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Alfonso Villa Rojas, el etnógrafo
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Andrés
Medina Hernández.
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En la formación de antropólogos profesionales
en México, un requerimiento importante consiste en realizar
trabajo de campo tan intenso y amplio como sea posible. Esta
experiencia debe ser tomada con una actitud de compromiso social
hacia las poblaciones en las que se trabaja, fundamentalmente
pueblos indios y otros sectores sociales marcados por la pobreza
y la marginación. Manuel Gamio estableció esta
orientación desde principios del siglo veinte en el marco
ideológico del nacionalismo de la Revolución Mexicana;
ha seguido diversos cauces, desde el discurso indigenista articulado
a la política social del Estado nacional hasta el activismo
radical maoísta de los años setenta.
Es indudable, entonces,
que existe una larga y densa tradición etnográfica
que ha dotado de un estilo propio a nuestras investigaciones
antropológicas; sin embargo, atentos a los resultados
y a las definiciones de posiciones teóricas y políticas,
hemos dejado de lado la reflexión metodológica,
es decir, el recuento y análisis de las estrategias
de investigación en el trabajo de campo, la eficacia
de las técnicas desarrolladas, así como el reconocimiento
de la trama del poder en la que se inscribe el investigador
como persona, la investigación, los diversos personajes
con los que se interactúa institucionalmente para hacer
posible el trabajo las poblaciones en las que se reside e
investiga.
Con el ánimo
de estimular esta reflexión y asumir explícitamente
las particularidades de nuestra tradición académica,
el propósito de este ensayo es realizar una breve incursión
en el trabajo de don Alfonso Villa Rojas, uno de los más
destacados antropólogos mexicanos del siglo veinte,
particularmente por su decidido compromiso con el indigenismo
integracionista y con una orientación teórica
funcionalista, adquirida por su formación en la Universidad
de Chicago, en Estados Unidos.
El énfasis
del ensayo está puesto en el trabajo de campo desarrollado
por Villa Rojas en Quintana Roo y Chiapas, donde realizó
investigaciones que le permitieron contribuir sustanciosa-mente
a la etnografía de los pueblos indios mexicanos. Aun
cuando conocemos sus trabajos más importantes, poco
es lo que se ha incursionado en esta primera etapa de su vida,
la del etnógrafo, cuando realiza su trabajo de campo
bajo la mirada atenta de Robert Redfield y con un manejo explícito
de técnicas y métodos de investigación.
Así pues, aludiré a su experiencia formativa
y a los resultados más inmediatos de sus investigaciones,
y bosquejaré la trama institucional y política
en la que se inserta, lo cual permite otra lectura de su etnografía.
I. Una vida larga
Carecemos de una biografía de don Alfonso Villa Rojas.
Su vida larga (1897-1998) le permitió una intensa participación
en numerosas instituciones de México y Estados Unidos,
desde las cuales ejerció una notable influencia en
los investigadores jóvenes; porque si bien tenía
una espléndida formación teórica, no
se mostró identificado abiertamente con una u otra
corriente. Su influencia procede más bien de su enseñanza
y de las amenas y eruditas conversaciones sostenidas con colegas
y alumnos. Era un profesional al día, bien informado;
disfrutaba ampliamente narrando sus experiencias de campo
y con aquellas personalidades que había conocido en
las diferentes instituciones por las que cruzó. Describía
vivamente sus impresiones personales sobre Rad-cliffe-Brown
durante su estancia en la Universidad de Chicago, comentaba
sa-brosamente su amistad cercana con el filósofo inglés
Bertrand Russell y sus conversaciones con B. Malinowski, de
quien por cierto reconocía la particular conjunción
de genio y soberbia, como lo anota en relación con
la triste experiencia de Julio de la Fuente quien tuvo que
padecerlo en las investigaciones realizadas en Oaxaca (Villa
Rojas, 1979: 63).
En fin, Villa Rojas
estaba lleno de anécdotas y de comentarios agudos,
marcados frecuentemente por una fina ironía. Gustaba
de presentarse con sencillez y modestia, aunque, por otro
lado, era profundamente institucional: defendía a capa
y espada el indigenismo gubernamental y tenía una abierta
simpatía por la cultura y las instituciones de los
Estados Unidos. Yo le conocí el 15 de julio de 1958
en Na-Bolom, la casa de Gertrude Duby y Franz Blom,
en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, en el día
en que comenzaba una "Mesilla Redonda Chiapaneca"
organizada por Norman A. MacQuown, del Departamento de Antropología
de la Universidad de Chicago, y por el Centro Coordinador
Indigenista Tzeltal-Tzotzil, del Instituto Nacional Indigenistas
(ININ). Asistíamos como estudiantes de la Escuela Nacional
de Antropología e Historia (ENAH) Roberto Escalante
y yo, que cursaba el segundo año de la carrera de etnología
; ambos estábamos incorporados al Proyecto Man-in-Na-ture,
de la Universidad de Chicago para realizar trabajo de recolección
de datos lingüísticos.
Alfonso Villa Rojas
era entonces director del Centro Coordinador Tzeltal-Tzotzil,
puesto que ocupaba desde 1955. En 1952, Alfonso Caso lo invitó
a incorporarse al INI, mientras trabajaba en la Comisión
del Papaloapan, en la que ocupó el cargo de Jefe de
la Oficina de Reacomodo de Población en 1952-1953,
aunque en sentido estricto había ingresado en 1947,
cuando cambia su condición de investigador de la Carnegie
Institution de Washington (CIW)a la de investigador y funcionario
de un organismo gubernamental.
Comienza en 1947
su carrera de funcionario indigenista. Luego de su estancia
en el INI, se integra al Instituto Indigenista Interamericano
(III), en el que ocupa el cargo de Jefe del Departamento de
Investigaciones Antropoló-gicas en los años
sesenta. En 1965 labora como profesor huésped en la
Universidad de Harvard, y durante los años 1977-1978
se desempeña como investigador en el Research Institute
for the Study of Man de Nueva York. A partir de 1980 ingresa
como investigador al Instituto de Investigaciones Antropo-lógicas,
de la UNAM, participando en el Programa de Doctorado en Antropología,
cierra su estancia en 1987. De 1971 a 1976 fue subdirector
del INI, cuando lo encabezaba el Dr. Gonzalo Aguirre Beltrán.
Este es, desde
luego, un esquema muy general de la vida y obra de Villa Rojas,
basado en las semblanzas publicadas hasta ahora (Aguirre Beltrán,
1985; León Portilla, 1978; Morales Mendoza, 1988; López
Sánchez, 1992; Robertos Jiménez, J.C. y R. Romero
Mayo 1998; Navarrete, 2000). Mi interés, sin embargo,
está ubicado en el trabajador de campo, en las condiciones
en las que realiza sus investigaciones y en los resultados
publicados en sus textos etnográficos. De ahí
que resulte significativo, el ensayo publicado en 1947 en
American Anthropologist, pues cierra de alguna manera la etapa
del etnógrafo, colaborador de Robert Redfield, y comienza
la del investigador y funcionario de la política indigenista,
lo que madurará, en el último tramo de su vida,
como el autor de síntesis etnográficas y de
diversos ensayos teóricos relacionados con el novedoso
campo de la cosmovisión mesoamericana.
En un magnífico
texto que prepara villa para una de las reuniones organizadas
por la Wenner Gren Foundation en Burg Wartenstein, Austria,
(Villa Rojas, 1979), hace una sustanciosa reflexión
sobre su experiencia como trabajador de campo, respondiendo
así a la propuesta central que se hace a los participantes
en el simposio sobre las implicaciones metodológicas
y teóricas de las investigaciones de largo plazo, lo
que en el caso específico de Villa Rojas alude a su
trabajo en Yucatán y Chiapas, es decir, el área
maya de la República Mexicana.
Alfonso Villa Rojas
nace en la ciudad de Mérida, Yucatán, el 31
de enero de 1897. La referencia a este año aparece
en el texto anteriormente citado cuando afirma:
My first meeting
with Redfield occurred in Chichen Itza, where he arrived in
1930, when I was barely 33 years old (Villa Rojas, 1979: 47).
No obstante, en
las semblanzas se remite al año de 1906 como el de
su nacimiento; incluso se hace referencia al hecho de que
tuvo que abandonar los estudios universitarios y dedicarse
al magisterio, lo cual hace suponer una más temprana
edad. Sin embargo, su propia afirmación corrige esas
suposiciones. De cualquier modo resulta importante su afirmación
sobre su encuentro con Robert Redfield, pues a partir de entonces
su vida da un viraje que lo conducirá a la investigación
científica. En efecto, se incorpora al proyecto et-nográfico
que iniciaba la (CIW) en Yucatán bajo la dirección
de Redfield.
Desde 1927, Villa
Rojas era maestro rural en la comunidad maya de Chan Kom,
cercana a la zona arqueológica de Chichén Itzá.
A este lugar llega luego de haber tenido una educación
esmerada y haber despilfarrado su herencia, como alguna vez
me lo relató.
En la hacienda de Chichén Itzá tenía
sus instalaciones, por esos años, el proyecto arqueológico
de la CIW, dirigida por Sylvanus G. Morley.
Una circunstancia
fortuita, su viaje a Chichén como acompañante
del inspector escolar, le hacen conocer y trabar amistad con
Morley. Este insinúa y guía, en el gusto por
la historia maya, al maestro rural, al punto de convertirlo
en asiduo visitante del campamento y de su staff. Por fortuna,
Villa, además del castellano materno y el maya yucateco
que aprende de sus alumnos, domina el inglés y el francés
con destreza bastante para leer las obras que en esas lenguas
le proporciona en préstamo su nuevo y generoso amigo
(Aguirre Beltrán, 1985: 10).
De tal suerte que
cuando llega Red-field a Yucatán para realizar sus
investigaciones antropológicas a principios de 1930,
conoce a Villa Rojas y, a sugerencia de la enfermera del campamento
arqueológico, Katheryn Mackay, quien atendía
a las mujeres parturientas de Chan Kom, es integrado al proyecto
y muy pronto comienza a desarrollar su trabajo etnográfico
en estrecha vinculación con Redfield.
Con el apoyo de
Sylvanus Morley y de Robert Redfield, Villa Rojas viaja a
Estados Unidos para estudiar antropología en la Universidad
de Chicago, en 1933. A mediados de 1935 regresa a Yucatán
para continuar con su trabajo de campo e iniciar la temporada
en que reúne la parte más sustanciosa de sus
investigaciones entre los mayas de Quintana Roo. Esta es la
época en la que entra en contacto con la tradición
antropológica de la Universidad de Chicago, en los
días en que enseñaba e imponía una notable
impronta teórica Alfred R. Radcliffe-Brown, uno de
los fundadores del funcionalismo, al punto de constituir una
tendencia entre un grupo de estudiantes, compañeros
de generación de Villa Rojas, quien se adscribirá
al campo de la antropología social.
En 1934, como parte
de su formación académica, Villa Rojas realiza
una práctica de campo entre los indios Modoc de Spragne
River, en Oregon; sin embargo, las dificultades que enfrenta
para desarrollar su investigación entre "indios
profesionales", harto habituados al trabajo de los antropólogos,
le llevan a suspenderla, por razones de "salud mental",
arguye, y decide entonces hacer por su cuenta un recorrido
por los pueblos indios del suroeste de los Estados Unidos
(Villa Rojas, 1979: 40).
Ya como investigador
de la CIW, Villa Rojas se instala en Quintana Roo, en la población
de Tusik, del cacicazgo de X-Cacal Guardia,
de septiembre a noviembre de 1935 y de enero a julio de 1936.
Posteriormente continúa su trabajo en la región
en tareas relacionadas con la reducción de las tensiones
políticas y militares entre el gobierno del entonces
Territorio Federal, encabezado por el Gral. Rafael Melgar,
y las autoridades de los pueblos mayas rebeldes. La situación
cambia con la firma de los acuerdos entre mayas y gobierno
en mayo de 1937, en la ciudad de Carrillo Puerto, la Chan
Santa Cruz de los mayas. Con esto se cierra la etapa de trabajo
de campo de Villa Rojas en Quintana Roo para iniciar entonces
la temporada entre los pueblos mayenses de las tierras altas
de Chiapas.
Con las instrucciones
de Redfield, Villa Rojas inicia un recorrido de reconocimiento,
a caballo, acompañado por un intérprete, en
el que visita 15 municipios durante los meses de febrero y
marzo de 1938, luego de lo cual redacta un informe (Redfield,
R. y A. Villa Rojas, 1939). Como resultado de este viaje exploratorio,
Villa Rojas elige una comunidad tzeltal, llamada Oxchuc,
para realizar una investigación etnográfica
a profundidad. Establece entonces su residencia en el paraje
de Yochib, situado en lo alto de la sierra en una zona limítrofe
con las comunidades de Tenejapa y Cancuc. Allí permanece
de mayo de 1942 a abril de 1943 y de diciembre del mismo año
a junio de 1944.
Para 1947, Villa
Rojas renuncia a la CIW y se incorpora al Proyecto de la Cuenca
del Papaloapan, iniciando una carrera burocrática vinculada
a la política indigenista que le lleva a ocupar diversos
cargos directivos, como ya lo anotamos antes. Cierra su etapa
de funcionario con el fin del sexenio de Luis Echeverría,
en 1976, durante el que ocupa el cargo de subdirector general
del INI. Regresa entonces a la investigación, primero
trabajando durante dos años en el Research Institute
for the Study of Man, de Nueva York, y luego incorporándose
al Instituto de Investigaciones Antropológicas de la
UNAM, en 1980, donde permanece hasta 1987, luego de lo cual
se retira. Fallece en febrero de 1998.
II. El trabajo de campo
Una de las características más notables de los
trabajos etnográficos de Alfonso Villa Rojas es la
referencia explícita a los métodos que emplea
para el registro de sus datos, algo que indudablemente debe
mucho a las enseñanzas de Robert Redfield, un investigador
y teórico profundamente preocupado por el manejo escrupuloso
de la información y por la reflexión sobre los
diversos recursos analíticos aplicados. Esto es algo
que vamos a observar también en la investigación
que Calixta Guiteras hace sobre la visión del mundo
de un tzotzil de San Pedro Chenalhó, Chiapas (Guiteras,
1965), en la que si bien Redfield no viaja a la región,
mantiene una intensa comunicación epistolar con la
investigadora, colaboración que da como resultado uno
de los mejores trabajos etnográficos de la antropología
mexicana. En él hay una presentación de los
datos y un conjunto de indicaciones metodológicas semejantes
a las del libro que publican Redfield y Villa Rojas sobre
Chan Kom en 1934.
Con Villa podemos
apreciar de cerca la manera en que se va construyendo la investigación
por el trabajo conjunto con Redfield. Recordemos que Villa
Rojas era un maestro rural que había tenido una educación
universitaria y cuya experiencia con los campesinos mayas
de Chan Kom, en donde trabajaba desde 1927, le permitiría
un acercamiento a su cultura.
Villa Rojas y Redfield
se conocen a principios de 1930 y en cuanto se definen los
términos de la colaboración, Redfield comienza
por hacer una breve visita a la comunidad y le instruye para
que lleve un diario y prepare informes sobre temas que le
irá señalando. Se establece entonces una nutrida
correspondencia en la que, a partir de los informes de Villa
Rojas, Redfield hace minuciosos comentarios e indicaciones
metodológicas.
Villa Rojas continúa
con su trabajo magisterial y hace las investigaciones etnográficas
en el tiempo que le queda libre. Evidentemente, su condición
de maestro le daba una posición ventajosa para aproximarse
a las costumbres de los mayas e indagar sobre las más
diversas cuestiones, preparando además los informes
encargados por Redfield. Para el año siguiente, 1931,
Redfield regresa por cinco meses a Yucatán, dedicándole
a Chan Kom la mitad de ese tiempo. Es entonces que trabaja
al alimón con Villa Rojas y éste tiene la oportunidad
de observar el estilo de trabajo de Redfield.
El diario de campo
de Villa Rojas abarca del 16 de febrero de 1930 al 21 de noviembre
de 1931 está incorporado como Apéndice en la
primera edición de la monografía publicada en
1934 (Redfield y Villa Rojas, 1934) y posiblemente es hasta
ahora el diario más antiguo dado a conocer entre los
antropólogos mexicanos. En su mayor parte se trata
de notas breves sobre el pueblo, el clima y las personas con
las que se encuentra; no hay reflexiones personales sobre
su estado de ánimo ni sobre cuestiones generales. Aparentemente,
las elaboraciones generales fueron realizadas en los informes
presentados por Villa a lo largo de su trabajo de recopilación
etno-gráfica, en los que se apoya Redfield para preparar
la monografía. Es decir, la construcción del
texto no se apoya directamente en el diario, parece ser más
que nada un testimonio de la presencia del investigador y
de la calidad de sus relaciones con los campesinos de Chan
Kom.
La monografía etnográfica sobre Chan Kom se compone de trece capítulos y seis apéndices.
Luego del capítulo de introducción y del dedicado
a la historia, seis se ocupan de aspectos estructurales, como
la economía, las técnicas, la organización
social y política o el ciclo de vida; otros cuatro
se refieren a cuestiones relacionadas con las creencias y
los rituales, como los sobrenaturales, las ceremonias agrícolas
y las concepciones sobre la naturaleza. El último capítulo
es la autobiografía del dirigente de la comunidad,
Eustaquio Ceme, registrada en 1933 por Redfield durante tres
semanas de estancia en Chan Kom, como se indica en
el texto.
De los seis apéndices,
el más extenso es el diario de campo de Villa Rojas;
otro transcribe narraciones -como cuentos, adivinanzas y mitos
traducidas al inglés; uno más está formado
por textos de oraciones en maya con su traducción al
inglés; el cuarto apéndice está dedicado
a señalar los elementos mayas y españoles de
la cultura local, refiriéndose a cada uno de los capítulos
de la monografía. La enfermera del campamento de la
CIW en Chichén Itzá aportó un conjunto
de notas sobre el parto entre las mujeres mayas, con lo que
se constituye el quinto apéndice. Finalmente, el último
consiste en un glosario de nombres de plantas y animales,
en maya y en español, usados en el texto.
Mi interés
por detallar estos aspectos de la estructura de la monografía
responde a dos intenciones: por una parte, destacar la complejidad
implicada en la elaboración de los materiales de campo,
recogidos en su mayor parte por Villa Rojas; no son descripciones
simples, evidentemente, sino una presentación de datos
bien organizados y estructurados. Por otra parte, busco señalar
el diseño de una estructura expositiva que responde
a una clara posición teórica establecida por
Redfield a partir de sus propuestas sobre el cambio social
y cultural. Esta estructura será básicamente
la misma que fue usada por Villa Rojas en su libro sobre los
mayas de Quintana Roo (Villa Rojas, 1945 y 1978), lo cual
hace explícitamente, como lo refiere en el texto, para
propósitos comparativos entre los dos grupos estudiados.
La lógica de la misma concepción teórica
se reconoce asimismo en la obra mayor de síntesis de
Redfield (1941), en la que incorpora los datos de Chan Kom
y de Tusik, recogidos por Villa Rojas. Además de los
correspondientes a Dzitas y a Mérida, que constituyen
los referentes etnográficos de su modelo teórico
del continuum folk-urbano.
La investigación
sobre los mayas rebeldes de Quintana Roo comienza prácticamente
en abril de 1931, cuando Villa Rojas y Redfield visitan brevemente
dos poblaciones, X-Pichil y Xiatil, situadas en la
parte central del hoy estado. Para el año siguiente
Villa Rojas hace un recorrido que cubre todos los asentamientos
de una zona demarcada por las poblaciones de Peto, Chancah,
Petcacab y Valladolid. En compañía de un arriero
(cuyo nombre no consigna), visita los poblados, entre los
cuales está el cacicazgo de X-Cacal Guardia,
del 13 de marzo al 8 de abril. La primera vez que llega a
Tusik lo hace accidentalemente, al traspasar una barrera de
arbustos situada en una de las entradas del pueblo. Al ser
sorprendido es interrogado con marcada desconfianza por las
autoridades locales para que explique la razón de su
presencia, pues recordemos que se vivía una situación
de conflicto bélico con el ejército mexicano.
Villa responde diciéndose comprador de pasta de chicle,
con lo que logra atenuar la hostilidad de la recepción.
Con esta experiencia,
que le permite reconocer las posibilidades de hacer trabajo
de campo en una región a la que pocos se atrevían
a visitar, por la beligerancia de los mayas, Villa Rojas prepara
una segunda visita, esta vez acompañado de un amigo
de Chan Kom, Edilberto Ceme, haciéndose pasar como
comerciante ambulante, una de las pocas actividades permitidas
a los fuereños que se internaban en la zona.
Así, el
4 de diciembre parten llevando tres mulas cargadas con las
más variadas mercancías necesitadas por los
aislados mayas rebeldes. Con este disfraz puede desplazarse
por todas las poblaciones y permanecer por varios días,
aunque los sitios sagrados le son vedados, como el acceso
a los templos donde se encuentran las cruces parlantes. Es
entonces que advierte lo que llama la organización
teocrático-militar de las poblaciones, a las que en
la terminología de la época designa como "tribus",
las cuales tienen como centro un santuario con una cruz parlante.
Estas cruces funcionan como oráculos y son objeto de
elaborados rituales comunitarios que implican una organización
militar.
Villa Rojas asume
estar en presencia de una organización político-religiosa
y una cultura no alterada en lo fundamental por el dominio
colonial. Para describirlo emplea una metodología basada
en un registro en extremo acucioso, ante la inminencia de
su desaparición por el avance de la "civilización".
El viaje culmina el 10 de enero de 1933, y ya para entonces
Villa Rojas había decidido que la población
a estudiar era Tusik. Pocas semanas después
viaja a Estados Unidos para estudiar en la Universidad de
Chicago.
Los viajes iniciales de Villa Rojas le plantean serias dificultades
para el registro de los datos, pues la condición de
comprador de chicle o de comerciante ambulante no justifica
la libreta de notas ni ninguna forma de cuestio-namiento etnográfico;
así que lo que hace es esperar a altas horas de la
noche, cuando todos duermen, para cubrirse con alguna cobija
y, con la ayuda de una linterna de mano, hacer rápidas
y breves anotaciones, las cuales le servirán de base
para los informes que prepara posteriormente.
A su regreso, ya
con una formación académica profesional que
le ponía al día de las corrientes teóricas
y de las más importantes cuestiones abiertas a la discusión,
Villa Rojas se prepara para retornar a Tusik, aunque
no es claro al principio el disfraz que asumirá para
poder ser aceptado y, sobre todo, residir en la población.
Desde sus primeras incursiones oculta su condición
de maestro rural, pues era entonces una actividad altamente
repudiada por los mayas rebeldes, debido al carácter
impositivo de un discurso nacionalista que negaba la autonomía
política y el reconocimiento de los derechos territoriales
a los mayas cercados en el territorio de Quintana Roo. De
hecho, la guerra existente era precisamente por la defensa
de esos derechos y sólo habían podido mantenerse
por la habilidad de los mayas para esconderse en la selva
y defenderse de las incursiones del ejército federal.
La situación
se resuelve por la intervención de S.G. Morley, quien
había tenido contactos ocasionales con los mayas rebeldes
desde 1922, cuando se encuentra con un grupo que realizaba
rituales en la zona arqueológica de Tulum. Los mayas
buscaban ansiosamente establecer contactos con los británicos,
con el fin de conseguir armas y municiones para defenderse
del asedio militar del ejército mexicano; y puesto
que Villa Rojas se había presentado a los jefes mayas
como un amigo de los estadunidenses de Chichén Itzá,
al grado de haber llevado a cuatro jóvenes hijos de
los jefes al campamento de la CIW en los días en que
comenzaba sus incursiones en la zona; no resultaba fuera de
lugar asumir la condición de representante personal
de Morley.
De hecho, en los
años en que Villa Rojas estudiaba en Chicago, los dirigentes
mayas de X-Cacal Guardia continuaron con sus visitas
al campamento; de tal suerte que al plantearse la manera de
lograr el permiso de los mayas, Morley le dio una carta de
presentación a Villa Rojas en la que aparece como su
representante, es decir, como intermediario en un juego sutil
en el que los mayas buscaban una alianza político-militar.
Villa alude a esta situación en su monografía:
Durante mi ausencia,
algunos jefes de X-Cacal hicieron dos o tres viajes hasta
el campamento de la Carnegie en Chichén Itzá,
con objeto de ver si era posible entablar relaciones políticas
y comerciales con los norteamericanos que allí residían
temporalmente, ocupados en labores científicas. En
estas visitas, el Dr. Morley procuró tratarlos de la
mejor manera, ofreciéndoles interceder en su favor
para que se les comprara chicle y para ayudarlos en cualquier
asunto que no fuese de carácter político. De
este modo, el Dr. Morley logró captarse el respeto
y simpatía de esos indios, lo cual me sirvió
luego de gran ayuda al reanudar mi investigación a
mediados de 1935. En efecto, bastó una carta del citado
doctor en la que aseguraba estar de acuerdo con mi labor,
para que los jefes del cacicazgo me permitiesen residir entre
ellos (Villa Rojas, 1978: 31).
En el curso de
las visitas de los jefes mayas a Chichén Itzá,
Morley les promete visitar X-Cacal Guardia. Para
cumplir este ofrecimiento hace un viaje de once días
en el que se instala en Tusik. Los mayas organizan diversos
rituales religios en su honor, y el de la esposa de Morley,
Frances, aprovecha para tomar excelentes fotos de los jefes,
de las familias y de diversos aspectos de la población,
algo inusitado, dado el ambiente bélico, pero que mostraba
la confianza de los mayas hacia estos extranjeros que podían
ser sus aliados en el conflicto militar que libraban. Todo
esto acontecía en febrero de 1936, cuando ya Villa
Rojas y su esposa estaban instalados en el poblado.
De hecho, a la
recepción de la carta y a la aceptación de la
presencia de Villa Rojas, construyen una casa en la que se
instala y que estaba próxima a la del jefe. Villa realiza
dos temporadas de trabajo de campo, la primera va de septiembre
a noviembre de 1935, la segunda de enero a julio de 1936;
y relata que su primera actividad que se propone es el levantamiento
de un censo general del cacicazgo, además de obtener
cuadros genealógicos de todas las familias. Asimismo,
centra su esfuerzo en cultivar la amistad de los jefes, como
el curandero y dirigente de Tusik, Capitán Cituk, y
del escribano, Yum "Pol".
De todas formas,
el ambiente es de cierta desconfianza, y ello le impedía
tomar notas al momento; entonces tiene que recurrir a otros
medios para conseguir la información, como inducir
los temas de conversación, para posteriormente, a solas,
escribir los datos reunidos ese día en forma un tanto
abreviada.
Ahora que ya no
pasaba como mercader ambulante o comprador de chicle, sino
que era saludado como emisario de los americanos, descubrió
que se abrían puertas que antes estaban cerradas, y
que la gente hablaba con mayor soltura. Oficiales menores
charlaban con Villa sobre su irritación ante la invasión
anual de los chicleros, y solicitaron armas (Sullivan, 1991:
81).
En su trabajo,
Villa Rojas hacía lo posible por distanciarse del papel
que le había atribuido Morley, y fungía ocasionalmente
como asesor de los jefes, o como médico que usaba alguna
medicina para curar males menores de los mayas; éstos
mismos lo presionaban para que volviera a su antigua ocupación
de comerciante ambulante, de mayor utilidad para ellos en
las condiciones de aislamiento en la que vivían.
En la segunda temporada
de campo, la de 1936, la situación se tornó
tensa, pues por un lado los mayas no veían resultados
concretos en las negociaciones con Morley, y había
un rechazo a los chicleros, tanto por la forma en que trabajaban
como por los bajos precios que pagaban, y éste era
uno de los pocos medios que contaban para conseguir moneda.
Todo esto presionaba a Villa Rojas, lo que lo obliga a trabajar
intensamente para recabar la mayor información. Para
el mes de julio da por terminado su trabajo en Tusik.
El resultado de
todo este esfuerzo es la preparación del libro The
Maya of East Quintana Roo, publicado en 1945 por la CIW. La
versión en español, con el título de
Los elegidos de Dios la publica el INI en 1978. Si bien en
la parte estrictamente etnográfica Villa Rojas reproduce
la estructura expositiva utilizada en el anterior libro, Chan
Kom -escrito en coautoría-, con Redfield, con
el fin de facilitar la comparación entre los datos
de los poblaciones de Tusik y Chan Kom,
hay además otras contribuciones importantes. Tal es,
por ejemplo, la parte primera, que se refiere a la investigación
histórica e incluye datos tanto de la arqueología
como de la etnohistoria, pero sobre todo una muy rica información
relativa a la Guerra de Castas del siglo XIX, la que constituye
el antecedente inmediato que explica muchas de las características
sociales, culturales y políticas de los mayas rebeldes,
particularmente su situación beligerante.
Asimismo, se incluyen
valiosos apéndices, como los textos rituales en maya
y una bibliografía comentada sobre la Guerra de Castas.
La versión en español tiene dos apéndices
más: uno de actualización de la información
arqueológica y el otro es un extraordinario documento,
el Apéndice E, en el que Villa registra los dramáticos
cambios habidos entre los antiguos mayas rebeldes, resultado
de su integración política a la sociedad nacional.
Esto le permite a Villa hacer una bien fundamentada crítica
a los antropólogos etnicistas que visitan Quintana
Roo en los años setenta del siglo pasado, y suponen
encontrar a unos mayas sobrevivientes que luchan denodadamente
por mantener sus condiciones primigenias, anteriores al dominio
colonial hispano, ante lo cual los datos aportados en todo
el libro muestran una resistencia, sí, pero también
una transformación constante, resultado del carácter
de su articulación a un contexto tanto nacional como
internacional, pues la cercanía con Belice, entonces
una colonia británica, introduce numerosos elementos
de tipo económico y geopolítico, así
como también la estrecha dependencia de la economía
yucateca de un mercado internacional dominado por Estados
Unidos.
Paul Sullivan ha
observado que no son claras las relaciones entre los textos
en inglés y en español del libro de Villa Rojas,
pues no se sabe si la versión en español es
la original, actualizada para su publicación, o si
es la traducción corregida y aumentada de la versión
en inglés. La cuestión es que no hay una correspondencia
puntual entre una y otra (Sullivan, 1991: 273).
Así pues,
tras el libro clásico de la etnografía maya,
con una sustanciosa información pocas veces alcanzada
en otras etnografias de la misma cultura, encontramos un gran
esfuerzo no sólo para lograr observaciones y registros
cuidadosos, sino también una tenacidad constante ante
los complicados obstáculos enfrentados para establecer
el encuadre adecuado para la investigación. Tenemos
ya una idea general de la estrategia adoptada, de las técnicas
empleadas, pero aún falta mucho por recuperar, como
lo sugiere la existencia de seis manuscritos producidos a
lo largo de los cinco años que abarca todo el proceso
referido al trabajo de campo. Dichos manuscritos, consignados
por Sullivan, son los siguientes:
1.
Diario etnográfico, 1935-1936.
2. Notas preliminares, 1932.
3. Diario etnológico de un viaje a Quintana Roo, 1932.
4. Notas de campo. Viaje a Quintana Roo, diciembre de 1932.
5. Notas del viaje a Quintana Roo, febrero de 1933.
6. Quintana Roo: datos generales.
Todos ellos están
entre los documentos dejados por el difunto Robert Red-field
en la biblioteca Joseph Regenstein de la Universidad de Chicago
(Sullivan, 1991: 215).
Resulta muy sugerente
que Villa Rojas haya pensado alguna vez en preparar un apéndice
de su libro en el que, a partir de las abundantes cartas que
habían recibido él y Morley de los dirigentes
mayas, revelara la perspectiva de los pueblos mayas sobre
el mundo y la naturaleza, es decir, su cosmovisión.
Sin embargo, nunca lo escribió (Sullivan, 1991: 171).
En el fondo se
negaba la voz de quienes defendían su autonomía,
en nombre de una tarea civilizadora en la que no tenían
lugar sino como "mexicanizados", de acuerdo
con el discurso indigenista de finales de la década
de los años treinta.
Como parte del
programa de investigaciones en el área maya y bajo
los auspicios de la CIW, Alfonso Villa Rojas se dirige a las
montañas de Chiapas para hacer un reconocimiento entre
los pueblos tzeltales. Acompañado de un intérprete
cruza a caballo por quince municipios durante los meses de
febrero y marzo de 1938. Atrás había quedado
la intensa experiencia con los mayas de Quintana Roo, ahora
se abría a Villa el horizonte de esta región
poco estudiada etnográficamente, a donde llega armado
de una propuesta teórica funcionalista y con la intención
de instalarse en una comunidad para hacer otra investigación
a profundidad.
El reconocimiento era el primer paso para diseñar la
investigación. Las pistas fueron manifestándose
rápidamente al ojo avezado del etnógrafo. Cada
día encontraba "extrañas costumbres"
entre las "tribus" visitadas, como los "clanes
y linajes" característicos de los antiguos mayas,
así como la presencia de una institución de
origen nahua, el "calpul", y la vigencia de "naguales",
entre otros rasgos culturales de origen prehispánico
(Villa Rojas, 1979).
Las notas recogidas
son publicadas en un texto escrito junto con Redfield (1939),
en ella se ofrece una visión general de la región
y una caracterización de sus especificidades culturales.
Por principio, encuentra una marcada diferencia entre las
comunidades de tierra caliente, a cuyos integrantes encuentra
"limpios y hospitalarios", y los de tierra fría:
...cerrados, hoscos,
sucios y aferrados a sus formas culturales. La región
comprende las comunidades de Tenango, San Martín, Cancuc,
Oxchuc, Tenejapa, Chanal y Amatenango, todas las cuales fueron
visitadas por nosotros en 1938. De este grupo me parecieron
más conservadores, retraídos y "primitivos"
los indios de Tenango, Cancuc y Oxchuc, en tanto que los de
Chanal y Amatenango podían considerarse, dentro del
carácter de la región, como progresistas y amigables
(Villa Rojas, 1990: 17).
Villa Rojas elige
entonces una de las comunidades más conservadoras,
Oxchuc, para realizar su investigación etnográfica,
así que prepara su nueva empresa dirigiéndose
a la capital regional, la ciudad de San Cristóbal de
las Casas, Chiapas, para informarse de las condiciones vigentes
en la comunidad, y en la región, para lo cual entrevista
a comerciantes ambulantes, maestros rurales, finqueros y funcionarios
estatales y federales. Consigue apoyos decisivos del jefe
de la delegación estatal del Departamento de Asuntos
Indígenas y, sobre todo, del líder político
de la región, Erasto Urbina, en ese tiempo presidente
muncipal de San Cristóbal, y uno de los más
importantes impulsores de la política indigenista del
cardenismo, organizador del primer sindicato de trabajadores
indígenas, así como de un proyecto político
orientado a formar dirigentes indios para ocupar los puestos
de mando en los municipios mayoritariamente indígenas,
ocupados por ladinos en esos años.
El paraje de Yochib
es el elegido para instalarse y hacer sus investigaciones éste es un paraje lejano de la cabecera municipal,
cerca de un punto donde se encuentran los linderos de Cancuc
y Tenejapa. Villa Rojas reside por veinte meses, la mayor
parte del tiempo con su esposa, pues inicialmente llega solo.
Su estancia cubre dos grandes temporadas, una que va de mayo
de 1942 a abril de 1943 y una segunda que abarca de diciembre
de 1943 a principios de junio de 1944.
Al llegar a Yochib
se instala en el local de la escuela. El maestro del lugar,
ladino, le ofrece todo su apoyo, pues no sólo lo hospeda
en el edificio escolar, también le sirve de intérprete
y lo orienta con respecto a la situación de la gente
del paraje, con lo que puede comenzar prontamente sus pesquisas.
Pocos días después de su arribo, con la ayuda
el propio maestro y los alumnos de la escuela, todos ellos
menores de catorce años, construyen una choza de barro
y techo de palma. Sin embargo, pronto advierte que su condición
de hombre solo le creaba suspicacias entre la gente del paraje
y ello le impedía abordar a las mujeres, por lo cual
trae a su esposa a vivir con él.
Para septiembre
de 1942, Villa Rojas decide alquilar un terreno y construir
una casa más sólida, como las de los ladinos
del lugar, es decir, de bajareque, tejamanil y piso de madera.
Además, al lado construye un corredor, es decir, una
especie de choza, pero sin paredes, en el que instala una
mesa y bancas, donde los visitantes acuden diariamente para
conversar y mirar los objetos llevados por el etnógrafo.
Pronto, dice Villa Rojas, este espacio se convierte en una
institución cultural comunitaria, un espacio social
por el que accede a las discusiones y a las conversaciones
entre los propios oxchuqueros. La presencia de su mujer le
permite, asimismo, establecer relaciones amistosas con otras
familias. Desde un principio, y de manera semejante a como
lo intentó en Tusik, lleva diversos medicamentos que
distribuye, o bien, receta él mismo a la gente del
paraje y de los alrededores, constituyéndose en un
foco de interés cuya presencia es conocida entre los
habitantes de los parajes cercanos, tanto de Oxchuc como de
Tenejapa y Cancuc.
Es importante destacar la aclaración del propio etnógrafo
sobre su desconocimiento del idioma, por lo que tuvo que acudir
a traductores de la localidad, además del propio maestro,
que conocía perfectamente el tzeltal; sin embargo,
apunta que había personas bilingües con un excelente
conocimiento de la cultura que le apoyaban constantemente
en sus recorridos por los ve-ricuetos de la lengua y la cultura
de estos mayas alteños (Villa Rojas, 1990: 21).
El resultado inmediato
de esta otra incursión entre los pueblos mayas son
dos publicaciones: la primera es el reporte de su recorrido
inicial, al que ya nos hemos referido antes; la segunda es
un extraordinario documento publicado muy tardíamente,
sus notas de campo, un texto de más de 800 cuartillas,
difundido en microfilm en 1946, como parte de la Colección
de Manuscritos de la serie Middle American Cultural Anthropology,
en la que aparece con el número 7. Por cierto, en esta
misma serie están los diarios, todavía inéditos,
de Fernando Cámara y Ricardo Pozas.
Para 1990 es publicado
finalmente el grueso volumen con las notas de campo de Villa
Rojas. En la "Introducción" narra las condiciones
en las que realizó su investigación, a las cuales
ya nos hemos referido antes. Lo que resulta importante señalar
aquí es la caracterización cultural que hace
de la región, elaborada en los años cuarenta
y que anticipa evidentemente las generalizaciones de obras
clásicas de la antropología chiapaneca publicadas
posteriormente, como los trabajos de Gonzalo Aguirre Beltrán,
Alejandro Marroquín, Julio de la Fuente, Ricardo Pozas
y Calixta Guiteras entre y otros. Señalemos algunos
botones de muestra.
Villa Rojas establece
una diferencia fundamental en la "cultura regional por
el reconocimiento de la existencia de dos "grupos étnicos",
indios y ladinos ; asimismo, marca el contraste entre la lengua
tzeltal y la diversidad cultural que abarca y la rebasa, algo
que parece difícil de entender hasta ahora, cuando
se continúa hablando de 56 "grupos étnicos"
definidos lingüísticamente y asumiendo una correspondencia
homogénea con la cultura. Para precisar ese constraste,
Villa subraya el etnocen-trismo de las comunidades regionales,
y con ello destaca un problema de suma relevancia en nuestros
días, en virtud de las reivindicaciones de autonomía
por parte de los pueblos indios en la coyuntura de los Acuerdos
de San An-drés: el de las complejas y diversas relaciones
entre la comunidad y las instancias administrativas estatales
y federales, como la agencia municipal, el municipio y el
distrito. En efecto, señala las diferencias sociales
y culturales entre una comunidad y otra, y su estatuto dentro
del municipio, como sucede en el enorme municipio de Ocosingo,
que abarca la mayor parte de la selva.
Es evidente que
los planteamientos etnográficos y teóricos de
Villa Rojas son retomados tanto entre los investigadores que
trabajan en la región, algunos de los cuales son sus
discípulos, como en el discurso indigenista y en el
diseño de los centros coordinadores; lo cual se aprecia
fácilmente en obras como Formas de gobierno indígena
(Aguirre Beltrán, 1953) y La política indigenista
en México (Caso y otros, 1971).
Un dato interesante
es la declaración de la importancia que para su trabajo
tiene la amistad que establece con tres personas, cuyos nombres
consigna, y el que haya cambiado el nombre del paraje en las
notas de campo, pues usará el nombre de Tzajalchén
para el paraje conocido como Yochib.
La estructura del
libro, titulado en su versión impresa Etnografía
tzeltal de Chiapas, mantiene la disposición de los
datos de la versión microfilmada de 1946; organiza
la información en 29 capítulos de muy desigual
importancia, pues mientras algunos abarcan más de cien
páginas, como el "X. Brujería y nagualismo",
otros se reducen a 3 o 4 páginas, como el "X.
Mortalidad" y el "XXII. Mobiliario"; asimismo,
se advierte que los temas no responden a un esquema organizativo
general, sino a tópicos que Villa Rojas considera útiles
de presentar como unidad. Véase, por ejemplo, la existencia
de tres capítulos estrechamente relacionados con la
organización social, como son el "IV. Vida social
y relaciones familiares", el "V. Sexualidad ilícita"
y "VI. Matrimonio y tratos correspondientes".
Finalmente, es
muy interesante el tercer capítulo, "Relaciones
etnólogoindios", en el que consigna sugerentes
notas, como la que se refiere a los cuatro estudiantes de
la ENAH que van a hacer sus prácticas de campo a Oxchuc
y se meten en problemas con la población por diversas
imprudencias, lo cual afecta su situación en la comunidad.
Reporta también la visita de otros alumnos y amigos.
Un dato que remite al estilo del trabajo de campo de la época
es la referencia a la visita de Calixta Guiteras, quien llega
a Yochib el 19 de abril de 1944 y se queda varias semanas,
hasta que el 10 de mayo le visita el cacique de Cancuc para
ponerse a las órdenes de Cali Guiteras, luego, según
se anota, de un llamado telefónico del dirigente regional,
Erasto Urbina. Así, el 12 de mayo, un contingente de
tzeltales se lleva el equipaje y Cali se va a Cancuc para
hacer sus investigaciones etnográficas.
Cada uno de los
capítulos de que se compone el libro está estructurado
en dos partes: una primera en la que se anotan cuestiones
generales, a veces de una manera extensa e implicando la concepción
teórica subyacente, y una segunda, con registros del
diario de campo ordenados cronológicamente y referidos
al tópico enunciado.
Villa Rojas participa
en el Primer Congreso Indigenista Interamericano, celebrado
en Pátzcuaro en abril de 1940, con una ponencia sobre
la organización política de los tzeltales. Antes
había publicado una notas etnográficas sobre
los mayas de Quintana Roo en la Revista de la Sociedad Mexicana
de Antropología, y en la Revista Mexicana de Estudios
Antropológicos, encabezada entonces por Alfonso Caso.
En 1945 publica un reporte de sus investigaciones en Chiapas
en el Boletín Bibliográfico de Antropología
Americana, así como un ensayo sobre "La civilización
y el indio" en la revista del Instituto Indige-nista
Interamericano, América Indígena. Todo esto
muestra la integración de Villa Rojas a las más
importantes instituciones antropológicas mexicanas
de esos años y nos permite advertir el ámbito
en el que su obra encontrará eco. En 1947, finalmente,
se incorpora a la Comisión del Papaloapan y a la política
indigenista del gobierno mexicano. Ese mismo año publica
en la más importante revista de antropología
de Estados Unidos, American Anthropo-logist, lo que es posiblemente
su ensayo teórico de mayor relevancia, "Kin-ship
and nagualism in a tzeltal community, Southeastern Mexico".
La influencia teórica
de Alfonso Villa Rojas en los antropólogos mexicanos
se advierte en primer lugar entre aquellos estudiantes que
lo conocen en Chiapas y con quien es establece relaciones
de amistad, como son Calixta Guiteras, cuyas invstigaciones
sobre las relaciones de parentesco en Cancuc, Chalchihuitán
y Chenalhó se apoyan en los planteamientos de Villa
sobre la comunidad de Oxchuc. Asimismo, los trabajos de Fernando
Cámara sobre los sistemas de cargos, tanto el estudio
comparativo entre Oxchuc y Tenejapa, que presenta como tesis
profesional, como el ensayo más general sobre Mesoamérica,
deben mucho a las enseñanzas de don Alfonso. No digamos
la obra de Rosa Lombardo, de cuyo libro, La mujer tzeltal
(1944), escribe el prólogo. Por otra parte, sus notas
etnográficas sobre los tzeltales y sus trabajos sobre
los mayas peninsulares, particularmente su investigación
sobre la Guerra de Castas, son ampliamente saqueados y plagiados
por los más diversos autores, como él mismo
lo apunta (Villa Rojas, 1979). Otros autores, en fin, han
hecho un abierto reconocimiento a la deuda adquirida con el
trabajo etnográfico de Villa Rojas, como Henning Siverts
(1969) y Robert C. Harman (1974). La influencia de Villa habrá
de ampliarse posteriormente, aquí solamente consignamos
el impacto inmediato de una experiencia etnográfica
empapada en el trabajo intensivo entre poblaciones mayenses.
Conclusiones
La vieja y anacrónica concepción positivista
que sitúa al trabajo de campo como una experiencia
fundamentalmente técnica, empírica, a partir
de la cual se desarrollan las investigaciones, sigue viva
en buena parte de la comunidad antropológica mexicana,
como se advierte en la evocación frecuente a la figura
de Malinowski y al rigor que las investigaciones etnográficas
requieren (Del Val, 1994); es un modelo a seguir, ciertamente,
pero no podemos desconocer las condiciones históricas
en que se realizan las investigaciones. El vínculo
entre el trabajo de Malinowski y la política colonial
británica ha sido señalado por diversos autores
y, por otro lado, las condiciones en que se desarrollan las
investigaciones etnográficas en México, y que
le otorgan particularidades de excentricidad (Medina, 1996),
exigen una reflexión cuidadosa sobre el quehacer del
antropólogo, pues de ahí parten implicaciones
de orden teórico y epistemológico.
La rica experiencia
de Alfonso Villa Rojas es un magnífico ejemplo en el
que se han generado diversas pistas que nos conducen a reconocer
la trama del poder en la que se inserta. El marco más
general corresponde a la política de Estados Unidos
hacia América Latina, al establecimiento de sus fronteras
imperiales en forcejeo geopolítico con Inglaterra y
Francia en la coyuntura de las dos guerras mundiales, luego
de las cuales, por cierto, se consolida la hegemonía
estadunidense como potencia mundial.
Un protagonista
central en la configuración del trabajo del que Villa
Rojas forma parte es el arqueólogo Sylvanus G. Morley,
quien ingresa a la CIW en 1914 con un proyecto para el estudio
de la zona maya (que abarca a México y varios países
centroamericanos). Con el estallamiento de la Primera Guerra
Mundial, la mayor parte de los arqueó-logos que trabajaban
en Centroamérica, incluyendo a Morley, se incorporan
a las labores de espionaje de la Armada de Estados Unidos,
sin dejar de reali-zar sus investigaciones. Situación
que sería denunciada por Franz Boas, y actitud que
le valdría ser expulsado de la American Anthropological
Association (Brunhouse, 1971).
Para 1923, el proyecto
de Morley crece y se instala en la hacienda de Chichén
Itzá, en cuyo terreno estaba la zona arqueológica,
propiedad del célebre cónsul de los Estados
Unidos, Edward Thompson, saqueador del Cenote Sagrado. En
este proyecto participa lo más granado de los arqueólogos
mayistas de la época, y en un momento de su desarrollo
involucra a diferentes científicos para convertirse
en un ambicioso programa interdisciplinario. En este contexto
surge el proyecto de investigaciones dirigido por Robert Redfield,
que se inicia en 1930 y al cual se adscribe Villa Rojas, como
ya lo anotamos.
A este desarrollo
institucional hay que ubicarlo en un contexto político
que incide de diversas maneras en las investigaciones de Redfield
y Villa Rojas; se trata de la situación de Belice como
una base de la actividad política y militar de Gran
Bretaña, de la cual era colonia en esos años.
En esta política tenían un papel los rebeldes
mayas cercados por el ejército mexicano en el territorio
de Quintana Roo; los británicos habían provisto
de armas a los mayas y éstos los buscaban, tanto para
conseguir municiones como para establecer algún tipo
de alianza político-militar (Sullivan, 1991).
Aquí es
donde aparece Morley, pues para apoyar el trabajo de Redfield
y Villa Rojas insinúa de diversas formas su potencial
diplomático para acceder a las necesidades de los mayas,
un ejemplo de ello es su aparatosa expedición a X-Cacal
Guardia. Esta situación genera tensiones de diferente
tipo e incide en el conjunto de las investigaciones etnográficas.
Sin embargo, los textos de Villa Rojas no traslucen el trasfondo
de las relaciones de poder en que se situaban, ni mucho menos
los de Redfield, pues como lo apunta Paul Sullivan:
Villa omitió
muchas cosas: el insistente cortejo de los oficiales y sus
esfuerzos para conspirar con Sylva-nus Morley; las tensiones,
dudas y temores de ambas partes; la sustancia misma de las
interacciones cotidianas de Villa con los oficiales mayas.
Los reiterados pedidos de armas a los Estados Unidos figuran
una sola vez en el libro de Villa, y como algo que "un
hombre dijo". En el libro de Redfield (...) se menciona
que los mayas de Quintana Roo habían sido amigables
con los británicos y luego con los norteamericanos;
que en una época no era "infrecuente" que
fueran a Honduras Británica... (Sullivan, 1991: 171).
El enfoque de Redfield,
por otro lado, diluye la articulación de los mayas
con el mundo; le gustaba presentarlos más como "primitivos"
y como campesinos aislados en su universo indio. Asimismo,
restaba importancia al interés de los mayas por establecer
vínculos y alianzas con los representantes de las potencias
que les permitieran defender su autonomía y resistir
la amenaza bélica del ejército mexicano (Sullivan,
1991: 175).
En cuanto a las
investigaciones etno-gráficas de Villa Rojas en Chiapas,
bajo los auspicios de la CIW, la red en que se insertan es
la que corresponde a la configuración de la política
indigenista bajo el gobierno cardenista, sin desvincularse
de las instituciones antropológicas de los Estados
Unidos. El ingreso y la instalación de Villa Rojas
en Oxchuc es posible por el apoyo que le dan el Departamento
de Asuntos Indígenas y el Gobierno del Estado de Chiapas.
Por otro lado, su experiencia profesional le permite instruir
a la primera generación de estudiantes de la ENAH,
que hacían trabajo de campo bajo la dirección
de Sol Tax, un brillante antropólogo de Chicago, compañero
de generación de Villa Rojas, que había sido
comisionado por su gobierno para asentarse en México
y participar en la organización de la enseñanza
de la antropología en la ENAH (Kemper, y Medina, 1999).
La situación
de poder en el paraje de Yochib se define tanto por el apoyo
de las autoridades de San Cristóbal de las Casas, como
por el papel decisivo que juega Erasto Urbina con Calixta
Guiteras, que seguramente fue el mismo que respalda a Villa
Rojas. Una condición semejante se da en relación
con el maestro ladino que lo introduce a las familias del
paraje. En ningún momento tuvo que recurrir Villa a
explicaciones o documentos para justificar su presencia, como
sucedió en el caso de los mayas rebeldes, bastó la palabra del maestro ladino.
Finalmente, la
presencia de Villa Rojas como director del Centro Coordinador
Tzeltal-Tzotzil, desde 1955 está relacionada, en un
grado que está todavía por investigarse, con
la instalación de los grandes proyectos de investigación
de las universidades de Harvard, Chicago y Stanford, que se
inician en los años cincuenta y desarrollan una intensa
actividad, como consta en las contribuciones hechas por sus
estudiosos a la etnografía de los pueblos mayenses
de Chiapas.
Así pues,
reconocer la trama histórica en la que se sitúan
las investigaciones etnográficas nos permite conocer
mejor las condiciones específicas de la producción
científica y con ello las particularidades institucionales,
académicas y políticas que contribuyen a darle
a la antropología mexicana su tono propio, excéntrico.
Autor
del artículo. Instituto de Investigaciones Antropológicas,
UNAM.
Con la autorización de Ciencia Ergo Sum. Revista
Científica Multidisciplinaria de la Universidad Autónoma
de Estado de México. Vol. 10, No. 2, Julio de 2003.
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