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Mayistas



Sylvanus G. Morley






Su última visita a Chichén en 1941.- Chenkú, el oasis del inquieto arqueólogo.- El impuso el nombre a la zona arqueológica de Bonampak en 1947.- Guatemala lo colmó de honores.- ¿Por qué nadie ha tratado de hacer justicia póstuma a quien sacó de la selva y de la indiferencia a Chichén para transformarla en lo que es hoy?

Luis A. Ramírez Aznar

     Para la elaboración de este merecido homenaje a Sylvanus Griswold Morley o Vay, dos personas colaboraron como informantes del Sr. Luis A. Ramírez Aznar : doña Carmen Gómez Rul viuda de Barbachano Peón y don Alfredo Barrera Vásquez.

    Don Alfredo, abundó en detalles muy interesantes sobre los últimos años de acción de Morley. Decía que cuando Villa Rojas y él, por recomendaciones de Morley fueron hasta Tusik para tranquilizar y orientar al capitán Concepción Cituk, allá andaban tensos porque hasta hablaban de “declarar la guerra” al general Melgar, porque sin la sensibilidad imperativa para estas situaciones, había irrumpido con sus funcionarios, en las tierras mayas de Quintana Roo.

Dicen que van a otorgar certificados agrarios de propiedad de las tierras- habría dicho Cituk y Evaristo Sulub -pero ellos están repartiendo lo que es de nosotros...”

    La intervención hábil e inteligente de Villa Rojas, quien vivió una buena temporada, con su esposa, allá en Tusik, desde donde podía movilizarse a X’Cacal, Señor, y otros lugares importantes para sus estudios, y la oportuna entrevista de Barrera Vásquez con Melgar, allanó el camino y evitó, cuando menos, muchas tensiones. Yo recuerdo que fue Evaristo Sulub el último de los reacios jefes mayas en disciplinarse, ya que en Dzulá, en los años veinte, hubo necesidad de enviar tropas federales en algunas ocasiones, y no fue nada agradable para las tribus mayas.

    Pero tampoco olvidó que ciertos malos elementos de la Federación de Cooperativas de entonces, cuando iban con sus arrias, armados, y con desplantes inaceptables para esa gente que vivía su vida sin interferir con nadie, casi les arrebataban las marquetas de chicle. Fui un amigo del Cabo An (Anselmo Tamay) y del teniente Poot, porque 2 o tres años hice negocios con ellos en el área de Xyatil e Xpechil y otros sitios en la vieja ruta de Santa Cruz. Ellos eran obligados a aceptar “vales” por el chicle que entregaban, los tenían que ir a cobrar a Chetumal.

Pero volvamos a Morley

    Nuestro personaje llegó al año de 1940 cansado. Decidió dar por terminados sus 17 años de intenso, duro, valioso bregar en la cultura maya que tanto le apasionó. Después de ese año sólo hizo una visita más a Chichén, en Diciembre de 1941 para servirle de guía a su hermano y hermana y un grupo de amigos de Santa Fé. No se sintió feliz, como lo confesó después. La nostalgia le aplastó a tal grado que le faltó valor para seguir viajando.

    Ya antes había estado en la zona maya de Quintana Roo donde le hicieron verdaderos honores como reciprocidad a los que él tuvo para con los jefes que lo visitaron en Chichén. Le abrieron los brazos, le prepararon hospedaje, le consideraron como uno de los suyos... a Vay y su esposa Frances.

    Es curioso cómo Morley ya no quería volver a Chichén. A sus invitados les ponía alguien que les acompañara. Si acaso, él accedía ir a Uxmal.

Chenkú

    En la hacienda de Chenkú, donde vivía, estaba feliz. Estaba cerca de otras haciendas ya transformadas en aldeas. Cuando él estaba por ahí, la señorial residencia, separada unos kilómetros de Mérida por pésima carretera, tenía un amplio pórtico y habitaciones de techos altos, palmeras franqueaban la avenida del portal hasta la casa. Emprendió una serie de grandes obras de reconstrucción para hacer habitable el abandonado Chenkú. Construyó una chimenea e instaló un sistema de agua mediante una bomba eléctrica.

"Adrián Recinos decía que Morley se mostraba feliz en Chenkú":

“Sabe usted -comentaba Vay -la tranquilidad allá; nada de teléfono, una carretera terrible que cada año empeora, y yo rodeado de libros y fotografías de mis queridas inscripciones mayas”.

    Tenía dos guacamayas que Frances criaba en la terraza, cuatro patos eran dueños del estanque de los lirios, tuvo dos perros policías que se llamaban “Pop” y “Zip”.

    Le servían dos trabajadores nativos: Pastor y Jirón. Morley trabajó los años 1941 y 1942 en Uxmal donde hizo su última gran excavación y comenzó a investigar la cúspide de la Gran Pirámide donde le ayudó el inteligente dibujante José Esquiliano, de quien decía, poseía una magistral mano para reproducir glifos y fachadas. El señor Esquiliano, recientemente fallecido, guardó siempre gratos recuerdos de Vay. Sus trabajos podían compararse a los de Catherwood.

    La segunda guerra mundial tenía ocupados a todos los científicos, y Morley estaba dedicado a escribir. A principios de 1944 hizo su último viaje largo a Guatemala y Honduras, pero ya utilizando los modernos medios de comunicación. También estuvo en Chiapas y Tabasco; en estos últimos sitios acompañado de los Thompson. De bajada estuvieron atendidos en Campeche por don Alberto Ruz Lhuillier, quien los invitó ( a él y Frances) a comer pámpanos en poc-chuc.

    Al regresar a Chenkú, Morley fue sincero:

“Ya no puedo a los 60 hacer lo que hacía riendo a los 30. El espíritu sigue firme pero la carne es débil”.

    Regresó a Santa Fe en el verano; se recobraba del paludismo cuando sufrió un síncope cardiaco en agosto de 1944. Pero fue un problema mantenerlo en reposo total. Tuvo que aprender a caminar lentamente, pero fue imposible que hiciera lo mismo cuando hablaba. En octubre, un examen médico le reanimó y volvió a Chenkú.

    En 1945 estuvo en Tula y en 1947, aunque no fue parte de la expedición formada por Ridder, Thompson, Rupert, Stromsvik y Tejeda con Villagrán a la cabeza del grupo Giles Healey que descubrió los murales de Bonampak., pero Morley no se privó de irlos a ver y admirar, y fue él quien les impuso el nombre de Bonampak. Dijo Tejeda, que se había propuesto el nombre de Aldred Maudslay pero Morley gritó que ya tenía el nombre del lugar “Bonampak”, o sea muros pintados...”

    La última vez que vio Uxmal y la última que vio sus queridas ruinas mayas, fue en febrero de 1948. El año siguiente estaba lista su jubilación del Instituto Carnegie, pero Hewet lo pidió “prestado” para que dirigiera la Escuela de Arqueología Americana de Santa Fe. Hasta que murió, era el director de esa escuela donde hizo ciertos cambios beneficiosos. Pero esto no lo esclavizó, ya que una gran parte en su trabajo en la escuela lo hizo de lejos, porque viajaba mucho a México. En noviembre de 1947, había ido a Chenkú, y en mayo de 1948 volvió a Santa Fe, donde en agosto sufrió un nuevo ataque cardiaco. Fue internado en el hospital de esa ciudad. Vivió tres semanas más durante las cuales tuvo repetidas entrevistas con Kidder; y ateo irredento y definido, pidió al Arzobispo Byrne lo visitara y admitiera en la iglesia católica. Sin duda que le reconfortó espiritualmente en esa su recta final.

    El miércoles 1o. de septiembre de 1948, el secretario ejecutivo de la Escuela, Albert Ely leyó el último informe de Sylvanus Griswold Morley (Vay) porque al día siguiente, jueves dos, murió a las 7:20 de la mañana. El lunes 6 se hicieron los servicios funerales en la catedral de Nuevo México donde el Arzobispo Byrne celebró la misa de réquiem y pronunció un sentidísimo panegírico...

    Dieciséis años más tarde, esto es, en febrero 18 de 1964, hubo en Tikal una emotiva ceremonia con el arribo de la hija de Morley y su nieta con autoridades estatales y arqueólogos, entre los que estaba Eric S. Thompson. Se homenajeaba en la persona de su hija y nieta al inolvidable investigador. En un momento de la fiesta guatemalteca, la marimba tocó la jarana yucateca... que todos lo huéspedes puntearon.

    Es inexplicable cómo en Yucatán no se ha hecho tributo alguno a Sylvanus Morley. Fue él quien con un empeño inquebrantable en el año de 1907 luchó contra una serie de obstáculos y adversidades hasta convencer al Instituto Carnegie de Washington y a las más variadas autoridades mexicanas, para excavar e investigar en Chichén itzá, hasta entonces en manos de saqueadores en gran escala por la indiferencia, negligencia o complicidad de quienes tenían a su cargo ese olvidado rincón de Yucatán, que hoy es un emporio turístico.

    Guatemala donde también hizo trabajos que lanzaron al mundo la importancia de la cultura maya, le hizo objeto de numerosos homenajes, entregándole diversas preseas.

    Una placa, su nombre a determinada sala de cultura , algún monumento en Chichén Itzá... lo que fuera, porque muy pocos sabían antes de esta serie de artículos inspirados por Roberth L. Brunhouse, como fue descubierto para los yucatecos y para el mundo Chichén Itzá, y sobre todo, porque se sabe tanto de la historia de ese atractivo internacional. Tributos de reconocimiento honran a quienes los rinden.

    Como debiera hacerse con otros valiosos profesionistas y hombres de ciencia, que aportan parte de su vida para beneficio de Yucatán.

“Podíamos ofrecerle turquesas, como las que él descubrió en el Templo de los Guerreros de Chichén, que conservaríamos en el mosaico de nuestro afecto iluminado, pero preferimos darle el humilde testimonio del maíz, uno de los símbolos de prudencia en nuestra tierra, y uno de los estímulos que el dios del viento recibe el Copán siempre que apunta el día y todo esta quieto alrededor. El concepto del sabio a quien no lloramos, disipa el dolor y la tristeza, con objeto de proyectar la luz con la que él pasó por la vida, con la misión de llevar las semillas que cantan... (Rafael Heliodoro Valle, embajador de Honduras en los EU en el homenaje tributado a Morley después de su fallecimiento).





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