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INCURSIÓN AL LABERINTO DE LIBROS DONDE VIVE UN SABIO YUCATECO






Don Alfredo Barrera Vásquez es un pozo de ciencia. Un gobernador dijo una vez de él: "Es simple y sencillamente un sabio". Así es. Nació para serlo. Y ha vivido intensamente, no solo su profesión de antropólogo internacional, sino de experto en Paleografía, que es el arte de leer la escritura y signos de los libros y documentos antiguos.  

Pero para ser un paleógrafo como lo es don Alfredo, es imperativo doblegarse ante el peso indefinido de papeles, documentos, libros y complicados laberintos de la vieja escritura no apta para profanos. Es una profesión que crea hábito, dijo alguien. Y nunca se había dicho una verdad tan grande.

Mayista extraordinario, el prestigio de don Alfredo ha dado la vuelta al mundo muchas veces. En casi todos los volúmenes de investigaciones sobre la Península, hechas por científicos de Norteamérica y Europa, el nombre de Barrera Vásquez aparece en el índice bibliográfico, y se le menciona en repetidas ocasiones en el correr del texto.

Acudí ante este yucateco distinguido con el pretexto de que, con su amabilidad irrestricta –así me ha tratado siempre- y su franqueza y sinceridad que jamás lo han abandonado, me revisara las copias de otras de mis pasiones localistas" en la que abordo un tema injustamente olvidado o minimizado. Se trataba de un "manuscrito", como llama don Alfredo a esas copias o borrador de un proyecto en ciernes, y que tal vez en un futuro no lejano podré llevar al impresor...

Soy alérgico a las entrevistas prefabricadas. Prefiero enviar un cuestionario para que el interesado responda por escrito con toda calma y luego me lo retorne. O como en el caso que hoy me ocupa, ir a sostener una plática de amigo, sin nada previo, sin bloques ni lápices. En el desarrollo del diálogo surgen las ideas y las noticias que deben ser tratadas en el laboratorio que cada quien tiene. Nadie debe imaginar que la visita es una entrevista, o la antesala de un reportaje... ni uno mismo.

Es así como se logran las cosas humanas; al natural.

 

Una ermita dentro de una selva de libros



    En los límites de las colonias San Damián y Pensiones, esta la acogedora casa de don Alfredo Barrera Vásquez. Vegetación exquisitamente seleccionada crece, ya domesticada, en forma exuberante, y forma en torno a la atractiva residencia un cordón reconfortante que amortigua los ruidos satánicos de la ciudad y oxigena el ambiente

    Es una partícula de la naturaleza que ha podido ser salvada de la vorágine citadina. Pájaros durante el día.. zancudos vampirescos en las noches. Si acaso, el aullido interminable de los ventrudos canes lejanos de razas indefinidas, rasgan el silencio vigorizaste de esa Ermita de Barrera Vásquez.

    Pero, ¡Hay silencio!.. Ese tesoro del que hemos sido despojados a causa de hombres irresponsables y agresivos, apoyados por autoridades ególatras o incapaces, que auspician con su acomodaticio proceder este clima de anarquía que estamos viviendo. Yo estoy tapiado de un oído, y puedo hablar de ruidos desquiciantes de la urbe, porque por esa única vía auditiva se concentran en una infernal sinfonía, los escapes deteriorados, por uso y también por delictuosa premeditación tendiente a romper la paz y el silencio; los motores hechos para movilizar vehículos ya han degenerado en armas para un "lento genocidio".

    Nada de estos dramas en la Ermita de don Alfredo. Donde un clima tranquilo, estimulante, es capaz de regalarnos unos años más de vida, a condición que demos la espalda al torbellino de la ciudad que enloquece.

Es el hijo de don Alfredo quien nos franquea la puerta de la calle, como si fuera parte de una rutina de semanas, de meses, de años. Nos dirige hacia el risueño camino que sinuosamente termina a las puertas de la Ermita. Interrumpo una consulta, estrecho manos, y algo cohibido tomo asiento, discretamente desligado de la plática en inglés.

    Allá a ese santuario de cultura y de historia, acuden todos lo que necesitan de un cuadrante para llegar a su meta. Maestros, alumnos, investigadores, científicos, escritores, amigos afectuosos y amigos curiosos.

    De todo el mundo, es la Gran Bajada hacia el conocimiento de la cultura maya. El joven que hablaba inglés a quien interrumpí, se despide, Don Alfredo es amable explicándome:

    "Este joven llegó a Yucatán exclusivamente para aprender la lengua maya..."

    Le respondo sólo para corresponder a su amabilidad, que era de admirar a esos primos que logran aprender la maya con más rapidez que nosotros el inglés...

    "Ninguna admiración –me contesta don Alfredo enérgico-, es que ellos vienen a lo que vienen. A no perder el tiempo..."

    He llegado al fin a esa Ermita dentro de una selva de libros importantes, valiosos, de ediciones ya extinguidas. Los libros están por doquier. En las mesas, escritorios, closets, debajo de la cama y hasta en el baño. Cajas y más cajas, aún sin abrir, salpican todas las piezas de la casa. Algo realmente impresionante.

 

Mi "Manuscrito"

    Hablamos de esas mal copiadas hojas de mi "manuscrito". Me hizo claras y frontales observaciones. Sugerencias sabias y afectuosas. Me hizo notar ciertos requisitos que podrían darle valor de documento importante a mi trabajo. Pero me estimula, como sólo él sabe hacerlo, con un calmada aparente fría opinión:

    "El tema es muy interesante. Muy poco tratado como debiera. Tanto que considero importante no realizarlo con precipitación..."

    Y continuó con sus amables y valiosos consejos:

    "Hágalo con más calma. Consulte más libros. Hay que buscar con gran paciencia, porque, repito, el tema nunca ha sido tratado con esa amplitud. Bien vale la pena dividir lo que es el objetivo básico de la parte amena y pintoresca de su relato. Sin tanto espíritu periodístico, y yéndose mucho más hacia lo académico..."

    Me la pone difícil don Alfredo. Jamás me las he dado de escritor o historiador. Pero sí me enorgullezco de sentirme periodista. Con experiencia de más de cuarto siglo en nuestro medio. Pero claro, así se puede apartar la seriedad del tema histórico, de la reseña informal de las jornadas de viaje. Tal vez partiendo el volumen en dos aspectos o dos partes. Como periodista asalariado que tenemos que ser para sujetarnos al oficio, la faena es doble, porque debo robarle horas al descanso y al sueño para no salirme de la ruta verdadera del periodismo. Al menos yo, si no escribo, no me siento periodista. En el periodismo, claro, hay de todo. Obreros, burócratas, empresarios, financieros...

    Pero fui por un consejo y lo recibí profundamente agradecido.

    Don Alfredo se incorpora y me lleva por mesas y anaqueles. Libros por todas partes. Me muestra el manuscrito de Fray Diego de Landa, el Códice Pérez. Me comenta lo mal que se siente cuando se entera que un manuscrito del Siglo XVI o más antiguo es utilizado para la edición de un libro sin el elemental respeto al original. Deben respetarse estrictamente los términos en que los frailes identificaban las cosas. Son parte de nuestra historia. No debemos cambiar nombres utilizados en la época del manuscrito por los del presente. Hacerlos legibles es lógico, pero no distorsionarlos.

    "¿Qué hace su hijo? No podría llegar hasta acá para acumular más datos sobre su proyecto de libro?", pregunta al reiterar su ayuda. Le digo que termina ya la carrera de antropología, pero trabaja como promotor de Reforma Agraria en el Sur del Estado, de lunes a viernes, en el campo. Luego, tres días en Mérida los aprovecha para estudiar y mantenerse al día... "No, no podría hacerlo. Debe llegar cansado y con otras preocupaciones. Piense en otra persona para que le ayude a ese trabajo editorial tan interesante. Yo me encargo de proporcionarle las fuentes, los documentos..."

    En esta forma termina el objetivo de mi visita. Pongo en el mismo sobre mis "manuscritos" revisados por don Alfredo, con valiosas anotaciones al margen, y en la mente, la tonelada de indicaciones y consejos. Su señora esposa me invita a lo que desee, le acepto por su amabilidad, una botella de agua mineral que comparto con mi anfitrión. La parte culminante de "mi otro objetivo" ha llegado...

 

¿Y el Diccionario Maya ha concluido?

    No podía dejar pendiente este punto. Obra calificada como maestra por todos los enterados de este magnífico proyecto de Cordemex. Un trabajo que yo, en lo personal, consideraba como uno de los grandes de don Alfredo. Le pregunto el porqué no trabajaron en ese proyecto mayor número de mayistas, de jóvenes ansiosos de participar en esa trascendental tarea.

    "Qué más hubiera deseado que reunir en ese trabajo a decenas de mayistas jóvenes o adultos. Pero no era posible. Yo simplemente era el director de ese trabajo; Brito Sansores y Bastarrachea los recopiladores, escrutadores de decenas de libros, y manuscritos. Todo aquello llegaba hacia mí para revisar o corregir. Es una tarea sumamente delicada. Para personas con experiencia en el manejo de volúmenes, de fichas y que supieran halar lo que buscamos. Pero había un manuscrito y un término, lo que ya no dependía de mí en lo absoluto".

    -Pero supongo que el diccionario ha terminado.

    "De ninguna manera. Quedó a medio camino. Además lo ya hecho está inconcluso..."

    Nota sin duda mi extrañeza y sigue hablando con voz pausada, algo cansada, porque es el término de un día, que como todos, es de constante actividad.. Y me aclara:

    "Ha terminado una primera etapa, la parte maya-español. Está ya en la imprenta, pero si yo fui designado director, y así yo exigí tanto para que fuera un verdadero trabajo que nos enorgulleciera a todos... quizá el diccionario de esa índole más completo de la historia; no veo por qué motivos, sea tiempo o presupuesto, no se llevó a un final adecuado como haberme dejado la responsabilidad de la corrección de pruebas. Usted bien sabe que hasta en un folleto cualquiera, hay que corregir originales, corregir luego lo corregido, corregir las pruebas falsas que nos entrega el impresor y aún después, hay que volver a dar una revisada porque nosotros mismos, que la hicimos de correctores, tenemos también que corregirnos...

    "Y al tomarse la drástica medida de enviar originales al impresor de la capital de la República, marginando mi participación decisiva como director de ese trabajo automáticamente me margina de todo lo que pudiera acontecer a causa de fallas inevitables, lógicas, humanas sobre todo allá en la capital, donde a los obreros y los impresores se les debe complicar hacer originales en lengua maya..."

Los dos personajes sentados en traje: El que duerme es el profesor Alfredo Barrera Vásquez, Director del Instituto Yucateco de Antropología e Historia y Licenciado Francisco Repetto Milan, Rector de la Universidad de Yucatán.

    Efectivamente así sucedió. El antropólogo Juan Bastarrachea, quien cooperó en los trabajos del Diccionario, viajará a la capital para allí dedicarse a corregir las pruebas falsas, antes de la impresión definitiva. Pero don Alfredo Barrera Vásquez, nombrado director del trabajo de largos meses y elevado presupuesto, nada tendrá que ver con lo que suceda...

    "No deseo que suceda nada –advierte don Alfredo- porque a nadie puede satisfacerle. Pero cada quien tiene su criterio y su objetivo. A quienes patrocinaron esa primera parte del Diccionario, les ha parecido que desde el día 31 de agosto cesaron totalmente mis funciones como director de la obra, y al mismo tiempo la responsabilidad final sobre errores que pudieran sobrevivir. Y así quiero hacerlo constar para salvaguardar mi profesionalismo. Si me he doctorado en filología, no ha sido para mancillar mi trayectoria a estas alturas..."

    El Diccionario Maya no debe dejarse trunco. Ha sido muy loable ese esfuerzo de Cordemex para echarse a cuestas esta primera parte encomendándole a la persona más indicada, no del medio, sino del mundo, como lo es el maestro Alfredo Barrera Vásquez. Si la primera parte (maya-español) esta ya en proceso, ojalá pudiera lograrse la segunda (español-maya) que esta prácticamente recopilada, y únicamente necesita ser ordenada y redactada. Un diccionario español-maya sería sin duda mucho más popular que la primera etapa, por obvias razones. El material utilizado en el trabajo fue algo increíble: libros, folletos, diccionarios, manuscritos, códices, grabaciones, relaciones coloniales, etc.

    ¡Tan raro que una empresa, sea privada o semioficial disponga de presupuestos para obras culturales como la que Cordemex ha emprendido con unánime aprobación de la opinión pública.

 

Las piezas del museo

    Caminamos por todas las piezas de esa casa accesoria a la que realmente es residencia familiar, porque la Ermita se ha dividido en dos partes Quedo absorto ante tantos volúmenes. Pero sobre todo, por tanto volumen tan valioso. Datos de ayer y de hoy; datos para el futuro. Enciclopedias de todo lo que conforma el mundo de la naturaleza. Documentos de incalculable valor histórico...

    Los libros de Ebtún de Ralph Roys –copia fiel de los manuscritos que obran en poder de custodios de esa comisaría de Valladolid – tienen lo que pudiera ser la más importante relación de las cosas agrarias en los Siglos XVI y XVII, con detalles de notable interés. Hojeamos el más reciente libro de Alfonso Villa Rojas, yucateco distinguido que con su investigación y estudio antropológico del pueblo maya de ayer y de hoy, ha legado a Yucatán y al país, notables trabajos sobre todo de los últimos "mayas independientes"

    "¿Ya conoce el manuscrito de Landa...?" me pregunta don Alfredo mientras abre un libro cuidadosamente empastado en el que están las copias de negativos fotográficos, del que ha sido el primer libro de historia de Yucatán que se conozca, báculo de todos los que buscan por donde iniciar su camino hacia las cosas de Yucatán. Ese libro (Relaciones de Yucatán) tiene los únicos planos de los edificios prehispánicos de Izamal y T'Hoo, tal como los encontraron los conquistadores. Nervioso, pasé las hojas del Códice Pérez, un relato hecho con extraordinaria nitidez... nos perdemos los dos en esa selva de libros.

    La plática se va desgranando fácilmente. Es algo muy especial hablar "de lo que nos gusta" precisamente con quien todo lo sabe. Recordamos los trabajos de don Alfredo en la Somalia donde adquirió meritorios galardones mundiales, de su esfuerzo mayista para divulgar la lengua nuestra, de sus trabajos al lado de Morley con quien D. Alfredo trabajó intensamente hasta sus últimos días en Chenkú.

    "Estreché mucho más mis lazos de amistad con Morley cuando por motivos de tipo político me refugié en Chenkú. Allá participé en la elaboración de su celebre libro La Civilización Maya. Es más yo trasladé los originales a la editorial en la capital de la República. Era un hombre dinámico, exagerado en sus metas. Se obsesionaba en una tarea hasta llevar a todos los que estaban junto a él por el mismo camino. Lo admiré mucho, y él me estimó también..."

    En la dedicatoria de su libro, que don Alfredo me muestra con justo orgullo, está todo el sentir que Sylvanus Griswoold Morley tenía hacia don Alfredo, desde que lo conoció cuando era un inteligente estudiante de la escuela de Bellas Artes de Mérida.

El profesor Alfredo Barrera Vásquez,
expone durante una reunión en la Escuela de Antropología.
Fotografía tomada el 22 de enero de 1973

    Se han encendido ya las luces pusilánimes de esa calle pacífica. Sin pavimento, flanqueada por grandes promontorios de tierra con raíces y piedras, que el Ayuntamiento acumula con planes de bacheo.

    La Ermita de don Alfredo está ubicada en un padecido -de los últimos pedacitos- de las viejas colonias aledañas a Mérida. Cuando por las noches dormíamos arrullados con el croar de los sapos-toro y quemábamos hojas de ciprés para ahuyentar el mosquito; que aún no invadía la ciudad, hoy ahogada entre almácigos de pozos colectores de aguas negras, sumideros y fosas sépticas agrietadas, o charcas gigantescas de desperdicios de alguna industria que no cree en asentamientos humanos y mucho menos en el prójimo...

    Nos vino a la memoria, entre los naranjos y plantas de ornato de La Ermita de don Alfredo, en medio de una reconfortante y deliciosa penumbra, el recuerdo de nuestros años de vivir en los entonces "montes altos" de Peto y Quintana Roo, o en el pueblo mismo, en una semioscuridad que comenzaba al ocaso.

    Don Alfredo –preguntó- ¿se enteró usted de esos dimes y diretes sobre ciertas piezas del museo en una bodega de la penitenciaría...?

    "Naturalmente. A mí me toco la etapa del agitado y sorpresivo traslado del viejo local de la calle 61. Complicado, más que sorpresivo. Precipitado podría decirse. Como el transporte corrió a cuenta de los propietarios del hoy establecimiento, tuvieron que hacerlo con la premura que les interesaba. No fueron manejadas esas piezas como debieron hacerlo, muchas se deterioraron en la maniobra de carga y descarga. Una parte se alojó en la bodega de Ceimsa en la colonia México y otra en la Penitenciaría..."

    Dice bien don Alfredo, yo fui testigo de ese violento manejo. Yo vi bajar la enorme replica del Chacmol lanzándolo desde un camión carguero al pavimento contra un neumático, yo también vi caer pedazos de algún retablo o de columnas salomónicas; partículas de locetas o "azulejos de algún mueble histórico, regados en la cama de un camión..."

    "Yo me limité a inspeccionar lo que estaba ya depositado. Estuve pendiente siempre mientras fui responsable de las llaves. Por qué se hizo ese manejo tan brusco o qué sucedió después de volver yo las llaves, no fue de mi incumbencia, ya que actué recibiendo órdenes superiores. En la bodega del penal había, me parece, mucha réplica y también piezas valiosas..."

    Lo extraño es que se hubieran llevado a la penitenciaría y allá hubieran quedado durante 18 años.

    "Lo que yo supe, precisamente por la superioridad, es que allá en el edificio del penal se levantaría un nuevo museo con las adaptaciones correspondientes. Es posible ya que desde entonces existía el deseo de construir un nuevo reclusorio. Pero nunca se hizo; ignoro por qué razones, ni tampoco me correspondía indagarlo... Como tampoco era yo quien hubiera podido impedir que se trasladara el museo en forma tan precipitada, cuando carecíamos de un sitio para alojar las piezas que allá existían".

    En tanto la señora esposa de don Alfredo aproxima el vehículo en el que inmerecidamente me ofreció llevar hasta la ciudad, al saber que yo siempre he sido de infantería. Don Alfredo me revela que tiene muchos trabajos en proceso principalmente uno sobre etnobotánica para apéndice del Diccionario Cordemex al que está actualmente dedicado.

    Un abrazo culmina agradables horas de plática cuando los grillos han iniciado el coro nocturno dando más solemnidad a esa acogedora soledad, milagrosamente ganada a la ciudad turbulenta.

    Estamos convencidos que don Alfredo Barrera Vásquez está ahora pagando, con su agobiante trabajo investigador e intelectual, sus años de estudio, de permanente actividad mental, de doctorado, de sabio...

    Novedades de Yucatán. Mérida, Yucatán. Domingo 24 de septiembre de 1976.





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