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YUCATECO VALIOSO, MAESTRO INSUSTITUIBLE,
CONOCEDOR DE LO NUESTRO, ESO ERA DON ALFREDO





Dr. Alfredo Barrera Vázquez, el sabio yucateco que falleció
el 28 de diciembre de 1980 a los 80 años de edad. La gráfica
corresponde al momento en que recibió la medalla “Eligio Ancona”.




¡Como si hubiera vivido cien años más! Lo veía venir. Sin comentarlo, claro, pero lo veía venir. Mis contactos con Don Alfredo Barrera Vásquez fueron mayormente por teléfono. Cuando se es de infantería permanente, no es fácil movilizarse en esta Mérida cada vez más desquiciada. Así se lo decía yo las veces que cruzábamos algunas frases. El me respondía: Bueno, yo tampoco puedo andar de aquí para allá...".Le consulté siempre.

    No precisamente el uso y escritura de palabras mayas necesarias en algún artículo, sino le pedía su opinión sobre planes o proyectos para algún trabajo histórico.

    Cuando se sabe, como él sabía, hay que enseñar al que no sabe.


Con su equipo de trabajo en 1976. Los nueve componentes que con Don Alfredo hicieron posible la realización del Diccionario Maya Cordemex en un tiempo que para los conocedores fue record.

    No hace muchas semanas abordó el tema de la colección numismática perteneciente al museo. Le preocupaba sobremanera que pudiera achacarle alguna deficiencia.
Me dijo una mañana:

    "Me gustaría que fuera recibida debidamente por quien hoy sea responsable, para así saber yo si debo o no enmendar alguna falla ya que fui responsable anteriormente...".

    Le aseguré que nada anormal podría ocurrir. Mucho menos achacarle a don Alfredo alguna irregularidad.

    En otra ocasión le pregunté si no tenía idea del paradero de aquella célebre carroza que dicen sirvió a Carlota Amalia en su visita a Yucatán y también al Obispo Carrillo y Ancona. Era una interrogación de casi todos los que conocimos aquel museo de la calle 61...

    "Te diré con franqueza. La última vez que tuve oportunidad de verla fue en el corralón donde se depositaban autobuses, allá por la sesenta sur. Ni estaba bajo mi cuidado y mucho menos bajo mi responsabilidad. En el museo que recibí en el Palacio Cantón no había carroza alguna...", fueron las palabras de don Alfredo.

    Casi diariamente iba a la penitenciaría del Estado –"Juárez" entonces- para checar las piezas que allá estaban depositadas desde que fue desmantelado el museo de la calle 61 en los años 60. Para quienes no recuerdan, donde hoy existe un estacionamiento, era el complemento del viejo museo. En el costado norte de Catedral.

    "Muchas de estas piezas -comentaba don Alfredo- son nada más réplicas, o maquetas de yeso. Hay otras muy interesantes. Quien sabe dónde podremos acomodarlas..."

    Esas piezas de "la peni", fueron al fin distribuidas. Algunas fueron a dar a la Ermita, otras a una caverna del sur de la ciudad, las cruces y sus bases en los cruceros de las calles 61 por 60 y 59 por 60, el saldo al museo efímero de San Sebastián. Ojalá todas se hubieran recuperado, o al menos saber su último destino. Realmente era un poco complicado ser responsable de objetos distribuidos en demasiados sitios diferentes.

    Las veces que hacía mención de él, en la forma que fuera, tomaba el teléfono, y en esa su peculiar forma de expresarse, me daba las gracias. Jamás me dejó de llamar por teléfono. Apenas hace unos días me pidió, en calidad de compra, dos ejemplares de la segunda edición de mi libro "Puuc".

    "Tengo acá dos amigos extranjeros que van a visitar la región Puuc. Deseo obsequiarlos con dos de sus libros sobre ese lugar y quiero que me los venda..."


Alumnos de la Escuela de Antropología, con motivo de que el maestro cumplía 70 años de edad

    Obvio es advertir que tuve la satisfacción de enviárselos, pero como anticipaba que no se los cobraría, me envío dos de los libros escritos por él, con una tarjeta que conservo.

    Para algunas personas, don Alfredo Barrera Vásquez era un personaje de controversia. Es sumamente cerrado, es celoso en algunas situaciones, es afecto a imponer su criterio, es egoísta en cuanto a su sapiencia... eran algunas de las expresiones que escuchamos en alguna ocasión.

    La verdad es que nunca tuvo para mí alguna de esas poses. Era muy exigente, eso sí. Exigente en cuanto a la veracidad de los hechos. Receloso en algunos casos, como el del equinoccio. Cauto –muy cauto- cuando se le exponía un punto de vista que disentía con el de él pero nunca –al menos conmigo- intentaba entablar por eso una polémica ni destruir las ideas de otras personas...

    "A mí me parece que la tesis de fulano puede estar equivocada, por esta razón... porque de acuerdo con mengano, perengano, etc., las cosas debieron suceder de esta forma"

    Era así como podía rebatir algún planteamiento. Pero tenía que ser un planteamiento que fuera llevado hasta él, y que se le hubiera pedido su opinión. Nunca fue en busca de problemas con nadie.

    Yo le llevé un buen día un montón de cuartillas del original de un futuro trabajo biográfico-periodístico que "estoy a punto" de enviar a la imprenta. Le pedí en una nota, que por favor le leyera sin prisa y corrigiera y me diera su opinión. Después de cuando menos dos meses, una mañana me llamó por teléfono:

    "Don Luis –la verdad, siempre me trató de usted pese a suplicarle no le hiciera porque me sentía mal-, aquí tiene usted unos manuscritos que creo necesita. Mande por ellos, pues no confíe en que yo salga pronto a la calle..."

    Pero preferí yo ir por ellos. Una tarde estuve escuchándolo. Aproveché captarle la foto que nuevamente ofrezco, y que utilice cuando le hice un breve reportaje. Doña Gloria me sirvió un café; don Alfredo me puso a la vista los más raros como notables volúmenes relacionados con Yucatán. Entre ellos una copia de las Relaciones de Landa exacta del original, del puño y letra de Fray Diego. Y hablando de aquel "mi manuscrito", con cierta cautela me dijo:

    "Ya leí su trabajo. Permítame sugerirle que separe la parte periodística, donde relata usted su travesía, de la parte académica o biográfica. Creo que quedará así mejor. Pero no interprete esto como una crítica, sino más bien como la sugerencia de un buen amigo.

    Y luego comenzó a marcarme, al margen de los originales, la forma correcta de escribir esta o aquella palabra, el dato bibliográfico de la fuente informativa; me puso delante los Libros de Ebtún, la geografía de Roys, y quién sabe cuántos volúmenes más de los que mencionaba en ese "mi manuscrito"..."


El Profr. Barrera Vásquez recibe de las hermanas Santa Cruz de Ovieda, como donativo al Instituto Yucateco de Antropología e Historia, el retrato del distinguido yucateco, abuelo de aquellas, D. José Jacinto Cuevas

                                            Después de escucharlo me dijo:

    Procure mandar a alguien si no tiene tiempo, para que yo siga cotejando todas las menciones que hace para ratificar su veracidad; ya sabe, lo que pueda servirle o en lo que yo pueda servirle..."

    Así lo hice. Mi hija María Noemí, vecina de don Alfredo, me hizo favor de ir por varias semanas, por las tardes, a checar mis originales. Le ponía a disposición todos los libros que él consideraba debían ser revisados. Hasta que al fin decidió poner en marcha el proyecto del nuevo libro, que espero editar el año próximo algún día.

    Todo esto lo he querido mencionar para presentar al don Alfredo que conocí, al que me presentó en Uxmal a Sir Eric Thompson cuando le hicieron un homenaje al gran investigador; al amigo, al maestro sin par que en forma permanente, estimulante, cariñosa, me animó para no dejar de hacer trabajos de investigación sobre Yucatán; al que siempre me sugería que esos trabajos periodísticos fueran rescatados en forma de libros o folletos para preservarlos...


Profesor Alfredo Barrera Vásquez

    "Yo guardo todos sus trabajos y los leo con interés; pero no es fácil archivar periódicos", me dijo en una ocasión mientras me llevaba hasta el rincón de su casa-estudio, en la que había –hasta en el baño- cajas de libros sin abrir, porque no tenía los suficientes anaqueles para archivarlos...

    Tuve la oportunidad de expresar mis condolencias a doña Gloria, su hoy viuda, unas horas después del tremendo impacto. Ella bien sabe que todo lo aquí dicho es la verdad. Sabía cómo yo quería y respetaba a don Alfredo, y no ignoraba el afecto que siempre demostró dentro de su solemne, flemático, a veces adusto estilo de manifestarse...

    Aunque don Alfredo estaba enfermo, se sentía cansado, y tal vez hoy ya esté descansando en paz, para mí y para muchos otros, hubiera sido preferible que viviera cien años más. El vacío, que ha dejado, no podrá ser ocupado, pienso, jamás.

Novedades de Yucatán, Mérida, Yucatán





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