalentado ante todo el funcionamiento
de las estructuras colectivas o colegiadas formales. En cambio,
por una parte, hizo emerger múltiples formas nuevas o latentes
de solidaridad y de organización colectiva (desde relaciones de
ayuda mutua hasta relaciones propiamente cooperativas tales como colaboración
vecinal, trabajo voluntario en albergues y organización de despensas,
etc.17 ) y, por otra parte, reforzó los órganos unipersonales y
la concentración de poder. Así, el Congreso del Estado,
que dispone a través de sus integrantes de un contacto directo
y permanente con la realidad de toda la entidad, no se ha reunido aún
para analizar la situación general, para generar propuestas de
acción y para revisar y en su caso modificar partidas presupuestales,
etc.18
Más grave aún es el tratamiento que se ha dado a la población
maya. A pesar de que constituye alrededor de un tercio de la población
del Estado de Yucatán, no se le ha dado el trato diferenciado que
merece. Así, por ejemplo, ni siquiera se ha transmitido, al menos
durante y en los primeros días después del huracán,
información en lengua maya.19 Por otra parte, la reciente presencia de los titulares del Instituto Nacional
Indigenista y de la Oficina Presidencial para la Atención de la
Población Indígena fue tan corta y sigilosa que ha pasado
desapercibida. También llama la atención que en la mayoría
de las fotografías publicadas en los diarios, se ven muy pocas
casas mayas tradicionales destruidas, sino casi solamente casas techadas
de láminas – pero todas las medidas relacionadas con la reparación
de casas parecen centrarse en la entrega de láminas…20 ¿No constituye toda esta situación una demostración
del racismo cotidiano al que es sujeta la población autóctona
de la Península?
Cómo está dándose y cómo se va a organizar
en las próximas semanas y meses "la participación de
las comunidades" mayas para "impulsar el desarrollo regional
de las zonas indígenas con el propósito de fortalecer las
economías locales y mejorar las condiciones de vida de sus pueblos"
establecida en el Segundo Artículo Constitucional reformado hace
algo más de un año?21
Así
que en cuanto a estratificación social, conducta económica,
tratamiento de los deshechos, información sobre los asuntos públicos,
estructura de poder y discriminación étnico-cultural, Isidoro
no ha creado una situación extraordinaria, sino hecho más
visible y, acaso, agudizado y reforzado la "normalidad".
A modo de corolario:
renovar en vez de restaurar
Una de las
palabras más utilizadas para describir el reto de la situación
actual ha sido "reconstrucción". Funcionarios gubernamentales
e integrantes de toda clase de organizaciones piden trabajo y esfuerzo
extra a los ciudadanos, especialmente a quienes han sido las víctimas
principales, para restaurar cuanto antes la normalidad.
Pero la pregunta es: ¿a cuál normalidad?
¿La de la gente del norte de Mérida que se queja en estos
días de sus piscinas enlodadas, sus tejas dañadas y sus
jardines destrozados? ¿La de la gente del sur de Mérida
con su falta de empleo, transporte precario e inseguridad? ¿La
de los campesinos sin cosecha ni semilla para sembrar, de los pescadores
sin lanchas, de los niños sin oportunidades, de los mayas a los
que "se ha asomado la sombra ominosa del hambre y las enfermedades
derivadas del deterioro de las condiciones sanitarias en que viven" 22 – todos ellos futuros migrantes adónde sea, a Mérida,
Cancun, Estados Unidos?
Afortunadamente, Isidoro ha cobrado pocas víctimas
humanas. Pero esto no ha sido gracias a la acción del estado. Más
bien, éste (¡esto se refiere al estado como institución
y no necesariamente a un gobierno en particular!), a
pesar de que su principal razón de ser radica en la garantía
de seguridad para las personas y los bienes de sus ciudadanos, no ha cumplido
con sus obligaciones y el huracán no ha hecho más que visibilizar
y agudizar esta situación cotidiana. Por esto tampoco convencen
muchas medidas, anuncios, promesas y llamados, porque, en el sentido de
lo expresado en el epígrafe23 , a menudo sólo parecen querer eludir la obligación del
estado mediante la exigencia del esfuerzo del ciudadano quien, empero,
soporta con sus impuestos precisamente a los aparatos de estado.24
Así, el problema actual de la región
dista de ser un simple problema técnico. Desde luego debe ser analizado
desde la perspectiva de los mecanismos básicos de operación
de una organización social republicana. Pero, además, representa
un reto teórico para la investigación social que el historiador
Eric J. Hobsbawm caracteriza de la siguiente manera: "Debemos descubrir
lo que las personas realmente quieren de una sociedad buena o siquiera
tolerable y, lo que en modo alguno es lo mismo –porque puede que
en realidad no lo sepan-, lo que necesitan de tal sociedad. Eso no es
fácil, en parte porque cuesta librarse de los supuestos predominantes
sobre cómo debería funcionar la sociedad, algunos de los
cuales (la mayoría de los liberales, por ejemplo) ayudan muy poco
a orientarse, y en parte porque en realidad no sabemos qué hace
que una sociedad funcione en la vida real: incluso una sociedad mala e
injusta. Hasta estas alturas del siglo XX todos los países que
conozco no han sabido resolver, por medio de una planificación
deliberada, un problema que, durante muchos siglos, parecía no
plantear grandes dificultades a la humanidad, a saber: cómo construir
una ciudad que funcione y sea a la vez una comunidad humana. Eso debería
darnos que pensar."25
Así, pues, parece evidente que no se trata
ahora de regresar simplemente a una situación supuestamente "normal",
una vez "reparada" la contingencia "anormal" actual
en la región.26 El análisis colectivo y creativo, libre e informado de los ciudadanos,
que está pendiente de ser llevado a cabo en las instituciones estatales
y de la sociedad civil sobre el huracán y sus secuelas, podría
dar pautas para emprender la construcción de una nueva normalidad que no solamente contenga una "cultura del huracán",
sino que también y ante todo se base en los principios de igualdad
y justicia cuya ausencia ha evidenciado y puesto de relieve tan dramáticamente
el paso de Isidoro por Yucatán.
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